Risou No Himo Seikatsu (NL)
Volumen 11
Capítulo 4: El segundo nacimiento, las tres promesas y las cuatro herramientas mágicas
Parte 3
Varios días después, Zenjirou se había quitado de la cabeza la molesta petición de Lucrecia Broglie y estaba desplomado frente a su mujer en la sala. Dejó escapar un largo suspiro.
“La he enviado de vuelta a el Reino Gemelo por ahora, así que sólo tenemos que esperar la respuesta”.
“Bien hecho, Zenjirou. Ahora las dos últimas personas están decididas. Después de todo, una hija de la familia Broglie difícilmente podría viajar sola”.
Viendo un rayo de esperanza, Zenjirou hizo una pregunta. “¿Aura? Hizo la petición por su cuenta y está de vuelta en el Reino Gemelo pidiendo permiso para llevarla a cabo. ¿Por qué estamos asumiendo que es un hecho?”.
Su esposa le dirigió una mirada de lástima, pero sus palabras eran tranquilas. “Porque el Reino Gemelo no tiene motivos para rechazar su petición. Ella no es una pieza tan valiosa como para que no puedan permitirse perderla, y gracias a tu conjunto de herramientas mágicas, tal pérdida es poco probable en primer lugar. Con su deseo de obtener más información sobre el Continente del Norte, su petición es perfecta”.
“Sí… ya me lo imaginaba”, respondió, dejándose caer aún más en el sofá. Se había hecho una idea. Naturalmente, supuso que la estimación de Aura sobre su deseo de esa información era exacta. Si lo era, sin embargo, enviar a alguien era prácticamente una exigencia. “¿Pero por qué no hicieron la petición ellos mismos?”, preguntó Zenjirou al darse cuenta de repente.
Podrían haber pedido que Freya aceptara un embajador como parte del pago por las herramientas mágicas que le habían dado. Habría sido poco probable que ella los rechazara.
La expresión de la reina se agudizó ligeramente antes de dar una respuesta cautelosa. “Hay varias posibilidades, pero creo que ven la influencia del Continente del Norte como una amenaza. Por lo tanto, aunque quieren información, es probable que no quieran hacer algo tan evidente como enviar un embajador oficial”.
La petición de Lucrecia era personal. Permitía a el Reino Gemelo minimizar su participación. Por encima de todo, ella iba con Zenjirou, el Príncipe Consorte de Capua. Si su herencia técnica no se difundía y mantenía su pretensión de ser una Broglie de sangre, podría ocultarse fácilmente a su sombra.
“Si tan sólo tuviéramos alguna forma de rechazarla…”. Zenjirou se quejó, mirando al techo.
“Desgraciadamente, está aquí como invitada. Si la princesa le da permiso, no podemos negárselo”, dijo Aura con pesar.
Aunque su sorpresa ante la petición era evidente, a ella también le beneficiaba. Habían aprendido mucho sobre el Arrullo del Mar y la herramienta de purificación de agua, pero Lucrecia aún sabía más. Tener a alguien familiarizado con las herramientas mágicas en el viaje inaugural del barco con tales cosas a bordo era algo importante.
También es probable que albergara alguna esperanza de conseguir un acuerdo comercial con el Reino Gemelo por la posibilidad de obtener más, en cuyo caso, llevar directamente a alguien para forjar lazos amistosos con su padre y su hermano sería perfecto.
“Así que probablemente debería asumir que ella estará a bordo.
Ella va a tratar de empezar las cosas, ¿No?”.
El “empezar” al que Zenjirou se refería era en el sentido de un hombre y una mujer. Emprenderían un viaje de casi cien días de ida. Estando en el mismo barco, había muchas posibilidades de que Lucrecia se esforzara por conseguir su objetivo.
“Yo no estaría tan segura. Ella está dedicada a su objetivo en su totalidad. Ella puede darse cuenta de que sería posible ganar tu ira en tan estrecha proximidad y por lo tanto perder todo”.
“Eso significaría que no ha renunciado a mí en lo absoluto.
Considerando mi objetivo principal, preferiría que se mantuviera lo más alejada posible”.
El principal objetivo de Zenjirou en este viaje a Uppsala era convencer al padre de Freya -el rey del país- de que le permitiera casarse con la princesa. Ni que decir tiene que pedir la mano de la primera princesa del país sin ser más que un príncipe consorte era una perspectiva bastante difícil. Traer a alguien de otro país que también quisiera ser su concubina seguramente dificultaría aún más las cosas.
“Aun así, lo prometí”, musitó él, llevándose la mano derecha a la cara.
Alrededor de su muñeca llevaba un brazalete de metal liso. El Martillo de Viento, una poderosa herramienta mágica que le regaló la Princesa Margarita del Reino Gemelo. Producía una poderosa tempestad momentánea. Era tan fuerte que incluso podía hacer retroceder a un caballero montado en un dragón.
Lo había intentado una vez en los jardines del Palacio Interior, pero había causado tanto daño que había querido disculparse ante las doncellas.
No era ilimitado, por supuesto, pero podía usarse en rápida sucesión y era quizá el mejor tipo de herramienta mágica para un aficionado al combate físico como él.
“La Princesa Margarita. Es la hermana mayor de Lucrecia, si no recuerdo mal”, comentó Aura.
“Sí”.
Margarita se consideraba al mismo nivel que Francesco, y había hecho una única petición a cambio de darle el Martillo de Viento: “estar ahí” para su hermana. O para ser más concretos, aceptar sus invitaciones en tres ocasiones.
Por supuesto, esas invitaciones no tenían por qué ser cosas profundas, sino simples peticiones para pasar tiempo juntos y cosas así. Teniendo eso en cuenta, no podía rechazar a Lucrecia sin más.
Suspiró. “Bueno, técnicamente, fue una petición a la princesa Freya, pero la cuento como la primera invitación”, se quejó.
Aura había empezado con una sonrisa apenada, pero su expresión se transformó en una seria al escucharle quejarse. “Zenjirou, ¿Estás tan en contra de Lucrecia como concubina?”.
“¿Qué? Quiero decir, estoy en contra de tener una concubina en general, no sólo Lucrecia”.
La respuesta fue tan rápida que prácticamente se produjo de forma instintiva. Aura esbozó una media sonrisa.
“Lo comprendo. Sin embargo, aún espero que escuches mis deseos para el país. Aceptaste a la Princesa Freya, ¿No es así? Incluso aceptaste el peligroso viaje entre nuestros continentes por ella. Es bastante injusto que te pregunte esto, pero ¿Le tienes cariño?”.
Era una pregunta terriblemente difícil de responder, pero ella la hacía como reina del país, así que él no podía quedarse callado.
“Bueno, supongo que sí. Es guapa y no es mala persona. Es asertiva pero no intenta acercarse demasiado. También es alguien a quien puedo respetar”.
Por lo que había oído, el Continente del Norte era más o menos tan patriarcal como el del Sur. Freya había ascendido en esa sociedad hasta la posición de capitana cuando aún era una adolescente, aunque técnicamente se tratara de una figura decorativa, e incluso había logrado realizar una travesía intercontinental. Eso requería fuerza de voluntad y valor, y era un gran logro. Para él, eso era más que suficiente para respetarla.
Aura asintió satisfecha. “En comparación, el problema más fundamental con Lucrecia es que no le tienes ningún afecto. O eso parece. ¿Y la Princesa Bona?”.
En este momento, no era más que una posibilidad, pero era totalmente factible que necesitara tomar a alguien del Reino Gemelo como una razón de Estado 11. Si Lucrecia era demasiado incompatible con él, sólo serviría para perjudicar al país. Aunque los matrimonios políticos eran un matrimonio literal de la política entre dos países, no dejaba de ser un matrimonio entre un hombre y una mujer. Siendo un matrimonio así, si había diferencias irreconciliables, podía venirse abajo.
Si el hombre estaba dispuesto a mantener a su esposa encerrada en el Palacio Interior hasta su muerte, entonces no causaría ningún daño político. Pero Zenjirou estaba lejos de ser ese tipo de hombre. Por lo tanto, como reina del país, Aura necesitaba conocer sus sentimientos.
Necesitaba mantener lo más baja posible la posibilidad de que el potencialmente necesario matrimonio político se rompiera.
Zenjirou se tomó su pregunta tan en serio como la formuló, mirando en su interior y considerándolo todo con los ojos cerrados. “No. Es relativo, pero yo diría que Lucrecia sería mejor”.
Fue una respuesta inesperada, y una de las cejas de Aura se alzó. “¿De verdad? Me pareció que la princesa Bona te dejó mejor impresión”.
“Bueno, eso es cierto”, admitió encogiéndose de hombros. “Pero no creo que acepte un matrimonio político conmigo. En comparación, dejando a un lado el afecto, Lucrecia está tan deseosa como puede estarlo. Si tuviera que elegir a una de ellas, al menos Lucrecia está dispuesta y podríamos encontrar algún punto en común”.
Hubo una larga pausa. “Ya veo”, respondió Aura, aceptando lo que había dicho.
Sin embargo, internamente no estaba ni mucho menos tan tranquila. Tenía las palmas de las manos húmedas y el corazón le latía
soberanía estatal (el soberano no reconoce ningún superior) e incluso el absolutismo (el gobernante absoluto no está sujeto ni siquiera a las leyes que se ha dado a sí mismo).
mucho más rápido de lo normal. Recordaba haber oído antes una respuesta y un proceso de pensamiento similares.
11 Razón de Estado es un concepto de la ciencia política empleado, a partir del Renacimiento, como una justificación, sino que también le eximiría de respetar los límites de la ética: la razón de Estado estima lícito un mal menor si con ello se evita un mal mayor; y entiende como bien mayor a proteger la propia continuidad del Estado, en términos actuales, la evitación de una amenaza existencial. La ausencia de límites al poder, pues por razón de Estado puede ser conveniente eludirlos o suprimirlos, sitúa al concepto entre los argumentos que defienden el principio de
No serviría de nada invitar a su desagrado diciéndolo abiertamente, así que no lo hizo, pero sonaba igual que una chica de una familia real o noble con expectativas de su familia. En realidad, estaba eligiendo la menos perjudicial de las opciones dadas, sin tener en cuenta sus propios sentimientos. Eligió basándose en los sentimientos de la candidata hacia él y no al revés. Después de todo, era más seguro.
Así pensaba la gente que sabía que no obtendría el mejor resultado. Aura apretó y aflojó repetidamente las manos bajo la mesa, haciendo que la sangre volviera a fluir hacia sus dedos. A juzgar por la sonrisa simple y autodespreciativa de su rostro, Zenjirou probablemente no se había dado cuenta de ello. Había renunciado a que su mujer y su superior le dieran realmente lo que quería.
Haciendo memoria, cuando sus opiniones habían chocado, casi siempre había acabado con el escudo de que era “por el bien del país” y Zenjirou capitulando.
“Cuando haya dado a luz, empezaré a actuar en serio. La sucesión en el Reino Gemelo terminará probablemente el año que viene, así que podré negociar en persona con el Rey Bruno una vez que haya colgado la corona. Puedo tantear sus intenciones y lo que quiere de una alianza, en tratados y en comercio, antes de tomar una decisión”.
“No te presiones demasiado. Diga lo que diga la Princesa Isabella, el parto sigue siendo una cuestión de vida o muerte”, le advirtió.
“Lo sé. Gracias”, respondió ella al encontrarse con su mirada de amor sincero, incapaz de deshacerse del futuro imaginario de que esa mirada cambiaría algún día.
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