Loop 7-kaime no Akuyaku (NL)

Volumen 4

Capitulo 5: Nostalgia

Parte 2

 

 

Por aquel entonces, Raúl no tenía ni idea de por qué la princesa diría algo así. Le irritaba sobremanera, porque aquella princesa era la primera persona a la que no lograba comprender, incluso después de todo el tiempo que había pasado observándola. Esa fue también la razón por la que empezó a sentir que quería entenderla. Ese deseo era la primera emoción que identificaba como propia en mucho tiempo. Le parecía verdadera, a diferencia de cuando quería entender a la gente para ponerla de su parte o cuando tenía que fingir ser otra persona. Por eso observaba tan desesperadamente a la princesa, mientras se esforzaba cada vez más en su entrenamiento para que no le quitaran el puesto de su guardia.

¿Qué tiene que ver que yo sonría o no con su felicidad? Al mismo tiempo, sabía que no estaba en condiciones de desear su felicidad. Su futuro marido es quien va a hacerla feliz. Lo único que puedo hacer es protegerla con mi vida.

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Luego, se marchó para casarse. El país al que partió era grande, y el emperador de ese país había decidido casarse con ella. Si iba a casarse con alguien que la deseaba, seguro que sería feliz. Aunque fuera un matrimonio político, Raúl creía que sería capaz de sonreír por ella tal y como ella deseaba. Pero pronto aprendería que esa creencia era ingenua.

“Parece que se quitó la vida.”

La noticia de su muerte llegó del jefe justo un año después.

“Le pedí a uno de los cazadores que lo investigara. El país lo reportó como una muerte por enfermedad, pero eso es mentira.”

Los cazadores cuchicheaban entre ellos. “¿Es por su hijo que nació muerto?”

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“Se estaba consumiendo incluso antes del parto. La señora debe haber estado sufriendo por una razón u otra…”

“La única razón por la que este país no fue invadido fue porque ella aceptó ese matrimonio y soportó ella misma todo el sufrimiento.”

Al parecer, la princesa se había casado como rehén. No era nada tan afortunado como un matrimonio nacido del deseo. Por eso había tenido tan escasas esperanzas, por eso sentía la necesidad de fingir valor en aquella tierra extranjera.

“Pobrecita… Debió de ser peor que la muerte para ella allí en Galkhein.” Dijo el jefe, dejándolo caer.

Raúl aprendió algo allí mismo: las princesas que eran peones en matrimonios políticos nunca serían felices.

La familia de esa princesa ni siquiera protestó por el destino que le tocó. Decían cosas como: “El emperador de Galkhein pasó por alto nuestro país porque se la ofrecimos… Estamos orgullosos de su sacrificio.”

Al parecer, la realeza vivía para su país y a veces tenía que morir por él. Para cumplir esos deberes, sonreían y aceptaban matrimonios que no deseaban, y no se les permitía llorar su desgracia.

Huh. Entonces son iguales que nosotros.

Ella había deseado que le mostrara una sonrisa genuina, pero lo único que consiguió Raúl fue una nueva sensación de determinación. No deberías tener emociones para ti mismo. Es mucho más fácil sonreír y llorar cuando la situación lo requiere.

Después de eso, Raúl viajó a todo tipo de países con su familia adoptiva, los cazadores. Eran mercenarios a sueldo. Iban a cualquier parte por dinero, al servicio de quien les pagara en ese momento. No tenía por qué ser un país lleno de riquezas, porque podían utilizar la información que obtenían en países más pequeños cuando los contrataban países más grandes. De hecho, el jefe buscaba trabajo en países más pequeños en beneficio de Raúl, su sucesor.

Uno de esos países era Siguel. Allí, Raúl conoció al Príncipe Curtis, que tenía quince años —la edad de Raúl— y a Harriet, de diez. Con una sonrisa madura en el rostro, Curtis le había tendido la mano inmediatamente al conocer a Raúl, que no era más que un guardia desechable.

“Encantado de conocerte, Raúl. Esta es mi hermana, Harriet. Me temo que es bastante tímida.”

La chica que miraba a Raúl desde detrás de su hermano parecía cualquier cosa menos tímida. Tenía una mirada bastante feroz, pero Raúl, que estaba acostumbrado a observar a la gente, pudo darse cuenta de que lo que había detrás de su mirada era miedo y timidez.

Así que Raúl sonrió, poniendo una expresión brillante y amable que no asustaría a la chica pusilánime. “Hola. Es un placer trabajar para ustedes, Príncipe Curtis, Princesa Harriet.”

Gracias a esa primera impresión, Harriet fue confiando cada vez más en Raúl. Y mientras sonreía delante de los hermanos, Raúl pensó para sí: “Estoy seguro de que esta princesa también va a tener que soportar un miserable matrimonio político algún día.”

Por parte de los hermanos, sin embargo, intentaron acercarse a él sin segundas intenciones.

“¡Eres increíble, Raúl! Puedes andar sin hacer ruido y eres increíble con el arco. A veces mis padres ni siquiera se dan cuenta de que estás disfrazado de mí. ¿Verdad, Harriet?”

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“¡Sí!” Harriet asintió a las palabras de Curtis, con las mejillas sonrojadas.

No eran más que habilidades que había aprendido para seguir vivo, pero Raúl fingió que le alegraba oírlo. “Me honra que piensen así, Sus Altezas.”


“Oye, ¿no te dije que no necesitas ser tan educado con nosotros? Tenemos casi la misma edad, así que me gustaría que nos trataras como si fuéramos tus amigos.”

“¿Amigos?” En momentos así, a Raúl le preocupaba estar poniendo una cara rara, pero Curtis y Harriet se limitaron a sonreír, sin hacer ningún comentario al respecto.

“Así es. Somos amigos, Raúl.” “¡Sí! Te queremos, Raúl.”

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Raúl estaba asombrado por ellos dos. No había forma de que la realeza pudiera ser amiga de alguien a quien habían sacado de la calle y metido en una banda de mercenarios. Aun así, lo que se requería de él en ese momento era que se comportara como un amigo.

“Gracias. Me alegra que se sientan así.”

Raúl sólo había pretendido mentir como hacía siempre, pero, por alguna razón, sintió que algo cálido se le hinchaba en el pecho al pronunciar aquellas palabras.

¿Qué es esto? Le inquietaba y le incomodaba, pero la sensación también le resultaba familiar. ¿Soy… feliz?

No podía tener eso. No lo necesitaba para sobrevivir. Dificultaría su trabajo.

Olvídalo. ¿Qué haría si no protegiera a estos dos por cómo me siento?

Tenía que hacer un mejor trabajo protegiéndolos.


Pero justo cuando se resolvió, Siguel empezó a educar a Harriet en serio sobre los deberes de una futura reina, y ella se replegó en sí misma cada vez más. Preocupada por las palabras de Walter de Fabrannia, se dejó crecer el cabello para ocultar su rostro y dejó de mirar a la gente a los ojos cuando hablaba con ellos. Era una persona tímida desde el principio, así que cuando la educación de su madre se volvió dura, perdió su sonrisa alegre. Sólo cuando leía o hablaba de libros se le iluminaba la cara de alegría.

Pasaron varios años. El padre adoptivo de Raúl murió, lo que le convirtió en el nuevo jefe de los cazadores. Fue justo entonces cuando Fabrannia pidió que Harriet se trasladara allí, para pasar en su país el tiempo que le quedaba hasta su matrimonio. La invitación era aparentemente para que aprendiera las costumbres de Fabrannia, pero a Raúl no le sentó bien. Imploró a Curtis que le permitiera acompañar a Harriet a Fabrannia como su guardia. Si le causaba problemas que un hombre la custodiara, sólo tenía que disfrazarse de mujer. Sin embargo, Fabrannia sólo permitió a Harriet que la acompañara una criada y le negó que llevara guardias con ella.

“Raúl, ¿podrías hacer sólo un viaje allí para ver cómo le va a Harriet?” Le preguntó Curtis algún tiempo después de que Harriet se fuera. “Algo no va bien. Han pasado seis meses y no ha contestado ni una de mis cartas…”

¿Eres estúpido? ¿Qué vas a hacer cuando descubras lo que está pasando allí?

Curtis no podía hacer nada.

Siguel no tiene recursos para competir contra otro país. Si no se apoyan en sus aliados, encabezados por Fabrannia, no tienen forma de protegerse de países más grandes. Y si van contra Fabrannia, este país está condenado.

Aun así, Raúl palmeó a Curtis en el hombro para tranquilizarlo y sonrió. “Déjamelo a mí, Curtis. Iré a ver qué pasa y ayudaré a Harriet si lo necesita.”

“¡Gracias, Raúl!”

Así, Raúl fue a Fabrannia y se enteró del destino de Harriet, del desprecio, los abusos y las burlas que había sufrido, y de la trama de falsificación de dinero en la que se había visto envuelta. Su criada principal parecía hacer todo lo posible por proteger a la princesa. Al regañarla proactivamente por sus faltas, creaba una atmósfera que dificultaba los comentarios de los demás. Pero una táctica tan mezquina no serviría de nada.

“¡Oh, Raúl! ¡Ya has vuelto! ¿Qué tal Harriet?” Le preguntó un demacrado Curtis a su regreso a Siguel.

Sonrió a Curtis. “Está ocupada, pero parecía feliz. Realmente te preocupas demasiado por tu hermana, ¿no crees?”

“¿En serio?”

Raúl pensó que era la sonrisa más perfecta que había puesto nunca mientras añadía: “Harriet será feliz. Estoy seguro de ello. Así que no te culpes por sacrificarla.”

A partir de entonces, Raúl puso todo lo que tenía en sus preparativos. Reunió información, encontró pruebas de la falsificación y entrenó a sus subordinados. Aconsejó a Curtis que formara un pelotón de damas caballeros y las preparara para ser despachadas en cuanto se presentara una oportunidad. El problema era que esa oportunidad nunca llegaba.

Podían infiltrarse en Fabrannia, pero no podían acercarse a Harriet. Debido a la falsificación, no sólo se había reforzado la seguridad en el castillo, sino que el rey siempre estaba rondando a Harriet. Si ella usaba el dinero falso aunque fuera una sola vez, todo se acabaría. Y justo cuando Raúl empezaba a entrar en pánico, ocurrió algo inesperado.

El príncipe heredero de Galkhein se comprometió y envió invitaciones a todos los demás países.

Como esperaba, Fabrannia aprovechó la oportunidad. Permitieron que Harriet saliera del país, algo que nunca habían hecho antes, y le ordenaron que utilizara el dinero falso. En ese preciso momento, Curtis se encontraba mal. Raúl se ofreció voluntario para ir como su doble de cuerpo, pero se dirigió a Fabrannia en lugar de a Galkhein sin decírselo a la familia real de Siguel. Se coló en el barco de Fabrannia y envenenó las bebidas de los caballeros de Fabrannia, con la intención de completar su misión después de que llegaran a Galkhein, una vez que Harriet estuviera sin sus guardias.

La primera complicación de su plan se produjo cuando apareció aquella hermosa muchacha, Rishe. La dama de cabello coral se colocó al lado de Harriet con la imperiosidad de un caballero, a pesar de que se suponía que la tímida princesa no tenía guardias. Galkhein no debía de tener ninguna mujer caballero, así que Raúl pensó que se trataba de alguna suplente preparada a toda prisa, pero su técnica no dejaba nada que desear. Se comportaba nada menos que como un caballero de primera categoría.

Raúl había saltado de tejado en tejado, observándoles desde lugares en los que estaba seguro de que nadie podría verlo, pero la chica lo había mirado fijamente. Tenía unos labios suaves y rosados y una nariz con un elegante puente. Incluso a través de los monoculares podía ver lo largas que eran sus pestañas y lo grandes y redondos que eran sus ojos. Y aquellos ojos esmeralda de fuerte carácter miraban fijamente a Raúl. Casi se le corta la respiración ante su belleza.

En cuanto entró en el callejón, comprendió que lo estaba invitando a bajar. Pero aunque lo sabía, se encontró siguiéndola por reflejo. Su manejo de la espada era delicado y elegante. La siguiente vez que la vio, se presentó como la prometida del príncipe heredero de Galkhein.

De vuelta al presente, Raúl soltó un pequeño suspiro. No puedo creer que fuera genuina y que realmente cambiara a Harriet. ¿Cómo puede permitirse preocuparse por los demás cuando es rehén de un matrimonio político con Galkhein? Nunca he visto a alguien más condenado a la desesperación.

Raúl le había dicho: “Estoy pensando en arrebatarte si no quieres casarte con el príncipe heredero.” Lo había dicho en broma, pero hablaba en serio. Ninguna novia era feliz en un matrimonio político. Harriet y la difunta princesa que él no había podido proteger habían sido desgraciadas. La familia en la que se casaba esta chica, Rishe, era la misma en la que había terminado la princesa.

Y, sin embargo, Rishe le había dicho claramente: “No importa los desastres que puedan ocurrirme por casarme con él, no voy a dejar que me haga infeliz.”

No había ninguna duda en sus palabras.

“Voy a ser su novia. Ya he elegido cómo voy a vivir esta vida.”

Al oír eso, Raúl había sabido en sus huesos que la chica era peligrosa. Casi pensó que ella se había dado cuenta de lo que él realmente temía y esperaba en ese momento. Hacía sólo unos días que se conocían, pero ella había actuado como si llevara años a su lado. Si Raúl se veía obligado a darse cuenta de que sus emociones fingidas eran falsas, y llegaba a saber lo que realmente había en su corazón, no podría seguir adelante.

Ya es demasiado tarde. El miedo es sólo otra cosa que no necesito.

¿No es cierto?

Raúl abrió lentamente los ojos. La puerta de la iglesia se abrió y entraron varios caballeros de Fabrannia.

Ahora también hay unos cuantos fuera. Yo diría que catorce.

Quince dentro… Los veintinueve están aquí.

Todas las damas caballero lo miraron atentamente.

Apestan en esto. ¡No esconden su agresividad en absoluto!

Claro que, para empezar, quizá nunca tuvieron intención de ocultarla. Raúl se crujió el cuello y miró a Harriet atada ante él.

“Gracias, Harriet.” Dijo en voz baja, y ella se estremeció. “Siempre te esforzabas tanto por leer a la gente que te rodeaba, lo que te hacía tan tímida… Te diste cuenta de lo que intentaba hacer y me seguiste el juego, ¿verdad?”


“R-Raúl, tú—”

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Raúl le dio la espalda. “Aunque hiere un poco mi orgullo de cazador. No puedo creer que tú y esa chica, Rishe, me descubrieran tan fácilmente.”

“¿Qué están susurrando?” Preguntó una de las mujeres caballero, acercándose a Raúl.

“Nada. Sólo intercambiamos una última despedida, eso es todo.” “¡Raúl! ¡No puedes!”

“Supongo que no hay nada de malo en ello. Después de todo, los dos van a morir aquí.”

Raúl se encogió de hombros, consternado por la tópica amenaza del caballero. “Qué terrible. Aquí estaba yo todo ilusionado ante la perspectiva de ser contratado por Fabrannia, ¡sólo para descubrir que me habían engañado! Y ahora me van a matar.”

“No puedes hablar en serio. Viniste aquí desde el principio para rescatar a Harriet, ¿no?”

“¿Y qué hay de ti? Tú también planeaste matarnos a los dos desde el principio.” Era una farsa ridícula. Raúl se estiró, cansado de seguir fingiendo.

“¿No te parece que estas muy confiado? ¿Crees que puedes protegerla y derrotar a casi treinta caballeros entrenados tú solo?”

“Lo has entendido todo mal. No estoy obsesionado con la ‘batalla’ como ustedes.”

Los caballeros intercambiaron miradas confusas, pero él no les hizo caso.

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“Y tampoco me preocupa que sobrevivamos los dos.” “Ya veo. Así que la dejarás atrás y te irás por tu cuenta.”

“Ah, y hay una cosa más.” Raúl sonrió y señaló hacia arriba. “En realidad no estoy solo.”

En ese momento, los caballeros se pusieron en alerta, pero ya era demasiado tarde. En el tiempo que tardaron en parpadear, cinco de los hombres de Raúl habían descendido del techo para situarse a su alrededor.

“¡Imposible! ¡¿Cuándo…?!”

“Estaban aquí desde el principio. Lástima que no te dieras cuenta.” “¡Jefe! ¡Tenemos a Su Alteza!”

Raúl no se volvió, pero pudo sentir cómo tomaban a Harriet detrás de él. Debía de seguir atada y forcejeando; su voz era dolorosa cuando gritó: “¡Espera! ¡Suéltame! Raúl va a…”

“Muy bien. En marcha, chicos. Sigan el plan.” “Jefe, ¿de verdad va a…?”

“He dicho que se vayan.” Los espantó y no volvieron a protestar.

Uno de ellos debió de taparle la boca a Harriet, porque sus gritos quedaron amortiguados. Sus hombres volvieron a subir por las cuerdas por las que habían bajado.


No tiene sentido luchar. Todo lo que queríamos era sacar a Harriet de aquí.

Raúl se relamió, ladeó la cabeza y sonrió alegremente. Aquello no debió de gustar a los caballeros.

“¡Están subiendo! ¡No se lo permitas! Agarren las cuerdas y tiren de ellas…”

“Ajaja.” Lanzó un cuchillo a uno de los caballeros cuando ella fue a por una cuerda. En el momento en que ella vaciló, él saltó hacia adelante, cerrando la brecha entre ellos. Le clavó la rodilla en las tripas y aprovechó el impulso para girar y golpear con el talón a otro.

“¡Bastardo!”

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