Risou No Himo Seikatsu (NL)

Volumen 11

Capítulo 1: Ambición, comercio y seguridad

Parte 2

 

En otras palabras, esto era algo que debía celebrar. Era un hombre de alto rango, casi sin restricciones.

La nobleza de ojos de halcón nunca dejaría pasar una oportunidad tan deliciosa. Por ello, Zenjirou había acudido a varias reuniones sociales en los últimos días.

“En verdad, Sir Zenjirou, le ofrezco mis felicitaciones. Ah, ¿Quizás prefiera que me dirija a usted como Duque de Bilbo ahora?”.

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Zenjirou mantuvo una educada sonrisa fija en su rostro mientras respondía al adulador barón de mediana edad que organizaba el evento.

“Gracias, Barón Pantoja. He sido invitado hoy aquí como Duque de Bilbo, así que no me importa que se dirija a mí como tal. Sin embargo, puede llamarme por mi nombre. Puede que Su Majestad me haya otorgado este título, pero soy su marido antes que el Duque de Bilbo”.

Sólo habían pasado unos días desde que asumió el manto, pero Zenjirou ya había perdido la cuenta del número de veces que había necesitado repetir aquella explicación. Al parecer, la nobleza capuana consideraba que su nuevo rango era más digno de mención que su posición como marido de la reina.

Podía entender en cierto modo su punto de vista, pero “su” rango se lo había regalado su mujer, y consideraba que el título que podía ostentar con más orgullo era el de marido de ella. Aun así, era consciente de la diferencia entre su opinión y la del país en general, y por eso anunciaba públicamente su punto de vista de esta manera.

“Entiendo. Al menos aquí, me dirigiré a usted como Duque de Bilbo, entonces. Creo que habrá un lugar preparado para ese rango, pero supongo que necesitará gente que lo dirija”, preguntó el barón con un brillo codicioso en los ojos. Esta era otra pregunta que Zenjirou había escuchado una y otra vez durante los últimos días.


Por supuesto, ya tenía una respuesta preparada, así que se limitó a repetirla de nuevo. “Efectivamente. Su Majestad está haciendo los preparativos para las doncellas y los administradores necesarios. Los caballeros están fuera de mi competencia, así que asignaré su dirección a alguien de confianza”.

Su posición sólo pretendía reducir el recorte de la influencia de Aura que representaba el nombramiento de un Primer Ministro y un Mariscal. Llevando las cosas al extremo, Zenjirou consideraba que su deber como duque era simplemente estar de acuerdo con Aura en las reuniones a las que asistía.

Por lo tanto, el estatus y los caballeros que protegerían tanto a él como a su posición no eran más que un mero espectáculo y podían mantenerse a un nivel mínimo.

Hasta ahora, había sido estrictamente “el marido de la reina” y “un hombre de la realeza”, y se había esforzado por presentarse como una figura decorativa. Al principio había funcionado bien, pero cuando Aura se quedó embarazada de su primer hijo, el príncipe Carlos Zenkichi, su estatus quedó en entredicho. Zenjirou ya no podía fingir ser una mera figura decorativa.

Había actuado como representante de la reina durante su embarazo en muchos eventos, comportándose bien en cada ocasión. También había llevado a cabo las negociaciones con la princesa Freya del reino de Uppsala durante su estancia en Valentia e incluso había dirigido la fuerza que se ocupaba de los enjambres de rapaces. Había llevado a buen puerto la disputa con Navarra en el dominio de los Gaziel, había aprendido a teletransportarse y, por último, había negociado -y recibido- el acceso a un sanador del Reino Gemelo de Sharou y Gillbelle.

Describirlo como “incompetente” o “testaferro” después de todo eso era imposible. Estaba claro que tenía la capacidad de servir como miembro de la familia real capuana sin ningún problema.

La estimación que el público tenía de él cambiaba de una persona a otra, pero eso resumía fundamentalmente la situación, lo que significaba que tenía que pensar y cuidar sus palabras y acciones aún más que antes.

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El Príncipe Consorte Zenjirou tenía las habilidades mínimas necesarias para actuar como miembro de la realeza. Con ese pensamiento en mente, no era de extrañar que algunos de los nobles quisieran ver la soberanía de la nación transferida a él, un individuo mucho más dúctil que Aura, que era una fuerza a tener en cuenta a pesar de su género. Y no había garantía de que los simpatizantes de esa línea de pensamiento no estuvieran presentes hoy.

Zenjirou mantuvo la sonrisa en los labios mientras observaba con cautela su entorno. Al hacerlo, su mirada se posó en una multitud. La mayor multitud, por supuesto, estaba centrada a su alrededor. Pero la multitud en la que se habían posado sus ojos seguía siendo bastante grande.

Al ver a la belleza rubia en su centro, también encontró una excusa perfecta para salir de su conversación actual.

“Todavía tengo que saludar a nuestra invitada del Reino Gemelo.

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Tendré que excusarme”.

Una vez presentadas sus disculpas, Zenjirou se alejó y se acercó a la mujer a paso ligeramente rápido. Siguió las reglas de etiqueta, colocándose a propósito en su línea de visión y dando un rodeo para no resultar amenazador, antes de levantar la mano en señal de saludo.

“Taraye, ha pasado tiempo. Aunque quizás no tanto”.

El acercamiento del consorte -ahora duque- hizo que la multitud se separara en torno a la mujer rubia. Ya no estaba oculta por el muro de gente: era una belleza sorprendente, con el cabello dorado que le caía en ondas sobre los hombros y unos ojos suaves y ambarinos sobre una piel ligeramente bronceada. Su herencia, mezcla de los refugiados del Continente del Norte y de las tribus del desierto, la diferenciaba de ambos grupos, aunque extrañamente también ofrecía una sensación de familiaridad y aún más encanto.

Llevaba un vestido amarillo con el pecho abierto que casi hacía parecer descortés no mirar, y el saludo de Zenjirou provocó tanto una sonrisa amistosa como una leve reverencia.

“Su Majestad. Ah, el Duque de Bilbo sería más apropiado aquí, tal vez. Su ayuda ha dado muchos frutos”.

Risou No Himo Volumen 11 Capitulo 1 Parte 1 Novela Ligera

El agradecimiento expresado abiertamente hizo que los nobles reunidos a su alrededor se centraran más en su conversación. Aunque naturalmente había muchos hombres atraídos por su atractivo sexual, también había un sorprendente número de mujeres jóvenes a su alrededor.

La razón era la selección de accesorios que llevaba. Tenía anillos, brazaletes, pendientes, collares, postizos y broches, todos de oro macizo. La rotación diaria de las joyas que llevaba hacía que su calidad fuera tanto más evidente cuanto más tiempo se miraba si se tenían los conocimientos más básicos.

Taraye se había lanzado de cabeza a la vida social capuana desde su llegada, pero corría el rumor de que nadie la había visto llevar dos veces los mismos accesorios.

“Ya veo. Me alegra oírlo. Su Majestad y yo, lamentablemente, no hemos podido dedicarle mucho tiempo, pero eso me alegra el corazón”, respondió él, con una leve sonrisa.

Taraye había gastado una suma considerable para que él la teletransportara a Capua con la esperanza de adquirir una herramienta mágica para crear una barrera de aislamiento espacial. El hechizo necesario para esa barrera pertenecía al don lineal de magia espacio- temporal de la Familia Real de Capua. Los únicos que podían usarlo eran Aura y Zenjirou.

Por ello, Taraye había intentado negociar directamente con Aura, pero el embarazo de la mujer y los preparativos para la investidura del Primer Ministro, el Mariscal y el Duque habían provocado una ausencia total de negociaciones.

Por lo que Zenjirou había oído en el Palacio Interior, parecía que Aura estaría dispuesta a aceptar dependiendo del precio. Sin embargo, no podía decir eso aquí. En su lugar, buscó otro tema. Mientras lo hacía, los ya suaves ojos de Taraye se suavizaron aún más en una sonrisa.

“No tiene por qué preocuparse. Después de todo, Capua reina en el oeste. Hay más que suficientes negocios que encontrar, así que no he tenido tiempo de aburrirme”.

A pesar de que no era del todo apropiado que una noble dijera eso, lo hizo claramente y sin vacilar. La familia de Taraye -el ducado El’Mentaqat- poseía vetas de oro muy productivas en sus tierras. Su enorme colección de joyas y el hecho de que las luciera en sus compromisos sociales eran probablemente parte de su publicidad.

Entendía que su objetivo era, para bien o para mal, puramente comercial, por lo que le resultaba bastante fácil hablar con ella de este modo. Si consideraba su atractivo sexual y su sonrisa casi demasiado amistosa como sus herramientas de trabajo, incluso podía llegar a sentir cierta afinidad con ella.

“Vaya, sí que es agradable oírlo de alguien de su talla en el Reino Gemelo. Es muy agradable oírlo también como ciudadano de Capua.

¿Estaría dispuesta a decirme qué es lo que le ha interesado en particular?”.

La sonrisa de la rubia se acentuó aún más ante su pregunta.

“Pero claro. Nuestras tierras están lo suficientemente separadas como para que haya muchas cosas en las que tengamos puntos de vista muy diferentes. La carpintería sería quizás un ejemplo perfecto. El Reino Gemelo están muy atrasado en ese aspecto”.

“Ya veo. Suena bastante obvio ahora que lo mencionas”.

Zenjirou no pudo evitar sentirse impresionado por el hecho de que ella mencionara algo en lo que él nunca había pensado. Sin embargo, pensándolo un poco, resultaba completamente obvio. El Reino Gemelo de Sharou y Gillbelle era un país grande, pero más del ochenta por ciento estaba cubierto de desierto. La utilidad generalizada de las herramientas mágicas hacía que tierras normalmente estériles pudieran sustentarles, pero no permitían que la tierra se desarrollara del mismo modo que las selvas tropicales de Capua.

La madera era, por tanto, un recurso escaso en el Reino Gemelo y tanto el número como la habilidad de los carpinteros eran muy inferiores a los que Capua podía presumir. Los taburetes y mesas de madera tallada que los artesanos locales le vendían a la nobleza capuana se vendían fácilmente por diez veces su precio en el Reino Gemelo.

Incluso los peines tallados en maderas fragantes alcanzarían una buena suma.

“Entonces, llevar un exceso de suministros a algún lugar que carezca de los mismos…”. Zenjirou reflexionó.

“Así son los negocios”, ella responde con una amplia sonrisa.

El Reino Gemelo tenían escasez de madera. Ese pensamiento llevó a Zenjirou a considerar otro uso del recurso.

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“Si la madera es tan valiosa, ¿Qué utiliza el Reino Gemelo como combustible? ¿Herramientas mágicas, quizás?”.

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El país era mayoritariamente desértico. Por muy cálidos que fueran los días, las noches eran frías e incluso para cocinar hacía falta fuego. La industria de la herrería también necesitaba grandes cantidades de combustible.

Taraye esbozó una sonrisa algo ambigua. “En efecto. El palacio y los estratos nobles -junto con los herreros- suelen utilizar herramientas mágicas de fuego. Pero incluso las herramientas mágicas más sencillas son valiosas, así que las masas utilizan técnicas transmitidas por los habitantes del desierto que nos precedieron”.

Las “técnicas transmitidas” se referían aquí a la quema de heces secas y despojos inservibles procedentes de la cría de ganado. Las grandes bestias, como los dragones y los pumas, producían grandes cantidades de heces. Su dieta, principalmente vegetal, hacía que, si se secaban y quemaban, no olieran especialmente mal, por lo que resultaban bastante eficaces si se consideraban objetivamente. Sin embargo, estaban en el palacio para un acto social, así que no era el tema de conversación más adecuado, de ahí su vaga respuesta.

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Al darse cuenta, Zenjirou se apresuró a reconducir la conversación. “Ya veo. Es parecido a cómo la agricultura de aquí trata a las plantas que crecen rápido pero no tienen utilidad como plagas, incluso las llaman ‘los invasores verdes’”.

De hecho, estas plantas podían considerarse el mayor enemigo de la agricultura en el país, ya que podían invadir fácilmente un campo si no se prestaba atención. Las únicas formas de combatirlas eran el hombre o la fuerza de los dragones domesticados, lo que significaba que los pueblos más pobres que carecían de ambas cosas podían verse expulsados por la invasión de la vegetación y ver inevitablemente reducidas sus tierras cultivables.

“Como las plantas no tienen ningún uso, simplemente se recogen y se queman”, continúo.

Taraye dejó escapar un profundo suspiro que hizo oscilar su generoso pecho. “Sólo podríamos soñar con tanto lujo”, dijo emocionada.

Los comentarios anteriores sobre aprovechar un excedente para suplir una escasez hicieron que Zenjirou considerara la posibilidad de exportar esas plantas inútiles para utilizarlas como combustible. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no funcionaría.

Se había encontrado a sí mismo pensando en base a los estándares de un mundo moderno, pero el transporte barato de mercancías entre países distantes sólo era posible con una red de transporte moderna y eficiente.

Zenjirou tenía la carta del teletransporte, así que había conseguido olvidar que el movimiento en este mundo se limitaba fundamentalmente a pie o en carruaje. Aunque los dragones eran mucho más adecuados para el transporte de mercancías que los caballos terrestres, nunca estarían a la altura de los trenes, los camiones y, sobre todo, los cargueros oceánicos.

Los productos pesados y voluminosos, como la madera para quemar -que además habría que transportar en grandes cantidades y no podía ser demasiado cara-, dejarían al transportista en números rojos en un mes. Zenjirou no era un experto en distribución, pero incluso él lo sabía.

“Teniendo en cuenta la distancia, supongo que buscas pequeños lujos. Accesorios y caprichos, tal vez. Dejando a un lado la madera en sí, el carbón sería un producto al segundo”.

Los ojos ámbar de Taraye brillaron ante los murmullos de Zenjirou. “Eso es ciertamente intrigante. Si el carbón de Capua fuera más barato que importar madera de nuestros países vecinos, podría convertirse en una importante fuente de comercio”.

“Ah, cierto”.

Aunque aceptó, se sonrojó internamente al ver que ella le señalaba algo que no había tenido en cuenta. Su error también podía deberse a la influencia del teletransporte. Zenjirou había viajado entre los dos países usándolo, por lo que hacía que la distancia entre ellos pareciera mucho más corta de lo que en realidad era.

Aunque la mayor parte de sus tierras eran, en efecto, desérticas, el Reino Gemelo no tenían por qué desviarse de su camino para comerciar con Capua en lugar de hacerlo con países más cercanos con climas diferentes.


Por muy común que fuera la madera en Capua, los gastos de transporte hacían que probablemente no pudieran competir con sus vecinos.

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“La distancia es una cuesta difícil de tratar”, comentó con un suspiro resignado.

Aun así, el entusiasmo de Taraye no daba señales de disminuir. “Entonces, ¿Quizás estaría dispuesto a desprenderse de algunas semillas de las plantas que crecen especialmente rápido? Si pudiéramos hacer que echaran raíces, sería una bendición indescriptible”.

Zenjirou dejó que una sonrisa de pesar se dibujara en su rostro cuando ella le presionó. “Eso no funcionaría. Aunque crezcan anormalmente rápido, eso sólo ocurre en Capua. Con el Reino Gemelo siendo completamente diferente desde el clima hasta el suelo, sólo puedo verlo infructuoso”.

Capua estaba bendecido con abundante agua y tierra cultivable.

Las plantas que crecían en este entorno difícilmente echarían raíces en el suelo arenoso y seco del Reino Gemelo. Si pudiera estar seguro de que no lo harían, habría estado más que feliz de permitirlo. El problema era que si, por algún capricho del destino, las cosas iban según las esperanzas de Taraye y proliferaban rápidamente incluso en el Reino Gemelo. Taraye acababa de comentar el precio de importar madera de sus vecinos. En otras palabras, no eran autosuficientes en ese frente. Así que si Capua les permitiera serlo más -aunque sólo fuera en términos de combustible-, el país saldría fortalecido.

“Simplemente deseo hacer el intento. ¿Por favor, Duque de Bilbo?”.

“Aun así. Introducir especies prolíficas y neófitas en un entorno puede destruir fácilmente el ecosistema existente. Además, un acuerdo así está más allá de mis posibilidades”.

“¿Nee-oh-fi-tahs”? ¿Ee-co-sis-temah?”.

El alma de la lengua no había funcionado, lo que significaba que eran conceptos que aún no existían en el Continente del Sur. Aunque Taraye parecía confundida por los términos, al menos entendía su negativa.

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Por cierto, en la región que gobernaba su familia no había seres vivos lo suficientemente grandes como para ser vistos a simple vista; era un verdadero desierto en todos los sentidos, por lo que tales plantas no tendrían mucho impacto a pesar de todo. El hecho de que cualquier tipo de capital pudiera establecerse en esas tierras era una prueba positiva de la enorme fuerza de las herramientas mágicas.

De cualquier forma, Zenjirou no podía dedicar toda su tarde a esta conversación.

“Me despido, entonces. Diviértete, Taraye”.

“Por supuesto, Duque de Bilbo. Gracias una vez más”.

Los dos se separaron con sonrisas y los nobles que esperaban descendieron sobre ambos inmediatamente.

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