Kajiya De Hajimeru (NL)

Volumen 4

Capítulo 5: Un Día Cualquiera

Parte 2

 

 

—Todavía estoy tratando de obtener especias del norte, pero… —Camilo se interrumpió.

—¿Pero…? —presioné.


—Hay problemas en el Imperio del norte —reveló—, y ha sido difícil importar mercancías al reino.

—¿Problemas, dices? Ya veo. Bueno, como dije, no hay prisa—no te preocupes.

—Gracias por entender —dijo Camilo—. En fin, con respecto a ese problema, en realidad hay algo en lo que requeriré de tu ayuda.

—Te lo digo desde ya, no tengo patrocinadores ni simpatizantes a los que pueda pedir ayuda.

Camilo me lanzó una sonrisa irónica.

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—Ni esperaba que lo tuvieras.

Técnicamente, podía contar con el apoyo de la familia Eimoor, pero Camilo también. No habría razón para que yo hiciera de intermediario en ese escenario.

—Una parte de la estrategia, por así decirlo, es el armamento —explicó Camilo, yendo directo al grano—. Con ese fin, quería encargarte que forjaras otro cargamento de armas.

—Un trabajo por cargamento, ¿eh?

Como mi velocidad de forja había aumentado, podía hacer una cantidad decente de armas en poco tiempo. Supuse que no habría ningún problema en aceptar el encargo, aunque la posibilidad dependía de lo que me pidiera exactamente.

—No me importaría, pero a cambio…

—¿Sí? —preguntó Camilo.

—Para empezar, ¿me puedes explicar qué está pasando?

No podía aceptar ciegamente el encargo sin saber nada de la situación.

Antes de explicarme, Camilo se tomó un tiempo para pensar, como era habitual en él. Como siempre, probablemente estaba considerando cuánto contarme… Sabía que intentaba no meterme en problemas. No obstante, tenía la sensación de que había algo más en esta situación.

Habría sido insensible por mi parte preguntarle qué le preocupaba. Quizá algún día me lo contaría por su propia voluntad.

Después de reflexionar unos instantes, habló.

—¿Mantendrás en secreto lo que voy a decir?

—No tengo a nadie a quien contárselo.

—Es cierto, supongo —replicó con un gesto ascendente de los labios.

Camilo era una de las pocas personas que sabía exactamente dónde vivía. Nuestra casa era la única residencia en medio de un bosque al que, para empezar, nadie entraba. Por lo tanto, no hablaba regularmente con nadie fuera de mi hogar, los cuales se encontraban en ese momento en la habitación. Los clientes venían a nuestra forja de vez en cuando, pero por lo demás, no teníamos visitas. Miré a las demás para confirmarlo y recibí gestos afirmativos. Tampoco estaban en contacto con alguien más.

El secreto estaba a salvo conmigo.

Camilo observó nuestro intercambio, tomó aire y empezó a hablar.

—Te ahorraré los detalles, pero resumiendo, se está preparando una revolución en el imperio vecino. Los líderes de la revuelta han declarado su intención de derrocar al actual emperador e instaurar un gobierno público en lugar de la monarquía.

—No son buenas noticias —dije.

—Desde luego que no. Nuestro reino planea aprovechar el caos resultante para expandir minuciosamente nuestro territorio —continuó Camilo.

—El conde dirigirá la ofensiva, supongo.

—No —replicó Camilo—, el Marqués. Aunque el Conde Eimoor, por supuesto, es una figura instrumental en su plan.

—Uh-huh… Ya veo.

El Marqués Mentzel actuaba como un tutor de Marius y, por extensión, de la familia Eimoor. A estas alturas, Su Señoría el Marqués ya se había dado cuenta de que yo no era de la nobleza, sino un herrero cualquiera de mediana edad.

—¿Por qué este acercamiento tan indirecto? ¿Es para evitar que Marius gane más estatus? —pregunté.

—Exactamente. El reino quiere evitar mostrar favoritismo y evitar que acumule demasiado poder.

—Ya tiene una campaña militar exitosa en su haber —razoné—. Si añade otra tan pronto después de heredar el título, la reputación de los Eimoors se disparará. No gustará a la nobleza que el pueblo alabe las proezas militares de una sola familia. ¿Lo he entendido bien?

—Lo captaste a la primera —confirmó Camilo—. Sin embargo, el Marqués es reacio a ceder la oportunidad y a conceder elogios a quienes no pertenezcan a su círculo íntimo. Por eso, ha solicitado tus servicios.

—¿Haciéndolo a través de Marius?

—Sí.

Así que, se había descubierto la verdad—el Marqués se había dado cuenta de mi verdadera identidad. Aunque, no es como si lo hubiera ocultado bien… No tenía sentido que un miembro de la élite del norte acompañara al equipo de suministros en una expedición militar para eliminar un nido de monstruos. No estaba seguro de si también había descubierto que yo era quien había forjado la espada reliquia de los Eimoor.

—Bueno, no puedo rechazar un encargo de Su Señoría, ¿verdad? —le dije—. ¿Y? ¿Qué voy a hacer?

—Veinte lanzas y treinta espadas largas —dijo Camilo.

—Es…una cantidad menor de la que esperaba.

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—El reino no puede mover muchas tropas a la vez, de lo contrario los planes serán expuestos. Nuestra campaña para ganar nuevas tierras se llevará a cabo utilizando el mínimo de fuerzas.

—Ya veo.

—Por cierto…el plazo es en una semana —dijo Camilo—. Siento avisar con tan poca antelación.

—La semana que viene, ¿eh?

—¿No es posible?

Me tomé un minuto para considerar los parámetros. Para el último pedido a gran escala, había forjado cincuenta y cinco espadas sin problemas. Podía forjar veinte lanzas yo mismo y dejarle las espadas a Rike. Sería un plazo ajustado, pero factible. Además, ahora podía trabajar más rápido que antes.

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—No, podemos hacerlo —concluí—. Nos veríamos en una semana para la entrega.

—Cuento contigo.

Sellamos el trato con un firme apretón de manos, y recé para que ambos consiguiéramos no vernos envueltos en ningún problema.

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Para el pedido a gran escala, necesitaríamos materia prima extra, que Camilo se encargó de que nos lleváramos a casa. El dependiente jefe se marchó para organizar la logística y cargarlo todo en nuestro carro. Mientras tanto, Camilo y yo seguimos hablando.

—Por cierto, ¿entregaste la carta que te di la última vez? —le pregunté—. ¿La del ladrón?

La verdadera identidad del bandido había sido un demonio llamado Nilda—ella había estado merodeando por estos lugares para encontrarme y encargarme una Katana.

—¿Hm? Ah, sí, ha sido entregada. Y desde la perspectiva del Conde, la noticia no podría haber llegado en mejor momento. Si el ladrón hubiera estado rondando la zona durante más tiempo, la circulación de mercancías se habría visto afectada. Además, las tasas de patrulla de los guardias se habían disparado hasta suponer un…gasto…considerable —dijo Camilo—. Oficialmente, el ladrón ha sido ahuyentado, y no se ha exigido recompensa.

—Me alegro.

Era otro éxito en el haber de Marius—él había sometido al ladrón sin daños ni repercusiones en la zona. No obstante, este triunfo era probablemente otra razón por la que la nobleza no quería ponerlo al frente de la próxima campaña. A pesar de todo, Marius no tuvo más opción que mantener la calma y encogerse de hombros.

Volví a entender la locura en la que vivía la nobleza. Menos mal que no había pedido por descuido ser aristócrata en mi segunda vida… Me daba acidez sólo de imaginarme todos los problemas políticos por los que habría tenido que pasar.

Después de eso, cambiamos de tema. Los experimentos de Camilo con el sistema de suspensión avanzaban, aunque lentamente. Acababan de instalar un prototipo en un carro, que había hecho una prueba de ida y vuelta a la capital. El mecanismo no era tan complicado para empezar, así que, a este ritmo, la producción en masa estaba a la vuelta de la esquina. Sin embargo, no le había enseñado a Camilo nada sobre amortiguadores.

Si consigue desarrollarlos de forma independiente, haré que me enseñe o le compraré algunos.

El resto de nuestra conversación consistió en conversaciones triviales, aunque “triviales” no era sinónimo de sin importancia—estos temas eran ciertamente interesantes, pero no tenían un impacto inmediato en mi vida diaria. Los temas de conversación incluían qué regiones habían tenido una mala cosecha de trigo y la reciente disminución de la actividad de los bandidos locales.

Seguimos charlando un rato hasta que el jefe de los empleados nos llamó. Venía con una bolsa de monedas de plata en la mano.

Entonces, es hora de volver a casa.

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Salimos de la sala de reuniones y volvimos al patio. Nuestro carro estaba repleto de provisiones.

Enganchamos rápidamente a Krul y le acaricié el cuello.

—Hoy la carga es más pesada de lo habitual —le dije—. Hazlo lo mejor que puedas.

Kulululu —cantó ella, que parecía entusiasmarse cada vez más con la noticia.

¿Son todos los dracos tan entusiastas tirando de cosas pesadas, o es sólo la personalidad de Krul?

Nos pusimos en marcha despacio, pero rápidamente ganamos velocidad hasta que nos movimos a nuestro ritmo habitual—un ritmo moderado. Después de todo, seguíamos en medio de la ciudad. La carga extra aún no nos estaba dando problemas, pero la verdadera prueba estaría más allá de la ciudad.

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A las puertas, nos despedimos del guardia de turno y salimos a la carretera principal. Rike tiró de las riendas y Krul respondió acelerando. Pronto empezamos a avanzar por la carretera como de costumbre. A mí me pareció que todo iba bien, pero consulté a Rike—pensé que, como conductora, ella lo sabría mejor.

—¿Cómo estamos? —le pregunté.

—Krul está feliz como una lombriz.

—Si es necesario, las demás y yo siempre podemos bajarnos y caminar, así que avísame si se cansa.

—Comprendido —respondió Rike.

Krul llevaba una carga definitivamente más pesada de lo habitual. No obstante, la cantidad habitual de provisiones nunca le dio problemas, así que no sabía realmente cuál era su límite. Si Krul era lo bastante fuerte como para arrastrar un carro cargado de muebles y artículos domésticos, sería de gran ayuda en una crisis.

Dicho esto, no pensaba exponer a Krul a experimentos innecesarios. Por un lado, temía que la ira de Mamá Diana pudiera ser aterradora…y lo que era más importante, no quería hacer pasar a Krul por eso.

Francamente, en caso de emergencia, lo mejor que podíamos hacer era simplemente agarrar el dinero, subirnos al carro y salir corriendo. Las pertenencias eran secundarias. Aparte de Samya y Lidy, las demás podían volver a sus casas familiares sin demasiada dificultad.

O… ¿era ingenuo pensar eso?

 





Vigilábamos nuestro entorno mientras avanzábamos.


Según Samya y Diana, la estación de las lluvias (o su equivalente en este mundo) empezaría pronto. La hierba y las flores silvestres parecían haber captado ya el mensaje—a nuestro alrededor, las llanuras eran exuberantes y verdes. En cuanto lloviera, las plantas echarían raíces aún más profundas en el suelo y crecerían en altura.

Las hierbas aún no eran lo suficientemente altas como para ocultar a una persona, lo que nos ayudó a explorar los campos desde el carro. Cuando terminara la estación de las lluvias, las llanuras podrían convertirse en un océano esmeralda más profundo que la altura de un hombre. Eso dificultaría un poco más nuestros viajes, ya que la vegetación alta podría ocultar las señales de problemas que se avecinaban y también obstaculizar cualquier flecha que pudiéramos disparar.

Quizá debería fabricar unas cuantas flechas pesadas para tenerlas a mano…por si acaso.

Mientras reflexionaba sobre esa posibilidad, regresamos al bosque.

—¿Sigue Krul bien? —le pregunté a Rike.

Krul fue quien respondió. Gritó alto y feliz:

¡ Kulu ! —y estaba claramente animada. De hecho, estaba tan alegre que me dio un poco de envidia.

—Eso es genial. Sigue así.

Kulululu —respondió ella.

Ahora que estábamos de vuelta en el bosque, había bajado la velocidad, pero seguía caminando con paso firme.

—No nos encontraremos con ningún oso, ¿verdad? —pregunté.

—Krul no muestra signos de miedo —respondió Samya—, y yo tampoco huelo nada.

El bosque siempre me pareció más seguro que la carretera. En la carretera, podíamos encontrarnos con cualquier cosa en cualquier momento, pero en el bosque, sólo teníamos que tener cuidado con los osos y los tigres. Técnicamente, los animales salvajes eran más peligrosos, pero era raro que nos cruzáramos con alguno. Samya, una auténtica veterana del bosque, también estaba con nosotros.

El viaje de vuelta fue tranquilo. La tranquilidad sólo se veía interrumpida por el canto de los pájaros y el traqueteo de nuestro carro.

Cuando llegamos a la cabaña, desenganchamos a Krul del carro y la felicitamos por su duro trabajo. Krul resopló en respuesta, orgullosa y contenta. Después de eso, almacenamos los diversos suministros—Krul incluso ayudó con ese trabajo. Llevamos el carbón, el mineral, la arcilla, los condimentos, el licor y las semillas de patata a sus respectivos almacenes.

Normalmente, después de guardar las provisiones, nos íbamos a pasar el resto del día como quisiéramos. Sin embargo, como acabábamos de recibir un gran pedido, nos obligué a dar prioridad a la fabricación de moldes y planchas de acero. Medio día más, por poco que fuera, podía marcar la diferencia.

Samya, Diana y Lidy hicieron los moldes; Rike y yo, las planchas. Trabajamos codo con codo en silencio hasta que se puso el sol.

 

◇ ◇ ◇

 

Al día siguiente, nos pusimos manos a la obra—era hora de empezar con el pedido a gran escala. A diferencia de la última vez, teníamos que forjar dos tipos distintos de objetos, así que la división del trabajo era importante. Yo planeaba forjar las lanzas solo, mientras las demás trabajarían en las espadas.

Lidy se encargaría de hacer los moldes, Samya y Diana de la fundición y Rike del acabado y la calidad de las espadas.

El primer día medimos el ritmo de producción. A partir de ahí, podríamos calcular nuestra cantidad diaria para los seis días restantes.

En cualquier modo, probablemente no había necesidad de estresarse—Rike y las demás pretendían forjar cinco espadas al día, y yo me había fijado un objetivo personal de cuatro lanzas. A ese ritmo, no tendríamos problemas para alcanzar nuestro objetivo. Al final de la semana, si era necesario, podía dedicarme a ayudar a Rike.

Calenté una plancha de acero en el lecho de fuego hasta que estuvo a la temperatura adecuada para forjar. Luego, la pasé al yunque y le di forma con mi martillo. La sección transversal de la punta de lanza debía tener forma de diamante. De la punta a la base, le di forma de triángulo isósceles alargado.

Había diseñado la lanza para que fuera un arma de empuje; aunque afilé un poco los bordes de la punta, no sería tan afilada como un arma blanca. La lanza no cortaría tan bien como, por ejemplo, un cuchillo, pero en caso de apuro podría usarse para rebanar y cortar.

Después de afilarla, abrí un hueco en la base de la punta donde encajaría la empuñadura. Por último, templé la punta.

El diseño de la punta y la longitud de la lanza eran rasgos importantes para el arma, pero había un componente más importante: la contera. Hice una contera gruesa y sólida con un encaje abierto para la base de la empuñadura.

Esta vez no estaba haciendo modelos de élite, sino modelos básicos. De ese modo, en el peor de los casos, si empezábamos a quedarnos sin tiempo, sería más fácil encontrar una solución de última hora para compensar.

Para hacer las barandillas, corté en barras unos tablones gruesos de madera que teníamos almacenados. Luego, con el cuchillo, corté esas barras en palos cilíndricos. Normalmente, sería mejor sellar la madera con un aceite, pero yo dejé los palos desnudos.

Dejaré el mantenimiento en manos de los futuros propietarios. Pueden utilizar el aceite que más les convenga.

Encajé una asta terminada en una punta de lanza y martillé la base del encaje para engarzar los dos componentes. Luego, hice lo mismo con una contera.

Con esto, la lanza estaba completa.

Repetí los mismos pasos una y otra vez, y para cuando terminó el día, había alcanzado mi objetivo, fabricando cinco lanzas en total. A esta velocidad, no tendría problemas para cumplir el plazo.

Rike y las demás habían forjado seis espadas en el lapso del día, así que ellas también habían cumplido su objetivo. Ahora sólo había que seguir así durante toda la semana siguiente.

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Pasamos el día siguiente de la misma manera.

Ahora que lo pienso, mi eficiencia en la fabricación de lanzas había aumentado. Antes, necesitaba toda mi concentración para hacer cuatro lanzas en un día.

Por suerte, no era el tipo de persona que se fatiga con el trabajo repetitivo. De lo contrario, ya me habría cansado de forjar las lanzas ayer. Ese tipo de personalidad que se aburre con facilidad habría sido un gran obstáculo para mis ambiciones como herrero.

Bueno, supongo que elegí este oficio precisamente porque no me importaba un poco lo repetitivo…

Ésos eran los pensamientos que me rondaban por la cabeza mientras golpeaba con el martillo el trozo de metal incandescente que iba a ser mi tercera o cuarta lanza del día.

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