Kajiya De Hajimeru (NL)

El día de Athena empezó temprano. Tenía que preparar la comida para que estuviera lista cuando los clientes—eran pocos—llegaran.

Fue tachando tareas de su lista una tras otra, trayendo verduras y carne seca que le había dejado un conocido (y que ella había pagado, por supuesto) y cortando los ingredientes necesarios para los platos del menú de hoy.

El cuchillo destellaba mientras cortaba, y los alimentos cambiaban de forma a la perfección, como si formaran parte de una danza. Dividió los ingredientes en los que se asarían y los que se guisarían, luego los cortó en los tamaños adecuados. Después, lo sazonaba todo con una simple mezcla de sal y especias. Las sobras—trozos de verduras y carne—las echó a una olla, listas para convertirse en sopa. Por último, lo probaba todo.

Athena repetía la misma rutina todos los días; probablemente podía hacerlo con los ojos cerrados.

Cuando terminó, sonrió.

—Bien. Un trabajo estrella como siempre, estupendo —se dijo a sí misma. Estaba lista para dar la bienvenida a los clientes con platos que seguro satisfarían sus papilas gustativas.

Era casi la hora de abrir. Se llevó las manos a la cara para darse ánimos y empezó a ordenar el comedor.

Sin duda, hoy iba a ser otro día típico.

—¡Bienvenida!

Era primera hora de la tarde. Una de sus clientas habituales, una anciana del vecindario, acababa de entrar en el restaurante. Normalmente se dejaba ver a esa hora.

—Estás llena de energía, como siempre, Athena —dijo.

Athena sonrió.

—Es mi único rasgo positivo.

Ya habían tenido este intercambio muchas veces, pero Athena se dio cuenta de que una parte de ella se sentía cómoda con la familiaridad de todo aquello.

Además de la anciana, a esa hora del día solían pasar por allí algunas personas más.

Entró otro cliente habitual.

—Bienvenido —saludó Athena.

—Lo de siempre —dijo el cliente.

—Sí, sí. No me importaría que pidiera algo más caro de vez en cuando.

—Si al menos ganara tanto dinero —replicó irónico.

—Eso he oído —dijo Athena con una sonrisa.

Sacó sus platos habituales y volvió a la cocina. Después se sentó en una silla y suspiró.

Los padres de Athena habían muerto de enfermedad. Ella había heredado El Ganso Borracho y desde entonces lo llevaba sola. Sus padres habían sido buena gente. Una y otra vez, su padre solía decir: “Llevo este restaurante porque quiero servir comida deliciosa a todo el mundo”. Su madre le había apoyado, siempre con una amable sonrisa.

Algún día, si llegaba a casarse, Athena esperaba tener el tipo de relación que habían tenido sus padres. Para ella, eran la personificación de una pareja ideal, y estaba tremendamente orgullosa de ellos.

Athena solía sentarse en una silla, igual que ahora, para ver a sus padres trabajar codo con codo en la cocina.

Gracias a su talento para la cocina y al apoyo de la gente del vecindario, había conseguido mantener la tienda en funcionamiento. Pero no llegaban nuevos clientes, y los vecinos iban disminuyendo uno a uno.

Estos días, podía contar el número de clientes que veía en un día.

—Bueno, no es que odie la paz y la tranquilidad —murmuró Athena para sí misma en la silenciosa cocina.

Trazó con un dedo los dibujos de la mesa. Su superficie estaba llena de arañazos y desperfectos…de historia y recuerdos.

—Las cosas se van a poner difíciles de aquí en adelante…

Independientemente de los recuerdos que tuviera, no podría mantener la tienda abierta si no podía ganar dinero.

—Pero no puedo hacer nada con las cosas como están.

Athena sonrió amargamente para sus adentros. Ojalá ocurriera algo diferente que la salvara de su apuro. No podía evitar pensamientos tan fantasiosos.

—No, basta. Tienes que seguir trabajando como siempre —se reprendió.

Atenea se levantó y se estiró con un gemido.

En ese momento, oyó abrirse la puerta principal. Athena volvió a sonreír irónicamente cuando se dio cuenta de que el sonido había llegado a la cocina sólo porque el comedor estaba muy silencioso.

En ese momento, salió bailando un vals para saludar a sus nuevos clientes—un hombre de unos treinta años acompañado de una dama enana.

-FIN DEL VOLUMEN 4-