Ore wa Subete wo “Parry” Suru (NL)

Volumen 1

Capítulo 14: La Melancolía Del Príncipe

 

 

En el interior de su despacho, el príncipe se sentó desganado en su silla. Una montaña de asuntos exigían su consideración, pero se encontraba preocupado ansiosamente por uno en particular.

“¿En qué estaba pensando mi padre al entregarle así la Espada Negra a un completo desconocido?”.

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En cierto modo, habría sido mucho más preferible que hubiera regalado la mitad de las reliquias de la mazmorra que había en la tesorería. Al fin y al cabo, aunque se habían ido acumulando poco a poco a lo largo de la dilatada historia del Reino, eso era otra forma de decir que nadie les había encontrado utilidad. Su valor en términos monetarios no era nada despreciable, pero al fin y al cabo, seguían sin tocarse. A lo sumo, no era más que una colección de objetos de utilidad circunstancial, curiosidades caras y obras de arte.

Pero la Espada Negra era diferente.

“De todas las cosas… tenía que ser esa espada”.

Lo que el padre del príncipe había regalado a aquel desconocido era la definición misma de útil. Su valor era sencillamente incomparable al de las baratijas que acumulaban polvo en la tesorería.

Cuando aún era un aventurero, mucho antes de que naciera el príncipe, el rey actual había formado un grupo con los actuales Seis Soberanos y se había adentrado en las profundidades de la Mazmorra de los Perdidos. Varios años después, tras un viaje en el que se habían enfrentado a la muerte en todo momento, regresó con la Espada Negra, una reliquia especial que se contaba entre las mejores de la larga historia del reino. Algunos incluso la conocían como la Hoja Irrompible.

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Su hoja de color negro azabache no podía ser dañada por ningún metal, por duro que fuera, desde el mitrilo hasta el oricalco o el metal maná. Una vez, a modo de prueba, la golpearon con Dragnil, un martillo enano que se utilizaba para forjar armas de oricalco y que, según se decía, estaba hecho con los colmillos de un dragón anciano. El martillo se había hecho pedazos.

Nadie sabía de qué material estaba hecha la Hoja Negra. Era un completo misterio. Los investigadores del Reino se habían puesto inmediatamente a realizar todo tipo de experimentos con ella, y sus esfuerzos les habían llevado a una única conclusión: No importaban los conocimientos, las hazañas de ingeniería o la magia que uno utilizara, no se podía hacer ningún daño a la espada. Ni el más mínimo rasguño. Que se supiera, nada en el mundo era más duro que la Hoja Negra. Incluso la adamantita, la sustancia más dura conocida en el mundo, podía considerarse blanda en comparación.

Pero había un enigma mucho mayor: la Hoja Negra era imposible de dañar, así que ¿por qué estaba en tan mal estado? Su longitud estaba marcada por innumerables astillas, arañazos y abolladuras. La única explicación era que habían sido causados por un grado absurdo de fuerza más allá del conocimiento humano. Ni siquiera después de que todos los eruditos del reino combinaran sus esfuerzos, nadie pudo encontrar una sola referencia literaria a lo que podría haberlo hecho.

¿Qué había ocurrido en las profundidades de la mazmorra? Es más, ¿cómo había llegado a existir la mazmorra?

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La Espada Negra era una pista para resolver esos misterios. Era una reliquia de primer orden, el tesoro nacional más importante del Reino de Clay. Gobernantes de otros países habían salivado ante la oportunidad de echarle un vistazo, e incluso habían ofrecido grandes fortunas con la esperanza de obtenerla algún día para sí mismos.

Sin embargo, el padre del príncipe había rechazado todas las peticiones. Era natural que lo hubiera hecho; la espada era así de valiosa. ¿Pero que se la entregara a un extraño sospechoso? El príncipe no podía ni empezar a entender qué le había llevado a hacer algo así.


“Tiempos desesperados requieren medidas desesperadas. Lo comprendo”, murmuró el príncipe. “Pero aun así…

El príncipe deseaba desesperadamente conocer la identidad de aquel desconocido. Al parecer, su habilidad era real -Gilbert le había pedido que se enfrentara a él y no había sido capaz de lanzarle ni un solo ataque-, pero eso no venía al caso. ¿Era realmente su aliado? Este “Noor”, como le llamaban, era un completo desconocido.

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Evidentemente, era cierto que había rescatado a Lynne del Minotauro. En ese sentido, el príncipe podía entender por qué su padre, aunque normalmente tan severo, había ofrecido la Espada Negra: era una ofrenda inestimable a la altura de la inestimable vida que se había salvado. Pero, aunque Noor era el salvador de su hermana, simplemente era demasiado desconocido como para confiar en él.

Ya era bastante sospechoso que el hombre se hubiera encontrado por casualidad con la princesa en el preciso momento en que el minotauro había atacado, pero luego había inventado una excusa tonta y había huido sin dar su nombre. Y además de su extravagante fuerza, que le hacía parecer un personaje salido de la epopeya de un héroe, estaba también el asunto de su comportamiento hacia el rey. Una cosa era ser rústico e ignorante, pero no mostrar ni una pizca de lealtad al Reino era imperdonable.

Por lo que parecía, Lynne admiraba profundamente al hombre, lo cual era comprensible, dado lo que había hecho por ella. Pero, ¿debía permitirle acercarse a ella? Con un solo error, su fuerza, suficiente para matar a un minotauro, podría convertirse en una tremenda amenaza.

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“Simplemente no hay suficientes bases para confiar en él”, murmuró el príncipe. “Aún así…”

Aun así, el hecho era que Noor había obtenido la aprobación del padre del príncipe, el monarca y máxima autoridad del Reino de Clay, y las decisiones del rey eran absolutas. Por lo que respecta a cualquier miembro de la Casa de los Clay, no tendrían más remedio que confiar en él si se lo ordenaban.

Sin embargo, tal orden aún no se había dado. El príncipe sabía, por sus propias dudas y recelos hacia Noor, que su padre probablemente se estaba conteniendo a la hora de otorgarle toda su confianza.

“¿Comprende mi padre la situación en la que nos encontramos?”, se preguntó el príncipe, sólo para responder inmediatamente a su propia pregunta. Era su padre; por supuesto que se había dado cuenta de la inquietud que acechaba en el ánimo del Reino. Y, consciente de ello, había entregado la Espada Negra a un desconocido. Lo que sólo podía significar…

“Es una forma de seguro”, murmuró el príncipe. “Un movimiento de todo o nada. Quiere que ese hombre rompa el bloqueo que envuelve la situacion en la que estamos”.

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Visto desde esa perspectiva, el príncipe podía empezar a entender el inexplicable juicio de su padre del otro día.

El rey había apostado por el hombre llamado Noor, apostando a que sería el seguro del reino contra lo que estuviera por venir, que no importaba quién fuera, porque podía blandir esa espada.


Sí, tenía que ser por eso.

La Espada Negra. Dandalg el Inmortal, conocido por su fuerza sobrehumana, se había quejado del esfuerzo que le suponía blandir la espada aunque sólo fuera una vez. Sig de las Mil Espadas se había negado a tomarla, declarándola demasiado pesada para blandirla. E incluso el rey en su mejor momento, comandante de los Seis Soberanos, sólo podía blandirla a dos manos a duras penas.

Noor la había blandido con una sola mano. Y no sólo eso, también se había llevado a casa la espada, absurdamente pesada, como si fuera un arma corriente. Era suficiente para preguntarse si realmente era una reliquia de mazmorra de primera clase. Tal vez su nuevo hogar fuera apropiado después de todo. Era una apuesta arriesgada, pero el príncipe sabía que, tal y como estaban las cosas, no podían permitirse ser quisquillosos.

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“Algo se acerca…” murmuró el príncipe. “Puedo sentirlo”.

Las recientes turbulencias en torno a la capital real que sugerían la implicación de los vecinos del Reino. El flagrante acto de terrorismo que supuso el intento de asesinato de Lynne, miembro de la realeza, un complot que había implicado el uso de magia de invocación en el corazón de la ciudad. Ambas eran acciones importantes, inauditas en los últimos años, y el príncipe dudaba de que aquello fuera el final.

El asesinato no había sido el objetivo final de su enemigo; a pesar de la magnitud del incidente, no había sido más que un intento de desequilibrar al Reino. Si el príncipe hubiera estado en el lugar de su enemigo, si éste hubiera sido su complot, no se habría detenido aquí. Habría seguido preparando escrupulosamente su gran plan, mientras ponía en marcha llamativas distracciones. El asesinato había sido una señal del comienzo y nada más.

Siendo así, ¿qué era lo siguiente? Independientemente de lo culpable que le hiciera sentirse, el príncipe decidió que, mientras permaneciera en la oscuridad, lo mejor era que Lynne permaneciera con su salvador. Si el hombre no era un enemigo, entonces sería un tremendo guardián, capaz de matar a un minotauro él solo. Nada podía ser más tranquilizador.

Por el contrario, confiarle la princesa a Noor lo pondría en la posición perfecta para matarla él mismo. Sin embargo, teniendo en cuenta los acontecimientos del día anterior, parecía infinitamente improbable que semejante idea se le pasara por la cabeza. La situación también había demostrado que en ese momento no era su enemigo, o eso esperaba el príncipe.

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“No tenemos tiempo suficiente”, se dijo el príncipe. “Ni suficiente gente”.

Había demasiadas incertidumbres en torno al salvador de Lynne… pero en la situación actual del príncipe, no tenía más remedio que depositar su fe en aquel hombre. Era una apuesta y nada más, pero el Reino había sido arrinconado.

Ahora mismo, el Reino de Clay estaba en paz, pero sólo en apariencia. A puerta cerrada, los asuntos avanzaban a gran velocidad. Había una falta fatal de mano de obra, y ya no tenían tiempo suficiente para averiguar cómo el enemigo haría su movimiento.

“Necesito más información…”, murmuró el príncipe.

Cogiendo una capa gris de la pared y poniéndosela rápidamente, salió de su despacho y se dirigió a la ciudad.

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