Watashi, Nouryoku Wa Heikinchi De Tte Itta Yo Ne! (NL)

Volumen 13

Interludio: Un hombre cuyo corazón arde sin control.

Parte 1

 

 

“Ugh, que aburrimiento…”.

Poco después de terminar la misión de escoltar de los falsos mercaderes y la batalla de vida o muerte contra los dragones antiguos, Pauline decidió que debía pasar por casa por primera vez en mucho tiempo, así que Pacto Carmesí optó por tomarse un largo descanso.

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Las vacaciones que solía tomarse el grupo sólo duraban una semana más o menos, no lo suficiente para que Pauline o Mavis recorrieran las largas distancias que separaban sus hogares. Por eso, Pacto Carmesí había decidido que esta vez fueran tres semanas.

Pauline y Mavis habían vuelto a sus casas. Reina había ido a visitar las tumbas de su padre y de sus antiguos aliados.

Pero Mile, que no estaba en condiciones de viajar de vuelta a su propia casa, no tenía más que tiempo libre…

“Veamos. ¿Qué quiero hacer por mi cuenta que me lleve un buen rato? Cazar hadas… Eso ya lo he hecho. Cuidar a una chica linda… Ya lo hice con Mariette. Oh, ya sé, ¡podría colarme en la academia para ver a Mariette otra vez!”.

Era prácticamente—no, literalmente—una acosadora. Una acosadora cumpliendo sus propios deseos y haciendo sus deseos realidad…

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“¡Eso es una película de Tarkovsky! Es ‘La habitación’, ‘La zona’. No es una película para pervertidos, ¡¡es ciencia ficción clásica!!!”, Mile gritó de repente y un poco sin sentido.

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Al parecer, esto le había provocado algún tipo de asociación mental.

“Tres semanas es mucho tiempo, aunque… La mayor parte de lo que puedo hacer en la capital suelo poder hacerlo en una semana, incluso mientras trabajamos. Supongo que es hora de que haga un viaje en solitario”.

Normalmente, en un mundo como éste, los viajes en solitario de una joven estarían plagados de peligros. Olvídate de los bandidos: no se podía pensar en nada bueno si una joven se topaba con unos cuantos matones locales, o incluso con otros viajeros, cuando caminaba sola por la carretera. También atravesaría aldeas rurales, pobladas por ciudadanos con mala suerte, hambrientos y empobrecidos… y entre ellos habría pueblos de malvados, que se aprovechan de los mercaderes viajeros y se juntan con criminales.

En otras palabras, era tan peligroso que para una joven era una locura emprender semejante aventura.

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Por supuesto, esto no tenía nada que ver con Mile. Ni una sola cosa.

“¡Bien, lo haré!”.

Y así, Mile decidió partir en un viaje en solitario. Mientras cantaba una extraña canción enka que ella misma había escrito en la lengua de esta nación…

***

 

 

“Hrm, hrm. Eso va bien…”.

Hasta ahora, se había topado con bandidos y algunos otros grupos sospechosos, pero cada vez que lo hacía, huía… a lo que ella llamaba “toda velocidad”. En un momento, su figura parecía borrosa y, de repente, con una ráfaga de aire, ya estaba corriendo tan lejos que no tenía sentido ir tras ella.

Por supuesto, si capturaba a los bandidos, podría ganar algo de dinero, pero arrastrarlos hasta la ciudad le llevaría un rato y, además, era aburrido. Era mejor no tratar con ellos. Capturar bandidos en horas de trabajo ya era suficiente, no queriendo mezclarlo con sus vacaciones. Si se paraba a ocuparse de todos y cada uno de los infractores de la ley, su tiempo libre se esfumaba en un santiamén. Puede que tuviera tres semanas para matar, pero una semana en este mundo sólo duraba seis días, lo que no le dejaba más de dieciocho como máximo.

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Dicho esto, para Mile sola, ir de un sitio a otro le llevaba muchos menos días de lo habitual. Si utilizaba su magia cavorita, que le permitía caer horizontalmente, podía llegar a cualquier sitio en un santiamén, pero esto no era especialmente elegante y no le permitía disfrutar del viaje. Por eso, normalmente sólo caminaba al doble de su ritmo habitual… que era bastante rápido.

Se dirigía al suroeste de la capital. En esa dirección se encontraba el punto de unión de tres reinos: la base de Pacto Carmesí, Tils, el Reino de Brandel, donde se encontraba el hogar ancestral de Mile, o mejor dicho, de Adele, y el Imperio Albarn. Era una zona muy disputada entre las fuerzas aliadas de Brandel y Tils y sus enemigos, los albarnianos. Sobre todo porque tanto Tils como Brandel siempre tenían fuerzas estacionadas allí, vigilando, listas y esperando para abalanzarse y contraatacar a las fuerzas albarnianas si alguna vez lanzaban una ofensiva contra uno u otro reino.

Por supuesto, esto sólo era cierto en el caso de una invasión a gran escala. Obviamente, las respectivas coronas no tendrían ningún interés en intervenir por algo tan nimio como una incursión en algún feudo fronterizo, una disputa o una “negociación fronteriza” que en realidad deberían resolver las fuerzas de los nobles en cuestión. Existía un temor perfectamente racional a que, si los ejércitos se involucraban en algo tan pequeño, los feudos invadidos pudieran utilizar este respaldo oficial como excusa para lanzar su propia invasión al Imperio, lo que provocaría la explosión de un verdadero conflicto a escala nacional. No, en esos casos menores, los territorios estaban por su cuenta.

La única vez que habría un envío de tropas de emergencia sin solicitud expresa de la administración de un reino aliado sería en el evento de que el Imperio tratara una invasión seria contra la capital; habían varios tratados con clausulas situacionales muy precisas que se encargaban de eso.

Los tres países habían fundado ciudades de tamaño razonable cerca del punto donde se unían sus tres territorios. Aunque, por supuesto, no se trataba de ciudades construidas con fines mercantiles, ya que no había grandes autopistas que atravesaran la zona, por lo que no eran especialmente grandes…

En cualquier caso, Mile decidió ver por sí misma cómo era el ambiente en una ciudad cercana a un lugar tan precario. A estas alturas, las tres tierras—Tils, donde residía actualmente; Brandel, de donde procedía; y Albarn, que albergaba la aldea de los dragones antiguos y la base custodiada por los Carroñeros y similares—se habían convertido en lugares donde sentía que tenía amigos, y nunca desearía ver cómo se aniquilaban unos a otros.

“Aquí estamos”.

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Después de haber viajado a un ritmo que era un poco más rápido de lo sensato, Mile había llegado a su destino. Lo primero que tenía que hacer era pasar por el ayuntamiento, aunque sólo fuera para averiguar rápidamente cualquier información y revisar la pizarra local de información; ella no tenía intenciones de tomar solicitudes en solitario.

“Hmm, nada especialmente inusual en la pizarra… Oh, esperen. Un momento…”.

Se ha informado que el Imperio Albarn ha puesto sus ojos en una invasión al Reino de Brandel. Todos aquellos que acepten trabajos que crucen las fronteras nacionales  deben  actuar  con  precaución.  Además, existe una alta probabilidad de que se lleven a cabo acciones individuales en los feudos colindantes con la frontera, que se supondrán escaramuzas a pequeña escala, más que acciones directas por parte del gobierno imperial.

“Sí, supongo que es demasiado pronto para que el Imperio inicie una invasión oficial… Aun así, se trata de una información y un análisis bastante precisos. Me pregunto quién les habrá traído esta información”, murmuró Mile, cambiando de sitio para mirar el tablón de misiones. “Hmm, ahora mismo apostaría a que hay…

¡Oh, claro que sí!”.

Reclutamiento de emergencia: Buscando mercenarios. Seis medios oros al día. Casa del Barón Arreighman.

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Típicamente, uno debe poner una solicitud en el Gremio de Mercenarios para reclutar mercenarios. Además, no se indicaba el número de reclutas deseados ni la duración del trabajo. Que una solicitud tan vaga llegara hasta el Gremio de Cazadores significaba…

“Una misión de marca roja, ¿eh?”, murmuró Mile. Los

cazadores que la rodeaban hicieron una mueca.

“Más o menos, sí. Otros lords, tratando de evitar conflictos directos, utilizan las tierras del Barón como amortiguador, su feudo se lleva todos los daños de estas escaramuzas, mientras que todo lo que los otros lords tienen que hacer es enviar a unos pocos hombres cuando las fuerzas nacionales intervienen para expulsar al Imperio. Sin embargo, la casa del Barón no puede quejarse, ya que tienden a depender de esos otros territorios para aliarse. Es una posición ineludible, en realidad…

“No hay lugar más duro que ese. Cada vez que ocurre, los campos acaban destruidos, las jóvenes arrebatadas. Una cosa sería enfrentarse a bandidos, pero definitivamente estarías luchando contra soldados… ¿y por sólo seis medios oros al día? Además, en este lado tenemos a un débil barón enfrentándose a un conde sediento de sangre. ¡¿Estás bromeando?!”

“De todos modos, los mercenarios van a estar en primera línea como corderos de sacrificio. Es por eso que nadie del Gremio de Mercenarios tomó la misión. Obviamente, nosotros tampoco lo haremos”, dijo otro de los hombres.

Por supuesto, ninguno de los cazadores suponía que una chica que aparentaba unos doce años fuera a aceptar una misión así por su cuenta, así que su comentario probablemente sólo pretendía ser un consejo informal y mundano para la cazadora novata. No la habían visto antes, pero estaba claro que no tenía edad para hacer viajes de entrenamiento y, dado que estaba sola, probablemente acababa de registrarse como cazadora, equipada con algún equipo usado que le habían comprado sus padres. Eso es lo que debían de pensar.

De hecho, un grupo de jóvenes, todos ellos adolescentes, miraban a Mile con ojos brillantes. Probablemente tenían intención de correr a invitarla a unirse a su grupo en cuanto terminara de registrarse. El equipo que llevaba no estaba nada mal para una novata, lo que significaba que su familia no andaba mal de dinero y había aceptado de buena gana el deseo de su hija de convertirse en cazadora… y, objetivamente hablando, además era linda.

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Así que, cuando Mile se dirigió al mostrador de recepción y anunció a la empleada: “Disculpe, ¡me gustaría aceptar esa solicitud de reclutamiento de mercenarios de Brandel!”.

“¡¿Quéeeeee?!”.

…el grito de sorpresa que resonó por todo el salón gremial era de esperar.

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“E-Escucha, sé que no hay ningún requisito de rango escrito aquí, pero pensando en esto razonablemente, este es un trabajo para un rango C o superior…”.

“¡Oh, bueno, yo soy rango C!”.

“¡¿Quéee?!”, sonó otro grito colectivo.

Por supuesto, en países sin instituciones como la Escuela de Preparación para Cazadores, no había forma de que un cazador que se había registrado a la apenas cualificada edad de diez años como rango F pudiera ascender los tres rangos hasta un rango C en sólo dos o tres años. Claro, era posible saltarse rangos al registrarte, pero a juzgar por la apariencia de Mile, que no parecía adecuada para ser espadachina, no había forma de que hubiera podido saltarse hasta rango D o C.

De ser una maga, no habría sido imposible imaginar que podría ser absurdamente talentosa, pero por otro lado, estaba vestida como espadachina, y a juzgar por su físico, su musculatura, su andar, su postura, su atención, su presencia, e incluso su expresión, una cosa era rotundamente clara: ¡ella era una debilucha!

A lo mejor, podría ser rango E, pero seguramente no podía tener la habilidad de un cazador de rango C. Todos los presentes tenían confianza en eso.

Al ver que la empleada la observaba con una mirada silenciosa y dudosa, Mile no tuvo más remedio que rebuscar el colgante que llevaba colgado del cuello. Lo sacó de entre sus ropas y se lo entregó a la mujer.

“Toma, mira…”.

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“¿Eh? Ah, ya veo… Espera, ¡¿qué?!”.

Los ojos de la mujer se abrieron de golpe. Era, por supuesto, la insignia de registro de Mile, que por su material y diseño en el anverso indicaba su rango. La inscripción del reverso indicaba la rama en la que se había inscrito, junto con su número de registro, su nombre y su trabajo principal.

“Eres… ¿una maga de rango C…?”. “¡¿¡¿No es una espadachina?!?!”.

Así, Mile tomó la misión con éxito. La empleada y los cazadores locales trataron desesperadamente de detenerla, pero negarle a un cazador de rango C una misión requería una orden oficial del maestro del gremio, dada con razón. Pero sin tal razón, la trabajadora del gremio en cuestión sería castigada. Y por eso, cuando Mile profesó: “Brandel es mi tierra natal…”, no había nada que nadie pudiera decir para detenerla.

Y así partió, por la frontera cercana, hacia la pequeña baronía que le tomaría a la mayoría de cazadores un día para alcanzar a pie, pero que ella alcanzaría en medio— con tiempo de sobra.

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