Risou No Himo Seikatsu (NL)

Volumen 12

Epílogo: Partida

Dos días después, la Hoja de Glasir abandonaría el puerto para -como Freya había predicho- una gran despedida de Anna.

Los marineros ya estaban en sus puestos. Solo Zenjirou y Freya, junto con sus guardias, Skathi y Natalio, subirían ahora por la pasarela.

El Marqués de Pomorskie estaba de pie frente a ellos. Junto a él estaban los Yan, es decir, el sacerdote, el mercenario y el huérfano.

Durante esta despedida, Anna vestía su uniforme de húsar y, montada en su caballo alado, surcaba el cielo con sus dos compañeros. Cada uno de ellos llevaba un trozo de tela -roja, blanca y amarilla- detrás, por lo que llamaban aún más la atención. Mirarlos era como ver un círculo girando en el aire, dividido en cada color a un tercio de su perímetro. Los barcos en el puerto -y, de hecho, toda la ciudad- podían ver ese círculo tricolor. Los distintos buques mercantes hablaban de ello en los puertos de los países vecinos, difundiendo la noticia de que los miembros de la Husaria celebraban la partida de un buque de Uppsala.

Al cabo de un rato, el caballero a lomos del caballo rojo saltó del cielo. Hacía paracaidismo sin salvavidas ni paracaídas. Sin embargo, los Krakow no necesitaban esas nimiedades. Probablemente había lanzado el hechizo antes de saltar.

El caballero cayó antinaturalmente despacio por el aire, aterrizando frente a Zenjirou con un suave ruido. A continuación, se quitó el yelmo plateado que cubría su cabeza, dejando caer voluminosos mechones azules. Su cabello estaba mucho menos ordenado de lo que una mujer de la realeza suele mostrar delante de los demás -había estado recogido en su casco-, pero el desorden era extrañamente apropiado para la caballero de armadura ligera.

Ella no mostró ningún cuidado por su aspecto actual, de pie audazmente delante de ellos con una amplia sonrisa en sus labios rojos. “Majestad, Alteza. Aunque odio verlos marcharse, comprendo que tengan planes. Han sido de gran ayuda durante su estancia”, dijo extendiendo los brazos. El acto normalmente parecería algo divertido, pero ella tenía el encanto para hacerlo funcionar.

“Aceptaré con gratitud su agradecimiento”, dijo Zenjirou.

Demasiado consciente de cómo les había utilizado y engañado, no estaba de humor para su modestia habitual.

Por su parte, Freya sonrió, pero permaneció en silencio. Mientras que para la población en general, las cosas podrían ser diferentes, los nobles vivían y respiraban en las sutilezas del habla, por lo que serían fácilmente capaces de darse cuenta de que había pocos sentimientos agradables entre los tres.

“Les doy las gracias de verdad a los dos”, dijo el marqués, tomando el relevo de Anna. “Son los salvadores de nuestra ciudad, y me da miedo pensar lo que podría haber pasado si no hubieran estado aquí”. La reverencia del hombre fue tan baja que prácticamente estaba de rodillas. Aunque pudiera sonar algo exagerado, no decía más que la verdad.

Mirando hacia atrás, no se había retrasado el ataque de los caballeros. Margaret podría no haber escuchado al huérfano. Zenjirou podría haberse negado a organizar una reunión después de su informe. Freya podría haber decidido no utilizar su estatus para forzar una reunión con el marqués.

Los resultados eran evidentes: sólo habían pasado tres días desde que el marqués escuchó el informe del huérfano hasta que los caballeros tocaron tierra. Si alguna de esas cosas no hubiera sucedido, no cabía duda de que los caballeros habrían llegado, sin previo aviso del inminente ataque.

En esa situación -suponiendo que los nobles que simpatizaban con los caballeros hubieran abierto las puertas desde dentro- la propia ciudad bien podría haber caído. No era exagerado decir que la ciudad estaba en deuda con ellos.

Parte de su agradecimiento fue el preciado alcohol del marqués que ahora reposaba en la bodega del barco. Era un licor mezclado con varias hierbas y polvo de oro. La bebida no era fácil de conseguir, ni siquiera para la realeza del Continente del Norte. Recordar la orgullosa sonrisa del hombre cuando la había calificado de obra maestra de la ciudad hizo que Zenjirou estuviera deseando abrir el sello.

El sincero agradecimiento del hombre provocó sonrisas de verdad tanto en Zenjirou como en Freya.

“Esta hermosa ciudad no fue expuesta a los estragos de la batalla, y si mis acciones fueron parte de ese resultado, entonces estoy orgulloso de decirlo”.

“Este puerto es un destino importante para Uppsala, así que no podría estar más contenta de contribuir a su tranquilidad”.

El hecho de estar en público les obligó a expresarse con rodeos, pero ambos se alegraron de que la ciudad hubiera sido defendida.

Entonces, el hombre de la túnica verde dio un paso adelante desde donde había estado esperando. “Majestad, ha sido una gran suerte que nos hayamos conocido. Quiero darle las gracias por su ayuda y me gustaría que aceptara esto”. Mientras hablaba, el sacerdote sacó una carta sellada y se la tendió.

“¿Y esto es?”, Zenjirou preguntó brevemente.

El sacerdote sonrió amablemente. “Una carta de presentación a un artesano de espejos de cristal de mi tierra. La princesa Anna ya le ha dado algo parecido, así que puede que sea innecesario, pero el sentimiento permanece”, respondió, hinchando ligeramente el pecho.

Un artesano de espejos era también inevitablemente un artesano del vidrio. La Iglesia era uno de los principales clientes de estos establecimientos, que hacían muchos pedidos de cosas como vidrieras.

Aunque la mayoría de la Iglesia consideraba a Yan una especie de hereje, él seguía siendo el decano de dracología de una universidad. El departamento tenía un lugar de culto propio, y allí también utilizaban vidrieras. Siendo un valioso cliente del mismo país, su carta podría ser incluso más valiosa que la de Anna.

“Aceptaré con gratitud”, dijo Zenjirou, cogiendo el sobre de sus manos.

***

Aunque la despedida fue más grandiosa de lo esperado inicialmente, la Hoja de Glasir abandonó el puerto sana y salva. Sus cuatro velas se hincharon con el viento mientras surcaba el océano.

A diferencia de su viaje intercontinental, en el que nadie sabía qué pasaría, éstas eran rutas trilladas para los del Continente del Norte.

Por supuesto, la naturaleza no podía tomarse a la ligera, pero la ruta debía durar cuatro días de media, tres si los vientos eran especialmente favorables.

A pesar de todo, había mucha tensión entre la tripulación mientras trabajaban con rapidez. Zenjirou estaba bastante impresionado mientras observaba, pensando que eran marineros modélicos. Pero la verdad era que Magnus se había enfurecido por los desaparecidos durante la llamada de emergencia, y la tripulación en su conjunto había sido considerada responsable.

Su única misericordia era que, dependiendo de su rendimiento en este viaje, podrían obtener un castigo menor. Al oír eso, los marineros se habían lanzado a su trabajo con sentimiento.

Zenjirou había esbozado una sonrisa al oír esto del vicecapitán con cara de oso, pero pronto volvió a una expresión más seria. Estaba lo bastante nervioso como para que no le sobrara capacidad mental para mostrarse comprensivo con los temerosos marineros.

Cuando la Hoja de Glasir había salido de Valentia, el terror del viaje en sí había superado todo eso. Ahora, sin embargo, el barco llegaría a Uppsala en los próximos tres o cuatro días. Habría más viaje antes de llegar a la capital, pero, aun así, no era un viaje largo. Con su destino tan cerca, no podía ignorarlo por más tiempo.

Uppsala era -naturalmente- el hogar de su rey. El actual gobernante era el Rey Gustav Uppsala V. Sin embargo, ese título no era de la incumbencia de Zenjirou. Su preocupación era su posición como padre de Freya. El acontecimiento que todo hombre temía -pedir la mano de su hija al padre de una mujer- se acercaba rápidamente.

Dejó escapar un suspiro. Sólo de pensarlo se deprimía. Él también era príncipe consorte, y ya tenía esposa: Aura. Estando en esa posición, le estaba pidiendo al rey a su primera princesa como concubina. No podía ver que ni un rey ni un padre estuvieran contentos con eso.

Francamente, nada le habría gustado más que el hombre se lo tomara como una burla y le ordenara marcharse. Entonces podría decir: “Por supuesto. Claro, perdone”, y volver a casa. Sin embargo, desde la perspectiva de Capua, no podía hacer tal cosa.

Mientras estaba absorto en sus pensamientos, Freya había aparecido a su lado. Llevaba de nuevo su atuendo de capitán. Sentía como si hubiera pasado un tiempo desde que la había visto usarlo, pero el largo viaje hizo que pareciera el traje adecuado para ella.

“¿Entonces, estás inquieto, Majestad?”, ella preguntó sin rodeos.

No pudo resistir una sonrisa de pesar al darse cuenta de que sus pensamientos se habían reflejado en su rostro. “Así es. Francamente, necesitaré bastante valor para pedirle al rey Gustav tu mano estando en la posición en la que estoy”.

“Fui yo quien lo sugirió”, señaló ella.

“Aun así”.

Si la mujer que se ofrece y el hombre que acepta fueran suficientes para que las cosas fueran bien, ni siquiera sería un problema. Pero el honor del país entraba en juego, al igual que los sentimientos del rey.

Eso hizo pensar a Zenjirou que parte de esos sentimientos serían el afecto del rey por Freya. Tales sentimientos podrían incluso llevar a un entendimiento entre los dos miembros de la familia. Después de todo, él le estaba permitiendo un comportamiento mucho más masculino de lo que era propio de una mujer de la realeza.

“¿Hasta qué punto comprende Su Majestad tus valores?”, preguntó.

Si había un entendimiento allí, había una alta posibilidad de que su padre mostrara la misma comprensión acerca de que ella se convirtiera en su concubina. Freya amaba la libertad y la aventura por encima de todo, así que no sería realmente feliz casándose con un miembro normal de la realeza. Esa era precisamente la razón por la que había presionado tan fuertemente -casi con prepotencia- a Zenjirou. Él se había mostrado comprensivo y dispuesto a permitirlo.

Sin embargo, sus débiles esperanzas se vieron truncadas sin emoción. “En lo absoluto”, respondió Freya. “Simplemente me permite mi ‘incomprensible egoísmo’ por afecto a su hija”.

“Ya veo”, dijo Zenjirou, suspirando abiertamente ante la respuesta.

Era casi la peor respuesta posible que podría haber recibido.

“Sin embargo, mi padre es un hombre de Estado”, añadió alegremente, tratando de animarle. “No dudará en invertir en el futuro del país. Los matrimonios entre miembros de la realeza forman parte de esas inversiones”.

“Así que ese será nuestro punto de partida entonces”.

Una ruta comercial intercontinental sería muy beneficiosa.

Zenjirou había visto personalmente lo rápido que se estaba desarrollando el Continente del Norte. Cualquier político normal sentiría el temor de quedarse atrás ante ese rápido avance y la idea de que su nación cayera.

Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de un país necesitaba un presupuesto. Era muy probable que un estadista con esos temores aceptara más las cosas con ese fin que el honor o la fidelidad.

“Bueno, me las arreglaré. De alguna manera, me las arreglaré”, dijo, casi motivándose a sí mismo.

“Lo espero con impaciencia”, respondió Freya, con un rostro aliviado.