Kajiya De Hajimeru (NL)

Volumen 4

Prologo: El Visitante

 

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En este mundo, hay un bosque cubierto por densos árboles. Bajo sus copas, la oscuridad reina incluso cuando el sol está en su punto álgido. Osos monstruosos y manadas de lobos ferozmente inteligentes deambulan libremente por sus confines. Los viajeros inexpertos que se encuentran perdidos en las laberínticas profundidades del bosque no tienen la más mínima posibilidad de escapar.

Este lugar se llama el Bosque Oscuro.

 

Un joven se abre paso a través del bosque. De complexión delgada, no obstante irradiaba fuerza interior, y aunque sus rasgos eran apuestos, no carecían de defectos.

Viajaba solo, dirigiéndose a cierto destino en medio del bosque. Aunque sólo había recorrido la mitad del camino, ya había sido atacado por lobos, jabalíes y osos. Había logrado escapar de todos y cada uno de sus perseguidores, pero el cansancio de la huida se reflejaba en su rostro.

—¿Un simple artesano vive en este maldito lugar? —murmuró el hombre, bebiendo un trago de la cantimplora que llevaba en la cadera—. ¡Ha! Qué gracioso.

Lo único que quería era acampar y descansar, pero dadas las pruebas que ya había superado, habría sido ingenuo creer que la noche iba a ser más segura. De hecho, lo más probable era todo lo contrario—la oscuridad entrañaba sus propios peligros.

El joven juzgó que lo mejor sería continuar hacia su objetivo—incluso si eso significaba agotarse—así que siguió adelante, paso a paso.

Su destino era la forja de cierto herrero.

El hombre quería encargarle un arma que pudiera rivalizar…no… superar en combate a la de la Reina Demonio. Sabía exactamente qué tipo de arma quería—una espada que invocara el trueno al blandirla o que provocara una tempestad con cada golpe. En pocas palabras, quería un arma divina.

Si la divinidad real estaba fuera de su alcance, el joven se conformaría con un arma de fuerza equivalente al arma de la Reina Demonio. Pero, ¿cuántos herreros podían lograr semejante hazaña? Un arma legendaria sólo podía ser forjada por artesanos con habilidades legendarias.

Cuando el joven oyó hablar de un arma recién bautizada como Matadragones, se puso a temblar de alegría. Cualquier arma capaz de atravesar la piel de un dragón, que se asemejaba a un muro de hierro, merecía sin duda el calificativo de legendaria.

En cuanto oyó los rumores, corrió a casa del Matadragones. Aunque no pudiera hacerse con el arma para matar dragones, el joven decidió que se conformaría con conocer su origen; ya había confirmado que la espada no era un artefacto desenterrado de algún laberinto o ruina. Sólo le faltaba conocer al fabricante de la espada…la persona a la que podría exponer su alegato.

El joven pasó meses, mucho después de que la mayoría de los demandantes se hubieran rendido, insistiendo ante el Matadragones para obtener información. Finalmente, el cazadragones accedió y le dio una pista sobre dónde podía adquirir un arma de calibre similar.

El Matadragones le dijo:

—Primero, debes visitar a un mercader. Si te considera digno, te dirá dónde está el herrero.

El mercader sabía dónde vivía el herrero. Tal vez el herrero fuera contratado por el comerciante. Después de todo, un artesano capaz de forjar armas tan poderosas valía cualquier cantidad de oro.

El joven dio las gracias y se levantó para marcharse, pero el Matadragones le hizo una última advertencia:

—Obtener del mercader el paradero del herrero no es el final del viaje. Es sólo la línea de partida.

 

En la ciudad, el comerciante sometió al joven a una serie de pruebas. Las superó todas, y el premio por estas victorias fue información sobre la ubicación del herrero.

El Bosque Oscuro.

Al conocer su destino, el joven comprendió por fin la advertencia del Matadragones…o al menos, eso creía. En el fondo, había creído tontamente que, independientemente de la reputación del Bosque Oscuro, cualquier lugar donde pudiera vivir un herrero no sería demasiado peligroso.

La experiencia del joven en el bosque le enseñó lo contrario.

—Fui un ingenuo —murmuró.

Mucho después de que el sol se hubiera puesto, finalmente llegó a un claro. Ante él había una cabaña. La vivienda era grande y estaba fuera de lugar en el bosque. No obstante, la luz se filtraba por las ventanas, por lo que no cabía duda de que allí vivía alguien.

La cabaña no era lo único inusual—el joven se sentía observado por al menos dos presencias diferentes. Aquí y allá, captó indicios de una tercera, que estaba hábilmente oculta.

—Esto es lo peor… —un sudor frío resbalaba por la espalda del hombre. Sabía que moriría en cuanto moviera un dedo de su sitio.

—¡No tengo intención de hacerte daño! —gritó el joven—. ¡Sólo he venido a encargar un arma!

Al momento siguiente, un humano salió de las sombras a la luz de la luna. Era un hombre de estatura y complexión normales, y sus movimientos eran relajados y sueltos, como si acabara de llegar a casa después de dar un paseo. Llevaba una espada de estilo nórdico atada a la cintura, que era la única señal de que tal vez no era tan dócil como sugería su aspecto. En otras circunstancias, el joven no habría creído que el hombre que tenía delante pudiera sobrevivir en el Bosque Oscuro.

El hombre habló con voz tranquila pero solemne.

—Soy Eizo, el propietario de este taller —empezó, antes de sonreír—. Últimamente, hemos tenido muchos visitantes alborotadores. Por favor, pasen—sea bienvenido a nuestra forja.

El joven dejó escapar un suspiro de alivio. Toda la sed de sangre que había sentido en su contra había desaparecido, y viviría para ver otro día. Hizo lo que Eizo le había ordenado y entró en la cabaña.

 

Al día siguiente, el joven se sentó frente a Eizo en la zona de trabajo. Cara a cara, Eizo no parecía más que un herrero común.

Al recordar los inquietantes sucesos de la noche anterior, el joven aún se sentía un poco conmocionado. La hostilidad inicial que había percibido al entrar en el claro no había venido de Eizo, sino más bien de las esposas de Eizo…o de lo que fuera la relación entre todas ellas. Hoy, las mujeres corrían alrededor de la forja, preparándose para el trabajo que tenían por delante.

También le había sorprendido el lujo de la habitación en la que le habían alojado. No tenía nada que envidiar a una habitación del palacio real. Cuando preguntó por la lujosa decoración, le dijeron que eran regalos de un tipo u otro.

Puede que fueran regalos…pero desde luego no eran el tipo de objetos que uno esperaría que recibiera un herrero que vivía en el bosque.

El joven explicó su petición al asombroso—en múltiples aspectos—hombre que tenía delante. Cuando terminó, Eizo se limitó a decir:

—Ya veo —y se acarició la barbilla por costumbre. Luego echó un vistazo a las notas que había anotado en un cuaderno.

Al ver la expresión de insatisfacción de Eizo, el joven frunció el ceño.

—¿Después de todo, está más allá de su capacidad?

Eizo se encogió de hombros y negó con la cabeza.

—En absoluto.

Los dos hombres se habían caído bien, así que su intercambio fue casual y fácil.

—Puedo forjarla —continuó Eizo, dando un sorbo a su taza—. El problema no radica en mis habilidades, sino en que carezco de los materiales para fabricar lo que buscas.

—¿Materiales? —repitió el joven.

Eizo asintió.

—Necesitaría orichalcum.

El joven tragó saliva. Hasta los niños sabían lo valioso que era el orichalcum como metal.

—Podría hacerte un arma antes de que acabara el día si tuviera a mano los materiales necesarios, pero por desgracia… —dijo Eizo.

—Es eso así… —contestó el joven. No era imposible traer orichalcum aquí a la forja; sin embargo, tendría que repetir su viaje por el bosque. El joven suspiró.

—Lo bueno es que, si me traes orichalcum, puedo tener terminada el arma que deseas en un abrir y cerrar de ojos.

El joven se alegró de que Eizo le asegurara que el arma de sus sueños estaba tan cerca. Sin embargo, la advertencia del Matadragones sobre la “línea de partida” resonó en su mente.

—Me aseguraré un alijo en cuanto pueda —juró el joven.

—Ten cuidado —dijo Eizo—. Por cierto, en ocasiones me ausento de la forja. Puedes confirmar mi paradero con el mercader que te habló de este lugar.

—Lo tengo.

Los dos se estrecharon la mano, y el joven no perdió tiempo en correr a su habitación, recoger sus pertenencias y ponerse en camino. No tenía ningún deseo de volver a los terrores del bosque nocturno entreteniéndose más tiempo.

 

Tras despedirse del joven, Eizo volvió al taller. Mirando la libreta de notas, suspiró pesadamente.

—Al menos he ganado algo de tiempo.

Era cierto que necesitaría orichalcum para forjar el arma que el joven había venido a encargarle, y también era cierto que el metal precioso no era tan fácil de encontrar. Sin embargo, la herrería tenía suficientes reservas de este metal, al menos para satisfacer la petición del joven. En realidad, Eizo sólo le había enviado a buscar suministros como táctica evasiva. La razón por la que había llegado tan lejos estaba escrita en el cuadernillo.

—Son dos pájaros de un mismo plumaje… Menos mal que no se encontraron.

Escrito en el papel había un memorándum sobre un encargo diferente…uno para un estoque.

Eizo se rascó la cabeza y miró lo que había escrito.

—Supongo que empezaré por hacer la espada de la Reina Demonio.

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