Mushoku Tensei: Isekai Ittara Honki Dasu (NL)

Volumen 23

Capítulo Extra: Geese y Su Aliado Final

Parte 2

 

 

Badigadi

¡Esta es la oportunidad perfecta! Permítanme hablar un poco sobre el pasado. Voy a contarles sobre un sujeto que pensó que era inteligente. Equivocadamente. Todos a su alrededor eran completos idiotas, así que él había estado engañado. Sus compañeros, su hermana mayor—cuyo poder no era nada en comparación con el suyo, por cierto—e incluso el monarca que él y sus pares supuestamente debían amar y respetar. Todos a su alrededor carecían de sentido común. Era natural que él asumiera que era inteligente.

Verán, todos en su tribu eran—por regla general—unos idiotas. Lo que lo hacía diferente era que él trataba de expandir su inteligencia. Él entendía la lógica detrás de ciertas cosas, podía predecir correctamente lo que las personas estaban pensando, y era hábil descubriendo soluciones a los problemas.

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El padre del hombre lo llamó un prodigio entre prodigios, de los cuales nacían uno cada diez mil años. A él incluso se le dio el calificativo de Rey Demonio de la Sabiduría. Estaba claro por qué pensaba que era inteligente, ¿no?

¿Cómo? Dicen que, si él realmente era más inteligente que todos los demás que conocía,

¿entonces no estaba equivocado? ¡Buajajaja! ¡Esa es una gran suposición!

Piénsenlo por un momento: si un hombre dentro de un mar de idiotas es solo un poco más listo que el resto de ellos, ¿de verdad puedes decir que él es inteligente? ¡No, no puedes!

¡El hecho de que él mismo no lo ve prueba que no es un genio!

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Nos estamos saliendo del tema. ¡Estoy contando una historia, ¿saben?!

En ese entonces, los humanos y demonios estaban enfrascados en un conflicto que más adelante sería llamado la Segunda Gran Guerra entre Humanos y Demonios. Fue poco más que una escaramuza cuando era comparada a la futura Guerra de Laplace.

Nuestra larga esperanza de vida nos hace más pacientes a nosotros los demonios, así que nuestras invasiones son lentas. Somos relajados incluso cuando se trata de perder batallas cruciales en una guerra, lo cual por lo tanto les daba a los humanos el tiempo para recuperarse y asediarnos una vez más. Ganar una batalla es menos importante que ganar la guerra.

Nuestro estúpido héroe se unió al ejército del Rey Demonio, donde se le fue dada la posición de consejero táctico. Él veía cómo su gente se involucró en la guerra y terminó consternado. Las cosas no podían seguir así. Si ellos realmente querían ganar, entonces necesitaban comprometerse con una ofensiva más agresiva—tomar ubicaciones clave en el territorio enemigo.

¿Y adivinen qué? Nadie quería escucharlo. ¡Después de todo, todos eran idiotas, incapaces de entender la lógica de la guerra!

En fin, un día—sí, estoy siendo vago, pero de verdad no era un día especial. Salió de la nada, en serio. ¿O sí lo fue? Tal vez algo había ocurrido para precipitar el evento, pero nuestro protagonista no era lo suficientemente astuto como para descubrir la causa.

¡En fin!

Un día, el hombre comenzó a tener un sueño recurrente. Una persona aparecía en él, alguien cuyo sexo era indiscernible, cuya apariencia era tan nítida como la de una sombra. Apenas podía ser llamado un sueño. Esta persona se hizo llamar Dios Humano. Literalmente el dios de los humanos.

El dios dijo, “Verás, yo soy un dios. Todos los que viven en el mundo son como niños para mí. Nunca se me pasaría por la cabeza hacerte daño. De hecho, viendo lo mucho que te has estado esforzando, me gustaría ayudarte.”

Así es, un lunático.

El hombre naturalmente sospechaba de este dios, pero el dios aun así le ofreció un pequeño consejo antes de desaparecer. Inconsecuentemente, fue un consejo fácil de seguir: él dijo que debía enviar algunas tropas—incluso pocas estarían bien—hacia las Ruinas Galgau.

Ahora bien, nuestro protagonista era serio en extremo. Él sabía que ya había un Rey Demonio situado en las ruinas con sus tropas. Él no veía la necesidad de enviar tropas adicionales, ya que difícilmente parecía una posición vulnerable, pero de todas formas siguió el consejo y desplegó algunas de sus tropas ahí.

Cuando llegaron, se encontraron con una vista espantosa. Las Ruinas Galgau ya se habían convertido en un campo de batalla. Los demonios estaban superados en números, pero los humanos no esperaban que el hombre llegara con refuerzos. Él no había llevado a tantos soldados consigo, pero eran los suficientes como para estropear la formación enemiga. El hombre terminó salvando al ejército del Rey Demonio más importante. La victoria incrementó su influencia.

Desde ese momento fue como un sueño.

El hombre manipuló al ejército del Rey Demonio detrás de escena con su astucia. Él asumió el control de los territorios de los humanos a una velocidad alarmante. También se ganó el favor de la gente bestia, quienes eran considerados una especie de demonios en ese entonces, y los convenció de unir fuerzas con los demonios. Aunque esos no fueron los únicos aliados que se ganó. El hombre incluso logró traer al tablero a la gente del mar. Juntos, sus ejércitos ganaron territorio de forma constante. Solo era cuestión de tiempo hasta que los humanos fuesen eliminados de la faz del mundo. El hombre estaba agradecido con el dios. Gracias a ese dios, nuestro protagonista pronto sería capaz de vengar a su gran y noble padre.

Eso nunca ocurrió.

Lo recuerdo como si hubiese sucedido hace solo momentos.

La estrategia que había ideado nuestro protagonista era infalible. Pensando en ello ahora, no había habido ni una sola grieta. ¡Buajaja! Estoy exagerando un poco, mi memoria no es perfecta. Aun así, una cosa se me escapó. Lo que puedo decirles es esto: el plan del hombre era perfecto y si hubiese tenido éxito, el hombre podría haber establecido un puente hacia el Reino de Asura. Los humanos no habrían tenido dónde correr. La victoria habría sido segura. Así de perfecto era.

Pero entonces, un aspecto crucial falló.

Fue extraño. Su ejército era superior en números y fuerza. De hecho, él y sus tropas tenían un mejor entendimiento de lo crucial que era esta batalla. Los humanos eran despistados. Esta era precisamente la razón por la que la fortaleza que los demonios trataban de invadir tenía tan pocas personas protegiéndola. Estos hechos le aseguraron al hombre que no podía perder.

Aun así, terminó perdiendo.

Fue una masacre. Las personas decían esa palabra con frecuencia, pero lo digo en serio. No fue limpio, no fue pulcro, todos ellos murieron, y cada muerte fue del tipo desagradable. No hubo ni un solo sobreviviente.

El hombre estuvo horrorizado cuando vio el sangriento resultado. Sus hombres superaban los diez mil, pero todos habían sido masacrados. Él ni siquiera podía comenzar a imaginar cómo había ocurrido la matanza. Lo único claro era que parecía ser obra casi en su totalidad por un solo humano. Fue la misma técnica brutal, una y otra vez.

El hombre se dio cuenta de que había nacido un monstruo tremendo entre los humanos— supongo que, desde su perspectiva, era un héroe. Durante la Primera Gran Guerra entre Humanos y Demonios, un héroe parecido había nacido y expulsó a los demonios con su fuerza abrumadora. Nuestro estúpido protagonista había escuchado la historia, lo cual le ayudó a reconocer que el culpable en esta ocasión era similar.

Ese fue el punto de inflexión. Después de eso, sin importar lo que hiciera el hombre, nada salió bien. Este héroe interferiría e impediría cada uno de sus planes. Todo era culpa de ese héroe.

¿Mm? ¿Preguntan cómo lo sabía? No, no, puede explicarse fácilmente. No todas sus tropas fueron asesinadas en cada batalla, así que él fue capaz de reunir información de los sobrevivientes. Descubrió que incluso los humanos no estaban tan seguros de quién era este héroe suyo. Él era un hombre cubierto de una armadura dorada que apareció repentinamente en batalla para guiar a los humanos hacia la victoria. Esa era la única información que tenían.

Las personas llamaban al hombre Caballero Dorado Aldebarán.

Aldebarán poseía un poder tan abrumador que pudo dar vuelta completamente el flujo de la batalla, dándoles a los humanos el impulso necesario.

Era ridículo. Sin importar lo mucho que nuestro protagonista estrujase su inteligencia, sin importar lo completo y bien pensado de su plan, él siempre era vencido por la insuperable fuerza del héroe humano.

Las personas la llamaban la Segunda Gran Guerra entre Humanos y Demonios, pero no era una exageración decir que la guerra en realidad solo era entre los demonios y el hombre llamado Aldebarán. A mitad de camino del conflicto, al hombre dejó de importarle colocarse su armadura. Él aun así logró abrumarnos.

Los demonios no podían ganar contra Aldebarán. Nuestro protagonista perdió cada batalla importante luego de eso. El ejército humano hizo retroceder sus fuerzas hasta que estaban reunidas en el último bastión de defensa de los demonios, el Castillo Kishirisu.

En ese entonces, nuestro héroe demonio tenía un fuerte sentido del deber. Él estaba convencido de que era totalmente su culpa de que estuvieran en el predicamento actual. Ellos habían perdido muchos valientes Reyes Demonio. Incluso su hermana, una de las más fuertes de todos los Reyes Demonio, fue derrotada durante el curso de todo esto. Ellos habían perdido todo el territorio que habían conquistado a lo largo de la guerra. Todo eso era su culpa. Oh, qué presumido había sido él.





En retrospectiva, eso no era cierto. No había necesidad de que él se sintiera responsable por perder contra un adversario tan poderoso. Lo que debió haber hecho era cortar sus pérdidas y correr como el resto de los Reyes Demonio, aislándose en su región para llevar una vida tranquila.

La culpa no cambiaba mucho. La guerra había terminado, y el ejército demonio se cayó a pedazos. Era solo cuestión de tiempo antes de que los humanos conquistaran todo el territorio de los demonios.

Fue entonces que, una mujer, según nuestro protagonista la más idiota de todos, le dijo, “Esto no es tu culpa. Yo me encargaré del resto—deja de atormentarte.”

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Ella era el monarca que él y los demás supuestamente debían amar y respetar—un espíritu libre inhibido que vivía exactamente de la forma que quería. El hombre era abiertamente hostil hacia ella. ¡Buajaja! Pero verán, en lo profundo, él estaba locamente enamorado. ¿Por qué este Rey Demonio de la Sabiduría se esforzó más allá de sus límites como un consejero táctico? ¡Por amor, por supuesto! Para hacer feliz a su amada—a esta mujer.

Fue solo al final de todo ello que él se dio cuenta de esta verdad. En ese momento fue cuando le rezó a dios.

Por favor, ayuda a esta mujer. Ayúdanos a nosotros los demonios. Haré lo que sea a cambio, lo juro.

Esa misma noche, después de decir esa plegaria, el desconcertante ser apareció en sus sueños una vez más. Él aún no podía distinguir si el ser era hombre o mujer, ni tampoco discernir sus rasgos. Pero el dios sonrió hacia él y agitó su mano, casi como un viejo amigo saludándote desde el otro lado del camino.

“Hola,” dijo el dios.

El hombre naturalmente sentía desconfianza. ¿Por qué este dios—un dios humano— apareció para responder a las plegarias de un demonio como él?

Como para responder a sus dudas, el dios dijo, “Aldebarán es un terrible Dios de la Lucha, ¿no crees? Estoy tan asombrado por esto como tú. Al paso que van las cosas, tu amada reina y el resto de los demonios encontrarán su amargo final.”

En retrospectiva, había algo extraño sobre eso. ¿Por qué un dios humano se molestaría con algo tan trivial como la extinción de la raza demoniaca? Pero el hombre estaba demasiado desesperado como para hacerle caso a su buen juicio. Él agotaría cada recurso para dar vuelta todo esto.

“¿Qué debo hacer?” preguntó él.

Los labios del Dios Humano se curvaron para formar una intrigante y servil sonrisa. “Seguir mis instrucciones al pie de la letra.”

Y así el hombre emprendió un viaje. Podría ser difícil de creer ahora, pero él era frágil en ese entonces, todo piel y huesos. Era un demonio inmortal, así que caminó sin descansar ni dormir. Él se abrió paso justo a través del ejército humano, atravesó más de diez bosques, cruzó más de cinco ríos, y escaló más de tres montañas completas. Entonces, finalmente, se adentró en las profundidades de un laberinto que ya no existe. Ahí fue donde lo encontró: un solitario frasco de color púrpura. En el pasado había sido una medicina común y corriente, pero el denso poder mágico impregnando el laberinto la había alterado.

“Este es un elixir especial Anti-Ojo Demoniaco. Si lo bebes, ningún ojo demoniaco será capaz de verte.”

Tal vez esto había sido algo que originalmente debía caer en las manos de otro de los héroes humanos—podría haber creado otro al nivel de Aldebarán. Este elixir habría creado una debilidad en la líder más poderosa de los demonios, la Emperatriz Kishirika Kishirisu.

Los efectos del elixir continuarían hasta la muerte. Incluso sabiendo eso, el hombre se lo bebió por completo. Luego comenzó a correr una vez más. Él atravesó valles infinitamente profundos, una pradera sumergida en una tormenta de nieve, y al final, escaló la montaña más alta del mundo.

Fue ahí donde encontró la segunda cosa que él estaba buscando: un conjunto de armadura dorado. Brillaba de pies a cabeza, pero no se veía ridícula. No, esta armadura era siniestra, con el poder de hechizar a todo aquel que posara su mirada sobre ella. Esta temible armadura había estado oculta dentro de una montaña increíblemente empinada, sellada lejos de la vista.

“Cualquiera que vista esta armadura tendrá un poder invencible,” le había dicho el dios.

Es momento de repetirlo: el hombre era un idiota. Él no se detuvo a pensar en la razón por la que esta armadura había sido sellada—la razón por la que alguien la había ocultado aquí. Era el epítome de la arrogancia llamarse a sí mismo el Rey Demonio de la Sabiduría. Rey Demonio de la Estupidez habría encajado mucho mejor con él.

El hombre siguió las instrucciones del Dios Humano y liberó el sello conteniendo a la armadura. El sello era bastante complejo, pero apropiadamente para un autoproclamado Rey Demonio de la Sabiduría, removerlo no fue tan difícil. Una vez que lo removió, él se colocó la armadura… y perdió el control.

La armadura ciertamente era poderosa. Estaba imbuida con un suministro de poder mágico tan grande que había desarrollado su propia consciencia. No es como si el hombre se hubiese dado cuenta de eso al principio. Él estaba demasiado embriagado con el poder que salía de la armadura y entraba a su cuerpo. Estaba convencido de que sería capaz de vencer a Aldebarán.

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Masacraré a ese Aldebarán y luego mataré al resto, pensó él.

Si todavía no es evidente, él inmediatamente perdió la razón. El hombre normalmente era inútil cuando se trataba de una batalla, pero terminó impulsado por la sed de ella. Él avanzó tan rápido como el viento. Saltó desde la montaña del tamaño de un behemoth, cruzó el valle, la pradera sumergida en una tormenta de nieve, tres montañas más, cinco ríos, y diez bosques. Él derrotó al ejército enemigo y finalmente regresó al lado de su amada.

Lo hice, pensó él. La mujer que adoraba todavía estaba con vida. Ella había luchado, estaba golpeada hasta casi la muerte, pero todavía estaba con vida.

¿Contra quién había luchado? Hm, esto podría ser un poco difícil de explicar, pero en realidad no era Aldebarán quien estaba de pie frente a ella. En cierto sentido, el oponente era igual que Aldebarán, pero no exactamente. Verán, el humano conocido como Aldebarán—el caballero dorado que apareció en la batalla inicial que lo cambió todo—ya estaba muerto para este punto.

El enemigo que yacía ante ellos era el Dios Dragón Laplace. Dios Dragón Demoniaco Laplace, si necesitan su título completo. Nuestro protagonista sabía de él.


El Dios Dragón Laplace vivía aislado en una montaña distante, solo para descender ocasionalmente a la aldea a sus pies para enseñar artes marciales a las personas. Él era un individuo afable a quien, según la advertencia que había pasado de generación en generación entre los demonios inmortales, no debían contradecir. Eso realmente era todo lo que el hombre conocía sobre Laplace.

Por alguna razón, este Laplace estaba tratando de matar a la mujer que amaba nuestro protagonista. Si el hombre hubiese estado en su sano juicio, él podría haberse detenido a considerar lo que motivó al Dios Dragón—al menos demandar una explicación. Él podría haber usado su intelecto para tranquilizar a Laplace, evitando completamente el combate.

Por desgracia, la sed de sangre del hombre lo superó. Cuando vio que su amada estaba herida, la furia se apoderó de él. El hombre dejó salir un rugido de alguna clase, uno que nunca antes había escapado de su garganta, para luego lanzarse sobre Laplace.


El Dios Dragón fue tomado por sorpresa. Por supuesto que fue así. Su oponente usaba la armadura que él estaba seguro nadie nunca encontraría. Aún peor, ningún ojo demoniaco funcionaba en él. Sin embargo, el título del hombre como el Dios Dragón Demoniaco no era solo eso. Él era el único rey sobreviviente de la ancestral raza dragón—una persona a la que nadie se atrevía a oponerse.

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Si el hombre hubiese enfrentado a Laplace con su fuerza normal, su batalla ni siquiera habría durado algunos segundos. De hecho, con el primer ataque, el Dios Dragón había logrado cercenar los brazos del hombre y también descuartizarlo. Si el hombre no hubiese estado usando ese conjunto de armadura, todo habría terminado ahí. Si el hombre no hubiese sido un demonio inmortal, todo habría terminado en ese preciso momento. Esos son meros escenarios hipotéticos, debido a que el hombre estaba usando el conjunto de armadura. Él era un demonio inmortal.

Nuevas extremidades surgieron de lo que quedaba del cuerpo del hombre y la armadura se reparó a sí misma automáticamente. Forzó al cuerpo del hombre a moverse—a luchar— incluso mientras su consciencia estaba medio dormida.

Fue una batalla feroz.

Si Laplace había calculado mal algo, era que nunca imaginó que alguien más usaría la armadura que él mismo había creado.

El hombre no tenía forma de luchar, pero la armadura sí. Estaba dotada de todo tipo de armas, había imitado diferentes artes marciales, y podía analizar el flujo de la batalla. Poseía un repertorio de más de mil técnicas secretas y era capaz de seleccionar la que era más óptima para la situación. Por supuesto, dentro de sus técnicas estaban algunas que el propio Dios Dragón Demoniaco había pasado años creando.

Irónico, ¿no?

No tenía idea de lo que Laplace debe haber estado pensando para desarrollar esta técnica, pero él había salido con una que era increíblemente fatal contra sí mismo. Cuando fue usada contra él, esta lo partió en dos.

El hombre había derrotado al oponente más poderoso del mundo y protegido a la mujer que amaba. Maravilloso, ¿no? ¡Qué final tan feliz! ¡Buajajaja!

Bueno… en realidad, la historia continúa. Pero permitan que un hombre sueñe un poco.

¿Por qué no había terminado? Porque el hombre no había terminado después de vencer a Laplace. La armadura se había apoderado de su consciencia, transformándolo en un monstruo controlado totalmente por su propia sed de sangre.

Para el momento que el hombre pudo volver a sí mismo, él ya había atravesado el corazón de su amada con su espada. Él no tenía idea de por qué había regresado su consciencia. Tal vez la mujer había usado lo último de su fuerza para regresarlo a sus sentidos, o tal vez el irrevocable acto de atravesarla con un arma había producido tal conmoción que él había regresado por su cuenta.

Sin importar el cómo, ya era demasiado tarde. El hombre había asesinado a su amada con sus propias manos.

Todo lo que él había querido era proteger a esta mujer.

“Bua… jaja…” La mujer se sentía diferente. Ella rio, a pesar de las circunstancias—a pesar de ser traicionada por alguien en quien ella confiaba—aun así, rio. “No has cambiado… Todavía tienes el mismo viejo ceño fruncido… Qué hombre tan aburrido eres… Ríe.”

“¿Eh?”

“Sin importar lo que esté sucediendo… solo ríe.” “Pero yo… Tú…”

“No me molesta,” le aseguró a él. “Eres demasiado serio… Demasiado amargado. Siempre aislándote en tu habitación…. Nunca bebiendo cerveza… ¡nunca durmiendo…!

¿Qué hay de divertido… en eso? Ríe un poco a carcajadas… duerme con algunas mujeres.” “¿Mujeres?” Él sacudió su cabeza. “Pero yo… ¡yo estoy enamorado de usted!”

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“Buajaja… pero ¿qué dices? Entonces deberías… tratar de ser más alegre… Haz eso y… me casaré contigo.”

“S-sí. Me esforzaré.”

“Muy bien… entonces, en nuestras próximas vidas, yo seré… tu prometida. Buajaja… Buaja…” La mujer rio hasta el mismísimo final. Sí, ella dejó salir una carcajada de corazón— una que hizo eco alrededor de ellos dos. “¡Buajajaja! ¡Buaja, buaja, buajajajaja!”

La luz los envolvió mientras sus vidas se desvanecían del mundo.

¿Hm? ¿Les parece extraña la luz? ¿Un poco demasiado perfecto? ¡Para nada! Ese desgraciado de Laplace había hecho explotar su cuerpo. Ese idiota rencoroso había pensado sobre qué hacer si era asesinado. Él había preparado un arte especial para ser usado a las puertas de la muerte, uno que repartiría las partículas más pequeñas de su cuerpo al morir— el Rasgo de Laplace—las cuales se esparcirían a través de toda la materia en el mundo, aguardando su hora. Desafortunadamente para él, el Dios Humano había ideado un plan para combatir esto. La técnica secreta que la armadura había usado contra él dejó su arte incompleto. Cuando su cuerpo se separó, la mitad del poder mágico que iba a usarse para realizar esta técnica se perdió. Se salió de control, explotando—una terrible, pero no total, destrucción. El inmortal Laplace murió.

Bien, bien, fue un poco más complicado que eso. Él fue separado en dos—en el Dios Demonio y el Dios de la Técnica respectivamente. Pero el ser que se hacía llamar Dios Dragón Demoniaco Laplace ya no existía. Fragmentos de él permanecían, pero el ser completo como tal estaba muerto.

En cuanto a nuestro protagonista—incluso aunque él había muerto, todavía era un demonio inmortal. Le tomó algunos años recuperarse totalmente, pero lo hizo. Hasta entonces, sin embargo, él permaneció inconsciente, perdido dentro del mundo de los sueños.

Fue ahí donde se volvió a encontrar con el Dios Humano.

“Jeje… ¡Jajajajaja!” El Dios Humano se rio burlonamente de él. “¿Rey Demonio de la Sabiduría? ¡Qué ridículo! ¡Bailaste en la palma de mi mano y mataste a la mujer que asegurabas amar! ¡No eres más que una marioneta sin cerebro!”

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El Dios Humano lo sabía desde un comienzo. Él sabía que, cuando el hombre obtuviera esa armadura, lucharía contra Laplace, perdería la razón, y mataría a su amada. Él había engatusado a nuestro protagonista para confiar en él. Lo había manipulado. Sabía desde el mismísimo comienzo cómo terminaría.

“Ah, esto siempre es tan placentero, sin importar cuántas veces lo haga. Es la mejor sensación del mundo… ver la mirada estúpida en tu rostro ahora mismo. ¡Estaba esperando por esto!”

El Dios Humano humilló al hombre.

“Bueno, adiós. No creo que te vuelva a usar, pero de todas formas te deseo una vida larga, Oh, Rey Demonio de la Estupidez.”

Eso fue lo último que dijo el Dios Humano antes de desaparecer.

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