Watashi no Shiawase (NL)

Volumen 1

Capítulo 4: La Elección Del Desafío

Parte 4

 

 

Perdido en sus ensoñaciones, Kouji no se había dado cuenta cuando Kiyoka se detuvo junto a la puerta principal de la residencia Saimori. Salió rápidamente del vehículo y lo siguió. Ya estaba semioscuro, y el cielo encapotado bloqueaba la luz mortecina del sol poniente. La vieja y pesada puerta, firmemente cerrada, se alzaba imponente ante ellos.

“¿Qué hacemos? Puede que se nieguen a dejarnos entrar…”





“Eso no será un problema.”

No había ni rastro de vacilación en la voz de Kiyoka. Levantó la mano, y Kouji quedó momentáneamente cegado por un destello de luz brillante y ensordecido por un trueno.

“Guh…”

Era como si un rayo hubiera caído justo al lado de ellos… hasta que Kouji se dio cuenta de que eso era exactamente lo que había pasado. Olió a madera quemada. Poco después, recuperó la vista. Efectivamente, la puerta estaba carbonizada y hecha pedazos. La habilidad que Kiyoka había utilizado era tremendamente poderosa. Kouji había oído algo sobre un Don que permitía controlar los rayos, pero nunca imaginó que pudiera ser tan destructivo.

“Vamos.” “¿Eh? Ah, sí…”


Aunque Kouji seguía conmocionado y asustado por lo que había presenciado, se recompuso y siguió a Kiyoka. Entonces vislumbró los ojos del otro hombre y su ira. Era tan intensa que los pálidos ojos azules de Kiyoka parecían iluminados desde dentro por llamas de furia.

¿Está… enfurecido?

Kouji había tomado la falta de expresión de Kiyoka como una señal de que no se había preocupado por Miyo. Su voz carente de emoción parecía provenir de un corazón frío. Una pregunta empezó a formarse en los labios de Kouji mientras corría detrás de Kiyoka, pero no la formuló. Sería inútil hacerla ahora. Era improbable que obtuviera respuesta, y de todos modos pronto descubriría la respuesta. Manteniendo la boca cerrada, aceleró el paso para no quedarse atrás.

El estruendo y los temblores provocados por el rayo que había destruido la puerta sembraron el pánico en la finca Saimori. Los criados, e incluso el propio Shinichi Saimori, salieron a investigar. Cuando descubrieron que la puerta se había quemado, corrieron confusos por los terrenos. Nadie se atrevió a detener a Kiyoka y Kouji, que se dirigían confiados hacia la casa principal.

Shinichi fue el primero en recobrar el sentido.

“¡Sr. Kudou! ¿Qué significa esto?” Gritó desconcertado. “¿Dónde está Miyo?” Preguntó Kiyoka.

“¡!”

Shinichi jadeó, y toda la sangre se le escurrió de la cara. Parecía a punto de desmayarse. Gotas de sudor aparecieron en su frente.


“¿M-Miyo? Ella…”

“No recuperarás a Miyo.” Intervino Minoru, acercándose por detrás de Shinichi.

“¡Padre! ¡¿No tienes vergüenza?!”

Kouji dio un paso hacia Minoru, dispuesto a arremeter, pero Kiyoka lo contuvo.

“He preguntado dónde tienen a mi prometida.”

“No tiene sentido preguntar. Me ha dicho que no quiere volver a verte.”

“Prefiero escuchar eso de ella. Si no vas a decirme dónde está, apártate de mi camino.”

Kiyoka y Minoru se miraron fijamente, sin intención de retroceder. A pesar de que Kouji se había enemistado con su padre, le impresionaba que Minoru no se sintiera intimidado por Kiyoka. El aura furiosa del hombre parecía hacer brillar el aire a su alrededor. Pero también ilustraba claramente lo mucho que el padre de Kouji deseaba el linaje de Miyo.

“No te dejaré pasar.” Dijo Minoru. “Intenta pasar a la fuerza y haré lo que haga falta para retenerte. También te denunciaré por allanamiento.”

“Haz lo que quieras, pero no puedes detenerme.”

Kouji esperaba que Kiyoka se volviera violento, pero no lo hizo. Ni sacó la espada ni usó sus poderes. Simplemente siguió caminando despacio, con su rabia palpable. Minoru y Shinichi perdieron primero la compostura y conjuraron una barrera presas del pánico. Pero no lograron impedir el avance de Kiyoka. El mejor usuario de dones de su generación siguió avanzando sin hacer ningún movimiento ni gesto que indicara el uso de una habilidad especial. Tanto Shinichi como Minoru tenían experiencia en combate, pero Kiyoka atravesó sus barreras mágicas como si fueran mero papel de seda. Esto hizo mucho más que inquietar a sus oponentes. Al darse cuenta de lo mucho más poderoso que era Kiyoka en comparación con ellos, Minoru y Shinichi sucumbieron de puro terror. Incluso Kouji estaba pálido como un fantasma mientras seguía en silencio a Kiyoka.

“Así que la reputación de los Kudou no era sólo una fábula…”

Kiyoka había alcanzado a los dos hombres mayores y los había empujado contra una pared. Con sus Dones inútiles, cambiaron de enfoque. Minoru intentó dar un puñetazo a Kiyoka, que rápidamente le agarró del brazo y le lanzó por los aires. Entonces Kiyoka fijó su ardiente mirada en Shinichi, que retrocedió medio paso antes de que las piernas se le doblaran y se desplomara en el suelo. Shinichi ni siquiera iba a intentar luchar. Comparado con Kiyoka, era tan débil como un niño —no, un bebé—, así que resistirse sería inútil.

Una diferencia tan grande entre los usuarios de dones al servicio del emperador era insondable. Kouji ya no sentía envidia. Kiyoka ya no le parecía humano, sino más bien un demonio de sangre fría que destruía todo a su paso. Simplemente se sentía agradecido de que aquel hombre fuera su aliado.

Kouji miró furtivamente a su padre y a Shinichi tendidos en el suelo, pero no pudo soportar mirarlos, así que se apresuró hacia la casa de los Saimori. Se trataba de una residencia en expansión, un edificio de madera que era un laberinto de habitaciones y pasillos. Como había sido diseñada para que cada pasillo ofreciera vistas al jardín, la casa estaba compuesta por muchos patios pequeños y un jardín trasero más grande. En el pasado, este tipo de arquitectura tan elaborada identificaba inmediatamente a las familias más ricas.

“Tatsuishi, ¿sabes dónde tienen a Miyo?” Preguntó Kiyoka sin volverse a mirarle. Tomado por sorpresa, Kouji trató rápidamente de pensar en los lugares más probables.

“Su antigua habitación en el cuarto de servicio… No, espera.”

Si Kaya y Kanoko estaban con ella, no podía ser esa habitación. No las pillarían ni muertas en las habitaciones de los sirvientes. Entonces,

¿quizás la habitación original de Miyo? No, esa estaba al lado de la de su madre, así que Kanoko odiaba estar cerca de ella. Era una casa vieja, y las casas viejas, con sus finas paredes, no ofrecían mucha intimidad. En realidad, no había ningún lugar apartado donde pudieras tener a una cautiva… ¿O sí?

“Hay un almacén en el jardín de atrás…” “¿Sí?”

“Es muy viejo y no se usa para mucho… Creo que pueden tenerla allí.”

El almacén podía ser bloqueado desde el exterior. Cuanto más lo pensaba Kouji, más convencido estaba de que era el lugar adecuado. Kiyoka asintió con la cabeza.

“Muéstrame el camino.” Dijo. “Sígueme.”

“¡Espera, detrás de ti!”

Kouji se giró sorprendido al ver un vórtice de llamas que avanzaba rápidamente, una de las habilidades del Don de su padre. Minoru le seguía en una feroz persecución a través. Kouji no podía moverse mientras la masa de fuego se acercaba a él. No sabía cómo reaccionar, ni podía hacer nada para protegerse.

“Ese tonto impulsivo no se rinde.” Espetó Kiyoka con odio.

Nada más hablar, un muro invisible que había conjurado separó a Kouji del vórtice.

“Una barrera…”

Pero su alivio duró poco. Cuando el vórtice de llamas chocó contra la impenetrable barrera mágica, se expandió a diestro y siniestro. Las paredes del edificio se incendiaron de inmediato, y la conflagración se extendió rápidamente hasta envolver los patios interiores, quemando árboles y calcinando la hierba.

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“Esto es terrible…”

Kouji deseó poder taparse los ojos para no ver la destrucción. Las llamas infernales nacidas de la tenacidad de su padre engullían todo a su paso. Hasta un niño podía imaginar lo que ocurriría si el fuego ardiera sin control en el interior de una residencia construida con madera y papel. Mientras Kouji permanecía allí horrorizado, oyó un ruido sordo y vio a su padre desplomarse de repente. No sabría decir qué sintió en ese momento. ¿Debía sentir lástima por su padre, que habría muerto quemado si Kiyoka no hubiera intervenido?

“Sólo le di una pequeña descarga para paralizarlo. Tenemos que darnos prisa antes de que el fuego se extienda.”

Estaban allí para rescatar a Miyo, no para batirse en duelo con Minoru o apagar fuegos. En cuanto a Kouji, no quería volver a tener nada que ver con su padre. Ese día, finalmente decidió seguir su propio camino y lavarse las manos de los planes de su padre.

De repente, se oyeron truenos y el temblor de la tierra. Lo sintieron incluso en el almacén de la parte trasera de la residencia.

“¿Qué fue eso…?”

Kaya y Kanoko se miraron sorprendidas. Kanoko aflojó el agarre del cabello de Miyo y la chica cayó de rodillas.

“Comprueba qué pasa.” Ordenó la madrastra de Miyo a su criado.

Su voz sonó lejana para Miyo, que estaba cada vez más aturdida. Sus hombros habían sido golpeados con tanta violencia que sus brazos se habían entumecido. El bofetón en la cara la había dejado cada vez más confusa.

“¿Fuiste tú? ¿Hiciste algo?”

Miyo apenas percibió el duro tono de las acusaciones de su madrastra. No le afectó lo más mínimo.

“¿Yo…?”

¿Qué estaba insinuando su madrastra? ¿Qué podría haber hecho Miyo como prisionera, atada e indefensa?

“Madre, tienes que conseguir que lo diga.”

“Lo haré. Miyo, di que rompes el compromiso con Kudou, ¡ahora!” Su voz era tan distante.

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“No… no diré eso.”

Miyo no podía concentrarse, apenas podía pensar, pero no se rendiría. No les dejaría salirse con la suya. Sólo había un deseo en su corazón, y de él sacaba la fuerza para seguir resistiendo a sus opresores.

“¡Desvergonzada! ¡No tienes derecho a discrepar!”

Con la cara roja de ira, Kanoko agarró a Miyo por el cuello. Miyo vio la palabra muerte deletreada en el ojo de su mente. Las letras se desvanecieron rápidamente. Pero no se desesperó, aunque tenía la corazonada de que si se rendía ahora, la muerte no tardaría en llegar. Recordó cómo antes había hecho las paces con su muerte, cuando su triste y dolorosa vida ya no parecía merecer la pena. Cuando ya no pertenecía a ningún sitio. Pero Miyo se había equivocado: había un lugar para ella en este mundo, al lado de Kiyoka.

“Yo… no… lo… diré.”

Kaya hizo una mueca de exasperación y Kanoko apretó con más fuerza la garganta de Miyo.

Sr. Kudou, no me rendí. Tampoco me disculpé. No quiero dejarte.

No quiero morir todavía… “Sr. Kudou…” “¡Miyo!”

Todo se había oscurecido ante ella, pero oyó que la llamaban por su nombre. Había estado esperando oír esa voz. Su voz.

“¿Sr. Kudou…?”

Atónita, Kanoko soltó a Miyo. Ella se volvió a desplomar en el suelo.

“¡Miyo!”

Kiyoka corrió a su lado sin prestar atención a nadie más. Le quitó los grilletes y la abrazó. Realmente había venido hasta aquí por ella.

Tosió, jadeando y con lágrimas en los ojos, mientras la invadía un alivio abrumador. Nunca había dudado de él. Sabía que aquel hombre de buen corazón no la habría abandonado. Así era él.

“Sr. Ku… dou…” “Todo va a salir bien.”

Parecía dolido, al borde de las lágrimas. ¿Era porque sentía tanta lástima por ella, maltratada y abusada? Si era así, ella quería disculparse por entristecerlo. Pero no se sentía avergonzada: las heridas eran su insignia de honor. Por primera vez en su vida, Miyo no había cedido ante sus verdugos. A pesar de la presión de su familia, no había permitido que doblegaran su voluntad.

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Kiyoka acunó con cuidado a su prometida en brazos después de que ésta cayera inconsciente. Pesaba muy poco, incluso vestida con el elaborado kimono, que no era en absoluto ligero. Tenía una roncha en la mejilla —debía de haber sido golpeada con un objeto contundente— a la que él dirigió su mano con incredulidad, deteniendo los dedos antes de tocar la piel para no hacerle daño. Las dos mujeres que le habían hecho esto estaban cerca.

“… ¿Qué han hecho para que esté así?” “…”

Se estremecieron ante su pregunta, sorprendidas. ¿Creían que se saldrían con la suya? Al examinar sus rostros, sintió una oleada de ira. Le sorprendió su audacia.

“¿Cómo pudieron golpear a una chica indefensa? ¿Qué querían de ella?”

“Bueno…”

Kanoko cerró la boca hoscamente, pero Kaya no se inmutó.

“No he hecho nada malo.” Levantó la barbilla con altivez y miró fijamente a Miyo, que estaba acunada en los brazos de Kiyoka. “Sólo intentaba corregir un error.”

“¿Qué error?”

“Miyo siendo ofrecida a ti como novia, obviamente. Mi familia debe haberlo hecho por error. La chica es inútil, ya sabes. No tiene Visión Espiritual, además es estúpida y fea. Ni siquiera sería una buena sirvienta. ¿Alguien como ella iba a casarse con un mejor partido que el mío? Ridículo. El acuerdo fue un gran error, simple y llanamente.”

“…”

“Mis padres están de acuerdo en que soy mejor que ella. Soy la hija superior. Merezco ser tu esposa. Incluso el padre de Kouji está de acuerdo.”

Kaya estaba indignada, plenamente convencida de que tenía razón. En lo que a ella respectaba, su odio hacia Miyo no era un rencor personal irracional, sino una reacción natural al hecho de que se ignoraran sus derechos. Kiyoka imaginaba que había llegado a ser tan retorcida porque sus padres le habían inculcado ese derecho. Incluso podía sentir lástima por ella. Pero ella había provocado su ira, así que no la perdonaría sólo porque la hubieran educado para ser una ilusa.

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“Sin duda estará más satisfecho conmigo que con ella, Sr. Kudou.

Soy mejor que ella en todos los sentidos, así que debería…”


“Cállate.”

“¡!”

Su mirada penetrante la asustó hasta hacerla callar. Kiyoka no soportaba escuchar sus tonterías. Ni siquiera intentaba justificar su fechoría, creía de verdad en su inocencia, y eso le revolvía el estómago.

“No me hagas perder el tiempo con esas tonterías.” “¿Qué…? ¡¿Por qué no lo entiendes?! ¡Eres tan cruel!”

A ella le gustaba hablar, pero no tenía sentido discutir con alguien tan equivocado. Además, el fuego que asolaba la finca principal pronto se extendería hasta aquí.

“¡Señora Saimori! ¡Señora Kaya! ¡Hay un incendio! ¡Este lugar no es seguro!”

El sirviente que Kayoko había enviado para comprobar las cosas acababa de regresar corriendo. Kouji, que había permanecido en silencio hasta entonces, se acercó a Kaya.

“Kaya, no puedes quedarte aquí. Lo mismo va para usted, Sra.

Saimori. Tenemos que irnos.”

“Mi casa está… ¿está ardiendo?”

Kanoko estaba horrorizada. Salió a trompicones del almacén para ver el humo negro que salía de la residencia principal.

“¡No! ¡Nooo…!” Gritó. “¡No mi casa!”

Kiyoka no se preocupaba de nadie más que de Miyo. Mientras la levantaba del suelo para sacarla del almacén, Kaya lo agarró de la manga.

“¡No se vaya! ¡Por favor, Sr. Kudou…!”

Exasperado, Kiyoka se sacudió para liberarse de ella y la miró con animosidad desenmascarada.

“Ya he tenido suficiente de tu arrogancia. No me importan las caras bonitas ni el Don. ¡Tendría que caerse el cielo para que eligiera como esposa a una egoísta como tú! Apártate de mi camino.”

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Se estremeció y retrocedió un paso. Kiyoka no le dedicó una segunda mirada mientras salía del almacén con Miyo en brazos.

Kouji impidió que su prometida intentara alcanzar de nuevo a Kiyoka cuando se marchaba.

“Tenemos que salir de aquí ahora.”

“No… ¿Por qué? ¡¿Por qué me está pasando esto a mí?!” “Tenemos que irnos, Kaya.”

“¡Quítame las manos de encima!” Ella montó en cólera cuando él intentó llevarla fuera del brazo. “¡No lo entiendo! No he hecho nada malo.”

“Kaya…”

Fuera, Kanoko chillaba diciendo que todo era culpa de Miyo. Kouji perdió la paciencia. Suspiró y arrastró a Kaya a pesar de sus protestas. Una vez fuera, también agarró a la furiosa Kanoko y la obligó a caminar con ellos.

“¡Suéltame! ¡Suéltame de una vez!” “¡Ya basta!” Gritó Kouji.

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“¿Qué te pasa? Es Miyo la que te gusta, ¿verdad? ¡Déjame y corre para salvar tu pellejo!”

La sangre volvió a subirle a la cabeza. Ni siquiera entendía por qué se sentía obligado a salvar a esas mujeres. Pero tenía que hacerlo.

“¡Tienes razón! Miyo es lo más importante para mí. Por supuesto que lo es. Pero estaría triste si murieras, ¡y no dejaré que tú y tu familia le causen más dolor!”

Haría todo lo que estuviera en su mano para evitar que esa vil gente volviera a hacer llorar a Miyo. Si era para evitar el sufrimiento de Miyo, incluso salvaría a aquellos a los que odiaba.

Al oír a su apacible prometido dirigirle unas palabras tan duras y airadas, Kaya se calló y bajó la mirada malhumorada. No volvió a hablar mientras huían de la residencia en llamas.

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