Kimi to Boku no Saigo no Senjo, Aruiha Sekai ga Hajimaru Seisen

Volumen 10

Capítulo 1: Mis Cuatro Guardias Y Yo

Parte 3

A la mañana siguiente.

―…Haah.

―¿Hm? ¿Estás bien, Sisbell? Todavía no te ves muy bien.

Sisbell, con un aspecto espantoso, se dirigía a Iska, que estaba de pie en el vestíbulo. De alguna manera, parecía aún más demacrada que la noche anterior.

―…Fue un calvario terrible ―le contestó ella.

―¿Qué cosa?

―…Nunca hubiera imaginado que me darían un sermón en la noche. Nunca nadie me había dado una reprimenda tan larga, ni siquiera Madre.

―¿Um?

―…Oh, no es nada ―dijo ella.

Se desplomó en una silla del vestíbulo. Por lo que Iska pudo ver, estaba más equilibrada que ayer a pesar de su pálida complexión. Tampoco estaba tan sonrojada, así que la medicina debía de haberle bajado la fiebre.

―Sólo para estar seguros, ¿estás bien para viajar hoy?

―Por supuesto ―Sisbell levantó la cara, con un aspecto más animado de lo que Iska esperaba, aunque se desplomó en la silla―. El Señor me llamó específicamente a mí. Si me quedo demasiado tiempo aquí, podría suponer que estoy asustada. ¿Cómo se vería la Soberanía?

―¡Oh, ahí estás, Iska!

―¡Perdón por el retraso!

Nene y la Comandante Mismis salieron del ascensor. Jhin las siguió con el equipaje.

―Jefa, ¿dónde están los boletos de tren a la capital?

―Todavía no los reservé. Pensaba comprarlos en la estación.

―Entonces tenemos que darnos prisa. No hay muchos trenes expresos limitados que salgan de las afueras a la capital. Si perdemos este tren, puede que tengamos que esperar horas al siguiente ―Jhin empezó a caminar hacia la salida del hotel con su equipaje en la mano―. Bueno, supongo que no debería ser difícil conseguir cinco boletos.

— Aguarda ahí mismo. Que sean seis.

La salida se abrió. Una mirada a la persona que esperaba allí, y todos se detuvieron en seco, incluido Jhin, que los guiaba.

―¿Risya…?

―Hola, Isk. Y Mismis y Nene también.

La mujer que les sonreía y saludaba alegremente no era otra que Risya In Empire, una Discípula Santo y oficial del Estado Mayor del Señor.

―Hola, princesa.

―¡Tú! ―Sisbell dio un paso atrás, sorprendida.

Risya ayudó al Señor a secuestrar a Rin. Sisbell debía encontrarla despreciable.

―¡¿Qué significa esto?! Te llevaste a Rin con el Señor y…

―Por favor, detente ahí, princesa Sisbell ―Risya puso un dedo contra sus labios, haciendo callar a la chica―. Esto es territorio imperial. Y mira, hay guardias hasta en el vestíbulo del hotel. ¿No crees que te conviene no causar una escena, viendo que eres de la Soberanía?

―…¡Guh!

―Bueno, no estoy aquí para hablar de nada desagradable. Así que, Mismis.

Cuando Risya pronunció su nombre sin previo aviso, la comandante levantó rápidamente su cara con desconcierto.

―¡¿Qué pasa, Risya?! ―preguntó Mismis―. ¿No se suponía que nos esperarías en la capital…?

―Vengo a acompañarlos.

Risya sonrió y se quitó las gafas. Las hizo girar alrededor de su dedo en la bisagra mientras miraba a cada miembro de la Unidad 907, y finalmente a Sisbell.

―Órdenes especiales, directas de Su Excelencia. Quiere que los escolte a todos personalmente ―declaró la quinto asiento de los Discípulos Santos.

***

INTERMISIÓN:  EL GRAN ERROR DE CÁLCULO DE RIN 

Las oficinas del Señor.

Una torre de cuatro pisos se alzaba en digno silencio en lo más profundo de la capital. En el piso superior, en una habitación llena de olor a juncos…

―¿Qué pasa, brujita? Estás muy pálida.

―…Guh…

Lord Yunmelngen se rio en silencio.

Rin no tenía fuerzas para replicar mientras se arrodillaba, con los hombros moviéndose de arriba a abajo.

―¿Cómo…?

Se mordió el labio. Un incesante flujo de sudor le chorreaba por la frente y la barbilla.

―¡No… puedo creer que seas tan fuerte…!

―Realmente me decepcionas, bruja ―La voz de la bestia era fría mientras balanceaba su cola plateada de un lado a otro. Entonces el Señor suspiró. Con decepción y desprecio en su rostro, bajó la mano―. No veo el sentido de compadecerte siquiera. Te sacaré de tu miseria.

―¡Eh! ¡Espera!

―Ya está, jaque mate.

―¡Ahhhhh! ―Rin cayó y ocultó su cara.

Ante ella había un tablero de shogi.

―Parece que se acabó el juego ―El Señor rápidamente volcó la pieza del rey de Rin con sus afiladas garras―. Ya está, gané. ¿Cuántas son? ¿Diecisiete seguidas? Ojalá las partidas duraran más.

―¡Guh! ¡Todavía tengo más en mí!

Rin se levantó de un salto. Agarró las piezas del juego del tablero y empezó a preparar una nueva partida sin tener en cuenta al Señor.

―¡Otra vez! ¡Una vez más!

―¿Oh? Tienes agallas, más de las que te atribuía. Pero hay una diferencia abrumadora en nuestras habilidades. No ganarás contra mí sin una estrategia.

―¡Retira lo dicho! Esta vez te haré llorar… Espera, ¿qué estoy haciendo?

―Rin dio un fuerte pisotón contra el tatami―. Me quedé atrapada en el calor del momento. ¿Qué está pasando aquí?

―¿Hm?

―¿Qué pasó con nuestro duelo? ¡¿No íbamos a tener uno?!

Rin señaló sus cuchillos, que estaban tirados en el suelo.

Aunque los había desenvainado horas antes, al final no tuvo la oportunidad de usar ni uno solo.

―¡Me dijiste que fuera hacia ti con todo lo que tengo! Y dijiste que sería una cuestión de vida o muerte para mí. Y que me liberarías incondicionalmente y me permitirías salir de la capital si ganaba.

―Bueno, obviamente quise decir si ganabas contra mí en este juego.

―¡Eres tan tramposo!

―¿Qué? No es posible que pensaras que me refería a algo tan violento como eso.

La bestia de pelaje plateado levantó un cuchillo. Escrutó la hoja hecha por la Soberanía.

―Por desgracia, todos mis guardias están fuera hoy. No puedo luchar contra ti ahora mismo.

―…

Esa afirmación… Rin entrecerró los ojos.

―Por guardias, ¿te refieres a los Discípulos Santos?

―Así es. Fueron heridos durante la incursión a la Soberanía.

―¡Eh! ―Rin saltó violentamente del suelo, con la fuerza suficiente para romper el tatami. Cargó directamente contra Lord Yunmelngen, y luego le lanzó la punta de un cuchillo recién desenvainado al cuello―. Parece que tienes algo de conciencia de ti mismo, entonces… ¡Así es, tú eres el responsable de enviar a las fuerzas imperiales a atacar nuestra nación! ¿Cuántos de los nuestros crees que resultaron heridos en ese ataque? Ni siquiera nuestra reina se salvó.

―…

―¿Qué? ¡Si tienes algo que decir, escúpelo ahora!

―Esa no fue mi idea.

―¡¿Qué?!

La punta del cuchillo tembló.

―¡Deja de hacerte el tonto! ¡¿Quién más podría haber ordenado a los Discípulos Santos?!

―Los Ocho Grandes Apóstoles.

―¿Eh?

―Bueno, supongo que al menos eso no te aclaró nada ―El Señor bostezó tranquilamente, sin preocuparse por el cuchillo en su garganta―. Los Ocho Grandes Apóstoles no se muestran en público. No es de extrañar que la Soberanía no sepa quiénes son.

―¿A qué te refieres?

―Pronto lo entenderás.

El Señor se dejó caer sobre los tatamis. Había tantas formas en las que podía matarlo. Pero el Señor mostró tan poca hostilidad que Rin se sorprendió a pesar de ser quien lo tenía a punta de cuchillo.

―Esa fue parte de la razón por la que te tomamos cautiva. La Tercera Princesa Sisbell debería venir pronto. Debemos ser capaces de explicar todo usando sus poderes.

―¿Eh? …¿Qué quieres decir con eso?

Rin frunció el ceño. Había notado una diminuta diferencia en ese momento. Por un instante, el despreocupado y amable Señor había mostrado un fugaz indicio de frialdad en su tono.

Algo parecido a la rabia…

―Hay algo que me gustaría saber ―La persona bestia, todavía estirada, se puso una mano en la cara―. Sucedió hace cien años. Quiero saber exactamente quién me convirtió en esto.