Shin no nakama janai to Yuusha (NL)

Volumen 8

Prologo: Así Habló Dios

La República de Zoltan.

Se puede encontrar siguiendo el camino desde la frontera oriental del Reino de Avalonia. La región se encuentra entre las grandes montañas inexploradas conocidas como el Muro del Fin del Mundo y el mar meridional que alberga tormentas y enormes monstruos.

En este mundo de guerra interminable diseñado por Dios, donde el único recurso es la lucha, Zoltan ha logrado eludir las grandes batallas al carecer de todo valor estratégico.

En la historia del Héroe, el único papel que desempeña Zoltan es el de lugar olvidado donde se esconde la reina consorte Misphia de Veronia.

La corte real Veroniana.

Ruti la Héroe se presentó ante la Reina Viuda Leonor y el recién coronado Rey Yuzuk. “Aunque seas el Héroe, entrar a la fuerza en la sala del trono con una espada en la cintura no es algo que se pueda perdonar”.

Un brillante anillo de rubí en el dedo de la Reina Viuda sobresalía mientras señalaba a Ruti y su compañía. El aspecto envejecido de la reina, la forma en que se adornaba con joyas y su rostro retorcido en un gruñido la asemejaban a las representaciones de brujas de las viejas leyendas.

Los caballeros Veronianos se pararon en los bordes de la habitación con las manos en las empuñaduras de sus espadas, mirando fijamente al grupo del Héroe.

Ares el Sabio y Tisse la Asesina retrocedieron ligeramente ante la oleada de hostilidad, mientras el Príncipe Kiffa el Maestro de Armas levantaba su escudo como para cubrirlos a los dos.

Yarandrala, la Cantora de los Árboles, ni siquiera pestañeó ante los caballeros y se limitó a mirar a Yuzuk en el trono y a Leonor a su lado.

El odio de Yarandrala hacia el ejército del señor de los demonios se había hecho más intenso desde la muerte de Gideon, sin desvanecerse nunca, ni siquiera en reposo.

“Reina Viuda Leonor, hemos venido a corregir su error”. Ruti miró a Leonor con ojos rojos que nunca vacilaban.

La reina viuda, enfurecida, gritó, pero la expresión de Ruti no vaciló. La puerta detrás de Ruti se abrió de golpe.

“Silencio, Leonor”.

Tras esta dura reprimenda, el príncipe Salius, en la flor de la vida, entró con sus soldados, seguido de un alto elfo con un parche en el ojo—el almirante Lilinrala—y otro más.

“¡¿Hermana?! ¡Se supone que estás muerta!”

La última en entrar con Salius fue Misphia, a quien Ruti y su grupo habían traído con ellos en su aeronave.

“Hmph, he sobrevivido todos estos años para poder ver por fin este día”. “¡¿A dónde quieres llegar?!”

“¡Este es el día en que tus malvadas acciones finalmente llegan a su fin! Héroe, ¡que se sepa la verdad!”

Ruti sacó de su capa un espejo de aspecto antiguo. “¡Espejo de Larael, desvela el mal que yace oculto!” Ruti apuntó el espejo hacia el rey Yuzuk.

“¡Argh!”

El rey Yuzuk había lucido una sonrisa confiada hasta entonces, pero cuando vio el espejo, se esforzó por ocultar su rostro.

Sin embargo, ya era demasiado tarde.

El rostro de un demonio con cuernos apareció en el espejo. “¡Gh! ¡¡¡Gaaaaah!!!”

El cuerpo del Rey Yuzuk burbujeó, se hinchó y se transformó en un demonio con cuernos retorcidos.

“¡Un demonio contratado!” Ares gritó al ver a la criatura. En realidad, el rey era un monstruoso demonio contratado.

“¡Eeeeek!” Leonor se desmayó al ver a su hijo convertido en un horrible monstruo. “¡Héroe maldito! ¿Cómo te atreves?”

“¡Demonio de contrato! Engañaste a la reina viuda Leonor e intentaste apoderarte del reino de Veronia”.

“¿Engañar? Qué grosero. Simplemente concedí su deseo. El espíritu del Rey Yuzuk aún reside dentro de mí. Aunque ya no puede mover ni un meñique por voluntad propia”. El demonio del contrato rio y luego miró con odio al Héroe. “Has arruinado todo. ¡No hay mayor humillación para un demonio contrato que ser expuesto! ¡Sentirás toda la ira de alguien aclamado como igual a un miembro de los cuatro reyes celestiales!”

“¡Está atacando! ¡Ponte a salvo, Misphia!”

Ruti desenvainó su espada sagrada, y el resto de sus camaradas se colocaron en posición.

Vestido con llamas nacidas de un poder mágico creciente, el demonio contratado saltó hacia el grupo del Héroe.

Fue una batalla feroz.

Ruti la Héroe envainó su espada y se acercó a Leonor. La mujer sollozaba, desplomada en el suelo.

“Reina viuda”. “… ¿Sí?”

“El demonio ya se ha ido”.

“Gracias. Al menos, no me convertiré en la tonta gobernante que destruyó su propia nación”.

“Ahora serás juzgada por la ley Veroniana”.

“Imagino que será la pena de muerte. Ya lo he aceptado. Después de los terribles crímenes que he cometido… Después de haber matado a mi propio hijo amado…”

La tristeza cruzó el rostro de Ruti.

“Pensar que el Héroe sentiría pena por alguien tan tonto”, comentó la reina viuda.

“Te arrepientes de tus pecados”.

“…Perdí a mi amado hijo por mi ansia de poder. Héroe, por favor comparte mi historia con el mundo. Este es el destino de aquellos que traicionan a la humanidad”.

“Reina Viuda…”

“Toma…” Leonor le pasó una llave a Ruti. “¿Qué es esto?”

“El rey anterior robó la nave del señor demonio, la Vendidad, del continente oscuro. Esta es la llave para controlarlo. Encontrarás un mapa para cruzar las aguas hacia el continente oscuro en ese viejo navío”.

“!”

“Es imposible atravesar las tormentas del señor demonio en una aeronave, pero deberías poder llegar al continente oscuro con la Vendidad”.

“…Muchas gracias, Reina Viuda Leonor.”

“¡Héroe, por favor, salva el… mundo!” Leonor desenvainó la esbelta espada que llevaba en la cadera y la clavó en el pecho de Ruti.

La expresión de la Héroe no cambió mientras la sangre goteaba de sus labios y el mundo perdía color y se quedaba inmóvil.

El viejo cuerpo de Leonor rejuveneció, recuperando la forma que tenía cuando murió.

Sus ojos débiles y apagados recobraron su ardiente vitalidad.

“¿Qué esperabas transmitir mostrándome esto? ¿Qué esto es lo que debería haber sido mi vida?”

Leonor miró al cielo, a la inextinguible luz resplandeciente.

Había algo en medio de aquel resplandor, pero no podía ser percibido por los ojos humanos.

“Demis”.

A Leonor le ardían los ojos, pero miraba fijamente al todopoderoso.

La sala del trono veronés desapareció, sustituida por un único camino sin ramificaciones. Leonor estaba sola, enfrentándose a Dios.

El mero hecho de vislumbrar esa luz bastaba para sobrecoger a cualquiera.

Evocaba el deseo de seguirla, de arrodillarse, de bajar la cabeza al suelo en señal de obediencia.

“Ser engañado por un demonio, salvado por el Héroe, y experimentar un cambio de corazón antes de aceptar pacíficamente mi ejecución debía haber sido mi vida. ¿Estás insinuando que ese fue mi final feliz? Tus esfuerzos son inútiles. No me arrepiento en absoluto de la forma en que viví”.

Leonor no cedió. Incluso frente a lo divino, su voluntad, la misma que la llevaba a rebelarse contra el mundo a cada paso, se mantenía firme.

“Esto es una pérdida de tiempo. No tengo necesidad de salvarme ni de misericordia. Es algo repulsivo. Condenadme a una vida renacida como gusano o arrojadme al infierno que os plazca”.

“Mi querida niña”, dijo Demis.

La sangre brotó de los oídos de Leonor. La voz era más grande que el llanto de toda la humanidad. Las palabras de Demis eran demasiado poderosas para un mortal.

Aunque a Leonor se le reventaron los tímpanos, la voz de Dios seguía llegando hasta ella.

Los ojos de la mujer se enrojecieron y apretó los dientes para soportarlo, pero aun así no dobló la rodilla.

Demis continuó: “Mi amado hijo, te has extraviado”.

“No, no cometí tal error. Como ya le he dicho, no me arrepiento”.

“Oh niño insensato, oh niño en viaje ocioso, aún eres amado por Dios”. La voz de la divina estaba llena de afecto.

Leonor se burló. “Hasta me querrías. En verdad, Dios es bondadoso. Pero yo no te amo”. Su determinación no flaquearía.

Cara a cara con Dios y enfrentada a la posibilidad de la aniquilación, se negó a modificar su modo de vida. Rechazar haber vivido como una mujer malvada hasta la saciedad sería perderse a sí misma. Aceptar lo que Demis le había mostrado, convertirse en ese ser débil aferrado al Héroe que se hacía llamar Leonor: era preferible una eternidad de tortura en el infierno.

“No”, habló Dios.

Leonor se preguntó a qué se refería. Mirando el camino recto por el que caminaba, se le ocurrió una duda.

“Demis, ¿podrías responderme a una pregunta? ¿Hasta dónde llega este camino antes de bifurcarse?”

Hasta donde ella podía ver, era una sola línea en ambas direcciones. Si hubiera un infierno, el camino tendría que bifurcarse en alguna parte. “Leonor, oh niña sabia. Lo que sospechas es la verdad”.

“No querrás decir…”

“No importa cómo vivan mis hijos, el rumbo no cambia”. “Así que el infierno no existe”.

“En este camino, renacerás como un tejón. Eso ya está establecido”.

“Entonces, ¿tiene algún sentido la vida de las personas? ¿El bien y el mal?

¿Qué sentido tenían todos los que vivían como siervos obedientes a tus bendiciones?”.

“Sí, hija mía. La vida de las personas tiene sentido. Deseo salvar a todos los miembros de mi querido rebaño. Todos ustedes son amados, mi niña. Desde el fondo de mi corazón”.

La forma de Leonor se quebró.

Se estaba transformando de nuevo en un alma pura sin voluntad ni recuerdos.

Con los últimos restos de su personalidad, Leonor siguió observando y considerando lo que estaba ocurriendo.

Y por fin…

“Ahora entiendo el punto del Héroe”.

…Leonor llegó a una respuesta.

“Felicidades, hija mía. Si hubieras nacido como el Héroe, estoy seguro de que habría habido salvación. Sólo por eso, lo siento. Cuando eventualmente te conviertas en el Héroe y regreses a mí, hablemos de nuevo”.

Leonor ya no tenía boca, ni palabras, ni inteligencia.

Su alma perdió gradualmente su forma, pero miró fijamente a Dios hasta el momento final.

“Adiós, mi amado hijo. Mi amor y la bendición que te sostendrá estarán siempre a tu lado”.

Demis se asomó al mundo que se extendía sin fin a su alrededor. Incontables almas fluyeron por sus caminos.

Y entre todos ellos, había una entidad especial.

Aquella alma desprendía una luz distinta de la que Dios deseaba.

El Todopoderoso se apenó de que las cosas no salieran como estaba previsto.

Así, cuando la Héroe se desvió de su camino, Dios tocó el mundo, aunque sólo fuera por un instante.

Al ver que ahora brillaba otra alma, Demis sonrió satisfecho.

El amor de Dios afluyó a cierto monasterio del sur del reino de Avalonia.

Allí, un muchacho solitario se arrodilló ante el altar y elevó una plegaria.

Este niño era el príncipe de una nación caída. Había perdido su patria y su familia a manos del ejército del señor de los demonios y no le quedaba nadie.

Van de Flamberge, el hijo menor del rey de Flamberge, aún no había sido consumido por el odio. Rezaba con el corazón tranquilo.

Señor Demis, por favor acepta mi devoción. Deja que mi vida sea vivida por tu voluntad.

Su oración no era una petición, sino una ofrenda.

Siguiendo el lema favorito del fraile que le había enseñado, Van no quería nada de Dios.

En   cambio,   ofreció   su   vida   en   obediencia   a   las    enseñanzas    del todopoderoso.

Quizá por eso se produjo el milagro. Un día, Van se convirtió en el Héroe.

Las Bendiciones Divinas eran regalos de Dios, exactamente como su nombre indica. Y aunque Van estaba aturdido por esta transformación, no dudó.

Su vida estaba al servicio de la voluntad de Demis. Van comenzó a actuar como debe hacerlo el Héroe.

En primer lugar, buscó que la Iglesia validara su Bendición Divina.

El chico abandonó el monasterio y se dirigió a la fortaleza del Último Muro. Así comenzó la aventura de Van el Héroe.