Sekai Saikou no Ansatsusha (NL)

Volumen 7

Capítulo 12: El Asesino Hace Hermosas Vestimentas

El trabajo no fue demasiado difícil una vez construido el telar. No estaba seguro de si merecía la pena construirlo para un par de prendas, pero resultó ser la decisión correcta.

Los dos productos acabados eran un poco más grandes de lo necesario porque Dia y Tarte seguían creciendo. No era demasiado necesario para Dia, pero el pecho de Tarte podía aumentar aún más, por difícil que fuera de creer. Quería hacer camisolas extra si era posible, pero quedaba poco hilo del demonio Titiritero. No me sobraba, teniendo en cuenta lo que quería hacer a continuación.

“Esto es una locura. Es totalmente transparente”, comentó Dia. “…Llevar esto va a requerir mucho valor”, dijo Tarte.

Ambas se sonrojaron al inspeccionar las camisolas terminadas.

“Los hilos del demonio son casi invisibles, probablemente porque necesitaban pillar a la gente desprevenida… Entretejiéndolos se consiguió un tejido transparente”.

El hilo transparente era un material increíble. En mi antiguo mundo existían las camisolas transparentes, por supuesto, pero se creaban con hilos finos y tejidos que dejaban muchos huecos. El material en sí no era transparente. Una prenda realmente transparente, creada sin espacios, podía funcionar como equipo defensivo. Sin embargo, algo así era impensable en mi antiguo mundo.

Dia se llevó una mano a la barbilla. “¿Puedes colorearlas? Eso las haría aún más bonitas”.

“Intenté teñirlos porque también me preocupaba la transparencia, pero el color no se pegaba”, respondí.

Apliqué un tinte rojo a una de las camisolas para demostrarlo, y se deslizó enseguida. Había intentado varios métodos para colorear las prendas, como empaparlas en pintura y hornear la pintura en ellas, pero todos acabaron en fracaso.

“Huh. Bueno, supongo que no es posible. Los llevaremos debajo de la ropa, así que no importa”, dijo Dia.

“Um, eso está bien para mí, pero en su caso …” Tarte se interrumpió. Las orejas de Dia se pusieron rojas. “¡No digas eso delante de Lugh!” “Lo siento.

Tenía una idea de lo que se trataba. Se suponía que las camisolas se llevaban por encima de la ropa interior. Tarte tenía un pecho desarrollado y necesitaba llevar sujetador, pero Dia podía arreglárselas sólo con una camisola. Llevar una camisola transparente sobre su piel desnuda no iba a funcionar, sin embargo.

“¿Qué te parece esto? Utilizaré mis contactos de Natural You para encontrarte ropa interior pequeña y bonita”, sugerí.

Dia tenía pecho. Estaba creciendo poco a poco, y probablemente llegaría a una copa B en poco tiempo. No necesitaba sujetador, pero pensé que sería mejor para ella tener uno. Le diría a Maha que eligiera algo suave y cómodo.

“Métete en tus asuntos. ¡Tengo sujetadores, para tu información! Sólo que no los uso porque son una molestia. Es mucho más fácil usar una camisola”.

Dia podía ser sorprendentemente perezosa cuando se trataba de algo que no fuera magia. Podía jugar a ser la perfecta dama noble en público con la exquisita etiqueta que correspondía a su nacimiento, pero se lo tomaba con calma en su vida privada siempre que podía. Era propio de ella llevar una gruesa camisola sobre la piel desnuda.

“Lo sé, pero la tela es de baja calidad, y no te quedan bien… Y eh, creo que no te has dado cuenta, pero estás creciendo. Deberías aprovechar para comprarte algo bonito”.

“Espera, ¿de verdad? Wow…”

Abordé el tema con nerviosismo por lo delicado que era, pero Dia se frotó descaradamente el pecho delante de nosotros.

“Creo que han crecido… ¡Había perdido la esperanza! Sí, puedes comprarme ropa interior, Lugh. Te diré mi talla más tarde”.

“Me sorprende, Lady Dia…” El elogio de Tarte probablemente se refería a la audacia de Dia, no al aumento del tamaño de su pecho.

“Entendido”, respondí.

Los Viekones crecían y envejecían lentamente. Por eso mi madre seguía pareciendo joven a pesar de tener más de treinta años, y Dia procedía del mismo linaje. Pronto cumpliría diecisiete años, pero su edad física era de catorce o quince. Cabía la posibilidad de que siguiera creciendo.

“Además…”, empezó Dia. “¿Qué pasa?”

“¿Recuerdas las tetas falsas que usamos para mi disfraz? Yo también las quiero”.

“Ni se te ocurra. Una vez que empieces a exagerar tu apariencia así, nunca podrás parar”.

“No me gusta cómo suena eso, pero…”

Dia me pedía un sujetador con relleno. Le hice uno como parte de un disfraz cuando nos colamos en una fiesta en la capital real. Tenía una colección de herramientas para alterar la apariencia, y pude hacer que el pecho grande pareciera perfectamente natural en ella. Estaba seguro de que podría usarlo para engañar a todos y hacerles creer que sus pechos eran grandes. El problema era que no podía decir que su busto se había encogido un día. Tenía dos opciones: llevar el pecho falso el resto de su vida o admitir que usaba relleno. Era una maldición.

“Entonces olvídalo”. “Eres malo.”

“No lo digo por ser cruel… En fin, dejémoslo ahí por hoy. Ustedes dos pueden volver sin mí”.

“¿Te quedas aquí?”

“Le di prioridad a tu equipo, así que no he terminado de reparar mi chaleco antibalas. Una vez que esté hecho, volveré al dormitorio”.

“Deberías haberte hecho una camisola también. Es más cómodo”.

“Soy más fuerte que ustedes dos, así que quiero la defensa añadida de un equipo más pesado”.

Las camisolas no se diferenciaban mucho del chaleco frente a los ataques con arma blanca, pero sólo un chaleco podía alcanzar el nivel de resistencia a los impactos que yo quería. Ese chaleco era mi salvavidas: siempre lo llevaba debajo de la ropa.

Ahora que era un santo, sería el blanco de grandes celos. Algunos nobles intentarían eliminarme si no lograban ponerme bajo su influencia. No quería morir ahora que vivía como una persona en lugar de como un arma. Por fin había encontrado la felicidad.

“Me ofrecería a ayudar… pero sólo estorbaré. Hasta luego”, dijo Dia. “Te prepararé la cena”, añadió Tarte.

Ambas se llevaron las camisolas al pecho y se marcharon. Saber que las llevarían alivió mis temores, aunque solo un poco.

No me había olvidado de mí mismo mientras trabajaba en esas dos prendas. Dia y Tarte tenían más posibilidades de convertirse en objetivos que yo. Cuando se intentaba acabar con un oponente formidable, era práctica común ir a por sus seres queridos. Por eso prioricé su seguridad sobre la mía. No importaba el mundo, la malicia oculta en la gente corriente era más aterradora que nada.

“Bien, un último empujón.”

Tenía pensado experimentar con el hilo del demonio Titiritero para mejorar mi chaleco antibalas.

***

Perdí la noción del tiempo mientras trabajaba en mejorar el chaleco y acabé volviendo al dormitorio en mitad de la noche. Ya había pasado la hora habitual de acostarse de Dia y Tarte. Y sin embargo…

“Bienvenido de nuevo, mi señor.” “¿Por qué has tardado tanto?”

…las dos me habían esperado despiertas. Las chicas llevaban unos cómodos camisones que habíamos comprado en Milteu, con los que dormían habitualmente por lo suaves y holgados que eran.

“Podrías haberte ido a la cama”, dije.

Dia negó con la cabeza. “Me habría sentido culpable… Y tengo algo para ti. No podía ayudar con el equipo defensivo, pero me parecía mal relajarme mientras trabajabas, así que hice un nuevo hechizo.”

Cogí el trozo de papel que Dia me ofrecía y leí la fórmula escrita en él. “Huh. Esto es interesante. ¿Se te ocurrió a ti sola?” pregunté.

“No sería digno de que me llamaran genio si te dejara hacerlo todo”, respondió Dia.

Me quedé realmente sorprendido. Ella no tenía la ventaja de estar reencarnada como yo; era increíble que se le ocurriera esto sola. El hechizo tenía un uso limitado, pero podía dar la vuelta a una situación cuando uno se veía acorralado.

“No puedo hacer nada parecido, así que me esfuerzo más en la limpieza y la cocina”, dice Tarte.

Asentí con la cabeza. “Gracias. Sobrecargué mi cerebro, así que tengo antojo de algo dulce”.

Mejorar el chaleco era difícil, y mi cerebro quería glucosa. Le di un mordisco a una magdalena que había preparado Tarte. El dulzor se adaptaba perfectamente a mis gustos, como siempre. Tarte incluso había ajustado la receta, utilizando leche de soja en lugar de leche de vaca para que la magdalena fuera más ligera, ya que se trataba de una merienda nocturna.

Tarte no era la mejor cocinera del mundo. Yo era más hábil que ella. Pero nadie entendía mis gustos como ella, ni siquiera yo. Eso se debía a que todas las comidas que hacía desde que estaba a mi servicio eran para mí.

“Tenemos un regalo más para ti”, anunció Dia.

“Um, Lady Dia, ¿realmente vamos a hacer eso? Haré lo que pueda si eso hace feliz a Lord Lugh, pero…”, dijo Tarte.

“Absolutamente lo hará. Lugh puede no parecerlo a primera vista, pero es un pervertido total. Sólo le gusta hacerse el genial”.

“Ouch. Estilo, Dia.”

Por desgracia, no podía negarlo. Ser más humana era mi objetivo tras la reencarnación, así que en ocasiones quería ceder a mis deseos incipientes. ¿Había algo malo en ello?

“Si tú lo dices. Allá vamos”. Tarte declaró.

Dia y Tarte se quitaron los camisones y se quedaron en ropa interior. En realidad, no: también llevaban las camisolas transparentes. La ropa interior de Tarte era sencilla, pero el elaborado diseño de la de Dia llamó mi atención.

Nunca había visto la ropa interior que llevaba Dia. A juzgar por su diseño, no era apta para el uso diario. Un lavado descuidado la arruinaría. Eso significaba que estaba hecha para… otros propósitos. Me costó imaginar a Dia comprando esto. Sospeché que mi madre estaba involucrada.

“¿Qué te parece?”, preguntó Dia. “Pensé en invitarte a verme con esta camisola. ¿No es bonito?”

“Urgh, estoy tan avergonzada”, gimió Tarte.

“Es curioso. Estás más sexy con las camisolas transparentes que con la ropa interior sola”, observé.

“¡No nos analice así, mi señor!”

Sólo hice las camisolas para protegerlas, pero quedaban muy bien. Ver a Dia y a Tarte con ellas puestas apeló a mis instintos más bajos.

“Gracias. Me siento totalmente renovado”, dije. “¿Eso es todo?” preguntó Dia.

“No. Soy un hombre. No puedo mirarte con esa ropa y no excitarme. Pero es tarde, y sería descortés invitar a una de ustedes a la cama cuando los tres estamos aquí”.

Tenía un cuerpo pubescente, y Dia y Tarte eran mis adorables prometidas. Verlas así me llenaba de deseo. Sin embargo, coger a una de ellas sería una grosería, y tendría que ser realmente desvergonzado para pedir que ambas chicas se unieran a mí.

“Entonces preguntaré. ¿Te opones a eso?” “No, me haría feliz, pero…”

“Entonces vamos a mi habitación”. “¿Qué—huh—Yo—huh?” Tarte entró en pánico.

Dia le sonrió, cogiéndome la mano. “Tarte, acapararé a Lugh para siempre si no dices lo que quieres. Parece que las palabras no llegan, así que voy a intimidarte así hasta que aprendas a hablar”.

Sonreí irónicamente. Dia era realmente una excelente hermana mayor. Arreglar la pasividad de Tarte exigía medidas drásticas.

Dia y yo entramos en su habitación, dejando atrás a Tarte, que parecía una niña a la que le habían quitado el juguete. Hacía mucho tiempo que no hacía el amor con Dia.