Death March kara Hajimaru Isekai Kyusoukyoku (NL)

Volumen 18

Capitulo 7: La Expedición de Pochi y Tama

Parte 3

Pero una chica consiguió moverse.

“¡L-Lección de la Srta. Nana! ¡M-Mantén siempre la vista en tu oponente!”

Gritó Sherin con voz temblorosa para darse valor.

Con su pequeño escudo, logró bloquear el ataque de la pequeña mantis.

Fue suficiente para hacer retroceder a su menuda figura, pero detuvo los movimientos de la pequeña mantis el tiempo suficiente para que los otros cadetes la derribaran.

“¡Lección de la Srta. Lulu! Incluso si te caes, ¡vuelve a levantarte!” Sherin se levantó tambaleándose y volvió a preparar su escudo.

La pequeña mantis había conseguido abrirse paso entre los cadetes y acercarse, pero Sherin se mantuvo firme con su escudo, incluso mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

“¡Deténganlos, luego barran sus paras inferiores!”

Sherin usó su espada corta para barrer las patas medias de la pequeña mantis.

Se tambaleó hacia atrás, y los otros cadetes descendieron sobre la mantis, con la Srta. Marion llegando justo a tiempo para asestar el golpe final.

“Huff… huff… ¡Srta. Lulu, Srta. Nana, lo hice…!”

Sherin se desplomó en el suelo cuando el miedo y el cansancio acabaron por vencerla, pero su rostro, lleno de lágrimas, estaba lleno de orgullo.

“¿Très bieeen?”

“¡Eso fue realmente genial, sir!”

Tama y Pochi elogiaron los esfuerzos de Sherin desde lo alto de la roca.

Con el duro trabajo de los chicos, las pequeñas mantis pronto empezaron a retirarse.

“Parece que ahora huyen despavoridos.” “¡Woooo! ¡Ganamooooos!”

Barry y sus amigos gritaron triunfantes.

La Srta. Marion, que probablemente había sido la que más había trabajado de todas, se desplomó sobre su espalda con cansancio y alivio.

“¿Ganamos, ganamoooooos?”

“¡La enfermera Pochi está aquí, sir!”

Tama y Pochi, que llevaban brazaletes de paramédico, se apresuraron a atender a los estudiantes y cadetes heridos, repartiendo pociones de resistencia y caramelos de sal para recuperar calorías y electrolitos, aplicando vendajes, etc.

Las vendas estaban impregnadas de pociones mágicas diluidas para detener eficazmente las hemorragias y desinfectar las heridas.

Satou les había dado las pociones, versiones diluidas de su brebaje personal, para que las repartieran en caso de emergencia.

Una vez terminados los primeros auxilios, Tama y Pochi volvieron a la cima de la roca.

“Maldición, están corriendo como el demonio. Ya ni siquiera pueden verse.”

“Sí, cierto…”

Cuando Barry le dio un codazo a su ayudante, éste frunció el ceño de repente.

“… ¿Por qué corrieron a una parte del bosque diferente de dónde vinieron?”

“¿Quién sabe? Quizá su líder se fue por ahí.”

Barry se encogió de hombros ante la pregunta de su ayudante sin pensárselo dos veces.

“¿Segunda rondaaaaa?”

“La segunda oleada está a punto de llegar, sir.” Tama y Pochi informaron desde arriba. “¿Segunda…?”

La Srta. Marion levantó la vista para ver hacia dónde apuntaban Tama y Pochi, volviéndose hacia la dirección en la que había aparecido el enjambre.

“¡Mantis soldados!”

La profesora gritó al ver surgir un monstruo mucho más peligroso.

El entrenamiento militar estándar enseñaba que derrotar a un soldado mantis requería varios caballeros de pleno derecho o un escuadrón entero de soldados.

Si realmente se jugara la vida, la Srta. Marion sólo podría derrotar a una o dos en el mejor de los casos. Trabajando con los estudiantes de la escuela de caballeros, podrían ser capaces de derribar a cuatro.

Pero fueron ocho mantis soldados las que aparecieron del interior del bosque.

Incluso si todos evacuaban a la cima de la roca, no se sabía cuántas vidas se perderían antes de que llegaran los refuerzos.

“Aunque quizá sea mejor que no viva para ver cómo acaba…”

La Srta. Marion envió a los cadetes a retirarse a lo alto de la roca y mantuvo en tierra sólo a los mejores luchadores entre los alumnos, trasladando al resto a las escaleras.

Las mantis soldado invadieron el claro y sus ojos compuestos se fijaron en los estudiantes.

La mayoría de ellas no parecían considerar a los estudiantes como una amenaza; todas menos una se dedicaron a devorar los cadáveres de las mantis pequeñas.

“¿Canibalismo…?”

“Las pequeñas mantis deben haber estado huyendo de ellas.” Algunos estudiantes susurran entre ellos para disipar el miedo. “¡Ya vienen! ¡Concéntrate!”

La única mantis soldado que no se interesó por los cadáveres cargó hacia los estudiantes.

“¡Viento, golpea a mi enemigo…! ¡¿No funciona?!”

El Disparo de Viento de la Vara de Viento de la profesora rebotó justo en el caparazón de la mantis soldado, ralentizándola sólo un instante antes de reanudar su carga.

Sólo eso bastaba para demostrar que era mucho más peligrosa que las mantis pequeñas.

“¡Maldita sea…!”

La Srta. Marion golpeó a la mantis con su espada para repelerla, pero ésta le lanzó sin miedo su pata delantera en forma de guadaña.

“¡Escudo del Caballero!”

El robusto escudo de acero del caballero fue atravesado de un solo golpe por la garra en forma de pico de la mantis, para horror de los estudiantes que lo observaban.

Apartó el escudo empalado con una guadaña y utilizó la otra para acribillar a la Srta. Marion.

“¡Gah!”

Marion utilizó su espada para desviar el golpe, pero la hoja se dobló por la fuerza y se le cayó de las manos. Los alumnos gritaron mientras su maestra caía al suelo.

“Estamos en problemas. ¿Qué hacemos, Barry?” “¿Eh? ¿Qué hacemos?”

Barry, que se suponía que era el líder del equipo, sólo repitió la pregunta presa del pánico.

“¡Vanguardia, preparen sus escudos!”

Aproximadamente la mitad de los estudiantes obedecieron la orden del ayudante.

La otra mitad tartamudeaba cosas como “P-Pero si se van a romper como si fueran de papel” y se escondía detrás de sus camaradas.

Mientras la mantis soldado los miraba fijamente, a Cyna le pareció que el monstruo se burlaba.

“¡Aquí viene!”

La mantis soldado pisoteó a los estudiantes con facilidad.

Todavía no se había perdido ninguna vida, pero había demasiados moratones, huesos rotos y cortes para contarlos.

“Vamos a morir. Todos vamos a morir…”

Barry se encogió detrás de sus amigos, con los ojos hundidos. “¡Barry! ¿Cuáles son tus órdenes? ¡Se supone que eres el líder del

equipo!”

“¡Hazlo tú! Me retiro como líder. Eso es todo, voy a escapar mientras todos ustedes pelean… No, espera. Eso se vería mal. ¡Ya sé! Buscaré ayuda. No voy a huir. Voy a denunciar esta situación.”

“¡¿Qué demonios estás diciendo?!”

“¡Soy demasiado importante para morir aquí, eso es lo que pasa!”

El ayudante agarró a Barry del brazo y éste lo apartó de un golpe con su espada.

“Tú…” El ayudante se quedó mirando la sangre que goteaba de su mano. Barry le ignoró y huyó tan rápido como pudo.

“¡Espera, Barry…!” “¡Llévame contigo!”

Los secuaces de Barry empezaron a correr tras él, y algunos estudiantes le siguieron.

Las mantis soldado miraron hacia ellos por un momento, pero no parecieron preocuparse lo suficiente como para perseguirlos.

“¡Maldita sea…! ¡Tendremos que proteger a todos por nuestra cuenta!”

“¡Sí, señor!”

Los alumnos restantes parecían al borde de las lágrimas mientras respondían al grito del ayudante.

“A este paso, nos matarán a todos…”

Mirando la batalla desde lo alto de la roca, Sherin apretó el puño cuando oyó el susurro de Cyna.

Bajó corriendo las escaleras hasta donde estaban las maletas de la profesora, en la base de la roca, y sacó la herramienta mágica para amplificar la voz.

“¡Guardias, sé que me están vigilando! ¡Por favor! ¡Vengan a salvar a todos!”

Pero incluso después de que Sherin gritara con la herramienta mágica, los vigilantes en las sombras del bosque no se movieron.

Estaban seguros de que este ataque de monstruos era obra de los rebeldes del Ducado de Vistall que iban tras Sherin. Suponiendo que su objetivo era secuestrar a Sherin mientras los monstruos mantenían ocupado al grupo, estaban esperando para acorralar a los secuestradores en cuanto aparecieran. Para estos hombres, su misión debe ser más importante que la vida de los demás.

“Por favor… alguien, cualquiera, ayúdenos…” Suplicó Sherin desde el fondo de su corazón. “¿Okey-dokeeey?”

“Entendido, sir.”

Tama y Pochi, que habían seguido a Sherin escaleras abajo junto con Cyna, saludaron.

Al parecer habían estado conteniéndose todo este tiempo para que Sherin no suspendiera.

“¡Tama! ¡Pochi! ¿Pueden hacer eso?” “¿Pero por supuestoooooo?”

“Fácil-fácil, sir.”

Tama y Pochi se dispusieron a sacar las espadas de sus mochilas de hadas, pero se dieron cuenta de que se habían dejado las mochilas encima de la roca y se agitaron presas del pánico.

Luego recogieron unas espadas que habían dejado caer los alumnos que huían y adoptaron una pose engreída como si no hubiera pasado nada.

“… ¿Están segura de que estarán bien?” “¡Aye!”

“¡Por supuesto, sir!”

Las dos tranquilizaron a Cyna, que parecía preocupada. Pochi miró a Tama con expresión tensa.

“Tama, treinta por ciento, sir.” “Aye.”

Tama y Pochi pulsaron los botones de los brazaletes limitadores de poder que llevaban en la muñeca.

Diseñados originalmente para poder jugar con los niños en Ciudad Laberinto sin preocuparse de hacer daño a nadie, estos brazaletes se habían ido perfeccionando gradualmente, hasta el punto de que podían ajustarse a cuatro niveles de poder diferentes.

Estaba en porcentajes en lugar de un más simple de entender “apagado, bajo, medio, alto” debido a la obsesión de Arisa con un manga de batalla en particular cuando era joven.

Desplegando una pequeña cantidad de todo su poder, Tama y Pochi corrieron hacia los monstruos.