Loop 7-kaime no Akuyaku (NL)

Volumen 4

Capitulo 5: Nostalgia

Parte 1

La pequeña iglesia abandonada casi había desaparecido de la memoria de la gente en cuanto se construyó una más grande en el centro de la ciudad. Habían retirado la estatua de la diosa y había una fina capa de polvo sobre los bancos de la sala vacía.

Raúl estaba sentado en el respaldo de un banco, con el codo apoyado en la rodilla y la barbilla en la mano. Las damas caballeros de Fabrannia hacían su trabajo solas, de espaldas a él. Raúl las observaba, ridiculizándolas lánguidamente.

“Tardaron bastante en juntarse, ¿no creen?”

Los caballeros le miraron como él esperaba. “Cállate. A diferencia de ustedes, debemos seguir las órdenes de Su Majestad.”

“¡Qué tensión! Aunque supongo que no es ninguna sorpresa.” Raúl sonrió y se asomó detrás de él. “Deben hacer un buen trabajo matando a Harriet o no podrán culpar del crimen a Galkhein, ¿verdad?”

Harriet se sentó en la plataforma donde estaba el atril, con las manos atadas a la espalda y la cabeza colgando impotente.

“Qué insolente. No olvides que sólo te incluimos en nuestros planes porque inclinaste la cabeza ante nosotros y nos suplicaste.”

“¿Ah, sí? Ni siquiera te diste cuenta de que era un impostor. Menos mal que estoy del lado de Fabrannia, porque si estuviera aquí para salvar a Harriet, ewww…”

“Creo que te dije que te callaras.”

Por lo visto, eran dolorosamente conscientes de que no habían sabido reconocer al Curtis de Raúl por falso.

Raúl se rio y miró alrededor de la iglesia abandonada. “Bueno, como quieras. Date prisa y trae aquí al resto de tus caballeros.” Sólo había veinte de los caballeros de Fabrannia presentes en la iglesia. Debería haber unos diez aún en camino. Raúl se crujió el cuello y dijo bromeando: “Después de todo, me he peleado un poco con el príncipe heredero de Galkhein. Necesitaré que el grupo me proteja hasta que pueda escapar a Fabrannia.”

“Hmph. Para ser un maldito cobarde sabes hacer de cazador.”

“Eso está un poco fuera de lugar, ¿no crees? ¿No fui parte integral de tu plan de secuestro?”

Sabía que no debía llevar su acoso demasiado lejos. Bajo sus miradas de odio, Raúl se bajó del banco y se acercó a Harriet. Se arrodilló frente a ella. “Harriet. ¿Estás llorando?”

“Raúl… ¿por qué haces esto?” Harriet le miró, temblorosa, y Raúl se sorprendió al ver que, aunque estaba asustada, no lloraba.

Bueno, lo estará. Pensé que estaría blanca como una sábana y llorando a mares.

Se aseguró de que su expresión fuera fría y no traicionara su sorpresa. “Esa es mi línea. ¿Por qué traicionaste a Fabrannia? Dándole las monedas que el rey Walter te confió a esa chica… ¿Pensaste que ella vería lo que eran y te ayudaría?” Incluso Raúl se había sorprendido por ese movimiento. “Qué mala eres. ¡Y se supone que eres una princesa! Sabías que si hacías eso, Fabrannia ya no protegería a Siguel y todo el país estaría en peligro, ¿no?”

“Ugh…”

“Todo lo que Siguel tiene a su favor es su forma de hacer apuestas. Necesita ayuda de sus aliados, que están encabezados por Fabrannia. Así que si Fabrannia se vuelve en su contra, todo habrá terminado para el pobre Siguel… y nosotros los ‘cazadores’ somos sólo una banda de mercenarios. No somos caballeros que le hayan jurado lealtad ni nada por el estilo.”

Las damas caballero de Fabrannia miraron a Harriet con desprecio. Eran simples caballeros, pero no sentían el menor respeto por Harriet, que era de la realeza. La mala opinión que Fabrannia tenía de Siguel era obvia con una sola mirada.

Harriet había adelgazado desde la última vez que Raúl la había visto

—cuando partió hacia Fabrannia para su compromiso— y probablemente había recibido todo tipo de malos tratos allí. Cuando la miró a la cara pálida, le dijo rotundamente: “Sé que eres pusilánime, pero habría sido fácil engañar a Galkhein. Deberías haber soportado tu culpa y haber hecho algunas compras. Eso es todo lo que habrías necesitado para convertirte en la próxima reina de Fabrannia.”

La princesa contuvo la respiración, moviendo la cabeza a derecha e izquierda. “Yo… yo…” Habló despacio, tropezando con sus palabras, y sonaba como si se hubiera resignado a su destino. “Sabía que si usaba las monedas falsas, conseguiría lo que quería… Su Majestad me alabaría, pensaría que merecía la pena hacer uso de mí… P-Pero eso no está bien.” Su voz temblaba de miedo, pero siguió adelante. “Todo se acaba en cuanto una moneda falsa entra en el mercado. Cuando eso ocurre, ya no se puede confiar en todas las monedas que circulan en ese país. Y cuando no se puede confiar en su dinero, su economía se hunde…”

Raúl estudió la parte superior de la cabeza de Harriet en silencio.

“Yo… yo no le di las monedas a Lady Rishe para que me ayudara. No soy digna de su ayuda.” Decidida pero torpe, Harriet tartamudeó: “Y, sin embargo, Lady Rishe dijo que me consideraba una amiga.”

Raúl podía imaginarse a la chica diciendo eso. Tenía los rasgos contradictorios de juzgar bien el carácter y no saber dudar de la gente. Acababa de conocer a Rishe hacía pocos días, pero estaba seguro de que habría llegado a la misma conclusión tras un período de observación más largo.

“Galkhein necesita saber sobre Fabrannia… No es sólo la moneda de Galkhein lo que Fabrannia está tratando de hacer. También hay muchas otras cosas…”

Lo sé. Raúl estaba más o menos al tanto del complot de Fabrannia.

“Si te hubieras limitado a hacer lo que te dijeron, Fabrannia se habría lucrado con el dinero falso, y Siguel se habría beneficiado.”

“¡Cualquier riqueza obtenida mediante el sufrimiento de otro país no durará mucho! Lo he leído en muchos libros. Es la gente la que soporta esa carga… Así que, para evitar que Galkhein sufra… para proteger a su gente inocente… no puedo obedecer a Fabrannia.”

Los caballeros de Fabrannia miraron a Harriet con más dureza. Ella se estremeció, pero siguió mirando fijamente a Raúl.

“Sé que no puedo vivir como deseo porque nací princesa.” Harriet hizo acopio de toda su valentía para decir: “¡Pero nunca haré nada que haga sufrir a ciudadanos inocentes, ni siquiera bajo amenaza de muerte!”

Raúl esperaba que Harriet se acobardara. ¿Cuándo se había vuelto tan decidida? En cuanto formuló la pregunta, pudo imaginarse claramente en su mente a la persona que había dado confianza a Harriet, le había permitido recuperar su orgullo y la había hecho mirar hacia delante en lugar de hacia abajo.

“Estúpida princesita sin sentido.” Raúl suspiró desde el fondo de su corazón.

Atrapada aquí, Harriet no tenía ni idea de lo que había ocurrido en el castillo de la colina. No sabía que aquella chica llamada Rishe había descubierto el plan de falsificación ni que quería salvar a Harriet. Tampoco sabía que Raúl la había inmovilizado con una droga.

Haciendo burbujear en su interior el desprecio por sí mismo, Raúl se mofó. “Y mira adónde te ha llevado eso. Los caballeros de Fabrannia descubrieron tu traición y ahora deben matarte. Una vez que lo hagan, Fabrannia y toda la comunidad internacional culparán a Galkhein de tu muerte.”

Seguro que había países que veían el complot como lo que era, pero el incidente sin duda deshonraría a Galkhein a pesar de todo. Desde luego, no podrían celebrar una boda sin prisas después de que la realeza extranjera fuera asesinada en su suelo. La boda del príncipe heredero se pospondría, y correrían rumores de que Galkhein no podía mantener a salvo a sus invitados extranjeros. Mientras imaginaba ese futuro, Raúl recordó vagamente una escena de su pasado.

“Debes aprender a mentir tan naturalmente como respiras.” Raúl lo había oído a menudo cuando era joven.

“Mientras puedas, debes desechar tus propias esperanzas y deseos.

¿Me entiendes, Raúl?” El anciano de cabello blanco que le hablaba era el anterior jefe de su tropa de caza. “Tu propio corazón sólo se interpondrá en tu camino. Los sentimientos verdaderos ralentizarán tus pies. Las sombras perfectas doblegan las mentiras a su voluntad.”

“Sí. Entendido, abuelo.”

Raúl había asentido, obediente, porque lo entendía. Después de todo, había vivido solo antes de que el viejo lo acogiera.

El primer recuerdo que tenía Raúl era el de las sucias yemas de los dedos del cadáver de su madre la noche en que murió en un callejón. Para sobrevivir, observaba a los adultos como si su vida dependiera de ello. Después de todo, no tenía sentido mendigar comida o dinero a quienes no se lo darían. Así que Raúl se quedó quieto y observó a toda la gente que pasaba a su lado, como un halcón. ¿Tendrían algo de lo que prescindir? ¿Qué les inspiraría compasión? ¿Cómo debía actuar para ganarse su ayuda? Estudiaba todos los días, aprendiendo por ensayo y error, y aprendió mucho: qué querían y deseaban las distintas personas, a qué tipo de engatusamiento sucumbirían y qué no podrían rechazar.

Sonríe aunque no estés contento. Rompe a llorar aunque no estés triste.

El joven Raúl se había dicho esas cosas una y otra vez.

Si sigues mintiendo, al menos tendrás algo que comer mañana.

Ese tipo de vida debía de sentarle bien. Cuando un día se encontró con el antiguo jefe, éste se dio cuenta de sus mentiras e incluso le acogió, diciéndole que él mismo criaría a Raúl.

“Gracias. Me alegro de que te haya gustado. Haré todo lo que pueda para recompensarte.” Dijo con una sonrisa. En realidad, no estaba contento en absoluto.

Aunque si sigo mintiendo y sonriendo, podré comer todos los días a partir de ahora.

Raúl aún recordaba el alivio que había sentido aquel día. Si engañaba a la gente y conseguía caerles bien, no se moriría de hambre. Eso era lo importante, así que incluso después de que el jefe anterior acogiera a Raúl en contra de su voluntad, se entrenó bajo sus órdenes. Cuando lo elogiaban, actuaba complacido, y cuando lo regañaban, actuaba arrepentido. Y como había dedicado tanto tiempo y esfuerzo a observar a los adultos, cada vez era mejor doble de aquellos a los que debía proteger.

A medida que crecía, a veces tenía dudas.

Pero… ¿qué era lo que me hacía feliz?

En la época en que Raúl era incapaz de responder a esa pregunta, lo destinaron a custodiar a una princesa. Fue por poco tiempo, apenas un año más o menos. Raúl tenía entonces once años, y recordaba que la princesa acababa de cumplir dieciséis.

“Raúl, ¿qué te hace feliz?”

Le molestaba la sonrisa candorosa de la princesa.

Una sombra no necesita felicidad.

“Además, ¿qué tipo de cosas te gustan? Haré que los cocineros preparen lo que quieras comer.”

Tampoco necesito que me gusten las cosas. Si averiguara lo que me gusta, también averiguaría lo que no me gusta.

“Debo ir pronto a otro país para un matrimonio político. Siento que me queda poco tiempo aquí.” La tristeza jugó en sus labios aún curvados mientras se colocaba el cabello rubio detrás de la oreja. “Espero poder ver una verdadera sonrisa tuya antes de eso.”

“Eres una princesa bastante dulce. ¿Por qué querrías eso de alguien como yo?” Preguntó con una sonrisa burlona.

Le revolvió el cabello a Raúl. “Porque me gustaría tener al menos un poco de felicidad donde voy a vivir a partir de ahora.”

“¿Hm?”

“Quiero creer que mi matrimonio permitirá que niños como tú sean felices en este país.” Había una ligera sombra en su sonrisa. “Si creo eso, estoy segura de que seré al menos un poco más feliz allí.”