Watashi, Nouryoku Wa Heikinchi De Tte Itta Yo Ne! (NL)

Volumen 13

Capítulo 95: Hermana Menor.

Parte 4

 

 

Era de mañana.

Más o menos a la hora en que los demás se iban a dormir era cuando solía empezar la hora de los cuentos nocturnos de Pacto Carmesí, lo que significaba que no eran personas madrugadoras, de hecho, a menudo llegaban tarde al gremio.

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Reina intentaba justificar este comportamiento por consideración a sus compañeros cazadores de la siguiente forma: “No nos falta dinero y podemos aceptar cualquier misión por difícil que sea, así que deberíamos dejar las misiones fáciles para los novatos”, aunque ellas mismas habían dejado de llamarse novatas hacía apenas unos días. Además, no es que Pauline fuera a permitir que las misiones realmente lucrativas fueran a parar a otro grupo. Simplemente, ellas eran un grupo de noctámbulas incapaces de levantarse temprano por las mañanas.

Dormir demasiado y levantarse tarde no se notaría tanto si acamparan en la naturaleza o se alojaran en una posada de la ciudad. Sin embargo, en el campo, esto resaltaba. Mucho…

Para cuando las miembros de Pacto Carmesí despertaron, los aldeanos ya se habían levantado, comenzado a trabajar, y estaban regresando a casa para una merienda. (Por supuesto, en la Tierra, esto

normalmente pasaba a las diez u once de la mañana, y justo ahora era un poco más temprano que eso—una hora que por lo general sería considerada para desayuno, de no ser porque los aldeanos sólo comían dos veces al día. Por esta razón, “merienda” era adecuado. Mile trataba de no pensar mucho en ello). A esta hora, incluso los niños estaban despiertos y trabajando, arando los campos, recolectando plantas de partes seguras del bosque, o cuidando a sus hermanos más jóvenes.

Por supuesto, los aldeanos sabían muy bien que ni siquiera los cazadores dormían hasta esta hora, así que Pacto Carmesí había llamado la atención de toda la aldea.


Como si sintieran vergüenza por esto, las miembros de Pacto Carmesí habían sacado levemente sus cabezas fuera de la tienda y luego rápidamente se habían ocultado de nuevo.

“………”.

Mile se aclaró la garganta. “Entiendo que los aldeanos, que son personas muy trabajadoras, deben pensar que es raro ver a un montón de dormilonas como nosotras, pero… ¿no creen que nos estaban viendo con demasiada extrañeza?”.

Ciertamente, como Mile había comentado, los niños las habían estado mirando con una cantidad normal de sorpresa, pero las miembros de Pacto Carmesí no podían deshacerse de la sensación de que había algo peligroso en la forma en que los adultos las habían estado viendo.

“Bueno, probablemente sea porque no les ofrecimos comida anoche”, dijo Pauline.

“¿Eh?”. Tanto Mile como Mavis se veían confundidas, pero la explicación de Pauline parecía ser obvia para Reina.

“P-Pero les dimos comida gratis a los niños, ¿verdad? Y les dijimos a los adultos que les daríamos comida por un precio razonable. Nadie vino a comprar comida… ¿Y quieres decir que nos tratan como villanas porque no los dejamos comer gratis, a pesar de que dejamos que sus hijos se llenaran? ¿A pesar de haber rescatado a una niña de la aldea?”.

Obviamente, las noticias de la casi abducción de Merylina habrían llegado a oídos de los demás aldeanos la noche anterior, como mínimo para proteger a sus propios hijos. Y una parte clave de la historia habría sido que las miembros de Pacto Carmesí habían sido quienes la habían salvado.

“Así son los aldeanos. Aunque alguien no tenga ninguna obligación con ellos, y ellos mismos no tengan ningún derecho real a algo, si hay algo provechoso a su alcance, siempre pondrán sus ojos en ello. Es natural que los más prósperos ofrezcan caridad. Y así, consideran que los que no comparten su riqueza son tan buenos como los sinvergüenzas, y les importaría un bledo si esas personas son secuestradas o asesinadas… Ahora que lo pienso, no es inusual escuchar sobre comerciantes que viajan solos o en grupos pequeños siendo atacados por grupos de aldeanos. Aunque, es raro que algo así pase tan cerca de la capital… Serían descubiertos de inmediato”, explicó Reina. “En todo caso, para los aldeanos somos villanas. Claramente tenemos comida, pero no les dimos ni un solo bocado”.

“P-Pero…”.

Mile agachó la cabeza, consternada. Mavis también parecía abatida.

“Por supuesto, no todos los aldeanos son así. Seguro que en este pueblo hay gente más razonable. Hemos estado en muchas aldeas con gente en su mayoría honrada, ¿verdad?”.

Reina también tenía razón en esto. Por ejemplo, aunque no habían sido humanos, y aunque se habían dedicado a su trabajo hasta un grado casi insensato, no había habido un solo desvergonzado entre los ciudadanos de la aldea enana.

“Entonces, ¿qué hacemos?”. “¿Eh? ¿Qué quieres decir?”.

“¡Pregunto cómo nos comportaremos a partir de ahora!”.

Como de costumbre, Reina empezaba a enfadarse un poco con Mile, que sólo podía leer una situación a la perfección o juzgarla mal de forma atroz, sin ningún término medio.

“Incluso si lleváramos una propuesta a los aldeanos sobre cómo podríamos eliminar a todos esos bandidos, estoy bastante segura de que no nos escucharían. Quiero decir, estoy segura de que no creerían que pudiéramos vencerles, dado que parecemos unas novatas. No saben nada de nosotras y, obviamente, no querrían arriesgarse a enfrentarse a los bandidos y meter la pata, lo cual sólo conseguiría enemistarlos más.

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“Además, si aceptáramos el trabajo como una misión independiente, como hemos hecho en el pasado, en lugar de pasar por el gremio, podrían pensar que si nos pagan de antemano tomaríamos el dinero y saldríamos corriendo. En cambio, si aceptáramos el pago a posteriori, terminarían por no pagarnos. Nos dirían: ‘Lo sentimos mucho. El pueblo no tiene dinero. Pensábamos que lo habían hecho por la bondad de sus corazones…’. Apostaría una moneda de oro a que eso sucedería”.

Sin duda, había aldeas—incluso en este mundo—donde vivía mucha gente honrada. Como la aldea de la montaña donde todos habían reunido las escasas monedas que tenían para contratar a Pacto Carmesí, sólo por el bien de aquellos huérfanos que habían decidido mudarse a la montaña.

Sin embargo, era igualmente cierto que había mucha gente en el mundo que no pensaría dos veces en estafar, o incluso secuestrar a otros, en aras de su propia felicidad. A juzgar por las actitudes de estos aldeanos tanto la noche anterior como esta mañana, Reina había juzgado que este pueblo era uno donde este tipo de personas eran mayoría. Después de todo, Reina, que había viajado junto a su padre desde temprana edad, probablemente había acumulado varias experiencias…

“¡Yo también apostaría una moneda de oro a que nos estafarán!”, dijo Pauline. Si ella estaba dispuesta a apostarle a algo, era imposible que no saliera como ella anticipaba. Y por lo tanto…

“¡Supongo que yo también apostaré una moneda de oro!”, dijo Mile.

“Yo también…”, dijo también Mavis.

“¡Bueno, pero en ese caso, nadie saldrá ganando!”, dijo Reina. Ciertamente, con sus apuestas hechas, terminarían perdiendo todo en la pequeña posibilidad de que los aldeanos pagaran. Si alguno decía: “¡Oigan,

¿recuerdan lo que apostaron?!”, todas perderían una

moneda de oro.

Por supuesto, Reina había estado bromeando. Era Pauline de quien Mile y Mavis estaban preocupadas. El par veía furtivamente a Pauline… y la atraparon mordiendo su labio con enojo.

Eso estuvo cerca, pensó el par.

Dado el estado de sus finanzas, no había necesidad real para que Pauline se molestara por no ganar unas cuantas monedas de oro, pero ella disfrutaba el prospecto de poner sus manos en más dinero que no pudo evitarlo. Ella debía recordarse a sí misma que esto era como jugar con amigas y usar galletas en lugar de monedas de apuesta.

Ella jamás pensaría en quitarle dinero a sus amigas…

probablemente.

“Bueno, en todo caso, existe una leve posibilidad de que los aldeanos nos ofrezcan un contrato independiente y, bueno, aunque lo hicieran, probablemente se quejarían después. Eso significa que…”, comenzó a decir Mile.

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“¿Qué?”, respondió Reina.

“Mile infló su pecho—o, mejor dicho, su escaso pecho—con arrogancia.

“¡Simplemente tenemos que acabar con los bandidos nosotras mismas!”.

“¡¿Y por qué rayos haríamos eso?!”, respondieron las otras tres.

“Bueno, si los capturamos vivos, obtendremos una recompensa y comisión por entregarlos, aunque no nos paguen la misión—y eso debería darnos bastante dinero”.

“¡Hagámoslo!”, dijo Pauline inmediatamente.

“Además, seremos conocidas como las cuatro cazadoras que salvaron a una aldea del ataque de unos bandidos…”.

“¡Acepto!”, dijo Mavis, igualmente convencida. Y en cuanto a Reina…

Mile se giró hacia ella. “¿Mencioné que tendremos la oportunidad de darle una paliza a unos bandidos?”.

“Bueno, ¡¿y qué esperamos?!”.

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Fue muy fácil.

Pauline no podía resistirse al dinero. A Mavis le encantaba ser una heroína, alabada a los ojos de los demás. Y, por supuesto, Reina vivía para acabar con bandidos. Además, antes les había contado una historia de su propia adaptación, la de los “Siete Cazadores”— no había dejado ningún punto ciego.

“Probablemente no tenga sentido, pero ¿deberíamos al menos plantear el tema de un contrato independiente con el pueblo?”, preguntó Mavis en su calidad de líder del grupo.

“No tiene sentido”, respondió Reina rápidamente. “Si lo hacemos, luego irán presumiendo por las aldeas cercanas, diciendo que, ‘Sí, si te quejas lo suficiente, esos tontos cazadores trabajarán gratis’. Rumores como ese sólo van a causar problemas a muchos otros cazadores, y si alguien pensara que nosotras fuimos la causa de ellos…”.

“Entonces supongo que lo haremos por nuestra cuenta”.

No había otra opción.

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Pacto Carmesí descansó un rato más en su tienda, tomándose el tiempo necesario para relajarse un poco.

Los demás aldeanos no parecían muy contentos con su presencia, pero los padres de Merylina al menos les habían dado las gracias como era debido. Aun así, no les habían traído comida ni ninguna otra muestra de aprecio—aunque, por supuesto, esto tal vez se debía a que habían visto la cantidad de platillos que Mile había creado la noche pasada. A la vista del despliegue de estas cazadoras, resultaba difícil imaginar que los aldeanos se sintieran inclinados a ofrecer más, aunque no hubiera mala voluntad en sus sentimientos hacia el grupo. Ningún pobre daría limosna a los ricos, ni un cocinero aficionado desearía presentar sus platos a un chef de primera categoría, a menos que tal vez se tratara de un amante, un familiar o un viejo conocido…

“¡Whoooa!”, gritó Merylina, atónita ante el final de uno de los cuentos populares de Mile.

Efectivamente, parecía que los padres de Merylina sentían que debían a Pacto Carmesí algún tipo de agradecimiento, y viendo cómo las cazadoras habían disfrutado pasando el tiempo con los niños la noche anterior, habían relevado a Merylina de sus tareas del día y la habían enviado al lado de Pacto Carmesí.

Mile, no hace falta decirlo, estaba fuera de sí. Aunque las demás no eran tan obvias al respecto, todas estaban encantadas de tener a la chica allí también. Mavis siempre había deseado tener una hermana pequeña, a Pauline le recordaba a su época con su hermano Alan y Reina llevaba mucho tiempo deseando compartir con otra persona la sensación que tenía cuando pensaba en Telyusia. Y así, las cinco estaban compartiendo una tarde perezosa, cuando…

“Parece que algo está pasando fuera”, dijo Pauline.

Efectivamente, había algún tipo de conmoción a poca distancia de la tienda.

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Podía haber muy pocas razones para una conmoción en un pueblo tan pequeño como éste. Quizás había pasado un mercader ambulante en su carro, o había aparecido alguien sospechoso, o un monstruo poderoso… o si no, habían llegado los bandidos. Obviamente, esta vez era…

“¡Están aquí!”, dijo Mavis.


Sí, estaban aquí: los hombres que habían estado esperando.

Era por esta misma razón que las miembros de Pacto Carmesí se habían demorado tanto… además de por la oportunidad de pasar tiempo con Merylina, por supuesto.

“¡Vamos!”.

“¡Sí!”.

Las cuatro cazadoras, junto con Merylina, se dirigieron hacia la salida de la tienda.

¿No deberían haberla dejado dentro en aras de la seguridad, o tal vez para evitarle a la joven la visión de una escena potencialmente espantosa? A ninguna de ellas se le había pasado por la cabeza esa idea.

Se podría argumentar que las miembros de Pacto Carmesí querían que Merylina viera la cruda realidad de vivir en este mundo, para que pudiera vivir a salvo incluso sin ellas… Pero, en realidad, ni siquiera se les había ocurrido.

Sus verdaderas motivaciones eran mucho menos impresionantes. Si Merylina se quedaba en la tienda, no podría verlas hacer nada genial. No podría mirarlas con respeto, admiración y alabanza. No podría verlas eliminar a los malhechores y correr a darles un abrazo después.

De hecho, Mavis, Reina y Mile sólo se movían por sus propios motivos ocultos. Pauline, de hecho, parecía ser la única que no pensaba en esas cosas.

Estaba, sin embargo, preocupada por otro tipo de motivo…

“Chicas, por favor, tengan cuidado de no cortar ninguna parte del cuerpo ni dejar a los bandidos con heridas de larga duración. Si lo hacemos, sus precios de venta bajarán”.

A pesar de su rápida respuesta a la llamada a la acción de Reina, los miembros de Pacto Carmesí no salieron exactamente de la tienda. En lugar de eso, replegaron con cuidado la solapa para echar un vistazo a lo que ocurría. Aunque habían visto claramente a esos hombres intentando secuestrar a Merylina, aparte de eso, sólo habían oído decir a los aldeanos que los hombres habían estado “molestándoles”, pero claro, eso era sólo una parte de la historia, por así decirlo.

Supongamos que el Gremio de Cazadores o algunos guardias fueran enviados más tarde, y la historia de los bandidos no coincidiera con la de los aldeanos… Podría considerarse que Pacto Carmesí había maltratado o secuestrado a gente inocente, y ellas mismas podrían ser detenidas.

Podrían argumentar que estaban trabajando para protegerse de los malhechores, pero necesitarían mejores pruebas que un simple “¡Lo hemos oído de los aldeanos!” para demostrar que esos hombres no tramaban nada bueno. De lo contrario, serían culpables de actuar basándose en simples rumores y de no verificar los hechos por sí mismas.

Incluso si surgiera el asunto de Merylina, los hombres podrían argumentar que sólo estaban jugando con la niña, señalando su falta de lesiones como prueba de que no estaban tramando nada siniestro. Si lo hacían, poco podría decir Pacto Carmesí para refutarlo. Y si alguien les acusara de hacer pasar a gente inocente por bandidos en nombre de su propio beneficio…

Tal y como estaban las cosas, molestar a los aldeanos y pedirles dinero no era suficiente para etiquetar a estos hombres como bandidos— incluso si, en realidad, esto hubiera implicado algo más que un poco de coerción y violencia. Los bandidos podían fácilmente enmarcarlo simplemente como una disputa por dinero entre recién conocidos, no necesariamente como las actividades de un grupo criminal.

Y aunque los bandidos llevaban, por supuesto, espadas y lanzas, se limitaban a empuñar sus armas y a hacer amenazas. Ninguno había desenvainado una espada, blandido una lanza o apoyado una hoja en el cuello de nadie. De nuevo, no habían hecho nada que no pudiera considerarse una broma o una leve amenaza en el transcurso de una discusión ordinaria. Si eso fuera suficiente para requerir un arresto, muchos cazadores serían arrestados a diario en cada bar del mundo.

Y por eso…

“Parece que han venido a cobrar. Estoy segura de que son conscientes de que todo el mundo en el pueblo ya se habría enterado del intento de secuestro de Merylina. Parecen haber abandonado el pretexto de ser simples combatientes errantes que se detienen a comer y beber algo antes de seguir su camino”.

Como sugirió Mile, parecía que los matones amenazaban ahora a los adultos de la aldea, con la intención de llevarse todo su dinero y objetos de valor, así como a los niños y mujeres jóvenes de la aldea. Para persuadir a los aldeanos de que les entregaran su dinero y sus objetos de valor, hasta ahora no habían hecho mención alguna de sus planes de secuestrar a cualquiera del que pudieran sacar provecho y matar a todos los demás para hacerles callar.

Dado que, por el momento, sus amenazas seguían siendo bastante débiles—y no iban dirigidas a las miembros de Pacto Carmesí—las cazadoras tenían que esperar al momento de la prueba, el punto en el que pudieran afirmar que habían sido atacadas, una afirmación que serviría como prueba suficiente para cualquiera que confiara en el honor del grupo y no necesitaría la corroboración de nadie más.

Pero claro, ¿por qué iban a esperar una oportunidad así cuando podían crear una?

“¿Qué está pasando aquí?”, salió a decir Pauline, esperando una pausa en el conflicto entre los matones y los aldeanos. En situaciones como ésta, en las que era necesario actuar con delicadeza, no había nadie más adecuada para la tarea. Dicho esto, era poco probable que los matones que exigían a los aldeanos que entregaran todo el dinero que tanto les había costado ganar llegaran a algún tipo de acuerdo con los lugareños, así que lo único que tenían que hacer era esperar a que ambas partes dejaran de hablar…

“¡Esperen! ¡Son esas zorras!”, gruñó uno de los

matones.

“Son las de ayer…”.

Al parecer, los hombres con los que Pacto Carmesí se había encontrado el día anterior se encontraban entre los matones presentes. No era ninguna sorpresa. Parecía que toda la banda estaba reunida, así que por supuesto estarían allí.

El día anterior, los matones habían huido de inmediato, probablemente intuyendo que, aunque se enfrentaran a cazadoras novatas, no lo tendrían fácil luchando cuatro contra cuatro. Hoy, sin embargo, contaban con al menos dieciséis o diecisiete hombres, por lo que enfrentarse a cuatro cazadoras novatas—la mitad de las cuales eran niñas (o al menos lo parecían)—sería pan comido.

De hecho, que las miembros de Pacto Carmesí aparecieran en escena fue bastante conveniente para los matones. Probablemente supusieron que las cazadoras habían sido contratadas por los aldeanos para enfrentarse a los hombres que habían estado molestándolos. Los matones probablemente pensaban algo como Bueno, si derrotamos a las cazadoras, habremos aplastado las últimas esperanzas de los aldeanos, y ya no tendrán más elección que obedecernos.

También estaba el hecho de que, si los matones intentaban infundir miedo en los corazones de los aldeanos dando un escarmiento a algunos de sus compañeros, eso podría generar una sensación de peligro y repugnancia tan fuerte como para encender una chispa de rebelión, un sentimiento de que no tenían nada que perder y de que podían matar o morir con una última y desesperada temeridad.

Por supuesto, había que eliminarlos a todos para que no se corriera la voz en otras aldeas… Pero, desde luego, no les servía de nada saberlo ahora.

Mientras no dejaran escapar demasiada información, los bandidos podrían seguir moviéndose libremente. Aunque los pueblos de la zona supieran que un grupo de bandidos había atacado repentinamente una aldea, arrasando con todos y llevándoselo todo, no necesariamente sabrían que debían sospechar de este grupo de sucios matones, que podrían decir que sólo se detenían en la ciudad a lo largo de su viaje, acampando sólo unos días para recoger comida y dinero, antes de volver a partir.

En ese momento, los hombres estaban un poco preocupados, no sabiendo si estaban apresurando demasiado las cosas, pensando que podrían capturar a Pacto Carmesí sin matarlas ni herirlas gravemente, mantenerlas a su alrededor para su propia diversión durante un tiempo y luego venderlas como esclavas a un precio bastante bueno.

Y así, la orden esperada llegó.

“Captúrenlas. ¡No las lastimen mucho o bajará su precio!”.

Eran sólo cuatro mujeres jóvenes, cuatro cazadoras novatas. Sería sencillo capturarlas y demostrar a todos los reunidos lo abrumadora que era la diferencia de fuerza entre sus fuerzas y las de los aldeanos. De hecho, los matones estaban tan convencidos de su victoria que ni siquiera se les ocurrió tomar a ningún aldeano como rehén, porque tomar rehenes era como declarar que no tenían medios para ganar la batalla limpiamente. Desde luego, no podían dar a los aldeanos la impresión de que se sentían intimidados por esas niñas. Incluso si esos aldeanos iban a ser asesinados poco después…

El resultado de todo esto fue tal y como Mile había planeado.

“¿Capturarnos? ¿Son esclavistas o bandidos o algo así?”,

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preguntó Mile, fingiendo confusión.

“¿Eh? ¿Qué demonios estás diciendo? Ya saben que no somos unos simples viajeros de paso, ¡obviamente somos bandidos! Es agotador atacar siempre de inmediato. A veces es bueno descansar, comer y beber como es debido. Así que vamos a un lugar tranquilo, esperamos a que llegue el momento, lo robamos todo y nos vamos, volvemos a nuestro trabajo normal en las carreteras de montaña antes de ir a algún otro pueblo a tomar un respiro. Y repetimos de nuevo”.

El jefe de los bandidos agitó alegremente las encías, dejándose llevar. Efectivamente, la banda había subido de nivel, pasando de “matones” a “bandidos” en toda regla.

“Y ahí lo tienen, amigos: ¡una confesión!”, trinó Mile. “Ahora hemos confirmado que son bandidos y que su

intención es atacar y capturar no sólo a los aldeanos, sino también a nuestro grupo, para vendernos como esclavas ilegales. Eso es más que suficiente para condenarse, ¡por nuestro propio testimonio!”, declaró Pauline, tan encantada como Mile con este giro de los acontecimientos.

“¿Eh? ¿Qué tan estúpidas pueden ser? Sólo son cuatro mocosas novatas, ¿qué piensan que pueden ha…?”.

“¡Firebomb!”

¡Ka-BOOM!

Reina ya había terminado de conjurar en silencio su hechizo, que disparó estoicamente en dirección a los bandidos. Se había acordado reducir la potencia, así que era mucho menos mortífero de lo que parecía. Probablemente no perderían ni dedos de las manos ni de los pies.

“¡¿Qué…?! ¿Una niñita como tú puede usar hechizos ofensivos sin hablar?”.

La sorpresa del hombre estaba justificada. Este no era el tipo de magia que los jóvenes aficionados podían utilizar normalmente. Por lo general, lanzaban una sola bola de fuego frenética que se tambaleaba por el aire y dejaba tiempo más que suficiente para que alguien corriera hacia ellos y los acuchillara antes de que siquiera pudieran terminar su siguiente conjuro. Por lo general, a esta distancia, un mago novato no era la gran cosa. Si un mago por sí solo se lograba imponer a varios luchadores de primera línea, se le consideraría poco menos que incomparable. Para conseguir algo así, uno tendría que estar en lo más alto del rango C, casi en el rango B como mínimo.

Los magos nunca se quedaban cerca del enemigo, y una vanguardia nunca dejaba que el enemigo se acercara a un mago. Éstas eran las reglas que todo el mundo respetaba. Por eso, los bandidos se sorprendieron al ver a dos magas acercarse a la vanguardia. Estas aficionadas no sólo no tienen experiencia en batalla, sino que además son idiotas, pensaron los bandidos…

Y, sin embargo, su maga había lanzado este hechizo en silencio, y no sólo eso, era magia explosiva con un alto grado de dificultad, no el tipo de hechizo de bola de fuego que uno esperaría normalmente aquí. La potencia y la velocidad con la que lo había disparado superaban con creces las expectativas normales.

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“¡Maldita sea! ¡¡¡Acérquense antes de que dispare de nuevo!!!”.

Había un enemigo inesperadamente poderoso entre sus oponentes. El único curso lógico de acción era derribarla antes de que pudiera atacar de nuevo. Incluso si no necesitaba hablar para usar sus hechizos, ella necesitaría un poco de tiempo para conjurar el siguiente hechizo en su cabeza. Además, las otras tres cazadoras consistían en una maga de aspecto débil— probablemente especializada en curación o soporte— una niña espadachina, y otra espadachina adolescente.

Sin importar su apariencia o edad, un mago fuerte es y será siempre un mago fuerte. Sin embargo, para un espadachín, la experiencia, entrenamiento y físico lo eran todo. Por lo tanto, a pesar de que, ciertamente, podía haber magas jovencitas habilidosas, espadachinas jovencitas y formidables eran algo imposible. En especial cuando se veían así de mal.

El líder de los bandidos había tomado la decisión correcta. Era una decisión correcta y sólida… o eso habría sido bajo circunstancias normales.

Pero estas circunstancias eran de todo menos normales…

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