Risou No Himo Seikatsu (NL)

Volumen 12

Prólogo: La Isla De Las Cabras

 

 

Risou No Himo Volumen 12 Prologo Novela Ligera

 

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“¡Veo tierra!”, gritó la voz de un marinero.

El joven estaba en la cofa 1 del segundo mástil, y su voz resonó en la Hoja de Glasir, atravesando la brisa salada desde su posición elevada. Aunque no era una voz especialmente sonora, a nadie le pasó desapercibida.

Los marineros empezaron a hablar entre ellos.

“¿¡En serio!?”.

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“¡Te echaré de ahí si te equivocas!”. “¿Quién está de guardia?”. “Boris”.

“Boris… El mocoso definitivamente podría estar equivocado”.

“Si nos ha ilusionado para nada, que se lo coman las cabras”.

Sin embargo, dijeran lo que dijeran, todos miraban al horizonte con ojos brillantes.

No era ninguna sorpresa. Habían pasado cuarenta días desde que el barco zarpó de Valentia. Parte de ese viaje había sido a lo largo de la costa de los países septentrionales del continente, pero habían pasado treinta días desde ese entonces. Incluso los marineros más veteranos estarían deseando llegar a tierra -o más exactamente, a algo fuera del barco- a esas alturas.

Ni que decir tiene que Zenjirou, mucho menos endurecido y con un estilo de vida moderno, lo sintió con mayor intensidad.

¿Tierra? Me pregunto si podemos desembarcar un rato, reflexionó.

1 En náutica, la cofa es una especie de meseta que se forma de piezas de madera en lo alto de los palos mayores, sobre los baos y crucetas establecidos a este fin en aquel paraje. Tiene la figura de una D mayúscula de imprenta, aunque algo más escuadrada o no tan arqueada en la parte circular y cuyo frente mira hacia proa. En lo antiguo era redonda, o formaba un círculo perfecto. Sirve para hacer formar la obencadura de los masteleros de las gavias, facilitar la maniobra de estas y demás velas altas; y en los combates es un reducto de donde se hace fuego al enemigo (Imagen).

Cuarenta días en el mar le habían aclimatado considerablemente al movimiento. Salió del camarote y caminó por el estrecho pasillo con una mano apoyada en la pared hasta la escalera de cuerda que había al final. El camarote que les habían asignado era una especie de sótano en comparación con la cubierta principal, por lo que subir a la cubierta propiamente dicha significaba trepar por aquella escalera.

“¿Puede arreglárselas, Maestro Zenjirou?”, preguntó Natalio.

“El barco aún se balancea considerablemente; tenga cuidado”, añadió el subordinado del caballero.

Los dos habían estado descansando en la misma habitación. Aunque sus consejos estaban redactados con cortesía, sus tonos y expresiones eran mucho más ligeros que cuando se marcharon. Pasar más de un mes en la misma habitación uniría a la gente independientemente de su rango.

“Lo sé”, respondió Zenjirou, haciéndoles un gesto con la mano mientras subía.

Natalio y el soldado esperaban abajo. Las emergencias eran una cosa, pero en la mayoría de los casos sólo subía una persona a la vez, por seguridad.

Aunque la escalera de cuerda había sido aterradora al principio, ahora era algo natural. Zenjirou había aprendido por experiencia que una escalera colgante como ésta era más segura en mares agitados que una escalera fija.

“Es difícil dormir en los catres cuando el mar está agitado”, comentó mientras subía. “¿Tal vez debería sugerirle usar hamacas a la Princesa Freya?”.

Recordaba vagamente haber oído que las hamacas colgantes habían sido bien consideradas para dormir durante la época de la navegación en la Tierra 2. Al menos esperaba que fuera mejor que los catres que utilizaban actualmente, en los que se golpeaba la cabeza contra el costado cada vez que la nave cambiaba de rumbo. Por supuesto, él haría el viaje de vuelta mediante teletransporte, así que esos cambios en la nave no tendrían mucha importancia para él personalmente.

2 La Era de los Descubrimientos fue un período histórico que comenzó a principios del siglo xv, extendiéndose hasta comienzos del siglo XVII. Durante esta época la extensa exploración de ultramar surgió como un factor poderoso en la cultura europea, con los portugueses y los españoles al frente, a los que más tarde se unieron los holandeses, los ingleses y los franceses, recorriendo así casi la totalidad del planeta, cartografiándolo y conquistándolo en buena medida.

El caballero y el soldado subieron detrás de él y le siguieron hasta la cubierta. Ya había una gran multitud allí reunida. Parecía que todos los que no estaban ocupados con otras tareas estaban en la proa del barco.

Era de esperar. Incluso una pequeña isla era la mejor noticia que podían recibir los marineros en un largo viaje.

“Ah, Majestad”. “Aquí, un espacio”. “Gracias”.





Hasta el momento se había sentido bastante cómodo con los marineros. Dos de ellos le hicieron sitio, y Zenjirou respiró aliviado cuando se agarró a la barandilla de la cubierta.

Aunque estaba más acostumbrado a vivir en el barco después de tanto tiempo, no podía dar saltos por la cubierta sin ayudas como estas. Ahora, bien sujeto, se giró hacia la chica rubia que sostenía la barandilla a su lado.

“Así que tú también estás aquí arriba, Lucy”, comentó.

Lucy-Lucrecia Broglie-se dio la vuelta y sonrió al oír su voz. “Así es. No podía quedarme quieta cuando oí que había tierra”.

Cuando ella oyó el comentario sobre la precaución de usar nombres cortos en el mar, aprovechó la oportunidad y le pidió que la llamara por su apodo, Lucy. Zenjirou comprendió su intención, pero su petición también tenía su lógica, así que esbozó una sonrisa apenada y añadió la condición de que sólo lo haría mientras estuvieran en el barco.

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Sin embargo, era mucho más fácil llamarla Lucy que Lucrecia.

Como ya se había acostumbrado tanto, probablemente seguiría haciéndolo. Tal vez podría decirse que había sido engañado de todos modos.

Soportando los confines restringidos del barco y cargando con la abundancia de tiempo libre que proporcionaba viajar como pasajero, sintió que probablemente había acabado acercándose mucho más a la chica.

Mientras ese pensamiento pasaba por su mente, se dio cuenta de repente. Aunque Lucrecia solía hacer todo lo posible por estar lo más cerca posible de él, parecía estar casi alejándose en ese momento.

“¿Lucy?”, preguntó.

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“Mis disculpas”, expresó con las mejillas enrojecidas. “El mar agitado me ha impedido lavarme bien durante unos días”.

Zenjirou se sintió ligeramente divertido por sus esfuerzos para mantenerse fuera del alcance olfativo, y una sonrisa se abrió paso en sus labios. “Sé lo que quieres decir. Llevo al menos cinco días sin afeitarme. Han pasado cuarenta enteros desde que me cortaron el cabello”.


Mientras hablaba, levantó la mano izquierda -manteniendo aún la derecha en la barandilla- y se frotó la barba incipiente de la barbilla antes de pasarse una mano por el cabello desaliñado.

Llevarse cuchillas alrededor de la cara y la cabeza para afeitarse o cortarse el cabello mientras el barco daba vuelcos no era la idea más sensata. Normalmente sólo se cortaba el cabello una vez al mes, así que no estaba tan mal. Sin embargo, el vello facial se estaba volviendo bastante irritante después de cinco días. No podía pedir que se utilizara el Arrullo del Mar sólo para poder afeitarse. Si había una tormenta después de haber terminado, sería demasiado tarde para arrepentirse. Esta era otra razón por la que las noticias de tierra eran tan bienvenidas.

“Si podemos desembarcar, también me gustaría que me arreglaran el cabello. Pero, ¿Quién podría hacerlo?”, comentó Lucrecia. Mientras hablaba, jugueteaba con el cabello atado a un lado de la cabeza con el ceño ligeramente fruncido.

Para empezar, tenía el cabello largo, así que Zenjirou no veía nada especialmente diferente. Aun así, una chica preocupada por su aspecto probablemente se daría cuenta de qué le molestaba.

“Puedes preguntarle a Inés. Es tan buena como una profesional”.

Inés solía encargarse de cortarle el cabello a Zenjirou. Un barbero de confianza era algo considerablemente importante para un miembro de la realeza. Significaba que tendrían cuchillas alrededor de su cara y cuello, por lo que tales selecciones eran rigurosas. Era más rápido preguntarle a alguien con suficiente habilidad, en quien ya se confiaba, que buscar a alguien que trabajara como barbero y se hubiera ganado ese nivel de confianza.

“Skathi también sabe cortar el cabello. Siempre me corta el mío”.

Los dos se giraron hacia la voz y vieron a una mujer de cabello plateado azulado vestida de capitana que se acercaba a ellos con pasos seguros. Era la capitana del barco, Freya. Tras ella iba, como siempre, Skathi, la guerrera.

A diferencia de Zenjirou y Lucrecia, la capitana, por mucho que se llamara a sí misma fachada, hacía honor al título con la facilidad con la que se mantenía en pie. Había tenido el cabello bastante corto para empezar, así que una mirada decente a su cabello mostraba los cambios.

Al principio estaba a punto de llegarle a la nuca, pero ahora le llegaba por debajo del cuello.

“Hola, Capitán. ¿Tienes tiempo para hablar con nosotros?”.

Preguntó Zenjirou, levantando una mano en señal de saludo.

La princesa le sonrió y asintió. “Así es. Se ha dado la confirmación y ya he dejado instrucciones a los marineros. El vicecapitán se ocupará del resto hasta tocar tierra”.

“Quieres decir…”, preguntó Zenjirou, inclinándose hacia delante con impaciencia, aunque seguía agarrado a la barandilla.

“Efectivamente”, respondió ella. “El castillo de proa 3 también la vio. Es una isla de tamaño decente. El oficial de navegación dice que posiblemente sea una isla en la que también nos detuvimos en nuestro viaje a Capua”.

Los viajes por mar estaban mucho menos desarrollados que en la Tierra, y la única fuerza motriz de que disponía la nave era la del viento, por lo que resultaba excepcionalmente difícil determinar su posición exacta. Esto era especialmente cierto en los amplios mares del Gran Mar del Sur -llamado así por el Continente del Norte- que separaba los dos continentes. Habían pasado decenas de días sin puntos de referencia, sólo en aguas abiertas. Avistar la misma isla en las dos etapas de un viaje era menos habilidad que suerte.

“Anclaremos en esa isla durante un tiempo. Vice, ocúpate del resto”, dijo la capitán.

El hombre de la barba gritó en respuesta: “¿Han oído eso? ¡Podrán dormir en tierra firme esta noche si las cosas van bien! ¡Si raspan el casco, saldrá de su sueldo y lo dejarán en el próximo puerto!”.

Un barco del tamaño de la Hoja de Glasir no podía atracar fácilmente sólo porque hubiera tierra. Aun así, estar lo más cerca posible de tierra era lo más seguro, ya que remar por esas aguas podía hacer zozobrar a los barcos más pequeños. El capitán, por tanto, tenía que dar instrucciones específicas dependiendo de la habilidad de los marineros y de lo peligrosas que fueran las aguas.

3 En náutica, el Castillo de proa (Castillo) es la parte de la cubierta superior contada desde el canto de proa de la boca del combés hasta la roda. En francés es llamado Gaillard d’avant, en inglés Forecastle y en italiano Accastellamento di prua (Imagen).

Por desgracia, el capitán, en este caso, Freya, no era la figura principal, sino el vicecapitán, Magnus.

“¡Sí! ¡Mantén la velocidad así! ¡No nos detendremos en el acto!

¡Ralph, Tomas! ¡Avisen cuando cambie el color del mar!”.

“¡Bien!”.

“¡Sí, sí!”.

El barco se dirigió lenta y cuidadosamente hacia la isla.

***

 

 

Finalmente, llegaron a tierra sanos y salvos.

El vigilante había divisado la isla cuando el reloj de Zenjirou marcaba alrededor de las diez de la mañana, pero para cuando todos – salvo el desafortunado marinero que perdió el sorteo de la moneda y tuvo que hacer guardia- estaban en tierra, se acercaban las cuatro de la tarde.

Aún faltaba algún tiempo para la puesta de sol, pero ésta ya se cernía baja por el oeste y alargaba las sombras. Los marineros se apresuraban en conseguir un campamento y agua antes de que se pusiera el sol.

Zenjirou, sin embargo, encontró un árbol cerca de la orilla y se sentó en él. Se sentía algo culpable por descansar antes de que los marineros pudieran hacerlo, pero sería más un estorbo que una ayuda, así que estaba mejor así. Además de no saber montar un campamento, se sentía mareado por el largo tiempo que había pasado en el barco, así que estaba algo inestable sobre sus pies.

El viaje en el bote también le había costado más de lo que esperaba. El rocío marino que lo cubría era una cosa, pero, aunque las olas parecían pequeñas desde la Hoja de Glasir, navegar por ellas en el bote le mostró lo imponentes que eran. Eran más parecidas a muros que a olas. Paredes de agua que se te echaban encima.

Técnicamente sabía nadar, pero sólo lo había hecho en piscinas, ríos donde estaba permitido o el mar cerca de la playa. Las aguas bravas le aterrorizaban.

La ventisca también le había helado hasta los huesos, pero no quería admitir que gran parte de sus escalofríos junto al fuego se debían al miedo que le había quedado del viaje.

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Una vez que se hubo serenado un poco, miró a la chica rubia que tenía a su lado.

“Lucy, ¿Estás bien?”.

No tuvo medios para responder con una máscara a su pregunta. Se limitó a negar con la cabeza entre dientes.

“Eso… fue angustioso…”.

El viaje habría sido peligroso con su atuendo normal, así que ahora llevaba ropa adecuada para actividades como montar a caballo. Estaba empapada y su aspecto era lamentable. Su pequeña estatura era su perdición, ya que incluso su cabello estaba completamente empapado.

“Ciertamente lo fue…”, respondió Zenjirou. Mientras hablaba, cogió la tetera que estaba en el fuego y vertió el agua en una taza de madera, que ofreció a Lucrecia. “Bebe. Te hará entrar en calor”.

“G-Gracias, Su Majestad”.

Incluso pareciendo una rata ahogada, consiguió ser cortés. Cogió la taza y sopló antes de darle un sorbo al agua.

Un vistazo a los marineros mostró que se movían con mucha menos urgencia. Era probable que llegaran a tiempo.

Freya había terminado de dar instrucciones y se acercaba lentamente. Levantó una mano para impedir que Zenjirou se levantara a saludarla antes de empezar a trotar hacia ellos, lanzando pequeñas salpicaduras de arena.

“Quédate como estás. Aunque varía de una persona a otra, el mareo en tierra no es algo que deba tomarse a la ligera”.

De hecho, Zenjirou seguía sintiendo algo parecido al vértigo, así que siguió su sugerencia.

“Gracias, Capitán. ¿Supongo que acampar va bien?”.

Freya asintió feliz. “Así es. Afortunadamente, esta es la misma isla del último viaje, así que podemos reabastecernos”.

“¿Reabastecernos?”, preguntó.

“Sí. Tuvimos algunos excedentes en el viaje de ida, así que dejamos varias cabras de ambos sexos junto con semillas esparcidas de hierbas y otras plantas que crecen bien cuando no se cuidan”.

Los marineros habían buscado a las cabras apareadas y a sus crías, encontrando a varias de ellas.

“Ya veo; no sabía que hicieran esas cosas”.

Aunque Zenjirou estaba impresionado, sin conocer nada mejor, un ecologista moderno 4 se desmayaría ante esa idea. Una isla era un ecosistema algo aislado, por lo que introducir en ella especies externas de flora y fauna era prácticamente terrorismo ambiental 5. Las cabras, en particular, comían casi de todo y podían adaptarse a casi cualquier entorno, lo que significaba que podían causar daños considerables 6.

Sin embargo, los conceptos y la cultura en torno a estas cuestiones eran completamente irrelevantes para los marineros de este mundo. Lo importante para ellos era que su viaje fuera un poco más seguro. No les consta de ataques contra el medioambiente o recursos agropecuarios (agroterrorismo), que consiste en el uso ilegal de la fuerza contra recursos ambientales in situ con el fin de despojar a las poblaciones de sus beneficios y/o la destrucción de propiedades ajenas.

4 El ecologista es aquel ciudadano que se interesa, con más o menos vehemencia, por cuestiones medioambientales.

5 El ecoterrorismo es el uso de prácticas terroristas en apoyo a causas ecologistas, medioambientales o de derechos de los animales. No debe confundirse con el terrorismo ambiental, que

6 “Hemerocoria, hace referencia al traslado de una especie por los humanos, que luego tiene la capacidad de mantenerse en el ecosistema sin necesidad de asistencia”. Schulze, E. D. y Zwölfer, H. (1987). Potentials and limitations of ecosystem analysis. Berlín: Springer.

importaría acabar con una especie rara en una isla deshabitada en busca de esa seguridad.

“Efectivamente. Han capturado varias de las cabras jóvenes, así que algunas de las que están a bordo serán sacrificadas y distribuidas entre los marineros. Según el vicecapitán, no dejarles recuperar energías en estas circunstancias les aplastaría el ánimo”.

“¿Entonces nos quedaremos dos o tres días?”, Zenjirou se llevó una mano a la barbilla, pensativo.


Al parecer, sin darse cuenta de su reacción, Freya continuó su explicación. “La verdadera relajación será una vez que lleguemos a los puertos del Continente del Norte. Sin embargo, llenarse de comida adecuada es otra cosa. Tomar algo de alcohol sería lo mejor, pero eso es mucho pedir”.

Había algunos barriles en la bodega del barco, pero aún quedaba un largo viaje por delante, así que no podían bebérselos sin pensárselo ahora.

“Alcohol… Dos o tres días… Eso podría ser suficiente…”.

“¿Ah, Majestad?”, preguntó ella, dándose cuenta de su preocupación.

“¿Capitán?”.

“Sí, ¿Qué pasa?”.

“Me parece un poco injusto para mí solo, pero ¿Sería aceptable volver a casa brevemente?”.

Mientras hablaba, sacó su cámara, envuelta en varias capas de bolsas selladas para protegerla del agua. Si Zenjirou podía fijar en su mente una imagen firme de su destino, podría trasladarse allí en un instante exactamente.

Alguien tan hábil como Aura podía confiar únicamente en su propia memoria a través de una docena de destinos tanto nacionales como internacionales. Zenjirou era un principiante, sin embargo, y para cualquier lugar que no fuera Capua, dependía de la cámara para poder teletransportarse.

En cambio, con la cámara podía viajar a una mayor variedad de lugares. Buscó una disposición rocosa característica y la fotografió a la mañana siguiente, para luego regresar temporalmente a casa.

“Las entiendo, pero las magias lineales del Continente del Sur son verdaderamente antideportivas”.

Aunque Freya estaba descansada por haber podido dormir sobre un suelo sólido, aunque arenoso, su expresión no concordaba con la de su queja a la mañana siguiente.

“Las magias lineales tan convenientes son minoría incluso en el Continente del Sur”, discrepó Lucrecia. Había dormido en la misma tienda que Freya debido a la disparidad en el número de cada sexo.

También se sentía considerablemente refrescada por haber podido por fin asearse adecuadamente.

“¿En serio?”. Freya miró a la chica más baja, algo sorprendida. Ella misma era considerada baja para ser mujer en Uppsala, así que era una experiencia bastante novedosa poder mirar a alguien así, y se sentía -sin sentido- superior por ello.

“Lo son”, explicó Lucrecia. “Por supuesto, al final depende de cuándo y cómo se utilicen, pero hay muy pocas naciones cuyas magias lineales pueden competir en términos de utilidad, independientemente de la paz o la guerra, por ser capaces de fortalecer constantemente a su país. Los únicos ejemplos que se me ocurren son el encantamiento y la curación de mi propio país y la adivinación del Reino de Tucale”.

Aunque la fuerza de un país no estaba totalmente ligada a lo utilizable que fuera su magia lineal, había una tendencia general según la cual los países más poderosos tenían una magia más poderosa.

En cualquier caso, Zenjirou había vuelto a Capua y regresaría al día siguiente con tantas provisiones como fuera posible. Había prometido alcohol, carne y verduras frescas, fruta y postres. Incluso ahora, lo esperaban con impaciencia. Era algo que agradecían. Muy agradecidas.

Pero aun así…

“Desde luego, me parece un poco injusto”, dijo la mujer de cabello plateado, peinándose con los dedos la arena de su cabello corto.

Lucrecia estaba más bien de acuerdo, pero no diría nada en contra del hombre al que perseguía, ni siquiera cuando él mismo estaba ausente. Se rio vagamente del comentario.

***

 

 

Al día siguiente, hacia el mediodía, Zenjirou regresó como había planeado. Llevaba un enorme barril a la espalda y una mochila mediana delante, con bolsas colgando de cada codo. Sus manos estaban ocupadas con su cámara. Parecía un niño de primaria que hubiera perdido una partida de piedra, papel o tijera y se hubiera visto obligado a cargar con las mochilas de todo el mundo.

El barril que llevaba a la espalda debía de ser lo más pesado, porque estuvo a punto de caerse hacia atrás hasta que Inés apareció de la nada para sostenerle.

“¿Se encuentra bien, Maestro Zenjirou?”, preguntó.

“Gracias, Inés”, respondió antes de dejar escapar un suspiro. Con su ayuda, se despojó de los “recuerdos” que llevaba por todo el cuerpo. El ruido sordo del barril pareció convocar a los que trabajaban en la playa. Él respondió a sus esperanzas, golpeando la parte superior del barril y gritando: “¡He traído alcohol!”.

Todos los presentes aplaudieron unánimemente. Aquella noche fue, inevitablemente, una noche de júbilo. Los marineros habían hecho una gran hoguera durante el día y ahora estaban sentados a su alrededor.

El invitado de honor era el enorme barril situado a un lado. Estaba lleno de cerveza y los marineros la servían en jarras de madera. Aunque la cerveza capuana era relativamente suave, el ambiente de estar de vuelta en tierra por primera vez en mucho tiempo contribuía a su embriaguez. La mayoría de los marineros estaban ya “a tres velas”.

“Oh, el mar abierto, mi amado. Cuán lejos te extiendes, nunca jamás te cansarás”, cantó uno de ellos.

“¡Entonces el bastardo meó la popa! Estábamos en un barco, corriendo junto a un viento de popa. Se cubrió de él”, relataba otro de ellos.

“¿Esta cicatriz? Me la hice en una pelea por mi amor. Era camarera, pero qué mujer era. Todavía tengo mi corazón puesto en ella. ¿Cómo se llamaba? Ange, creo. ¿Tal vez Anne? En realidad, ¿Lieselotte? De cualquier manera, nunca la olvidaré”.

“¡Ya lo has hecho!”.

“¡Cállate! Sólo su nombre. ¡Aún recuerdo su cara y su figura, además de los ruidos que hacía!”.

Uno de ellos contaba historias de sus conquistas románticas como si fueran epopeyas heroicas.

Los puntos en común entre ellos eran que todos estaban, en una u otra medida, borrachos, que se divertían y que la mayor parte de la conversación era vulgar. No era un lugar agradable para una dama.

De hecho, Lucrecia era incapaz de tratar ese tipo de temas y miraba al lado de Zenjirou con las mejillas encendidas. Freya, sin embargo, carcajeaba con los marineros mientras Skathi parecía agraviada por las acciones de su Señora 7.

Probablemente la mejor opción en este caso era fingir que no oían y hablar de otra cosa.

7 Señor es un arquetipo universal, en antropología presupone algún modo de potestad, cierta nobleza, connotaciones de heroicidad. Tiene el mismo significado el femenino Señora. También se significa como una legítima soberanía, natural o positiva, un dominio o jefatura sobre algo.

“Veo que te has arreglado el cabello”, comentó Zenjirou. Lucrecia se agarró al tema como si fuera una boya salvavidas.

“Así es. Me lo cortó Inés. Tenías razón, es tan buena como una profesional”, contestó, tocándose suavemente el cabello, ya arreglado.

Zenjirou no podía distinguir las diferencias exactas, pero su tono alegre significaba que probablemente no lo decía por decir. Sonrió al ver su cabello teñido de rojo por la luz del fuego.

“Me alegra oírlo, aunque nos espera un viaje igual de largo. No sé si será de mucha ayuda, pero he traído algunas cosas conmigo”, le dijo, ofreciéndole una bolsa.

Había varias botellas de metal junto con algunas formas de bronce.

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A simple vista brillaban casi como el oro.

“¿Qué es esto, Majestad?”.

“Champú… Ah, es decir, un líquido limpiador específico para el cabello, junto con un poco de aceite perfumado. Las otras cosas son horquillas”.

Lavarse el cabello era un lujo en un viaje por mar. Sin embargo, había varias personas que podían purificar el agua, así como una herramienta mágica para ello, por lo que había un excedente sorprendentemente grande de agua dulce.

“¿Son horquillas?”, preguntó ella, cogiendo una entre dos dedos.

En este mundo había objetos para sujetar el cabello de las mujeres con un estilo determinado, pero eran como agujas bastante grandes. Las horquillas que Zenjirou le había dado recordaban mucho más a la “horquilla doblada”. Eran finas piezas de metal dobladas en dos.

Zenjirou se había dado cuenta de que Aura utilizaba horquillas en forma de aguja para sujetarse el cabello y llevó el diseño a los herreros del palacio. No era especialmente complicado, así que las horquillas de la Tierra habían sido bastante fáciles de reproducir. Aura estaba muy contenta con ellas. Eran más fáciles de usar y más versátiles que las otras, además de ofrecer un mejor agarre.

Estas eran de color dorado para Lucrecia, pero Aura utilizaba unas de color marrón rojizo. Al tenerlas de un color parecido al de su cabello, era más fácil usarlas sin que se notaran. Las horquillas que ya tenía este mundo también actuaban como accesorios y solían estar decoradas, así que Aura estaba bastante impresionada.

“Gracias. Las probaré más tarde. Veo que ahora también estás más cuidado…”.

Se sintió algo culpable por su comentario, pero no dejó que se le notara. “Lo estoy. Me corté el cabello y me afeité”.

Aunque Lucrecia y los demás habían estado en tierra, había sido en tiendas de campaña sobre suelo arenoso. Mientras tanto, Zenjirou se había bañado en el palacio, le habían cortado el cabello y había pasado la noche en esponjosas sábanas. Esa no era una conversación que él quisiera tener.

“El plan es que volvamos a la nave y partamos mañana, ¿No?”, preguntó en su lugar.

“Lo es. La verdad es que me da un poco de miedo”, dijo ella suspirando y dejándose caer hacia delante.

Aunque la acción fue algo exagerada, ella realmente se sentía así.

Zenjirou sentía lo mismo.

“Cierto, pensar en volver a esa cama es menos que agradable”, convino. Intentó ofrecerle una sonrisa algo apenada, pero acabó resultando bastante forzada, dado lo deprimente que le resultaba aquel pensamiento. Desearía haber traído algo de tela y cuerda para hacer una hamaca, pero intentar poner en práctica la idea de un aficionado sin hacer pruebas reales era demasiado peligroso.

“Muy bien”, respondió ella con un suspiro.

“Bueno, tenemos que volver a la nave antes de eso”.

“Eso me hace sentir aún peor”, respondió ella tras una pausa, con el rostro pálido de miedo al recordar su viaje a la isla. Significaba desplazarse a poca altura sobre el agua en una barca que se balanceaba, mirando hacia arriba a imponentes acantilados de agua. Luego, cuando llegaran al barco, tendría que subir la larga escalera de cuerda con sus propias fuerzas.

Por supuesto, con el tamaño de Lucrecia, probablemente podrían conseguir un marinero más fuerte para subirla. Aun así, era una forma poco femenina de viajar.

“Es un pensamiento aterrador. Me sentiría mejor si al menos pudiera estar en el mismo barco que tú”.

De hecho, a Zenjirou le pareció ligeramente alentador que ella utilizara ese miedo lacrimógeno para intentar halagarle de nuevo. Aun así, no podía aceptarlo.

“Eso no puede ocurrir. No tengo forma de ayudar a nadie que no sepa nadar, así que tener a dos personas de las que preocuparme en el mismo barco está fuera de lugar”.

Teniendo en cuenta que su país no tenía salida al mar, no era de extrañar que ni Lucrecia ni su sirvienta, Flora, supieran nadar lo más mínimo. Desde el punto de vista de la seguridad, dividir la carga entre distintos barcos era lo mejor.

“Es cierto”, admitió ella.

No tenía nada más que decir. Sería arriesgar su vida. Dicho esto, el viaje de miedo había desembocado en una fiesta en tierra de nuevo. No había necesidad de preocuparse por el miedo de mañana también.

“Hola, Majestad. Gracias por la carne y la bebida. Beba usted también”, le instó uno de los marineros con las mejillas sonrosadas. Cogió la jarra y la acercó a los labios del príncipe consorte.

“Muchas gracias”, dijo Zenjirou.

“Muy buena, Majestad. Puede sostener su bebida”.

“¡Bien, tráele otra!”.

“La carne también está hecha”.


“Tomaré un poco. ¿Y tú, Lucrecia? La carne, sí, no la bebida”.

“Creo que la aceptaré”, respondió ella.

La isla deshabitada se llenó de la luz de la hoguera y de la alegría general de la fiesta.

 

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