Tate no Yuusha no Nariagari (NL)
Volumen 2
Epílogo: Como un Escudo…
―Sí, fue una maldición.
Regresamos a la aldea y fuimos rápidamente con el doctor para ver si podíamos conseguir un tratamiento para Raphtalia.
―Además es muy fuerte. ¿De verdad el dragón de la montaña poseía una maldición tan poderosa?
―Bueno… no… En realidad…
No estaba seguro de si debería ser honesto sobre lo que ocurrió. Me sentía perdido.
―Sí, accidentalmente permití que la carne del dragón me tocase y me quemó de esta forma…
Raphtalia habló y me miró a los ojos como para confirmar que sería nuestro secreto.
―¿Puedes hacer algo por ella? Pagaremos lo que necesites.
Raphtalia era una chica. No se merecía tener que vivir cubierta de esas oscuras y horribles cicatrices.
―Bueno, hay una cosa…
El doctor entró en su cuarto y regresó con una botella llena de un líquido transparente.
―Esto es muy fuerte… aunque no sé si la curará.
―¿Qué es?
―Agua bendita. Las maldiciones se eliminan mejor con poder sagrado…
―Oh…
El Escudo de la Ira no solo hacía daño a sus víctimas, sino que también maldecía sus heridas de forma que no pudieran curarse. Cada vez me parecía que era más peligroso. Estaba imbuido con un contraataque que no distinguía entre enemigos y aliados.
Miré el árbol del escudo y no había progresado en absoluto. Solo lo utilicé durante poco tiempo, pero ahora sabía que no podía desbloquear ese escudo.
―Empaparemos estas vendas con agua sagrada por ahora…
Hizo eso, y después cogió los vendajes mojados para envolverlos alrededor de las cicatrices oscuras de Raphtalia.
―No puedo decir con seguridad si esto funcionará… De ser posible, debería ir a una gran ciudad y conseguir algo de agua bendita hecha por la iglesia.
―¿Cuánta necesitaremos para curarla?
―Honestamente… la maldición es muy fuerte. No sé si puede curarla… ¿cómo lo hizo el dragón…?
Había sido yo… Era por mi culpa. Pero al parecer la maldición era lo bastante fuerte como para que la gente creyese que había sido impuesta por un dragón.
―Emm… ¿Cuánta medicina has hecho?
―Solo he hecho un poco. Querido Santo, por favor, ayude a los enfermos.
―Claro.
Dejé a Raphtalia con el doctor y fui al edificio que estaba lleno de gente enferma.
Se podía decir que la medicina había sido hecha por un profesional. Curó completamente la enfermedad de la que yo había sido incapaz de encargarme con mi propia medicina.
Miré a los pacientes del edificio durmiendo profundamente y me sentí aliviado. Quería fuerza… Quería ser lo suficiente fuerte como para no tener que depender de ese escudo. ¡Quería ser capaz de curar a las personas, no maldecirlas! Fue debido a mi debilidad. Eso fue el origen de todo. Odiaba mi debilidad.
Filo había sobrevivido; ella estaba bien, pero llegaría el momento en que eso dejara de ser así, en el que me necesitaría. Cuando despareció de delante de mis ojos, me perdí completamente a mí mismo.
Dejé que el pensamiento permaneciera en mi mente. Esto no era un juego. Si alguien muere, no volverá a la vida. Me encontré a mí mismo mirando fijamente al cementerio detrás del edificio.
Ellos me traicionaron… ¡me engañaron! Esa era incluso más razón para que yo… protegiese a la gente que creía en mí.
Volví con el doctor y encontré a Raphtalia allí sentada, envuelta en vendas. Me disculpé.
―Lo siento.
―Está bien.
―Pero yo…
―Tenía miedo de que me abandonaras… de que te alejases de mí.
―¿Qué?
―Ese poder quería llevarte a algún lugar lejano. Eso es lo que sentí al fin y al cabo. Pero fui capaz de detenerte, de mantenerte aquí, así que estos rasguños son un precio justo a pagar.
Sonrió y sentí una afilada punzada de emoción.
Tenía que protegerla. TENÍA que hacerlo. Me decidí a no perder nunca contra ese escudo. Y entonces… me di cuenta de que huir de la pérdida… que huir de la pérdida era en sí una forma de perder.
―Raphtalia… Saltaste a la batalla para evitar eso, ¿verdad?
―¿Qué?
―Cuando luchamos contra el dragón, te ordené que te retirases. Pero si lo hubieras hecho, no habrías podido protegerme.
Estaba equivocado. Solo proteger… solo huir… no sería suficiente. Todo lo que yo podía hacer era proteger. Pero… pero mientras yo fuera el encargado de protegerlas, tendría que asegurarme de que los enemigos fuesen derrotados… Así no perdería a mis amigos.
Todo esto… todo este dolor se debía a que quería huir de la pérdida.
―¡Estás equivocado! Yo… corrí hacia ti, para satisfacer mis propios deseos.
Raphtalia se inclinó hacia adelante y rechazó mi teoría con vehemencia.
―Valentía y temeridad no son lo mismo. Yo he sido temeraria, y tú seguiste intentando reprimirme para protegerme… Pero yo… pero yo…
Sin pensar siquiera en ello, estiré la mano y acaricié su mejilla. Una lágrima corrió por mis dedos.
―Al igual que valentía y temeridad son diferentes, también lo son prudencia y cobardía. Tú no eres cobarde. Nadie puede proteger a un cobarde.
Yo quería llevar la carga. Quería estar en el frente de forma que pudiese proteger a Filo y Raphtalia.
Cuando estábamos en la montaña, si yo hubiese estado al frente, podría haber invocado el Escudo de Ataque Aéreo y Filo lo habría utilizado como trampolín. Entonces el dragón no la habría atrapado.
Tenía miedo de perderla.
―Así que no te preocupes por eso. Mira cuánta práctica hemos conseguido, y además no hemos perdido a nadie. Podemos usar lo que hemos aprendido para el futuro. Hoy somos más fuertes de lo que éramos ayer.
Los ojos de Raphtalia se llenaron de lágrimas y asintió.
―Sí… No precipitarse al frente… No quedarse demasiado atrás… Es un equilibrio complicado.
―Lo es, pero creo que podemos hacerlo. Solo recuerda que el Héroe del Escudo, que soy yo, siempre estará en la primera línea de batalla. Protégete a ti misma, y después si estás libre, protege a los demás. Eso es fácil.
―Cuando lo dices de esa forma suena sencillo.
―Será fácil.
―¿Estás bien, Onee-chan?
Filo había metido la cabeza en la habitación y estaba mirando a Raphtalia nerviosamente.
―Estoy bien.
Este sería un día para que Raphtalia descansara. Filo y yo salimos fuera.
―¡Maestro!
―¿Qué?
―Antes pensaba que lo mejor sería quedarme como una humana para siempre… porque tú y ella sois muy cercanos.
Filo ahora tenía forma humana, y estaba sonriendo.
―Pero no puedo. Es divertido tirar del carro, y solo me estaba engañando a mí misma porque quería gustarte. ¡Incluso si finjo ser como tú, no puedo hacerlo!
―…
―Pero, ¿Maestro? Soy la misma Filo, sin importar en qué forma esté.
―Eso es cierto.
Me sorprendí cuando se convirtió en una humana, pero no creo que la hubiera tratado de forma distinta. Lo que sí hice fue pensar en ella como una niña pequeña.
―Yo soy yo, Maestro es Maestro, y Onee-chan es Onee-chan, ¿verdad? No puedes ser ningún otro excepto quien eres, y yo… yo no puedo ser una persona real. Pero aun así, no hay nadie que pueda reemplazarme, ¿verdad?
¿Es por ESO que se transformó en una persona?
Asentí en respuesta a su aluvión de preguntas.
―Pero, ¿sabes qué? ¡Me gustas, Maestro! ¡Me gustas tanto como a Onee-chan! ¡Voy a ser la mejor Filo que pueda!
―Eso está… bien.
¿Quién habría pensado que Filo me sermonearía sobre estas cosas? Se suponía que proteger a todos era MI trabajo, pero me di cuenta, con asombro, que no me resultaba molesto que me robasen el trabajo. Me pregunto por qué.
―¿Sabes qué? ¡Voy a hacer todo lo que pueda por Maestro y Onee-chan! ¡Voy a esforzarme mucho, sí!
―Será mejor que sí. Protegeros es mi trabajo, después de todo.
―¡Sííí!
***
Pasamos el resto del día relajándonos en la aldea.
Al día siguiente trabajamos duro para intentar acabar con la enfermedad para siempre. El doctor me preguntó si podía hacer algo, y me puse a elaborar medicinas. Al final terminamos antes de lo esperado. Pensé que él podría enseñarme algo sobre medicina y curación, pero yo no sabía suficiente y tampoco quería ser un estorbo.
―¡Muchísimas gracias, querido Santo!
Una joven me saludó con la mano desde el edificio de los enfermos y me dio las gracias.
¿Les había… protegido?
Me decidí a no huir. Si huía, no podría proteger a la gente que tenía que proteger, y tan solo salvaría mi propia vida; no valía la pena vivir de ese modo.
Ya no estaba solo. Me había convertido en un padre para Raphtalia y Filo, y tenía que intentar todo lo que estuviera en mi mano para hacer del mundo un lugar mejor para ellas, para convertirlo en un lugar en donde la gente pudiese vivir sus vidas con felicidad.
―¿Naofumi-sama?
―¡Maestro!
―¿Eh? ¿Qué pasa?
Estaba paseando alrededor de la pacífica aldea cuando Raphtalia y Filo me llamaron.
―La verdad es que te vemos un poco… ¿pensativo?
―¡Sí!
―No os preocupéis por eso.
―¡Pero Maestro! ¡Eres muy paranoico! Claro que nos preocupamos.
―¿Paranoico?
―Sí. Estos días, lo único que nos has dicho es “¿estás bien?”.
―Tiene razón. Pero ya no hace falta que te preocupes más.
―Pero yo…
―No nos sigas tratando como a niñas. Nosotras pensaremos en nuestros propios asuntos.
―¡Sí!
―Ahora sé que te preocupas por nosotras… pero exactamente de la misma forma, nosotras también nos preocupamos por ti, Naofumi-sama. Estaremos bien si nos mantenemos juntos.
―¡Sí!
―Tenéis razón.
Raphtalia estaba madurando. Tenía sus propios pensamientos y sentimientos, como si su madurez interior hubiese alcanzado por fin a su apariencia externa. Ya no podía seguir tratándola como a una niña.
Ahora somos un equipo… supongo.
Preocuparme de las cosas yo solo no le haría bien a nadie. No podía traer paz al mundo sin ayuda. Una mirada atrás a las olas de la destrucción lo hizo evidente de inmediato, y era todavía más cierto para mí, el Héroe del Escudo, que ni siquiera podía atacar por su cuenta. Si queríamos un mundo de paz, tendríamos que hacerlo juntos.
―De acuerdo. Hagamos esto… juntos.
―¡Oh! ¡Maestro ha sonreído!
―Tienes razón. Y no ha sido una sonrisa extraña ni falsa, ha sido real.
Ambas estaban sonriéndome.
Eeh… ¿Se supone que ese era yo? ¿De verdad no he sonreído nunca? Da igual.
Ahora estaba sonriendo. Ya no me encontraba solo, porque tenía amigas de las que podía depender.
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