Watashi, Nouryoku Wa Heikinchi De Tte Itta Yo Ne! (NL)

Volumen 13

Interludio: Un hombre cuyo corazón arde sin control.

Parte 2

 

 

Kelvin von Bellium.

El quinto hijo de un barón residente del Reino de Brandel, uno que jamás sería considerado afluente o siquiera próspero. Un hijo nacido fuera del matrimonio.

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Ni siquiera hijo de alguna amante formal de su padre, sino el resultado de una aventura con una sirvienta de su esposa, un hijo ilegítimo.

En este país, las amantes de nobles y miembros de la realeza eran reconocidas como esposas legítimas, y de su sustento e hijos se ocupaban sus maridos. Sin embargo, las amantes no tenían el mismo estatus. Permanecían en la sombra y no recibían ninguna protección. Era una existencia precaria, en la que podían ser dejadas de lado en el momento en que el señor de la casa se disgustara con ellas.

Dicho esto, tanto el barón como la baronesa Bellium eran bondadosos, para ser nobles. Tanto la sirvienta de la señora como su hijo fueron recibidos como miembros de la familia, y Kelvin recibió una educación adecuada. Eran gente realmente bondadosa, sobre todo la baronesa.

Pero al matricularse en la Academia Eckland, Kelvin había encontrado un rival mortal, aunque era una rivalidad que sólo ardía en los ojos de Kelvin. Este enemigo lo consideraba poco más que un mosquito irritante, y mucho menos un verdadero enemigo.

Sufriendo un insulto tras otro, Kelvin siguió cargando con este rencor unilateral contra su némesis, hasta que un día este rival, que finalmente no pudo soportar más el comportamiento de Kelvin, le impartió una apasionada y muy necesaria educación sobre cómo debe ser un noble y cómo debe comportarse un hombre. Aquel día, a Kelvin se le abrieron los ojos.

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Después de graduarse de Eckland, Kelvin había decidido enlistarse no en las fuerzas nacionales, donde un graduado de Eckland, la escuela inferior, jamás podría avanzar, ni en la guardia imperial, que sólo tenía ojos para los graduandos de Ardleigh, sino con las fuerzas privadas de una casa noble.

Las unidades básicas y los suboficiales de las fuerzas de un lord se componían de una mezcla de reclutas voluntarios y forzosos del feudo, pero, obviamente, los oficiales de mayor rango procedían de familias nobles. Por lo tanto, lo normal era emplear a los hijos menores de los nobles de bajo rango con la esperanza de formarlos como futuros oficiales, aunque, por supuesto, el mando de las tropas seguía estando en manos de los vasallos de mayor confianza del lord.

Por muy novato que fuera un joven noble, situar a una persona de su rango por debajo de un plebeyo sería impropio, por lo que, aunque un noble fuera aún joven y novato, se le reconocería como oficial desde el primer momento. Sin embargo, mientras siguiera siendo un niño, sería un oficial en formación, o, mejor dicho, un cadete. (Si podían o no ganarse la confianza de los soldados rasos, sobre todo de los que habían ascendido hasta convertirse en oficiales, era otro asunto totalmente distinto, pero el rango de un joven noble estaba, al menos, garantizado).

De este modo, Kelvin había encontrado empleo como cadete oficial en las fuerzas de una baronía fronteriza con el Imperio Albarn.

Para el barón, Kelvin era poco más que personal desechable, contratado para asumir el mando en situaciones más peligrosas, pero Kelvin tenía la vista puesta en el futuro y aprovechaba este tiempo para dotarse de conocimientos y habilidades en el trabajo. Obviamente, no tenía intención de retirarse en las arrogantes alturas de un oficial de bajo rango en el ejército de un barón de poca monta.

Obviamente, el alto mando de estas fuerzas era el propio barón. Luego venía su hermano menor, y después dos de los hijos menores de una familia emparentada con el Barón; los escasos puestos de oficiales los ocupaban todos miembros de la línea noble.

Kelvin había sido contratado para desempeñar el papel de forastero que les serviría de subordinado, encargándose de todas las tareas extrañas y los trabajos más molestos y peligrosos. Así, por mucho que trabajara y por mucha gloria que alcanzara, no tenía perspectivas reales en este lugar.

Un noble establecido nunca asumiría un papel así, por lo que probablemente se alegraron de encontrar a alguien con una posición tan baja como Kelvin—el hijo ilegítimo de un noble empobrecido—para otorgarle el trabajo. Y entonces, un día…

“¿Una invasión del Imperio?”.

“¡Sí! Me dirijo a Su Majestad para solicitar refuerzos del ejército nacional. Te nombro oficial para esta operación, así que protege estas tierras hasta que volvamos con más tropas. ¡Retirarse no es una opción! Si alguien escapa, serán condenados por desertores—no, por cómplices—¡y enfrentarán el hacha de los ejecutores!”. Estas eran órdenes del Barón—quien parecía estar planeando escapar con su familia, siervos, y cada uno de sus subordinados y dejar a Kelvin, que había sido contratado apenas hacía unos meses, a cargo de defender su mansión.

Kelvin había sido contratado para este trabajo precisamente para momentos así, por lo que huir simplemente no era una opción. En esencia, la idea del Barón era que si huía, empezarían a difundirse ciertas medias verdades y rumores, arrastrando el nombre de la familia de Kelvin por el fango. El hecho de que incluso hubiera recibido aquel ascenso sorpresa se debía probablemente a que sonaría peor decir que el Barón había descargado todas sus responsabilidades en un cadete novato que decir que había “dejado el campo de batalla a un oficial mientras él iba a buscar refuerzos”.

Kelvin no podía causar problemas a la familia Bellium, que tan generosamente lo había acogido a pesar de su nacimiento ilegítimo. Del mismo modo, no tenía más remedio que intentar defender la capital del Barón, junto a los hombres normales del feudo que se habían visto perjudicados por estar atrapados allí.


De hecho, ni él, ni su familia, ni ninguno de los ciudadanos de este feudo, podían desafiar las órdenes del Barón. No había escapatoria.

El Barón había recibido informes de este intento de invasión por cortesía del conde que gobernaba las tierras colindantes en el lado opuesto de la frontera nacional. Lo sabía desde las primeras fases del intento, ya que en esta época era casi imposible ocultar por completo los movimientos de las tropas, y cualquier contratación de mercenarios o preparativos para reunir y transportar suministros delataría claramente a cualquiera que estuviese al acecho. Además, como lord de un territorio fronterizo, hacía tiempo que el barón había hecho saber a los cazadores estacionados en el Imperio y a los ancianos que frecuentaban los abrevaderos de la capital imperial que pagaría por información relevante para la seguridad de su feudo. Y así lo habían averiguado con tiempo de sobra; tiempo suficiente, de hecho, para enviar solicitudes formales de mercenarios a los gremios de mercenarios y cazadores de las ciudades vecinas, por inútil que fuera.

Obviamente, este esfuerzo de reclutamiento también había incluido las ciudades fronterizas de los territorios de sus vecinos aliados del este.

No era de extrañar que nadie quisiera participar en una batalla entre un barón y un conde, y mucho menos un conde que atacaba totalmente preparado. A juzgar por los avisos de reclutamiento, las cosas estaban lo suficientemente mal en el bando del barón como para que algunos incluso intentaran unirse al enemigo.

Y así, los nobles y altos oficiales huyeron, dejando a las fuerzas del Barón sólo con Kelvin, los suboficiales y los soldados rasos para enfrentarse al enemigo en defensa de la capital (o supuesta capital, ya que en realidad era poco más que una aldea).

La negativa de las fuerzas del Barón a ir al encuentro de su enemigo en la frontera significaba que el peso en los recursos sería ligeramente peor para los albarnianos. Atraerlos hasta el feudo significaría la pérdida de sus campos, es cierto, pero no tenía sentido intentar conservar los campos si sus tropas eran sobrepasadas y la propia tierra se perdía.

“Realmente nos hemos quedado con la peor parte, ¿no es así, Comandante? Señor.

“¿Comandante? En realidad, no soy tan importante…”, Kelvin hizo una mueca ante estas palabras de un suboficial superior.

“Quiero decir que todos los que están por encima de ti se han ido, y tú eres el único oficial que queda. Así que, ahora mismo, ¡eso te convierte en el verdadero comandante! Señor”.

“Supongo que es verdad…”.

Kelvin lo pensó y se dio cuenta de que el hombre tenía razón. Era el único individuo de alto rango que seguía en el lugar, lo que le convertía, ostensiblemente, en el comandante.

Y como su cumpleaños era a principios de año, Kelvin ya tenía catorce años. Dado que su complexión era muy parecida a la de un europeo occidental en la Tierra y que había sido entrenado desde su más tierna infancia, ya tenía un físico bastante perfeccionado. Por su aspecto, podía plantar cara en combate incluso a un adulto… aunque aún faltaba casi un año para que se convirtiera en adulto legal, a los quince años.

Sin embargo, un suboficial superior había reconocido a este muchacho, tan joven como para ser su propio nieto, como un oficial hecho y derecho. Durante los últimos meses, él—a diferencia de aquellos otros desgraciados oficiales—había luchado duro por ganarse el respeto de sus subordinados, y parecía que esos esfuerzos habían dado sus frutos.

Y entonces…

Watashi Nouryoku Volumen 13 Capitulo 94 Parte 2 Novela Ligera

 


Por fin, las tropas imperiales llegaron a la capital.

Técnicamente, no eran fuerzas reales de Albarn, sino un ejército del conde del feudo vecino. Sin embargo, hasta donde sabían las personas de Brandel, eran invasores del Imperio.

“¡Muy bien, hagamos esto!”.

No era más que una simple baronía. Capital o no, no era más que una pequeña ciudad, desprovista de castillos o almenas fortificadas. Por lo tanto, no podían resistir un asedio, y colocarse alrededor del perímetro de la ciudad sólo causaría que los propios habitantes de la ciudad quedaran atrapados en la refriega y heridos.

Así pues, tendrían que salir de la capital y enfrentarse frontalmente al enemigo. La aniquilación era inevitable, pero al menos si las fuerzas locales, formadas por hombres de toda la baronía, resistían de verdad, no podrían ser acusados de ser una ciudad de cobardes o despreciados por traicionar a su gente y dejarse ganar por el Imperio. Si las fuerzas reales llegaban a tiempo para rescatarlos tras su inevitable derrota a manos del enemigo, al menos podrían decir que habían dado batalla.

Además, no había mejor manera de que Kelvin pudiera pagar a la familia que lo había acogido, a pesar de las circunstancias de su nacimiento, que ganarse una reputación como valiente comandante de las fuerzas del Barón, a pesar de su corta edad.

Con ese pensamiento en el corazón, Kelvin se volvió hacia los soldados:

“Cualquiera que desee retirarse pude hacerlo ahora. Pueden cambiar sus uniformes y ocultarse con la multitud de civiles. Pueden vivir una vida normal como plebeyos…”.

Y así fue como, con sus fuerzas repentinamente partidas a la mitad, Kelvin lideró un ejército fuera de la capital para armar un campamento…

La diferencia numérica era tanto cruel como insalvable.

Los soldados imperiales, poco interesados en arriesgarse a muertes inútiles en una batalla en la que la victoria estaba asegurada, no se mostraron especialmente proactivos en su estilo de lucha. Sin embargo, incluso con los albarnianos centrados en preservar sus propias vidas, la diferencia en el número de sus tropas era tan grande que desde el principio—de acuerdo con la ley lineal de Lanchester—las fuerzas del Barón se vieron rápidamente mermadas.

A pesar de ser comandante, el propio Kelvin se mantuvo valientemente en el frente, pero ya estaba llegando a sus límites. A pesar de sus muchos años de entrenamiento con la espada y la relativa falta de esfuerzo por parte de sus enemigos, seguía agotado ante tales adversidades. Y aunque había evitado heridas grave, estaba cubierto de tajos y chorreando sangre, su agarre de la espada se debilitaba poco a poco, sus piernas temblaban, su visión se volvía borrosa, y entonces…

¡Crack!

Su espada genérica, lejos de lo que podría llamarse buena calidad—rompió el corazón de Kelvin junto con sí misma.

Kelvin se congeló al mismo tiempo que su espada se rompía, y aprovechando la oportunidad, un soldado enemigo atacó y golpeó a Kelvin en el costado. Aunque su armadura previno una herida fatal, era como ser golpeado por un trozo de hierro, y el daño no era poca cossa. Habiendo alcanzado sus limites—o de hecho, habiendolos superado—Kelvin colapsó en el acto.

Sin embargo, en ese preciso instante, no fue la angustia ni el arrepentimiento lo que le envolvió, sino el dulce y seductor aroma de la rendición. Ya se acabó, susurró una voz. Puedes descansar.

Así que este es mi final, ¿eh? pensó. Aun así, hice lo que debía. Mis deberes están completos. No seré una desgracia para la familia Bellium… Aunque muera aquí, no… no lo seré…

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Sin embargo, había una espina que le atravesaba en algún lugar profundo de su corazón.

Ah, nunca le pedí perdón… Si pudiera verla una vez más y decírselo… 

En un rincón de su visión, vio la forma borrosa de un soldado que levantaba una espada y la blandía contra él.

“Oh… bueno…”.

¡Shing!

“¡Waaah!”.

Él esperó, pero el golpe nunca conectó. Y entonces, vio a alguien parado cerca de él, bloqueando la luz del sol.

“¿Quién es?”.

Con la vista borrosa, sólo pudo distinguir una silueta pequeña. Sin embargo, no cabía duda de que esta persona había venido a rescatarlo.

“Un cazador, que aceptó la misión de mercenario”.

Nunca habían pensado que alguien sería tan tonto como para aceptar una misión para luchar en esta batalla perdida. El Barón sólo había hecho proliferar los anuncios de ayuda mercenaria para poder convencer a Su Majestad de que había hecho todo lo posible en defensa de sus tierras, pero ni el tipo de misión ni la paga serían suficientes para tentar a ningún cazador. Era el tipo de misión precaria al que los cazadores se referían como “marca roja”. Era revelador que ni siquiera hubieran reclutado con éxito a ninguno de los mercenarios más malvados que aceptaban una misión en las primeras fases de una operación y se marchaban a las colinas en cuanto las cosas se ponían peligrosas, diciendo que tenían otros deberes que atender.

De hecho, ni en las más descabelladas imaginaciones de Kelvin habría pensado que alguien aceptaría este trabajo. Y aunque una cosa sería reclutar a algún mercenario lo bastante duro o sediento de sangre como para responder a las ofertas, la voz de su salvador sonaba inexplicablemente como si perteneciera a una joven…

La voz le trajo a la mente una chica de algún lugar profundo de sus recuerdos, pero seguramente, pensó Kelvin, se trataba sólo de una ilusión conjurada por una mente al borde de la muerte.

Entrecerró los ojos y miró el rostro borroso. “¿Cuántos de ustedes idiotas aceptaron la misión?”.

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Obviamente, en este contexto, “idiota” era el mayor

elogio que Kelvin podía hacer.

“Sólo yo”.

“¿Eh?”

“Sólo yo. ¿De verdad crees que puede haber tantos idiotas?”.

Kelvin se paralizó momentáneamente ante tan ridícula respuesta y luego soltó una risita.

“Ja, ja, es verdad”.

Aquí es donde moriría. No había forma de cambiar su destino. Sin embargo, ahora deseaba que aquella estúpida (y en cierto modo familiar) chica, al menos, lograra sobrevivir.

Mientras pensaba esto, se dispuso a dar la orden de retirada. Pero justo entonces, una frase pasó por los labios de la chica.

“Dime, ¿tu corazón arde ferozmente? ¿Tu alma brilla con una luz resplandeciente?”.

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“¿Eh?”.

Kelvin se quedó boquiabierto ante estas palabras. Eran las palabras que aquella chica le había dicho una vez, palabras que nunca podría olvidar…

Y sólo había una respuesta que podía dar:

“Mi corazón aún arde, y mi alma aún brilla. Desde que cierta chica encendió una vez la cerilla de mi corazón y de mi alma…”.

“¿Quién eres?”.

“Mi-mi nombre es…”.

“Hmm. ¿De verdad tu nombre es algo tan barato que podrías pronunciarlo mientras te retuerces en el suelo?”.

Kelvin apretó los dientes.

“Mi nombre es… Mi nombre es…”

Temblando, se puso en pie, utilizando su espada rota para sostenerse.

“Soy Kelvin von Bellium, el quinto hijo del barón Bellium… ¡No!”. Sacudió su cabeza y dejó que las palabras volaran de sus labios. “Mi nombre es Kelvin!

¡¡¡Kelvin, el infierno!!!”, gritó, parándose con orgullo y levantando su espada a los cielos.

Los soldados enemigos detuvieron lo que hacían y voltearon a verlo, sin duda preguntándose qué ocurría.

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“Voy a concederte tres cosas. La primera es esto: un medicamento para la recuperación muscular”, dijo Mile, sacando un pequeño frasco de su inventario.

A diferencia de las micros, que consistían simplemente en un líquido lleno de nanomáquinas, éste estaba repleto de nutrientes. Además, las nanomáquinas que contenía habían sido instruidas con antelación para que se centraran en aliviar la fatiga y fortalecer la musculatura.

“Tu fatiga se irá volando con Hirop-em, no, de todos

modos, ¡toma una droga para quitarte la fatiga!”. “No es el momento para eso…”.

Pero el comentario de Kelvin fue completamente ignorado.

“A continuación, te daré esto. Aunque necesitaré que me lo devuelvas después. Es mi espada favorita”. dijo Mile, sacando su espada de la vaina y entregándosela a Kelvin. Guardó la vaina para recalcar su insistencia en que se le devolviera la espada.

Con mirada solemne, Kelvin aceptó la espada.

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Normalmente, confiar la espada más preciada a otro no era algo que un espadachín o una espadachina hicieran salvo en las circunstancias más extraordinarias. Mile, sin embargo, no pensaba en nada semejante… Al fin y al cabo, no era una espadachina, sino una caballero mágica.

“Y mi regalo final para ti, por supuesto… ¡es mi fuerza!”, anunció y de repente activó un hechizo. “¡¡¡Area Heal!!!”

Se trataba de magia de recuperación de alto nivel, que se decía que sólo un puñado de personas en el reino eran capaces de utilizar. Desde luego, no era el tipo de magia que uno esperaría de una niña pequeña.

Entonces, partículas de luz llovieron sobre todos los soldados aliados en el campo de batalla.

En el caos de la batalla, si se quería dejar al enemigo sin fuerzas, no había necesidad de esforzarse para asestarle un golpe mortal. Sería bastante fácil ser golpeado por la espalda mientras se hacía tal cosa, y de hecho, si la victoria para el propio bando no estaba ya asegurada, entonces al menos dejar al enemigo con muchas bajas vivas significaría aumentar enormemente la carga sobre ellos, entre agotar sus provisiones y medicinas, y gastar el personal necesario para atender a los heridos. De hecho, los heridos eran una carga mucho más pesada que los muertos.

Además, si uno tomaba cautivos a sus enemigos más tarde, podía esperar un cuantioso rescate a cambio de los nobles u oficiales de alto rango que pudieran encontrarse entre el grupo.

Por supuesto, sería difícil esperar algo así de los oponentes actuales…

En cualquier caso, entre los esparcidos por el suelo, ya había muchos muertos, pero también muchos hombres que aún respiraban. Y ahora, gotas de hermosa luz llovían sobre cada uno de estos soldados aliados.

“Uh…”.

“¿Qu-qué…?”.

“¿Mis heridas, están sa…nando…?”.

Los soldados se quedaron atónitos, pero luego se pusieron de pie, con las armas en la mano.

“La Diosa nos ha… concedido un milagro…”.

Entonces, los hombres miraron los cuerpos de sus camaradas que no se habían levantado, y en su lugar permanecían tendidos sobre la tierra. Por muy misericordiosa que fuera la Diosa, ni siquiera su propio favor podría revivir a los muertos. Muchos de sus aliados ya habían sido acogidos en sus brazos.

Los ojos de los soldados brillaban con justa ira. Para los que permanecían en pie, sólo quedaba una cosa por hacer…

Cumplirían su deber y la de aquellos camaradas caídos.

Kelvin contempló a los soldados mientras se levantaban uno a uno y luego echó una larga y dura mirada a los que no volverían a levantarse, antes de dar un trago a la medicina de recuperación que le había dado Mile. Contempló su rostro, que ahora podía ver con claridad. Y entonces…

“¡Kelvin el Infierno, al campo!”

Kelvin se zambulló valientemente en las líneas enemigas, con Mile en su persecución. Los otros soldados aliados los siguieron.

Estaban presenciando el nacimiento de un héroe.

Esta vez, Mile lanzó un hechizo de área sobre sus enemigos.

“¿Explotarán los fuegos artificiales desde abajo?

¿Desde al lado? ¡Continuous Fire!”

¡Kaboom! ¡Kaboom! ¡Kabooom!

Era un hechizo explosivo que lanzaba chispas como petardos desde una altitud de cero, es decir, directamente desde el suelo. Estas explosiones, que no hacían más que lanzar un gran número de chispas, no eran especialmente mortíferas. Sin embargo, producían un gran efecto.

“¡Los magos enemigos están lanzando un ataque sin cuartel! Tiene que haber al menos un pelotón de ellos”, se oyó gritar desde las filas enemigas.

De hecho, era imposible pensar que un despliegue de tal envergadura pudiera provenir de un solo mago. Sólo era razonable suponer que un gran grupo de magos había llegado de repente al campo de batalla. Además, una unidad de magos, que no sería experta en el combate cuerpo a cuerpo, nunca actuaría de forma independiente. Seguramente estaban viendo la llegada tanto de una unidad de magos como de los poderosos soldados que los acompañarían. Y la llegada tanto de una fuerza de magos considerable como de una unidad de soldados de élite no podía significar otra cosa más que la llegada de las fuerzas especiales del ejército real.

Sin sus propios magos, ni siquiera con el poder del ejército imperial, no había forma de que las tropas normales, y mucho menos las pertenecientes a un conde no muy rico de un territorio rural, tuvieran alguna posibilidad en una batalla directa contra un ejército de verdad con muchos magos.

Así que, cuando sonó el grito, los albarnianos empezaron a volverse presas del pánico, y tanto sus formaciones como sus filas se desmoronaron a medida que el campo de batalla se sumía en el caos. Como resultado, se abrió un camino directo a los líderes enemigos.

“¡A la carga!”, gritó Kelvin, y docenas de gritos de

guerra sonaron en respuesta.

Kelvin y sus hombres se zambulleron en la brecha abierta en las filas enemigas.

Al mismo tiempo, todos los hombres más cobardes que se habían negado a unirse a la operación—que habían estado observando desde los edificios de la capital— salieron de inmediato, inspirados. Entre ellos había incluso algunos que ya se habían despojado de sus armaduras para vestirse de plebeyos, lanzándose hacia adelante con espada en mano. Al ver esto, los habitantes de la ciudad, que ahora suponían que incluso otros civiles estaban tomando las armas para unirse a la lucha, tomaron cuchillos, herramientas y aperos de labranza que había cerca y se unieron a ellos.

En tiempos de paz, el ejército permanente de un feudo, que no producía dinero ni recursos—sólo consumía ambos—no representaba más que un escaso uno o dos por ciento de la población del feudo. Incluso en tiempos de crisis, este porcentaje no superaba el cinco o el diez por ciento, y ese diez por ciento, aunque se mantuviera durante brevísimos periodos, era más que suficiente para ser un inmenso impedimento para el crecimiento del reino una vez terminada la guerra.

Desde un punto de vista estadístico, no era una carga enorme reservar algunos hombres para una invasión, incluso sin abandonar la defensa de las propias tierras ni recurrir a ningún reclutamiento drástico. Una cosa sería que todo el Imperio se movilizara, pero el número de hombres necesarios para que un pobre conde de las afueras de la nación expandiera sus propias tierras ascendía a muy poco.


Ahora, de repente, se enfrentaban a un aluvión mágico demencial, había aparecido un héroe entre las fuerzas enemigas y había una insurgencia de enemigos que superaba en número a sus propias tropas.

No hay nada igual a la velocidad que uno puede reunir cuando se enfrenta a la posibilidad de morir. Aunque eran soldados curtidos, cuando se vieron acosados por docenas de civiles armados con lanzas de bambú, troncos, azadas, martillos e incluso cuchillos de cocina, no fueron rivales.

Huyeron.

Era una elección obvia para los soldados rasos, cuyas propias vidas se verían poco afectadas por la victoria o la derrota en esta batalla. ¿Preferían perder una batalla y volver a casa a vivir con sus familias? ¿O ser torturados hasta la muerte por los campesinos de una tierra extranjera?

La decisión no requería reflexión alguna. Y así, la batalla fue decidida.

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