Kimi to Boku no Saigo no Senjo, Aruiha Sekai ga Hajimaru Seisen

Volumen 10

Prólogo: Los Que Alcanzan El Cielo

―Oye, ¿me estás escuchando, bruja de Tierra? Sé que puedes oírme.

Jejejejeje.

Oyó un sonido como el de un niño conteniendo una risa. Una voz andrógina resonó por toda la gran habitación cubierta de tatamis.

Era un elemento exótico, ya que no se utilizaban habitualmente como suelo en el Imperio, y sin embargo toda la habitación estaba llena de ellos y ahogada por el olor a incienso. Para Rin, que había sido apodada tan poco ceremoniosamente como la “bruja de Tierra”, la visión de la habitación carmesí casi parecía venir de otro mundo.

―Tú, bruja ―volvió a decir su captor.

―… ―Ella guardó silencio.

―¿No me escuchaste? Qué extraño. Seguro que ya debes estar despierta.

¿O estás fingiendo para poder aprovecharte de mí mientras duermo?

―…¡Tsk! Monstruo.

Era inútil intentar engañar a su secuestrador. Con las manos aún atadas, Rin se levantó del suelo y se puso de rodillas.

El área de recepción era tan amplia como un gimnasio. Salvo ella, no había nadie más en la habitación, excepto otro ser: una bestia que hablaba el idioma humano. El ser parecido a un zorro estaba sentado con las piernas cruzadas en un trono y la miraba con la cabeza apoyada en la mano. La bestia sonrió.

―Bueno, veo que estás de un humor jubiloso. ¿Es porque conseguiste capturarme? ―bromeó Rin.

―¿Eh? Bueno, que me divierta depende de tus próximas acciones

―respondió la bestia.

―¿Qué se supone que significa eso?

―Bueno, antes de entrar en eso, bruja…

―¡Cállate la boca!

Bruja: la palabra provocó que Rin gritara y enseñara los dientes. Era la palabra despectiva que se usaba para designar a las magas astrales.

―¡Difícilmente creo que estés calificado para llamarme así, considerando tu forma repulsiva!

―Eso sí que es un poco molesto. ¿Realmente soy tan feo para ti?

El pelaje plateado de la bestia era como el de un zorro, y su cara era un cruce entre la de un gato y la de una chica humana. Sus ojos eran tan grandes como los de un cachorro, y casi tan amistosos también.

Una persona bestia. Rin desconocía por completo que esa raza existiera en su mundo, y por eso preguntó:

―¿Qué demonios eres?

―¿Otra vez esa pregunta? Vamos, ¿cuántas veces me vas a hacer responder a eso? ―dijo la bestia con aspecto de zorro con un bostezo, cansado de que le preguntaran lo mismo una y otra vez―. Sólo soy Meln.

―…¿Te refieres al Señor, Yunmelngen?

―Oh, entonces sí sabes quién soy ―respondió el Señor.

―¡¿Piensas que de verdad voy a creer eso?!

El Señor es el símbolo del Imperio y, por lo tanto, el enemigo acérrimo de Rin. Por otra parte, no era del todo correcto calificarlo sólo como el enemigo de Rin. El Señor es odiado por Alice, la dama a la que Rin servía; la reina; y todos los magos astrales por igual. Pero dejando eso de lado…

Nunca hubiera imaginado que esa bestia pudiera ser el Señor.

―¡No tienes derecho a llamarme bruja cuando eres un monstruo! ―dijo a continuación.

―Eso sí que es un malentendido ―replicó Lord Yunmelngen.

―¡¿Qué?!

―Bueno, tú eres la que no quiso decirme tu nombre.

―Por supuesto que no lo haría. Nunca le daría mi nombre a alguien como

tú.

―Entonces, ¿de qué otra manera podría llamarte que no sea bruja? ¿Muy

testaruda? ―La bestia de pelo plateado se encogió de hombros, fingiendo resignación, y luego continuó―. Viendo que eres mi prisionera, creo que no estás en posición de negarte a decírmelo.

―… ―Rin guardó silencio. Permaneció arrodillada, con los ojos cerrados.

Esa fue la respuesta de Rin―: No te escucharé.

Un mago capturado tenía uno de los tres destinos: ejecución, interrogatorio o experimentación humana. Cualquiera le parecía bien. Prefería encontrarse con uno de esos tres desafortunados finales que seguir las órdenes de la bestia que tenía delante.

―Ahh… Tan obstinada ―dijo―. Eres un buen espécimen del pueblo de la Soberanía. Empiezas a ver rojo en cuanto oyes algo sobre el Imperio o los imperiales.

Oyó al Señor suspirar de nuevo.

―Bueno, ¿qué hago contigo? En tiempos como estos, normalmente confiaría en Risya para convencerte. Desafortunadamente, ella no volverá por un tiempo.

―…

―¡Oh, ya sé!

La persona bestia de pelo plateado chasqueó los dedos.

Antes de que pudiera registrarlo en su mente, Rin descubrió que le habían quitado los grilletes.

―¡¿Eh?! ¿Qué has…?

Abrió los ojos instintivamente. Ahora que tenía las manos libres, Rin se preparó y miró a Lord Yunmelngen, que estaba de pie sobre una plataforma.

―Tengo una idea brillante ―proclamó.

Entonces la bestia saltó. Como un gato, dio una voltereta en el aire y aterrizó justo delante de Rin.

―Entonces ―comenzó el Señor.

―¡Guh!

Rin retrocedió de un salto, asustada. La bestia de pelaje plateado la miró a la cara, a sólo cinco metros de distancia.

―Ahora, puedo decir que no te gusto.

―Eso no hace falta decirlo ―respondió Rin.

―Pero, verás ―dijo el Señor―, estoy aburrido. Así que hagamos una competencia, ¿sí?

―…¿Una competencia?

―Ven contra mí con todo lo que tengas, bruja.

La hermosa y esponjosa cola de la bestia se balanceó de un lado a otro.

―Esto será sólo una diversión para mí, pero será una cuestión de vida o muerte para ti. Gana y te daré una recompensa. Te dejaré libre de la capital, sin ataduras.

―¿Qué dijiste…?

Ella dudó de sus oídos. ¿Quién liberaría a un prisionero sin condiciones?

¿Especialmente a uno que se ha tomado la molestia de traer aquí?

La bestia la miraba con desprecio. La única razón por la que el Señor le había ofrecido esa propuesta increíblemente conveniente era que no creía que ella pudiera ganar.

―¡Por qué, pequeño…! ¿Hasta dónde vas a llegar para ponerme en ridículo? ―gritó.

―¿Tenemos un trato?

Lord Yunmelngen extendió sus manos.

Era una declaración de guerra. Esto tenía que ser el Señor preparándose para la batalla, algo que nadie en la historia de la Soberanía Nebulis -ni siquiera las antiguas reinas- había visto.

―Si gano, entonces me dirás tu nombre. Y también me entretendrás hasta que Risya regrese. ¿Qué dices?

―Me estás subestimando. ¿Crees que sólo porque soy una maga astral de tierra no puedo luchar en una habitación sin ella?

Se levantó la falda. Un momento después, Rin sostenía dos cuchillos de combate en sus manos.

―¿Oh? ¿Todavía tienes armas?

―¡Haré que te arrepientas de haberme quitado las esposas!

Saltó del tatami.

El intenso aroma de los juncos se extendió por la sala de recepción mientras Rin arremetía directamente contra el Señor.