Kajiya De Hajimeru (NL)

Volumen 3

Capítulo 4: ¡Desplieguen Las Tropas! Aquí Hay Monstruos…

Parte 6

 


 

De regreso a mi puesto de trabajo, empecé a limpiar las cenizas del lecho de fuego y los ladrillos que había utilizado para construir la forja provisional. Me apresuré a limpiar todo lo que pude, e hice todo lo que pude, desde mover los fuelles hasta verter el agua de los barriles. Finalmente, llegaron cuatro soldados, todos ellos jóvenes. Les pedí que me ayudaran a mover los objetos que ya no necesitaba.

—Siento tener que hacerles levantar cosas pesadas justo después de una batalla —les dije.

—En absoluto. Este es nuestro trabajo —respondió uno de los soldados. Formaron dos grupos de dos y trabajaron juntos, sacando los objetos que estaban tirados por la forja.

Mientras se iban, bajé la estatuilla de la diosa de su estante. Luego, bajé el techo de tela y lo doblé. Tras mis esfuerzos, no quedó nada.

Aunque el tiempo que había pasado aquí había sido corto, me seguía apenando ver desaparecer mi forja ambulante. Aún quedaban marcas en el suelo de donde había colocado el yunque, el lecho de fuego y otras cosas, pero me dolía el corazón con la nostalgia de ver una forja desmantelada.

Me agaché y puse una mano sobre las marcas del suelo.

—Lo has hecho muy bien. Gracias por tus servicios —luego, me di la vuelta y dejé atrás aquel espacio.

De regreso a mi carpa, vi pasar por el campamento varios carros tirados por caballos y soldados a caballo. Probablemente eran la vanguardia, que partía temprano antes que el cuerpo principal de las tropas.

Aquella noche, el campamento estaba de fiesta, la gente cantaba y bailaba cerca de los braseros.

No habíamos traído alcohol a la expedición, así que la fiesta se celebró sin alcohol. Además, todo el mundo estaba bastante embriagada por la felicidad de la victoria.

Observé el bullicio mientras cenaba con Pops, Matthias y los demás compañeros del equipo de suministros. Ya era bastante tarde, así que la señorita Frederica, que había guardado sus documentos por hoy, también comió junto a nosotros.

Por alguna razón había venido a sentarse a mi lado, y sus gestos me recordaban a los de un cachorro que se ha encariñado con una persona. Si Diana estuviera aquí, estaría golpeándome el hombro con entusiasmo y preguntándome si podíamos llevarnos a la señorita Frederica a casa.

Nuestra conversación giró naturalmente en torno a la victoria de hoy. Pops y los jóvenes cocineros me hicieron una pregunta tras otra. Respondí lo que pude, pero me hice el tonto sobre la cuestión de quién había asestado el golpe mortal al hobgoblin.

—Lástima que no vayas a obtener beneficios, Eizo —me dijo Pops.

—Yo no lo veo así.

—¿Oho? Bueno, si eres feliz, es lo único que importa.

—Gracias, pops.

—De nada —parecía inusualmente tímido, y los otros dos cocineros se burlaron de él por ello. Todos nos reímos mientras él les gritaba.

 

◇ ◇ ◇

 

A la mañana siguiente, terminé de empacar y me dirigí al carruaje, donde ya me esperaba Lidy.

—Señorita Lidy, buenos días.

—Buenos días —contestó ella, todavía aturdida por el sueño.

Iba a ofrecerme a llevar su equipaje, pero me di cuenta de que sólo llevaba una mochila a la espalda.

—Llevas poco equipaje —comenté.

—Sí. A los elfos no les gustan mucho las pertenencias materiales.

Debido a su longevidad, deben de tener menos apego a las cosas.

Me quedé de pie, sin saber qué hacer.

—¡Oh, olvidé mencionarlo! —Lidy exclamó de repente, sonando nerviosa—. Sobre el favor que me pediste… Uno de los elfos que se va a mudar a la otra aldea se encargará de ello. No te preocupes, no lo he olvidado.

¿De qué favor está hablando? Espera…aaah.

—Se trata de las semillas vegetales, ¿verdad?

—Sí. Creo que eventualmente serán entregadas en la tienda de Camilo.

—Considerando las circunstancias, realmente no hay apuro —le dije—. No tenías que esforzarte mucho para arreglar esto.

—¡No, no podía ignorar tu petición!

La primera vez que vi a Lidy, ya era consciente de que era muy probable que su gente tuviera que abandonar su aldea. Así que debió tener en cuenta esa información a la hora de decidir si aceptaba o no mi petición.

Si se hubiera mudado a una nueva aldea con el resto de los elfos—en lugar de venir a vivir con nosotros—podría haber planeado viajar a casa de Camilo en persona para entregar las semillas. Supongo que cometí un error al pedirle ese favor… En el futuro, me aseguraría de preguntarle a la gente en dónde viven antes de hacer peticiones similares.

Matthias pronto se unió a Lidy y a mí en el carro. La señorita Frederica fue la siguiente en llegar. Por último, llegaron los cocineros, que se apresuraron a subirse al carro después de limpiar la zona de preparación.

La señorita Frederica sacó el cojín que le había dado y lo colocó en su asiento.

¿Todavía lo tiene?

—La belleza de una elfa es de otro mundo —comentó pops sin rodeos.

Se me puso la piel de gallina. Lo que acababa de decir habría constituido acoso sexual en mi mundo anterior.

—¡Ahora lo entiendo! —continuó Pops—. ¿Quién necesita dinero cuando tienes a este magnífico ejemplar como prometida? ¡Ya has encontrado oro! —se rio a carcajadas de su propio comentario.

La señorita Frederica giró la cabeza con rigidez, como si fuera una muñeca de cuerda a la que había que engrasar. Su mirada se clavó en mi cara.

Está empezando a asustarme. Ojalá dejara de hacerlo.

 

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—No, no, no vamos a casarnos —repliqué con el ceño fruncido—. ¿No te daría pena la mujer que tuviera que casarse con un viejo ermitaño de pasado turbio como yo?

El Vigilante me había dicho que no podría alterar el destino de este mundo de forma significativa…pero, al fin y al cabo, yo era un bug dentro del sistema. Dadas mis circunstancias, aún me costaba aceptar la idea de formar una familia aquí.

No es que nadie lo entendiera si les contaba mi razonamiento, así que tuve que mantener la boca cerrada.

La señorita Frederica apartó la mirada de mí tras escuchar mi explicación, pero aún no había salido de dudas. Lidy fijó su mirada en mí en su lugar.

¡¿Qué les pasa a todos hoy?!

Aparte de esa evidente excepción, las conversaciones que mantuvimos fueron tranquilas. Pronto se supo que la aldea de los elfos había sufrido daños y que por eso Lidy se mudaba (y no porque nos casaríamos). Todos comprendieron al menos a grandes rasgos lo que había ocurrido.

No mucha gente se adentraría de buena gana en semejante campo de minas, y aún menos tendría el valor de recurrir a una batería mágica tan peligrosa, como había hecho el hermano de Lidy.

Pasamos los tres días de camino de vuelta a la capital en relativa paz. De vez en cuando, Pops lanzaba algún que otro comentario fuera de tono, pero el ambiente en nuestro grupo nunca se amargó.

 

◇ ◇ ◇

 

Debíamos llegar a la capital tres días después de salir del campamento. El día empezó como de costumbre, pero nos detuvimos al mediodía junto a una fuente de agua. Muchos de los soldados aprovecharon para lavarse el cabello (sólo con el agua corriente), limpiarse la cara y el cuerpo con un paño húmedo y ponerse presentables.

Tras la pausa del mediodía, nos pusimos de nuevo en camino, manteniendo la formación. La cadena montañosa que rodea la capital empezó a divisarse a lo lejos, por lo que supe que no tardaríamos en llegar. Incluso los caballos aceleraron el paso, como si hubieran percibido la expectación de todos. No íbamos volando por la carretera en sí—no había riesgo de náuseas—pero a nuestra velocidad, supuse que llegaríamos mucho antes de la puesta de sol.

Por desgracia, incluso con el tiempo ahorrado, Lidy y yo aún teníamos mucho que hacer en la capital; era imposible que pudiéramos volver a la cabaña esta noche. A pesar de todo, apuesto a que Pops y compañía, junto con las tropas, estarían contentos de llegar a casa.

En poco tiempo, los muros exteriores de la capital aparecieron en el horizonte, y un silencio se apoderó de la multitud. Los cascos de los caballos y el traqueteo de las ruedas de los carruajes se convirtieron en la banda sonora que nos acompañaba.

Cuando nos acercábamos a las puertas de la ciudad, un grito de los vigías en lo alto de la muralla rompió nuestro ansioso silencio.

—¡La fuerza de subyugación ha regresado!

Todos los viajeros que hacían cola para entrar en la capital se giraron para mirarnos. Lo que empezó como aplausos y vítores dispersos pronto se convirtió en una marea sonora.

Avanzamos lentamente, rodeados de espectadores que nos aclamaban. Nuestro grupo tenía prioridad en la fila de entrada a la ciudad, y por lo que pude ver, no había ni una sola persona que protestara por el trato especial que recibíamos. A medida que avanzábamos por las puertas, todos nos cedían el paso con impaciencia.

A lo largo de toda la calle, la gente esperaba para saludarnos con gritos de alegría y celebración. Probablemente la vanguardia había hecho circular la noticia de nuestro triunfo antes de que llegáramos para que pudiéramos disfrutar de tanta algarabía en el momento de nuestro regreso. Los vítores nos siguieron a través de las puertas interiores de la ciudad, y continuaron incluso una vez que regresamos a la plaza de la que habíamos partido.

Los soldados se alinearon ordenadamente en la plaza, junto a todos los que habían formado parte de la vanguardia. Los miembros del equipo de suministros tomamos posiciones detrás de ellos.

En el centro de la ciudad residía la alta sociedad, lo que se reflejaba en las lujosas residencias diseminadas por el vecindario. A nuestro alrededor se había formado una gran multitud, entre la que se encontraban sirvientes de casas nobles (a juzgar por su atuendo) y aristócratas, tanto hombres como mujeres. En la plaza reinaba el bullicio.

Por mi parte, también me sentía embriagado por el ambiente festivo y giré la cabeza para mirar a mi alrededor. Me encontré con los ojos de varias personas entre la multitud. Al principio pensé que me estaban mirando a mí, pero luego me di cuenta de que sus miradas estaban fijas en Lidy, que estaba a mi lado. Como los elfos eran tan raros, todo el mundo se había fijado en ella.

Bueno, todos, con una excepción.

El Marqués debía de tener más tiempo libre del que yo creía…

Nos habíamos mirado durante demasiado tiempo, así que no había forma de fingir que no lo había visto. Le saludé con una inclinación de cabeza; él sonrió y me correspondió.

No es tan mal tipo.

Seguí mirando a mi alrededor hasta que la señorita Frederica, que estaba a mi otro lado, me tiró de la manga. Me apresuré a centrar la mirada en el frente.

Marius subió a una plataforma improvisada (que normalmente era un escalón utilizado para subir a los carruajes altos). El bullicio de la plaza pronto se desvaneció.

—A los valientes hombres y mujeres reunidos hoy ante mí, gracias por sus incansables esfuerzos para que esta misión sea un éxito —declaró, con su voz retumbando a nuestro alrededor—. Es lamentable que la aldea de los elfos ya hubiera sufrido tanta destrucción y pérdidas antes de que nos uniéramos a la lucha. Me gustaría guardar un momento de silencio por los que perdieron la vida.

Todos cerramos los ojos, tomándonos un momento para honrar a las víctimas de la batalla, como el hermano de Lidy. La multitud estaba en completo silencio, por lo que parecía que incluso los espectadores, nobleza incluida, estaban presentando sus respetos.

—No obstante —continuó tras la pausa—, gracias a su valor y coraje salimos victoriosos de nuestros enemigos. Todos deberían estar orgullosos de lo que han logrado. En el futuro, yo, en nombre de la familia Eimoor, me sentiría honrado de volver a contar con sus servicios. ¡Una vez más, gracias a todos por todo!

Los soldados desenvainaron sus espadas y presentaron armas. Fue un espectáculo conmovedor, incluso desde mi posición detrás de la formación. Los civiles que íbamos en el equipo de suministros inclinamos la cabeza en señal de cortesía.

La multitud comenzó a clamar de nuevo. El éxito militar de Marius (en otras palabras, el éxito de la familia Eimoor) iba a ser bien conocido entre las altas jerarquías de la sociedad. El discurso de victoria de Marius era sólo la cereza del pastel. La noticia circularía rápidamente, trayendo bendiciones a los Eimoor en el futuro.

Como la expedición había llegado oficialmente a su fin, me despedí de Pops, Martin y Boris.

—¡Nos vemos! Pásate por el restaurante algún día —exclamó Sandro.

—Lo haré. Iré con mi familia —prometí despidiéndome de ellos.

No llevábamos ni una semana conociéndonos, pero aun así fue triste separarme de mis nuevos amigos.

Luego vino la señorita Frederica.

—Eizo, gracias por todo —dijo—. Has sido muy eficiente con tu trabajo y eso me ha ayudado mucho. Ah, y gracias también por el cojín.

Pensé que su bolso estaba más cargado ahora que antes—resulta que había metido el cojín entre sus pertenencias.

Si hubiera sabido que le iba a gustar tanto, me habría esforzado más en hacerlo.

—Señorita Frederica, estoy seguro de que usted también va a estar muy ocupada de aquí en adelante, pero asegúrese de comer y dormir bien —le dije—. La nutrición y el descanso son cruciales para las mujeres hermosas.

—Claro, sí. Lo tengo —dijo con una sonrisa entrañable.

Extendí la mano y le di unas palmaditas en la cabeza antes de que pudiera pensármelo mejor. A la señorita Frederica no pareció importarle, así que no me detuve, ni siquiera cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo. Al final, nos dimos la mano y cada uno siguió su camino.

Delmotte y Matthias estaban ocupados limpiando. No quería interrumpirles en plena labor, así que me despedí brevemente. No sabía si volvería a ver a Delmotte, pero Matthias trabajaba en la residencia de Eimoor, así que seguro que lo vería en el futuro.

A nuestro alrededor, los soldados se dedicaron a desempacar y trasladar provisiones. La multitud se había dispersado y el Marqués también había desaparecido.

Me sentí sacudido por el torbellino de actividad y despedidas. Fue entonces cuando uno de las guardias personales de Marius—en otras palabras, una sirvienta de su familia—vino a buscarme.

—Eizo, el Amo Marius me ha pedido que te acompañe a la residencia —ella dijo.

—Lo comprendo. Estaré a su cuidado —respondí. Lidy y yo seguimos a la sirvienta.

Era hora de unirme a las abejas obreras.

La sirvienta nos condujo por las calles del centro de la ciudad. Este vecindario no era ni la mitad de ruidoso que los situados más allá de las murallas interiores, pero seguía siendo bullicioso. Los ojos de la gente me ignoraban en favor de Lidy. Agradecí la invisibilidad.

Previamente, había recorrido esta parte de la capital en carro tirado por caballos, así que no había tenido la oportunidad de observar y apreciar lo que me rodeaba. Era agradable pasear sobre mis propias piernas y disfrutar de las vistas.

La mayoría de las residencias eran de piedra. Las calles eran laberínticas y a menudo demasiadas estrechas incluso para los caballos. Encima, los altos muros de los edificios lo dominaban todo. El trazado me recordó al de las ciudades japonesas construidas alrededor de castillos, donde las calles se habían trazado de forma confusa a propósito para protegerlas de las invasiones.

Por curiosidad, le pregunté a la sirvienta por la teoría de las calles laberínticas.

—Seguro que la defensa fue una de las razones, pero en realidad hay una explicación más sencilla —respondió.

—¿Oh? ¿Cuál es?

—Hoy en día, las murallas exteriores rodean la capital, pero hace mucho, mucho tiempo, este vecindario era toda la ciudad. La gente de entonces construía sus casas donde les daba la gana, y como resultado, el trazado no tiene ni ritmo ni sentido.

—Aaah. Y como era una buena forma de proteger la ciudad, el trazado se mantuvo igual incluso cuando se reconstruyeron los edificios —planteé la hipótesis.

—Exacto. Por si fuera poco, todos los que vivían aquí en aquella época procedían de familias pudientes y no habrían aceptado la incautación de sus tierras…o eso he oído.

Razones muy pragmáticas.

Por lo que me acababa de decir la sirvienta, llegué a la conclusión de que esta zona nunca había sido asolada por la guerra y quemada hasta los cimientos. Las tierras arrasadas en una batalla o una catástrofe no solían ser incautadas. Probablemente nunca existió un registro de propietarios, por lo que las reordenaciones se hacían sobre la marcha.

Seguimos caminando por las tortuosas calles hasta que, por fin, la sirvienta se detuvo ante una puerta metálica—probablemente la entrada de los sirvientes—y dijo:

—Por aquí.

Lidy y yo cruzamos la puerta y entramos en una pequeña habitación. Había una mesa en el centro y su tablero parecía sorprendentemente sólido. Las ventanas eran poco más que rendijas en las paredes.

Como pensaba, habíamos entrado por una puerta trasera.

Había un bisel decorativo en la abertura de la ventana, que se estrechaba desde la pared interior hasta la exterior—el efecto previsto de esta construcción era que resultaría más fácil lanzar una flecha dentro de la habitación.

La puerta que conducía al interior del edificio era gruesa y de metal, lo que me hizo pensar…

—¿Se construyó esta puerta para disuadir a los intrusos que entraran por la puerta trasera? —pregunté.

—Tienes buen ojo. Eso es precisamente cierto. No podíamos dejar esta entrada como un hueco en nuestras defensas —dijo la sirvienta con una sonrisa.

No esperaba menos, dado que la nobleza de la capital, o al menos los Eimoor, se habían distinguido por su destreza militar. Pero no sabía si debía alarmarme o impresionarme de que incluso los sirvientes hubieran recibido entrenamiento en estrategia y defensa.

Lidy y yo fuimos guiados a un salón en el que ya había estado una vez.

—Por favor, esperen aquí —nos indicó la sirvienta al retirarse.

Para ser un salón, la decoración de la habitación tendía a ser robusta y sencilla, lo cual era una bendición para un hombre corriente como yo. Me resultaba más fácil relajarme en este ambiente.

Aún no había hablado en detalle con Lidy sobre nuestra futura convivencia, pero como ya se había quedado con nosotros antes, ya conocía a todos los miembros de la familia y cómo vivíamos. Por ahora, pospuse esa conversación en beneficio de otra.

—Señorita Lidy, una vez que estemos de vuelta en la cabaña, ¿hay algo en lo que estés interesada? ¿Recolección de comida? ¿Carpintería? —pregunté.

—Jardinería, si es posible —respondió.

—Tenemos un pequeño huerto que puedes usar libremente. Si necesitas más espacio, te ayudaré a labrar la tierra.

—¿De verdad puedo? —preguntó con los ojos brillantes.

Asentí con la cabeza.

—Nos harías un favor. Rike y yo estamos ocupados con la herrería, y Samya y Diana con la caza y la recolección. Ninguno de nosotros sabe qué plantas podemos cultivar o hacer crecer…o realmente nada sobre plantas. Hemos dejado el huerto vacío por ahora.

Por eso lo único que había intentado cultivar era menta, que no requería muchos cuidados. Ahora que Lidy venía a vivir con nosotros, me alegraba de no haber intentado plantarla en el suelo.

—¡Si es así, estaré encantada de ayudar! —exclamó.

—Entonces te lo dejo a ti.

Con su ayuda, tendríamos dos métodos de abastecimiento de alimentos en el futuro: La caza y recolección de Samya y Diana, y la agricultura de Lidy. Por supuesto, los tomates no crecían de la noche a la mañana, así que durante un tiempo seguiríamos dependiendo de la carne y las bayas que Samya y Diana traían a casa. Incluso cuando las verduras empezaran a crecer, sería difícil alimentar a cinco personas a menos que hiciéramos algunas compras a Camilo.

Mientras discutíamos esto, Marius entró en la habitación con dos sirvientas. Se había quitado la ropa ornamentada y la armadura de antes en favor de algo cómodo.

—¿Les he hecho esperar…o les he interrumpido inoportunamente? —preguntó con una sonrisa burlona.

Me imaginaba que diría algo así nada más entrar.

—Ninguna de las dos cosas —respondí secamente.

—Estoy seguro de que ambos deben estar exhaustos. Me siento agotado, para ser honesto, así que haré esto rápido.

—Te lo agradecería —dije.

—Primero, quiero agradecerte toda tu ayuda —inclinó la cabeza, un movimiento que habría causado conmoción si hubiéramos estado en público. Un conde no debería bajar la cabeza ante un herrero cualquiera. Pero en la intimidad de su casa, podía hacer lo que quisiera.

—Y todavía tengo que compensarte adecuadamente por tu trabajo, Eizo.

—Aaah —era cierto. Había aceptado unirme a la misión por la promesa de una recompensa.

Si cualquier otro noble me hubiera hecho la misma petición, la habría rechazado (si me lo hubieran permitido). Una petición del Marqués habría sido otra historia.

—Esto es lo que te debo, según el contrato —dijo Marius, señalando a uno de sus sirvientes que trajo un saco de cuero, un documento y una pluma.

El saco estaba lleno de monedas de plata, casi suficientes para una pieza de oro. A los soldados no les habrían pagado tan bien por el mismo tiempo, así que las reparaciones ya debían de estar contempladas.

—Parece correcto —dije antes de meter el saco en mi propia bolsa.

El documento era la prueba de que me habían pagado. También estaba la firma de la señorita Frederica, que la designaba como responsable. Firmé con mi nombre.

Mañana, esta página se convertiría en un grano de arena en la montaña de papeleo que la señorita Frederica tendría que escalar. Su cara cuando luchaba con su trabajo flotó en mi mente, superponiéndose a la imagen de una ardilla comiendo una bellota. En silencio, le deseé buena suerte.

Le devolví el documento a Marius, que le echó un vistazo y se lo pasó a la sirvienta.

Ya está. ¡Por fin he terminado con el trabajo!

O eso creía, pero parecía que Marius aún no había terminado.

—Y ésta es tu recompensa por haber luchado en la batalla y la comisión por las reparaciones —dijo.

La segunda sirvienta me entregó otra pequeña bolsa de cuero. La sostuve en la mano y me di cuenta de que era sorprendentemente pesada teniendo en cuenta su tamaño.

Había monedas de oro apretadas en su interior.

—Espera un momento. ¿Qué se supone que es esto? —protesté.

—Cómo puedes ver, es dinero —respondió con amabilidad.

—No, entiendo que… —me refería a la cantidad.

¿Cómo demonios se había calculado esa suma?

—Esto no puede estar bien —insistí—. No por un poco de trabajo de reparación y un viaje a la cueva.

Los labios de Marius se torcieron en una sonrisa seca.

—Para un hombre que insiste en que nunca haría un trabajo gratis, sí que eres quisquilloso cuando se trata de aceptar oro cuando te lo ofrecen.

—No puedo aceptar dinero que nunca acordamos.

—A nadie le gusta un artesano que es un dolor de cabeza —se burló Marius.

—Pues así soy yo.

—Ah, es verdad, ¿cómo olvidarlo?

Los dos nos reímos.

—No seas tan desconfiado. Los números cuadran —dijo Marius.

—¿En serio?

Marius asintió.

—¿Recuerdas el otro asunto que te encargué?

¿Hm? Ah, la réplica de la reliquia. Debe estar dándole vueltas al tema desde que Lidy está aquí.

—Cierto, sí, lo recuerdo.

—Sólo pude darte una recompensa porque habría parecido sospechoso que moviera tanto dinero. Pero esta vez, tengo la excusa perfecta para recompensarte cómo te mereces —dijo—. El resto de lo que deseaba darte está ahí. Así que, como te dije, los números cuadran.

—Ya veo —Marius sentía que me debía más de lo que me había pagado originalmente y ahora estaba compensándolo. Decidí no seguir indagando en su plan. El hombre era demasiado sincero. Todo esto, incluso después de haberme pagado más por el gran pedido de espadas cortas, con la excusa de que había sido un pedido urgente. Teniendo en cuenta todas las molestias que se había tomado para hacerme llegar esas monedas, no podía rechazarlas.

—Aceptaré tu generosidad por esta vez —dije finalmente.

—Por favor, hazlo. No es más de lo que te mereces —respondió Marius.

Metí el saco en el bolso. Nadie supondría que un tipo viejo y curtido como yo llevara dinero suficiente para pagarse todos los placeres de la vida.

—Eso es todo lo que necesitaba hablar contigo —dijo Marius—. ¿Te vas a casa, Eizo?

—Sí. No tengo ningún otro asunto que tratar aquí —respondí.

—Pero no podrás irte esta noche, ¿verdad?

—Sí, tendremos que buscar alojamiento.

Lidy y yo podríamos haber vuelto al bosque esta noche si nos hubiéramos esforzado, pero no había razón para precipitarse. Encontraríamos un lugar para pasar la noche (en dos habitaciones separadas, por supuesto) y partiríamos mañana temprano. Incluso a pie, podríamos llegar a casa antes del final del día.

—En ese caso, pueden quedarse aquí —ofrece Marius—. Hay muchas habitaciones para invitados. Podemos seguir hablando durante la cena.

Ya estábamos aquí, así que pensé que también podríamos hacerlo. Me preocupaba si Lidy se quedaría a gusto en una posada, así que decidí aceptar la amable oferta de Marius.

—Gracias. Entonces te importunaremos por esta noche —le dije—. Señorita Lidy, ¿qué le parece?

—No tengo ninguna objeción —respondió con un movimiento de cabeza—. No estoy muy familiarizada con estos vecindarios.

—Muy bien. Vamos a instalarlos en sus habitaciones —Marius hizo un gesto a las dos sirvientas, que inclinaron la cabeza en señal de reconocimiento.

—Por favor, vengan por aquí —dijo una de las sirvientas.

Las dos, ambas mujeres, nos condujeron fuera de la habitación. Con mis trampas deduje que ambas tenían entrenamiento en artes marciales. Un pretencioso que quisiera dominar a un blanco fácil se encontraría tumbado de espaldas en un abrir y cerrar de ojos si intentaba atacar a estas dos.

La familia Eimoor: no es gente con la que se pueda jugar.

El pasillo por el que avanzamos no era ni llamativo ni austero. Daba una clara impresión de rectitud y honorabilidad. Lidy y yo fuimos guiados a habitaciones separadas.

—Subiré pronto con agua caliente. Por favor, relájate mientras tanto —me dijo la sirvienta.

—Sería estupendo. Gracias.

Durante la expedición, sólo habíamos podido limpiarnos con paños húmedos. Enjuagarse con agua caliente frente a agua fría era un nivel de comodidad totalmente distinto. En Japón, había un tipo de baño llamado goemon buro en el que la bañera se calentaba directamente con fuego desde el fondo, como un caldero.

Quizá debería construir uno para la cabaña.

Me dieron agua caliente y una muda de ropa—un atuendo sencillo que podía ponerme sin ayuda de nadie—y eso fue todo lo que necesité para sentirme refrescado. La sirvienta se ofreció a lavarme la ropa, oferta que acepté con gusto; debería estar seca por la mañana.

Me acosté en la cama—llevaba tiempo sin dormir en algo tan blando. Aquellos carros habían sido realmente incómodos para viajar, y mi cuerpo estaba destrozado por el largo viaje.

Había dos formas principales de sistemas de suspensión que había visto en este mundo: o el carro estaba suspendido del armazón por cadenas, o por correas de cuero. Esperaba que Camilo pudiera divulgar las virtudes de la suspensión de ballestas por todo el mundo, en beneficio de Marius, los soldados y el equipaje.

Ahora que estaba en una cama cómoda, mi mente empezó a aletargarse y pronto me sumí en la oscuridad.

—…est…Maestro…levántate. ¡Maestro Eizo!

Me desperté mientras mi cuerpo era mecido.

¡Justo cuando por fin estaba durmiendo!

Perturbado, agarré lo que me sacudía.

Un agudo chillido de sorpresa me hizo volver en mí. Mis ojos se abrieron y me asomé a la mirada de uno de las sirvientas de los Eimoor. Agarraba su mano, que estaba sobre mi hombro.

Cuando la niebla del sueño se disipó en mi cerebro y comprendí lo que había ocurrido, solté el agarre apresuradamente.

—¡L-Lo siento mucho! —me disculpé.

Ella sonrió amablemente.

—No pasó nada—sólo me sorprendió. Por favor, no le des demasiada importancia.

—¿Cuánto tiempo he estado durmiendo?

—Alrededor de una hora, creo. Después de dejarte, hice los preparativos para la cena. He venido a informarle de que ya está lista.

—Podrías haberme torcido la muñeca —dije—. Me habría despertado enseguida.

Se rio disimuladamente.

—Si fueras un patán, lo habría hecho sin dudarlo, Maestro Eizo.

Luego, extendió una mano y dijo:

—Discúlpeme, por favor —antes de proceder a arreglarme el cabello.

Después, me levanté de la cama y la seguí hasta el comedor.

La cena fue íntima, sólo Marius, Lidy y yo. Nuestra conversación giró naturalmente en torno a los relatos de nuestro viaje. Yo conté lo que había pasado en la cueva, Lidy añadió algún que otro detalle y Marius escuchó atentamente.

Marius también contó algunas historias sobre su experiencia como comandante. Había estado a cargo de toda la logística: ¿Qué cantidad de suministros se necesitaba? ¿Dónde había que tratar a los soldados heridos y dónde podían recuperarse? Por supuesto, tenía comandantes para cada unidad individual, pero Marius había supervisado los movimientos de las fuerzas en su conjunto. Incluso con Leroy dirigiendo parte de las tropas, Marius tenía la última palabra.

Nuestra misión esta vez había estado bien definida, y nuestros enemigos se habían concentrado en una fortaleza, pero Marius explicó que una batalla contra demonios u otros humanos no habría sido tan predecible.

Seguro que las élites también lo tienen difícil…

La guerra era una constancia fija en el mundo; era difícil evitar los caprichos del conflicto. Esperaba que Marius se convirtiera en un líder célebre que hiciera todo lo que estuviera en su mano para que todos, aunque fuera una persona, saliera sana y salva de la batalla (incluido él mismo).

 

◇ ◇ ◇

 

A la mañana siguiente, me levanté y empecé a hacer las maletas. Habían pasado diez días desde que me fui y ahora volvía a casa.

Tras haber tomado la decisión de irme hoy, estaba impaciente por volver con mi familia lo antes posible. La cabaña que compartía con ellas ahora me parecía el lugar al que pertenecía.

Marius nos invitó a desayunar, pero le dije que descansara, sabiendo que debía de estar aún más agotado que yo. Como sustituto de su compañía (¿era grosero decirlo?), pedí unirme a los sirvientes para desayunar.

No sabía dónde comían los sirvientes, así que planeé quedarme fuera de mi habitación, listo para que me guiaran. Cuando salí al pasillo, encontré a Lidy ya esperándome.

—Buenos días, señorita Lidy.

—Y a ti, Eizo.

Una vez que llegáramos a casa, Lidy se convertiría en una más de la familia…lo más probable. Todavía tenía que hablar con las otras tres, pero no esperaba ninguna resistencia. Nuestra familia de cinco miembros era diversa en cuanto a raza y procedencia. El hecho de que todos compartiríamos nuestros rituales matutinos y rezaríamos en la kamidana me llenó de una alegría sin igual.

Mientras Lidy y yo charlábamos, un sirviente vino a guiarnos—era Bowman. Era uno de los sirvientes de mayor rango de la casa y destacaba por su complexión robusta.

—Buenos días, Bowman —le dije.

Me miró sorprendido por un momento antes de devolverme el saludo.

—Buenos días, Maestro Eizo, Lady Lidy. Debo decir que no esperaba que recordaras mi nombre.

Ciiierto. Normalmente, la gente no recordaba los nombres de sus sirvientes. Pero, aunque tengo apellido, en realidad no soy de la nobleza.

—Tú me lo dijiste, así que por supuesto que lo recuerdo. Sería de mala educación no hacerlo, ¿no crees?

—En absoluto, Maestro Eizo.

Su actitud respetuosa tenía sentido, dado que yo era amigo del jefe de la casa. Pero, en público, yo no era más que un herrero de mediana edad. Intenté que Bowman se desentendiera de su actitud cortés mientras Lidy y yo le seguíamos hasta el comedor donde comían los sirvientes.

Todos desayunaban juntos en el salón, a menos que tuvieran otro trabajo o el día libre, pero incluso los sirvientes de vacaciones solían levantarse temprano y unirse a la comida. En resumen, la asistencia era casi perfecta.

Los Eimoor no eran una casa grande, pero seguían siendo una familia comital, así que casi una docena de personas comían en el salón. También vi una cara conocida de la campaña—Matthias, el cuidador de los corceles de la familia, estaba ayunando con todos los demás.

El rumor de que yo era un noble trabajando como herrero había circulado entre el personal. Me trataban como a un inocente joven heredero que quería visitar una hamburguesería por curiosidad, un tema familiar de mi vida anterior. Hice lo que pude por ignorarlo.

A petición de una de las jóvenes sirvientas, hablé de la expedición. La familia Eimoor debía de ser un imán para las marimachos, porque a ella le interesaba más oír hablar de la batalla final en la cueva que de la vida en el campamento.

—La cueva estaba negra como la brea. No podía distinguir al comandante de ningún otro soldado —les conté.

Aunque todos los presentes eran empleados de los Eimoors, seguía ocultando que fui yo quien mató al hobgoblin. Lidy parecía insatisfecha, pero creo que entendía por qué mantenía en secreto la magnitud de mi participación.

Lidy y yo decidimos irnos justo después del desayuno para no ser una carga para los sirvientes, pero Bowman dijo que era parte de su trabajo despedirnos como era debido.

Fue entonces cuando apareció un invitado sorpresa.

—Vaya, vaya, pero si es Camilo —dije.

—Me alegro de verte —contestó, saludándome—. Ayer vine aquí por negocios y me enteré de que las tropas de subyugación habían regresado. Así que envié a un hombre para ver si ibas a casa hoy y querías que te llevara. Me dijeron que saldrías en cualquier momento y me apresuré a venir lo más rápido que pude.

—Siento haberte hecho desviarte de tu camino. Pensábamos volver a pie —le dije.

—¿Vamos juntos? —me ofreció.

—Aceptaré encantado tu amable propuesta.

Las relaciones de uno eran los mayores tesoros de la vida. Me alegraba de tener como amigos tanto a Camilo como a Marius.

Lidy y yo acabábamos de subir al carro de Camilo cuando Marius, que se había despertado justo a tiempo, vino corriendo a despedirnos.

—¡Hasta pronto! —grité.

—Cuídate, Eizo —dijo agitando la mano. Bowman y las demás sirvientas también habían salido de la casa.

Y con esa despedida, nos fuimos.

El carro de Camilo atravesó las calles, recorrió la ciudad exterior y salió de la capital por las puertas principales. Habiendo viajado antes en el carro de Camilo por los mismos caminos, el paisaje me resultaba muy familiar. Al alejarnos de la ciudad, me giré para echar un último vistazo a las murallas exteriores, el castillo y la cadena montañosa que lo rodeaba todo.

Me pregunto cuándo será mi próxima visita. La próxima vez quiero pasarme por el restaurante de Pops.

En el horizonte se vislumbran nubes gordas y cargadas de lluvia. El blanco del cielo contrastaba con el verde de las llanuras. El paisaje era tal como lo recordaba.

En el camino, Camilo tomó su turno pidiendo historias sobre la expedición. Como había hecho con todos los demás, guardé silencio sobre la muerte del hobgoblin, pero Camilo probablemente podría adivinar la verdad incluso sin que yo dijera nada. No obstante, nunca haría nada que pudiera dañar la reputación de los Eimoor.

A la entrada del Bosque Oscuro, bajamos del carro y nos despedimos de Camilo. Lidy y yo nos adentramos en el bosque, y yo me alegré de estar de nuevo en territorio conocido.

Vimos alguna que otra ardilla trepando por los árboles. Era una descortesía admitirlo, pero me recordaban a la señorita Frederica.

Espero que no nos encontremos con ningún lobo u oso…

A medio camino de casa, oímos el sonido de algo que se dirigía hacia nosotros, y rápido. A juzgar por el ruido, aquella estampida no estaba corriendo por la zona por casualidad—sino que se dirigía directamente hacia nosotros.

Desenvainé mi espada corta y mantuve la mirada fija en lo que se acercaba. Los pasos eran rápidos y uniformes, y la maleza no los impedía.

Repentinamente, nuestro posible agresor salió de entre las sombras.

Orejas rayadas. Una cola. Rostro y figura humana.

—¡Samya! —exclamé, envainando mi espada. La tensión me abandonó y enseguida me sentí exhausto.

Samya chocó contra mí y empezó a golpearme el pecho con los puños. No estaba usando toda su fuerza, pero aun así dolía.

—Ay, ay, ay —protesté—. ¿Por qué me pegas?

—Está haciendo pucheros —comentó una voz desde más lejos. Era Diana—. O mejor dicho, no sabe cómo reaccionar —Diana miró a Lidy y la saludó con la cabeza. Krul venía detrás.

Sin palabras, agarré suavemente los puños de Samya con las palmas de las manos.

—¿Has salido a cazar? —pregunté.

—Sí… —dijo Diana con exasperación—. A mitad de camino, Samya dijo: “Huelo a Eizo”, y de repente salió corriendo.

Me di cuenta de que la respiración de Diana era bastante regular a pesar de haber corrido tras Samya por el bosque. Su resistencia estaba aumentando, pero eso no era lo importante ahora.

—Entonces, ¿no sabe cómo reaccionar? —pregunté, repitiendo las palabras de Diana—. ¿A qué te refieres?

—Has estado fuera mucho tiempo. Se alegra de verte, pero no sabe cómo hacer que la mimes —explicó Diana.

Samya se quedó paralizada durante una fracción de segundo y luego me dio un fuerte puñetazo en las palmas de las manos.

—¡Ay! —grité.

—¡Hmph! La próxima vez, será mejor que vengas antes a casa —Samya se negó a decir nada más después. Giró sobre sus talones y comenzó a alejarse.

Rumbo a casa.

Mientras caminábamos, acaricié a Krul en la cabeza. Como los había interrumpido en medio de su cacería, le pregunté a Diana:

—¿Volver a casa no es un problema?

—Todavía tenemos carne de una cacería anterior. Puede esperar hasta mañana.

—Bien.

Honestamente, si nuestras posiciones se hubieran invertido y yo hubiera sido el que esperaba a que Samya volviera a casa, también habría dejado a un lado mi trabajo para darle la bienvenida en el momento en que regresara. Decidí dejar de ser testarudo y disfrutar del tiempo con mi familia.

—¡No camines tan rápido! —le grité a Samya.

—Bien, bien —dijo ella, ralentizando el paso.

—No importa lo que ella diga, la señorita Lidy no está tan acostumbrada al ambiente del bosque —dijo Diana, metiendo a Lidy en la conversación.

Probablemente ya era obvio tanto para Diana como para Samya por qué Lidy había vuelto conmigo.

—No, es que no… —empezó a decir la señorita Lidy. Probablemente iba a protestar diciendo que no era a los bosques en general, sino al Bosque Oscuro a lo que no estaba acostumbrada. Sin embargo, Samya la interrumpió antes de que pudiera terminar.

—¡Dijiste que no nos apresuráramos, pero el sol se pondrá si seguimos perdiendo el tiempo! ¡Vamos! ¡Tú también, Lidy! —Samya ordenó. Ya estaba tratando a Lidy como de la familia, así que definitivamente había adivinado lo que estaba pasando.

—¡Ya voy! —Lidy respondió, su voz brillante de felicidad.

Y así, los cinco emprendimos el camino de vuelta a casa.

Había llegado a pensar que el bosque era mi patio trasero. Cada vez que pasaba junto a un árbol que reconocía, me invadía un sentimiento de vuelta a mi hogar. No era sólo Samya la que se ponía sentimental con nuestro reencuentro.

Pronto llegamos a la cabaña. Abrí la puerta principal y oí un ruido sordo en la forja, seguido de un golpeteo de pasos. Entonces, la puerta del taller se abrió y apareció Rike. Debió de ir corriendo a ver por qué Samya y las demás habían vuelto tan pronto.

—¡Sa— Jefe! ¡Bienvenido a casa! —exclamó Rike con sorpresa. A diferencia de Samya, no hizo ningún movimiento para atacarme o pegarme…no es que esperara que lo hiciera.

—Sí, estoy en casa —el peso de las palabras me golpeó mientras las decía.

Por fin estaba donde debía estar.

Y aparte de unas pequeñas heridas, había regresado con ellas sano y salvo.

Ojalá pudiera decir lo mismo después del próximo viaje, y del siguiente.

Esta era mi preciosa oportunidad de una segunda vida. No podía desaprovecharla.

Dejé las maletas y reuní a todos en la mesa. Mirándolos uno por uno, les dije:

—Ahora, como pueden ver, no he vuelto solo…pero todos conocen a mi compañera. La señorita Lidy se unirá a nuestra familia. Luego les explicaré todo, pero espero que acepten que se quede.

En la (muy, muy, muy) remota posibilidad de que uno de ellas odiara la idea, no tenía un plan alternativo… Así que con esa posibilidad carcomiéndome, miré a los ojos de Samya, Rike y Diana por turnos.

Todas sonreían con una mezcla de cariño y exasperación.

—Sabía que esto iba a pasar —alardeó Samya.

—El Jefe seguirá siendo el Jefe —dijo Rike.

—Es muy propio de ti, Eizo —siguió Diana.

Me molestó la forma en que expresaron su aprobación, pero me alivió que nadie se opusiera.

—Bienvenida, señorita Lidy…no…espera.

Ahora era una más de la familia. Por supuesto, era de sentido común que había que tratar a los amigos y a la familia con respeto, igual que a un invitado o a cualquier otra persona…pero llamarla “señorita” era un poco rígido para nuestra familia. Ese no era el estilo de la Forja Eizo.

Samya, Rike, Diana y yo coreamos juntas:

—¡Bienvenida, Lidy, a Forja Eizo!

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