Watashi no Shiawase (NL)

Volumen 4

Capítulo 2: Su Primera Amistad

Parte 3

 

 

Cuando se puso el sol, Miyo y Kiyoka volvieron juntos a casa y encontraron a Yurie esperándolos.

“Bienvenidos a casa, Joven Amo, Srta. Miyo.”





Yurie las saludó en la entrada con una sonrisa, lo que produjo en Miyo una inmensa sensación de alivio. Relajó la tensión que había estado conteniendo en su cuerpo. Sentía que por fin podía volver a respirar.

“Estamos de vuelta.”

“Estamos en casa, Yurie.”

Afuera hacía un frío que helaba desde el atardecer, pero dentro de la casa hacía calor.

“Ahora ve a cambiarte, Joven Amo. Srta. Miyo, por favor, relájese en el salón.”





“¡Oh, um, no, echaré una mano!”

Miyo se levantó rápidamente y se apresuró a seguir a Yurie mientras esta volvía a las tareas domésticas.

Entró en la cocina y vio que la mayor parte de los preparativos para la cena ya estaban listos.

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“¿No está cansada, Srta. Miyo?” Preguntó Yurie, preocupada, mientras recogía la vajilla de la estantería.


“No.” Respondió Miyo brevemente antes de que su mirada se posara en sus pies. Debía de parecer agotada para que Yurie le preguntara eso.

Pero ese día no había hecho casi nada que la cansara.

“No, me siento bien.”

En todo caso, había sido un día fácil para ella, ya que normalmente gastaba toda su energía en las tareas domésticas. Sin embargo, nada más llegar a casa, la fatiga mental se apoderó de ella.

Desde que conoció a Karuko, Miyo había sentido como si algo pesara constantemente sobre su corazón. Una vez que las palabras de Mukadeyama le hicieron comprender la realidad de la situación actual, se había hundido cada vez más en la melancolía.

Miyo suspiró inconscientemente, lo que hizo que Yurie se tapara la boca con la mano.

“Oh, vaya… Por favor, siéntese un momento, Srta. Miyo.”

Yurie señaló la pequeña silla de la esquina de la cocina.

Miyo estaba confusa por la repentina petición.

“¿Qué? Pero…”

“Aún pasará algún tiempo antes de que el Joven Amo termine de cambiarse.”

La cara sonriente de Yurie no dejaba lugar al debate. Aunque la anciana era amable y gentil, Miyo ya había experimentado lo aterradoras que podían llegar a ser las cosas cuando se enfadaba.

Su única opción era seguir obedientemente sus deseos.

“Espera ahí un momento.”

Yurie se aseguró de que Miyo se sentara en la silla como le había pedido, luego vertió algo en una olla y la puso al fuego.

Miyo se quedó mirando un rato antes de que le pasaran un cuenco humeante.

“Aquí tiene, Srta. Miyo.”

“Gracias.

Sin pensárselo, Miyo tomó el cuenco y sus ojos se abrieron de par en par al contemplar su contenido.

Estaba lleno hasta el borde de una sustancia blanca y espesa que desprendía un aroma dulce.

Un tazón de amazake…

Acarició el cuenco con las dos manos y las yemas de los dedos le transmitieron calor por todo el cuerpo.

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“Últimamente ya hace bastante frío, así que hoy mismo he comprado un poco.”

“Lo siento. Se suponía que debía ayudarte.”

“Está bien, está bien. Ahora, por favor, bébetelo antes de que se enfríe.”

Aliviada por la cara sonriente de Yurie, Miyo se llevó el cuenco a los labios.

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La dulzura del amazake bien caliente le caló hasta los huesos, y la textura única de los granos de arroz fermentado que permanecían en su lengua era deliciosa. Cuántos años hacía que no probaba esa dulzura?

“Está delicioso.”

Miyo exhaló una bocanada de aire caliente.

Era como si el fuerte y dulce sabor hubiera empezado a disolver el plúmbeo peso de su pecho. Junto con la calidez del gesto considerado de Yurie, Miyo sintió que iba a romper a llorar en el acto.

“Jee-jee. Parece que fue la elección correcta comprar un poco.”

Miyo devolvió la sonrisa a Yurie y bebió lentamente el resto del amazake.

Cuando el cuenco se vació, el corazón de Miyo estaba más ligero que antes.

“Yurie.”

Justo entonces, Miyo se giró hacia la voz que entraba por la puerta y vio a Kiyoka, ya sin el uniforme y asomado a la cocina.

“Oh, Joven Amo. ¿Pasa algo?”

“… Ya ha oscurecido. Si hoy vas a ir a tu casa, iré contigo parte del camino.”

“Hay que ver, ¿dónde se ha ido el tiempo?”

Al oír esto, Miyo recordó que, efectivamente, había oscurecido cuando llegaron a casa.

Se levantó y colocó el cuenco vacío en el fregadero.

“Puedo terminar el resto por mi cuenta, Yurie.”

“Ah, sí, entonces te lo dejo a ti.”

“Te vienes con nosotros, Miyo.”

“¿Qué?”

Ladeó la cabeza, lo que hizo que Kiyoka entrecerrara ligeramente los ojos, exasperado.

“No habrás olvidado que ahora mismo estás en el punto de mira, ¿verdad?”

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“No, no lo he olvidado… Pero será por poco tiempo, ¿no?”

La casa de Yurie no estaba muy lejos, y como anochecía tan temprano en invierno, su familia venía a recogerla de camino a casa. Normalmente, Kiyoka sólo tardaba unos minutos en acompañarla.

Miyo no subestimaba a Usui, pero no podía imaginar que se colara en su casa como un ladrón en tan poco tiempo.

Sin embargo, el rostro de Kiyoka se endurecía con cada palabra que pronunciaba Miyo.

“No. Haz lo que te digo.”

Su tono era duro.

Kiyoka estaba preocupado por Miyo e intentaba protegerla de cualquier daño, así que lo mejor que podía hacer era obedecerle. Eso era obvio, dado que ella no tenía habilidades para defenderse.

Sin embargo, no pudo evitar comparar su reacción con la confianza que había presenciado entre él y Kaoruko el otro día. Un sentimiento indescriptible se apoderó de ella.

“… Entiendo.”

¿Por qué estaba tan centrada en la relación de Kaoruko y Kiyoka?

Perpleja ante sus propias emociones, Miyo asintió en silencio.

Tras entregar a Yukie a su familia, Miyo y Kiyoka caminaron juntos de vuelta a casa por la carretera nocturna, iluminados únicamente por la luna y las estrellas.


Habían hablado bastante la parte del camino que Yuri les acompañó, pero la conversación se apagó en cuanto se quedaron solos. Se hizo un silencio incómodo entre ellos.

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Esto es culpa mía, ¿no?

Miyo reflexionó sobre sí misma, mirándose los pies para asegurarse de no tropezar.

Desde que regresó de la villa, no había podido relacionarse con Kiyoka como solía hacerlo. No sabía si se debía a un sentimiento de vergüenza o a su preocupación por Kaoruko.

El silencio continuó hasta que Miyo recordó algo de repente y llamó a su prometido, caminando unos pasos delante de ella.

“Um, Kiyoka.”

“¿Qué?”

“… ¿Debo dejar de hacerte la comida?”

Era sólo una pregunta improvisada.

Después de oír a Kaoruko decir que la comida de la cafetería de la estación estaba deliciosa, pensó en preguntarle si preferiría comer eso para almorzar en lugar de la comida que ella le preparaba normalmente.

“¿Eh……?” Kiyoka, sin embargo, no pudo contener su sorpresa, deteniéndose para darse la vuelta y encararla. “¿Por qué?”

La expresión que llevaba estaba teñida de conmoción, turbación y dolor como no había visto Miyo hasta ahora.

Miyo había previsto, como mucho, la misma respuesta escueta que él solía darle, por lo que se quedó perpleja ante su reacción inesperadamente intensa.

“Um, bueno… Kaoruko me habló de la cafetería de la estación y…”

Kiyoka la miró fijamente mientras respondía, y un sudor frío se formó en su frente.

“¿Y?”

“Mencionó que la comida de la cafetería de la estación era de primera, así que pensé que quizás tú también la preferías…”

“Ridículo.”

Kiyoka la interrumpió secamente.

¿Qué era exactamente lo que le había molestado tanto? Desconcertada, Miyo sólo pudo lanzar miradas confusas.

“¿E-Es, ridículo……?”

“Por supuesto. Miyo, me como tus almuerzos porque los disfruto. Mucho más que cualquier comida de cafetería. Si hacerla es demasiado trabajo… o no quieres hacerla más, entonces me parece bien que lo dejes, pero te pediría que siguieras haciéndola para mí, si estás dispuesta.”

El timbre casi serio de su súplica se hundió en el pecho de Miyo.

Simplemente le había pedido que le preparara la comida, pero ella estaba tan contenta que sus labios esbozaron una sonrisa.

A Kiyoka le gustan mis almuerzos.

Miyo había empezado a prepararle comidas por iniciativa propia y habría dejado de hacerlo inmediatamente si él le hubiera dicho que no las quería.

Sin embargo, sabía que le dolería oírle decir que en realidad no las quería. Se sintió extasiada al oír que Kiyoka la necesitaba.

Respondió, sin reparar en el vivo vigor de su voz.

“¡Lo haré! Me encantaría seguir haciéndote la comida.”

“Genial.”

Kiyoka ensanchó los labios en una sonrisa.

“Miyo, dame la mano.”

“¿Hm? Bien.”

Cuando ella hizo lo que se le había ordenado, él extendió la palma de su gran mano para tomar la pequeña de ella. Luego la acercó a ella, con la mano de ella entre las suyas.

“Está oscuro afuera. Esto es mucho más seguro, ¿no?”

“S-Sí, supongo que sí…”

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Le llevaba de la mano.

En cuanto Miyo comprendió la situación, su cuerpo se acaloró y su mano, antes fría, se calentó rápidamente.

“…… Por favor, no me odies.”

Con toda su atención centrada únicamente en sus dos manos unidas, Miyo no captó el pequeño murmullo que Kiyoka emitió como respuesta mientras él la guiaba.

Los dos caminaron por la carretera nocturna, envueltos en un silencio totalmente distinto al de antes.

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