Regressor Instruction Manual

Capítulo 55: Ser Pobre No Significa Que Seas Bueno (Parte 4)

 

 

Mis manos empezaban a temblar de solo recordar sus ojos oscuros, mirándome como si fuera una estúpida. No era porque estuviera enojada, simplemente no lograba entenderlo. 

No hice nada malo. 

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Ayudar a los demás era algo natural, después de todo. 

Él no sabe nada. 

Nadie terminaba en los barrios bajos porque quisiera. Todos tenían sus propias historias que contar. Había muchas situaciones diferentes: gente que no es contactada por los gremios al salir del tutorial o que resultaron gravemente heridos después de una caza, personas que tenían que cuidar de algún familiar enfermo, mientras que a otros no se les daba la oportunidad de trabajar por sus apariencias. En conclusión, esta era una ciudad que los abandonaba en las calles. Era culpa de Lindel, no, de todo el Sacro Imperio. Era una sociedad arrogante y egoísta, que no se preocupaba por los débiles. Caminan por la misma ciudad que ellos, pero los ignoran. Ya que este continente funcionaba según los propios intereses de la gente, alguien tenía que dar la cara y ayudarlos. 

“Va a ser peligroso” me advirtió el hombre de cabello oscuro. 

“No, no lo será, estoy segura”. 

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“Bueno, sin importar lo qué pienses, te recomiendo encarecidamente que por lo menos prepares dispositivos de seguridad. No sabemos qué problemas pueden aparecer” sugirió.  

“¿Qué puede ser lo peor que pueda pasar?” le pregunté con sarcasmo. 

“Yo quisiera preguntarte por qué no has pensado en eso, la verdad” resopló.

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“Tú no sabes nada sobre ellos, por eso no puedes entenderme”. 

“Lo mismo digo. Tú eres la que no sabe nada, querida Santa. No son solo gente pobre y necesitada. Los que de verdad necesitan ayuda son aquellos que intentan ser mejores día a día, no los vagos que no hacen nada todo el día”. 

“No quiero seguir escuchando tus mentiras” le dije, apartando la mirada. 

“Sí, sí, seguro que ahora te parecen mentiras” se burló. “Espero que abras los ojos”. 

“Me iré yendo, entonces. Espero que mantengas tu promesa” me despedí mientras empezaba a alejarme. 

“Lo haré. Ten un bonito viaje”. 

Incluso si iba a los barrios con esta apariencia, nada iba a cambiar. Ni siquiera era necesario que aceptara su propuesta, pero tenía una buena razón para hacerlo. 

No me equivoco. 

Quería demostrarle que estaba en lo correcto. Había una diferencia entre mirarlos desde lejos y pasar tiempo con ellos. Todos eran personas inocentes. Recordé a una pareja de ancianos llorando y agradeciéndome por la ayuda, también a un niño regalándome una hermosa flor. Por dos años enteros, había sido testigo de la bondad humana, algo que ese hombre seguro nunca había presenciado. 

Solo es capaz de decir esas cosas porque nunca las ha visto. 

Salí del callejón en el que nos encontrábamos y caminé hacia la puerta este. Pronto llegué hacia el lugar en el que usualmente nos reuníamos. Me sorprendió ver que había muchos menos voluntarios de lo usual. Realmente ya lo esperaba, pues sabía que muchos de ellos solo asistían para reclutarme. Por eso mismo me sentí orgullosa de los que ahí se encontraban. 

A lo lejos, podía ver las casas destartaladas; era una buena caminata. Tras unos quince minutos, un hedor familiar asaltó mi nariz, señal de que ya había llegado. Comparado a la primera vez que estuve aquí, esta vez no me resultó difícil respirar. A mi alrededor había gente comerciando, ancianos tomados de los brazos, niños jugando y otros tantos caminando sin rumbo aparente. 

Había tiendas, casas y restaurantes; aunque no estuvieran en buenas condiciones, sonreí. 

La gente se divierte. 

Me adentré un poco más, y me encontré con mucha gente reunida. 

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La plaza. 

El nombre era meramente simbólico. El césped estaba muy crecido, los árboles estaban muertos y algunas bancas se inclinaban hacia un lado, medio rotas. Aún así, servía como un punto de reunión para muchos. En silencio, me senté en un banco intacto y comencé a observar a la gente. No tardé mucho en ver caras familiares. 

Es él, estoy segura.

Era uno de los trabajadores. No sabía por qué estaba aquí; se supone que debía estar trabajando en este momento. Asumí que tenía sus razones. 

“¡Señor Kim!” alguien más alzó la voz para llamar su atención. “¿No fuiste a trabajar hoy?”

“Nah, renuncié” respondió sin darle mucha importancia. 

“¿Por qué?”

“Era muy difícil. Teníamos que mover rocas muy pesadas, y no me quería lastimar la espalda”. 

“¿Pero no habías dicho algo de empezar una nueva vida?”

“Lo decía en serio en su momento, pero prefiero recibir comida de aquella mujer a partirme la espalda bajo el sol” explicó el señor Kim. 

“Si alguien te escucha, hablarán mal de tí”. 

“No pasa nada, no seré el único que renuncie. Creo que era mala idea que tantos hayamos aceptado el trabajo. ¿Y si la clériga ya no viene?” Kim expresó su preocupación. 

“Seguro que regresa. Tal vez hoy se sentía mal”.

“Que una clériga se enferme no tiene mucho sentido”. 

“Probablemente esté en sus días. Ya sabes, no se pueden evitar las cosas que pasan de forma natural”. 

“Tienes razón”. 

¿Eh?

¿Por qué hablaban de mí de esa manera? ¿No podían ni siquiera usar mi nombre? No entendía nada. 

“Ah, carajo… me muero de hambre…”

“Espera, nunca los había visto antes”.

“¿A quiénes?”

No parecían referirse específicamente a mí, pero por si acaso decidí cubrirme la cara y salir de la plaza. Tenía la sensación de que no debía de estar ahí. Honestamente, tampoco quería seguir escuchando su conversación. 

Tu eres la que los hizo así. 


Las palabras del hombre de cabello oscuro se repetían una y otra vez en mi cabeza. 

Como si mis alrededores hubieran cambiado de repente, empecé a ver y entender cosas que nunca antes había pensado. 

“Te haré un descuento” dijo una mujer con ropa reveladora pero de aspecto sucio. 

“Eres aún más barata de lo que pensaba” el hombre al que le hablaba se rió. 

Así, la pareja que caminaba con sus brazos entrelazados ya no parecía tal. Ahora era un hombre de mediana edad buscando prostitutas. 

“¿Esto es todo?” preguntó un señor a un niño. 

“Lo-lo siento” respondió cabizbajo. 

“Maldito flojo…” gruñó el señor, levantando su mano. 

“¡Aahh!” 

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Al igual que la pareja, el padre ya no parecía cuidar de su hijo. 

Las calles estaban plagadas de borrachos acosando a mujeres, de niños obligados a robar y mujeres a venderse. Veía a unos vomitar y continuar como si nada, y si había alguien a un lado de la calle quejándose de su dolor, lo ignoraban completamente. 

Nunca antes había visto este lado de la gente. 

Claro.

En todos lados había gente así, por lo que no debía de juzgar a todos. Debía de concentrarme en la gente que sí merecía la pena ayudar. A pesar de saber eso, no pude evitar tragar saliva. 

¿Y si ese hombre tenía razón?

¿Y si yo era la equivocada?

¿Y si solo veía una parte de ellos? ¿La que ellos querían que viera?

¿Y si nunca había visto sus verdaderas formas de ser?

Todos estos pensamientos recorrían mi cabeza, mareándome. Cuando los ayudaba, nunca se habían comportado de tal manera. 

Cuando tú no estás, la bestia sale a la luz. 

Tenía razón. Los que pensaba que eran víctimas, también eran los culpables. 

La razón por la que nunca se rebelaron contra mí era por mi aspecto y al apoyo de los grandes gremios.

Necesito salir de aquí. 

Ahora mismo, no me veía diferente a ellos. Empecé a caminar rápido al darme cuenta de mi error. 

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“Sigue caminando si no quieres que te apuñale” una voz ronca y grave me ordenó desde atrás. Pude sentir la punta de su cuchilla en mi espalda baja y su caliente aliento en mi nuca. 

“¿Pe-perdona?”

“¿Es tu primera vez aquí?” me mantuve en silencio. “No creí que me sacara la lotería en un lugar como este. ¿Creíste que nadie se daría cuenta, incluso con esa ropa?”

“¿Qu-qué estás…?”

“¿Te estás haciendo la tonta, o qué?”

“Por favor… no hagas esto” le supliqué. Me tomó del hombro y cambió la dirección a un callejón estrecho y oscuro. 

“Te das cuenta de lo peligroso que es merodear de noche, ¿verdad?” me preguntó. 

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“Dé-déjame ir…” le pedí.

“Eso dependerá de si te portas bien o no, jajaja”. 

Cuando la mano libre del hombre empezó a recorrer mi cuerpo, me di cuenta de lo que estaba pasando. Pensaba y pensaba que debía recitar un hechizo, pero las palabras se negaban a salir de mi boca. Ya que era muy repentino y mi primera vez experimentando esto, mis piernas se congelaron. 

De repente, el hombre golpeó la parte posterior de mi cabeza y caí de bruces. Antes de poder regresar a mis sentidos, me jaló del cabello. Miré alrededor en busca de ayuda, mas solo encontré un grupo de tres hombres bloqueando la entrada al callejón con caras de satisfacción. 

“A-ayuda…” murmuré. 

Mi corazón dio un vuelco al reconocer a dos de ellos. Los había visto antes mientras les daba comida, y ahora se burlaban de mí, apuntándome con sus dedos. Ninguno tenía la intención de ayudarme. 

“Po-por favor, no hagas esto. ¡Por favor!”

Mi captor lanzó su puño contra mi abdomen para después abofetearme, resultando en un ardor intenso dentro de mi mejilla. El miedo me impedía gritar. Al intentar activar mi magia sagrada, un puño grande se estrelló contra mi rostro. 

“Por favor, no hagas esto” supliqué mientras tosía. “Alguien ayúdeme… por favor…”

“No tiene sentido que pidas ayuda. Aquí, nadie se preocupa por los demás”. 

“A-alguien… vendrá…”

“¿Eso crees? Por favor, al venir por tu cuenta le pides a todos los hombres de alrededor que te devoren” se burló el hombre. 

¿Por qué? Había venido aquí antes, como la Santa, pero nada me había pasado. Antes de poder organizar mis pensamientos, el desconocido acercó su cara. 

“Mierda, no llevas nada encima” dijo, refiriéndose a objetos de valor. Una parte de su cara estaba quemada, dándole un aspecto grotesco. El hedor de su boca llegó directo a mi nariz; era nauseabundo. 


“Ugh…” gemí. 

“¿Qué pasa? ¿Te doy asco?”

Giré mi cabeza lejos de él. El hombre aferró mi garganta y empezó a asfixiarme. 

“¿¡Te doy asco!?” bramó el desconocido. 

“A-ayuda…” exhalé. Mi visión se estaba volviendo borrosa. 

“¿¡Qué tal ahora!?”

Voy a morir…

“Por favor…”

“Sí, sigue pidiendo ayuda… eso me excita. Veamos si alguien viene al rescate de la princesa. Tal vez algún desgraciado se atreva a entrar a este callejón…”

“Kugh… a-ayuda…” 

¡Jajajaja!

Que alguien me ayude…

Los demás se acercaron con miradas de expectación, emocionados por saber lo que harían conmigo. 

Va a ser peligroso.

“N-no”.

Son bestias…

“Ayuda. Alguien… por favor…” 

Los que de verdad necesitan ayuda son aquellos que intentan ser mejores día a día, no los vagos que no hacen nada todo el día.


“Lo siento. Por favor…” lágrimas empezaron a recorrer mi rostro, nublando mi visión aún más. 

Tú los convertiste en animales carroñeros. 

“Ayuda. ¡Lo siento! ¡Por favor! ¡Aaahhhh! ¡Para! ¡Para!”

“Te lo dije, Santa” escuché una voz familiar. “No todos los pobres son buenas personas”. 

Seguí la dirección de la voz y mis ojos se encontraron con la persona que más odiaba.

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