Sasaki To Pii-chan (LN)

Volumen 1

Capítulo 3: Comercio Intercomunal

Parte 4

 

 

Con la ayuda de Pii-chan, transportamos de forma segura todas las provisiones y suministros. Tras comprobar que el trabajo estaba hecho, nos dispusimos a abrir el almacén secreto del vizconde Müller. La puerta que había permanecido cerrada a cal y canto durante varios días fue abierta por las manos de los caballeros que la resguardaban. Naturalmente, sólo estábamos presentes el vizconde y nosotros dos.

—No puedo creer que este almacén se haya llenado en sólo unos días…


—¿Qué piensa usted, mi señor?

Al ver los montones y montones de provisiones en persona, el vizconde se sorprendió. Como responsable, me sentía bastante bien. Aunque Pii-chanhabía hecho la mayor parte.

—Señor Sasaki, no sé cómo agradecerle el trabajo que ha hecho. Esto nos dará otra oportunidad, y es probable que estos suministros salven la vida de un número inestimable de personas.

—Me alegro de haber podido cumplir con mi deber.

—Usted nos ha salvado. Gracias, señor Sasaki — respondió el vizconde Müller, inclinando la cabeza hacia mí.

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Los caballeros que nos acompañaban empezaron a mostrarse visiblemente alterados al ver aquello.

Inmediatamente dieron su opinión al respecto, diciéndole que levantara la cabeza o que no debía hacer tal cosa con un plebeyo. Al parecer, los caballeros eran ellos mismos una clase noble. Sentía que me estaba acostumbrando a este tipo de intercambios.

El pago, sobre el que me había estado preguntando, nos puso abrumadoramente positivos. Habíamos hecho un beneficio—no, una fortuna absoluta. Debido a la consideración del vizconde Müller para nosotros, que había comprado todo con un margen de beneficio significativo. Por supuesto, seguía siendo bajo comparado con los precios desorbitados de la zona, pero el precio al por mayor seguía siendo bastante alto.

Ahora tenía cerca de mil monedas de oro grandes en mi cartera. Eso equivalía a unas cien mil monedas de oro. Había bajado a cero cuando los abastecimos, pero el pago del vizconde había multiplicado por dos nuestras reservas iniciales.


El alojamiento en el lujoso lugar donde me había hospedado los últimos días costaba una moneda de oro por una noche y dos días de estancia. Repasando un cálculo conocido, si suponía que aquí un año duraba 365 días, no podría hacer otra cosa que comer y dormir durante los próximos doscientos años.

En otras palabras, las preocupaciones económicas prácticamente habían desaparecido de mi vida—o al menos en este mundo.

—En breve partiremos hacia el frente. Gracias a ti podemos llevar estas mercancías con tiempo de sobra. No tendremos que maltratar a nuestros caballos.


—Entiendo, mi señor. Rezaré por su seguridad.

—Gracias.

Con sus caballeros a cuestas, el vizconde desapareció.

Verlos partir marcó la finalización de mi parte. Por el momento, estaría observando y esperando un informe de él. En cuanto al pago de las mercancías, había recibido el importe total en efectivo del vizconde Müller. Mientras nos esforzábamos por almacenar todas las provisiones y suministros, él había estado vendiendo muchos de los objetos de valor y los enseres domésticos más caros para hacer frente a la situación. Probablemente se imaginaba el peor de los escenarios.

Como noble del reino de Herz, debía de ser uno de los rarísimos hombres de carácter sobresaliente. Era tan buena persona que me hacía sentir culpable al contemplar su solitaria mansión, desprovista de su mobiliario…

***

 

 

Después de despedirnos del vizconde, nos dirigimos directamente al lugar donde trabajaba el señor French, para degustar algún delicioso platillo. El cartel de CERRADO estaba puesto para preparar el servicio de la tarde, pero hice caso omiso y me dirigí al interior, hacia la cocina. Fue entonces cuando vi a los empleados discutiendo sobre algo con una persona que no reconocí. Entre ellos estaba el que habíamos venido a buscar.

—Señor French, ¿cuál parece ser la conmoción?

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—¡Ah, s-señor! —exclamó al percatarse de nuestra presencia.

El resto también dirigió su atención hacia nosotros. Me acordé de varios de los que llevaban delantal. Debían de ser los empleados del señor French. Los había visto moverse por la cocina con ajetreo durante mi última visita.

Frente a ellos había varios hombres cuya vestimenta los identificaba como gente del pueblo. No reconocí a la mayoría, pero el que estaba enfrente, mirando al señor French, me resultaba un poco familiar… ¿quién era?

—¿Y a quién tenemos aquí?

—¡L-lo siento, señor! Este es mi maestre y los cocineros del restaurante donde solía trabajar…

—Ah, ya entiendo. ¿Son todos de ese restaurante?

Ahora lo recordaba—él era el que se había peleado con el señor French fuera de aquella tienda. ¿Qué negocio podría tener alguien como él aquí?

Mientras pensaba en ello, el antiguo maestre del señor French preguntó: —¿Qué razón tiene un noble para estar en un lugar como éste, si se puede saber?

Mi traje de negocios debió confundirle. Recordé que me habían hecho una pregunta parecida otras personas, tanto el señor French como gente de la Compañía Comercial Hermann.

—Soy el principal inversor de este restaurante.

¿Qué necesita del gerente? Es hora pico y hay muchos clientes esperando. Si pasa algo, estaré encantado de ayudarles. Y para aclarar, no soy noble.

—Ya veo… ¿eres el dueño de esta tienda, entonces?

—En cuanto supo que no era noble, su actitud empeoró. Esbozó una sonrisa altanera— Hay algo que debemos discutir sobre este hombre.


—¿…qué tiene que decir?

—El sujeto tiene antecedentes criminales. ¡Ha robado de las ganancias de nuestro restaurante!

—……

Ahora que lo pienso, recuerdo que el señor French dijo algo al respecto. Él, sin embargo, afirmó que había sido incriminado. Y teniendo en cuenta lo duro que había trabajado en los últimos meses, probablemente estaba diciendo la verdad. El encargado de la contabilidad de la tienda era el subgerente Marc; si el señor French hubiera hecho algo malo, me lo habría dicho enseguida.

No sabía cómo era el señor French antes, pero desde que lo conocí había demostrado ser un trabajador extremadamente diligente, y sin duda gozaba de la simpatía del señor Marc. Si decía que era inocente, no había más remedio que creerle.

—Si se trata de eso, ya me lo ha dicho.

—¿…qué?

Mi sincera respuesta puso una expresión de sorpresa en el rostro del hombre. Debía de pensar que me asocie con el señor French sin saberlo.

Tampoco vi mucha reacción en el personal reunido. Parecía que la historia de su origen ya había hecho la ronda. Quizá el hombre había sentado las bases para esta situación.

—También insiste en que fue acusado falsamente.

—¡Bueno, sabemos que eso no es cierto! ¡Después de todo, el dinero ha desaparecido!

—Eso parece un problema para su tienda, no para la mía. Su trabajo aquí, al menos, ha sido espectacular. No sé qué tipo de historia tiene, pero para mí es un socio valioso.

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—Señor… —me miro el señor French, con lágrimas en los ojos al oír mi franca opinión.

Estaba bastante seguro de haber comprendido la situación. Habían visto que a alguien a quien habían echado le iba bien en otro sitio y vinieron a buscar pelea. Podía intuirlo por la forma en que el hombre trajo a varios compinches a remolque.

—¿Entonces te parece bien emplear ladrones para tu negocio?

—No, en absoluto.

—¿Y por qué–?

—Aquí no contrato a ningún empleado. Él y yo estamos en igualdad de condiciones. Él recibe financiación de mí, que luego utiliza para dirigir esta tienda. Eso le pone al mismo nivel que tú, como un gerente. Todo lo que hice fue proporcionar los fondos para poner en marcha este proyecto.

El hombre pareció sorprenderse.

Llevaba unos meses dejando que el señor French se pagara su propio sueldo. Básicamente, le había dicho que podía hacerlo mientras no afectara al negocio. Si esto podía ser un lugar donde Pii-chan pudiera relajarse y cenar unos platos deliciosos, me bastaba. Por lo demás, el señor French y el subgerente podían hacer lo que quisieran. Nosotros sólo les proporcionábamos los ingredientes que necesitaban para cocinar—así de simple.

—¿Hay algo más?

—B-bueno, quiero decir, hay un montón de… — tartamudeó el sujeto, empezando a tropezar de repente con sus palabras. Debía de tener otras quejas preparadas.

—¿Hizo esta visita para discutir algo con él?

—……

—Estaría más que feliz de escuchar su queja, si es que la hay.

—Eh, bueno, yo…

Me picó la curiosidad y pregunté, pero se calló.

Tendría que preguntarle a mi colega en ese caso.

—Señor French, lo siento, ¿pero sabe el porqué de todo este escándalo?

—Sí, señor. Se trata de–

—¡H-hey! —gritó el hombre en cuanto el señor French abrió la boca.

Pero el señor French continuó, ignorándole y adoptando una actitud desencogida: —…puede que el propietario en su amabilidad me haya puesto al mando. Sin embargo, nunca podría regalar ingredientes que él me da. Siento una obligación hacia usted por haber cultivado mis talentos, pero también la tengo hacia señor Sasaki por haberme ayudado cuando estaba hundido. No puedo ignorar eso.

El hombre no respondió.

Después, el señor French se lanzó a una explicación detallada—

Y a medida que lo hacía, las cosas se iban aclarando. El origen del problema era el enorme aumento de los precios de los alimentos como consecuencia de la guerra. Al parecer, el antiguo negocio para el que trabajaba el señor French llevaba varios días en números rojos. Al principio, pensaron que podían reflejar el aumento de los costes en el precio de la comida, pero cuando lo hicieron, los clientes dejaron de acudir. Parecía que el sabor y el precio ya no estaban equilibrados.

En lo que respecta a nuestro local, también nos encontramos en números rojos. El señor French explicó que, a sugerencia del subgerente, habían hecho algunos cambios atrevidos en su menú. Ahora ofrecían ingredientes y platos más caros, lo que había provocado un cambio en la clientela. Antes atendían a los más modestos, pero ahora los clientes principales eran de clase alta. Con clientes más ricos, pudieron subir los precios y mantener un margen de beneficio, sobreviviendo así a la extrema inflación de los costes.

Me sorprendió la aguda decisión del subgerente. A mí me habría dado demasiado miedo hacer algo así. Por eso debía de ocupar un puesto tan alto, a pesar de ser un plebeyo.

También consiguieron mantener a los clientes de más antigüedad mediante un servicio de comida para llevar con un menú más barato. Sin embargo, este grupo vio cómo el restaurante que habían frecuentado pasaba a ser reconocido por las clases altas y no les gustó demasiado. Por si fuera poco, después de instalar apresuradamente algunos bancos en la entrada, también habían tenido que empezar a aceptar mediante reservaciones.

—Creo que ahora entiendo la situación.

En otras palabras, el antiguo maestre del señor French había venido aquí para decir que perdonaría sus transgresiones pasadas, siempre y cuando les vendiera suministros. Teniendo en cuenta su antigua relación como maestre y aprendiz, podía entenderlo.

Después de todo, seguían creyendo que había malversado fondos de su tienda. Si la posición del señor French mejoraba, aunque sólo fuera un poco después de escuchar al hombre, yo estaba más que dispuesto a hacer una inversión. Realmente quería evitar que las autoridades echaran a mi gerente de la ciudad o algo por el estilo.

—Aun así, no creo que sea posible.

—Pero… ¡¿Pero por qué no?!

—La comida que tenemos aquí está toda dirigida a nobles y otras personas adineradas. Aunque te la diera a los precios del mercado, seguiría siendo bastante cara. Dado que tu restaurante está dirigido al público en general, ¿no te resultaría difícil hacer uso de eso?

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—Yo…

Su clientela era diferente, por lo que no podía hacer nada al respecto. Y franco, debieron investigar un poco más antes de decidirse a irrumpir aquí.

—Lo siento, pero debo pedirle que se vaya por hoy.





—……

Después de escuchar nuestra explicación, el hombre y su personal abandonaron la tienda abatidos. No pude evitar sentir un poco de lástima por ellos.

***

 

 

Después de despedir al antiguo maestre del señor French, pasamos los siguientes días en este mundo.

Al amanecer, salía de la ciudad y practicaba magia con Pii-chan; cuando el sol se ponía, volvíamos y cenábamos en la tienda del señor French; y, por último, por la noche, descansábamos en el hotel de lujo, nos dábamos un baño en una amplia bañera y nos dormíamos en una cama grande y mullida.

Gracias a nuestras lujosas condiciones de vida, me encontraba en plena forma física y mental. Así podía afrontar mi práctica mágica en perfectas condiciones. Con todo eso a mi favor, aprendí otro nuevo hechizo intermedio: la magia de barrera que buscaba y, además, en versión intermedia.

Según Pii-chan, aprenderlo me convirtió por fin en un mago novato. Aunque, según el subgerente, incluso aprender magia curativa para principiantes lo pondría a uno en gran demanda dondequiera que fuera, así que me pareció que las opiniones variaban. Personalmente, pensé en adoptar la actitud de Pii-chan y seguir trabajando duro.

Al día siguiente de aprender el hechizo, volvimos a nuestro apartamento en Japón.

Como la suma era lo que era, depositamos en un banco las grandes monedas de oro que habíamos ganado con nuestro trato. No podía permitir que el jefe de sección las viera. El señor Marc me había presentado un buen banco, que seguramente manejaría mi dinero con cuidado.

—Muy bien, entonces. Voy a salir un rato.

—Ten cuidado.

—Gracias, Pii-chan.

Habíamos vuelto a Japón para que yo pudiera terminar el proceso de cambio de trabajo. Más concretamente, tenía que ir a hablar con mi anterior jefe para que me expidiera la documentación necesaria.

Aparentemente el bureau se había puesto en contacto con ellos para informarles de mi intención de dimitir. Durante mi formación me habían dicho que probablemente no levantaría sospechas durante el proceso. Si surgía algún problema, debía ponerme inmediatamente en contacto con ellos y no intentar resolverlo por mi cuenta.

Decidí coger el tren en lugar de confiar en la magia de Pii-chan para llegar. Pasaban unas dos horas de la hora punta de la mañana, así que pude llegar sin atascos.

Cuando vi al encargado de asuntos generales y le expliqué la situación, me dijo que ya se habían enterado y que habían preparado unos documentos para mí. Los que tardaran más en expedirse me los enviarían por correo en los próximos días y tendría que revisarlos.

El proceso fue más fluido de lo previsto, probablemente por algún tipo de presión gubernamental. Normalmente el jefe del departamento de personal habría venido a hacer algún que otro comentario desagradable, pero ni él ni mi jefe de sección aparecieron. En consecuencia, todo transcurrió sin problemas.

Finalmente, me dirigí a mi mesa en el lugar de trabajo que me habían asignado. Mi colega—el que se sentaba en la mesa contigua a la mía—estaba allí para saludarme.

—Señor Sasaki, ¿es verdad que se va a convertir en un trabajador del gobierno?

—Le pido disculpas. Sé que es bastante repentino…

Hace sólo unos días, me había invitado a formar parte de un emprendimiento junto a él. No tenía ni idea de que acabaría dejando la empresa antes; estaba totalmente segura de que permanecería aquí los próximos veinte años de mi vida. Fue conmovedor a varios niveles. Había trabajado aquí durante una década después de graduarme, después de todo.

—Me sorprendió mucho. No sabía que a su edad pudieras trabajar para el gobierno… ¡No es que trate de ser grosero ni nada! Pero me sorprendió que decidieras ir en esa dirección.

—Al parecer, tienen un marco para emplear a trabajadores no gubernamentales.

—Siento mucho haberte hecho una propuesta como la de aquella vez. Seguro debías estar muy ocupado.

—No, no lo sientas… la verdad es que me hizo muy feliz que me tomaras en cuenta.

Ahora que lo pensaba, normalmente sólo se podía encontrar empleo como policía antes de los treinta y cinco años. Probablemente podría meterme en problemas por decir demasiado; me pareció mejor idea concluir mi asunto aquí rápidamente. Supuse que estaría bien, pero no quería meter la pata y causar problemas a mi nuevo lugar de trabajo.

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Cuanto menos quería despedirme de mi jefe, pero estaba fuera de la empresa. Parecía que había vuelto a hacer la ronda y pensaba irse directamente a casa. Nuestra conversación sobre los cachorros mientras comíamos menudillos calientes me produjo una extraña nostalgia.

Haciendo memoria, es cierto que conocí a la señorita Hoshizaki justo después de eso.

—Una vez que las cosas se calmen deberíamos ir a tomar algo. No sienta pena por llamar.

—Sí, es una buena idea.

No había pensado que alguien me tendería la mano así cuando me fuera. Calentó mi corazón.

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