Monogatari (NL)

Volumen 13

Capitulo Cuerpo: Muñeca Yotsugi

Parte 2

 

 

“¡Levántate y brilla, Nii-chan!”

“¡Vamos, no puedes dormir todo el día!”

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Aquella mañana desarrollé un repentino interés filosófico por el tema de los despertadores. Para ser sincero, el término despertador me desagrada casi tanto como la existencia de los propios aparatos. Nunca me han gustado. En absoluto. De hecho, me dan asco. Nunca me han gustado ni un solo momento. Siento un singular y trascendental desprecio por los despertadores.

Pero en cuanto a por qué me disgustan tanto, la respuesta está garantizada para sonar como una especie de ejercicio zen. ¿Los odio por ser despertadores, son despertadores porque los odio, o son despertadores porque despiertan? Aunque la verdad sin ambages es que he deseado que todos los despertadores del mundo se vayan al infierno, no creo que todo lo que se vaya al infierno deba ser un despertador. Ese pensamiento nunca se me ha pasado por la cabeza. Si esa proposición fuera cierta, ¿no significaría que yo mismo soy un despertador, ya que es casi seguro que me dirijo al infierno?

Tú mismo, siendo un despertador, ¿quién querría enfrentarse a ese miedo?

Sin embargo, hay una propuesta que he considerado, y me encantaría consultarla contigo. Necesito consultarla contigo. Surge inevitablemente cuando considero la cuestión de por qué yo, o de hecho, probablemente todos en el mundo, o al menos la mayoría de las personas, la gran mayoría en cualquier caso, aborrecen y desprecian los despertadores como si hubieran hecho daño a nuestros seres queridos. Tal vez no sea una proposición, sino la posición adecuada— sinceramente, me da vergüenza describir mi propia constatación como si fuera una especie de gran descubrimiento—, pero de todos modos, tal vez a la gente le resulten tan difíciles de gustar los despertadores porque la palabra despertador suena demasiado a apagador.

Algo que sirve solo para que otra actividad cese. Algo que existe como un intermediario molesto. Todo para nada, un esfuerzo inútil.

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Ese acto, que incluso huele a revuelta blasfema contra la ley de la entropía, comparte algo con la irritación de ser sacudido del sueño, y es por eso que yo, nosotros, por lo que todo el mundo siente un odio tan profundo por los despertadores—lo llamo la Proposición del Matiz. Y la cosa no acaba ahí; propongo que palabras similares acaban teniendo implicaciones similares y arrastran tras de sí respuestas emocionales similares. Puedo dar muchos ejemplos. Por ejemplo, Bruce Lee y brûlée. Creo que todos estamos de acuerdo en que comparten la cualidad de ser increíbles.

Pero incluso dejando a un lado la veracidad de la Proposición del Matiz, hay que señalar que hay algunos problemas menores con su aplicación a nuestro odio a los despertadores. En primer lugar, como ya he discutido ampliamente, se trata de una aflicción compartida por la humanidad en todo el mundo, mientras que la similitud entre el combo despertador y apagador es específica de un idioma, lo que lamentablemente hace que el uso de la proposición como único expositor del fenómeno sea algo molesto. No he examinado a fondo la literatura sobre el tema, pero no obstante sospecho que el despertador es anterior al castellano moderno. Esto exige una traducción de prueba de ambas palabras a, por ejemplo, el griego antiguo, pero una segunda prueba en contra nos libera de esa necesidad.

Este segundo punto es una supuesta refutación irrefutable, y por lo tanto no es realmente la segunda sino la última pieza de contra evidencia—incluso si limitamos el campo de investigación a los idiomas en los que las dos frases son efectivamente similares, la persona promedio probablemente aprende el término despertador antes que apagador.

Eso es una contra evidencia.

Se podría decir que es irrefutable.

Reflexionando, ni siquiera yo tengo claro hasta el día de hoy el significado exacto de apagador. A-pagador. De la propia palabra puedo entender que algo piensa dársele o dirigírsele a un pagador, lo cual es absurdo, pero cualquier petición de una definición concisa sería recibida con un silencio sepulcral por mi parte. Me quedaría tan callado como una tumba. De hecho, si nos negamos a dejar de lado la Proposición del Matiz, tal vez de lo que realmente estamos hablando es de que el despertador influye negativamente en el apagador y no al revés.

Aun así, odio los despertadores.

Un sabio dijo una vez que sobre gustos no hay nada escrito, algunos tienen gusto por lo escrito, lo cual está muy bien, pero es igualmente cierto que nadie quiere sentirse como el tipo de don nadie cuyas preferencias se basan en nada. Todo el mundo quiere ser alguien. Seguramente no soy un snob por querer atribuirles una razón, en aras de mi propia valía, aunque requiera una interpretación forzada.

Y confío en que también estemos de acuerdo en que es porque no soy un snob que estoy a punto de llevar la discusión a un territorio aún más profundo. “No soy impensable, por lo tanto soy impensable”— bien dicho, o en realidad soy yo quien lo pone como una máxima, debo ser la primera persona en la historia de la humanidad en poner esas crípticas cosas (salidas al paso) en palabras. Todos los pensadores deben reconocer, por supuesto, la deuda que tienen con sus predecesores, pero no puedes culparles de tu estupidez.

En fin, volviendo a los despertadores. Los despertadores, son para despertar.

No sé cómo ha podido ocurrir, pero de alguna manera se me ha olvidado explicar la segunda ley de la Proposición del Matiz: la cláusula de la apariencia, que va más allá de la forma en que suena. Las palabras con apariencias similares proporcionan sensaciones similares, y lo que es similar se supone que es lo mismo. Si la primera hipótesis es auditiva, esta segunda es visual.

Tomemos como ejemplo la E y la F. No suenan nada igual, pero como su forma es similar en un noventa por ciento, el matiz que obtenemos debe ser igualmente similar. Por supuesto, la L y la I serían una demostración igualmente válida de este principio.

Y de ahí se deriva la similitud entre la falta de conciencia de sí mismo y el reloj con conciencia de sí mismo—no sería de extrañar que algunos los consideraran equivalentes, sinónimos. Sabiendo que estirando la r inicial y colocando un palito se convierte en f, un poco de rotación convierte una a en una e, y seguramente nadie discutirá que las últimas dos letras (la t y la a) se intercambien y con leves cambios pasen a ser una o y una j.

En cuyo caso la falta de conciencia de sí mismo y el reloj con de conciencia de sí mismo son la misma cosa.

Aunque no sean idénticos, son casi idénticos. Todavía no se ha ofrecido ninguna prueba para refutar esto.

Y la palabra, o más bien la frase, o tal vez debería llamarla línea… En fin, se llame como se llame, se ponga como se ponga, “la falta de conciencia de sí mismo” no lleva una implicación positiva.

Dicen que no se trata de lo que se dijo, sino de quién lo dijo, y lo han dicho tantas veces que estoy harto de oírlo, pero no importa quién pronuncie la frase “falta de conciencia de sí mismo”—no importa quién te lo haya dicho—, es uniforme y fundamentalmente un reproche, o me atrevo a decir un insulto.

No eres muy consciente de ti mismo, ¿eh?

No eres muy consciente de ti mismo, ¿verdad, amigo?

Nadie se tomaría un comentario así como un cumplido, incluso si se lo dijera afectuosamente un profesor o una profesora, incluso sabiendo que se dijo con los mejores intereses en el corazón, no hay una persona en la tierra cuyos sentimientos no se sentirían al menos un poco heridos.

La idea de que esta antipatía podría estar relacionada con nuestras emociones negativas hacia los despertadores es lógica e intelectualmente convincente, y en lo que a mí respecta no deja lugar a discusión. Los despertadores son en sí mismos manifestaciones de una falta de conciencia de sí mismo, por así decirlo.

Si dudo en presentar esta teoría en los círculos académicos, no es en absoluto porque tenga reservas a la hora de aceptar el honor y el prestigio concomitantes, sino más bien por las dos razones expuestas anteriormente. En otras palabras, la congruencia entre la falta de conciencia de sí mismo y el reloj con de conciencia de sí mismo es, una vez más, un fenómeno específico de una lengua, y aunque no puedo hacer un pronunciamiento tan extremo como el que hice con respecto al apagador, que la gente aprenda sobre su propia falta de conciencia de sí mismos antes de aprender sobre los despertadores me parece una contradicción.

Dejando a un lado nuestros vocabularios, o nuestro orden de adquisición lingüística, tiene algún tipo de sentido intuitivo que una persona no sea regañada por su falta de conciencia de sí mismo antes de “despertar” de algún tipo de estado de espera. Parece un poco insensato confiar en las corazonadas en el curso de nuestro razonamiento, y sin embargo la intuición puede resultar una herramienta sorprendentemente fiable.

Cuando la gente dice: “Tengo un mal presentimiento”, por ejemplo, suele tener razón. Porque, por desgracia, podemos decir con certeza que no existe una vida, ni siquiera un día, en el que no ocurra ni una sola cosa mala. No hay ni un solo día así en toda nuestra vida. Y por eso es mucho más auspicioso ignorar descaradamente este hecho y declarar a primera hora de la mañana, a modo de autosugestión: “¡Parece que hoy volverá a ocurrir algo bueno!” Dígase a sí mismo: “Tengo un buen presentimiento”, lo tenga o no. Porque tampoco existe una vida, o un día, en el que no ocurra ni una sola cosa buena; de hecho, si te has despertado en circunstancias en las que todavía puedes hacer esa afirmación, estás teniendo un día bastante bueno. En cualquier caso, confíe en sus instintos. De hecho, que los despertadores y la falta de conciencia de sí mismo tengan muy poco que ver es algo de lo que te puedes dar cuenta bastante bien sin tener que pensar en ello, aunque no puedas explicar por qué.





De momento, si se nos permite, olvidémonos por ahora de la Proposición del Matiz.

Fue una broma de mal gusto, ¿de acuerdo?

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Como despertarse en el lado equivocado de la cama.

Si buscar cosas que se parezcan a un despertador es un esfuerzo inútil, como lo es buscar personas que se parezcan a nosotros mismos,

¿no podríamos considerar la cosa en sí? Dicen que lo semejante atrae a lo semejante, pero si interpretamos esto como amistad, o sentimiento de compañerismo, entonces es difícil imaginar que un despertador tenga amigos, o compañeros. Por lo tanto, sólo al hablar del despertador como una entidad única en el mundo, un concepto único, podemos descubrir la verdadera naturaleza de nuestro odio. Sólo al hacerlo, el hombre puede convertirse en el maestro.

Despertador, despertador, despertador. Callaron… Caballón.

Si se repiten las palabras, empieza a sonar a caballa, ante lo cual un japonés completamente mediocre como yo no puede evitar que le recuerde el desayuno. Una alegre asociación, pero hemos decidido por el momento prescindir de las asociaciones, así que no diré nada más sobre el tema.

Este es el verdadero problema.

El término en cuestión es “despertador”—lo que implica una alarma, en este caso la causa del despertar, es decir, un reloj que hace que un objetivo, la persona que duerme a su lado, que en este caso soy yo, se despierte. Esa es la definición de un despertador, o su razón de ser, por decirlo en términos un poco exagerados. Si no me hiciera despertar, no sería un despertador.

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Lo cual hace que carezca de propósito. Y ahora llegamos a ello.

Es sin duda debido a la enloquecedora prepotencia de la propia palabra alarma que yo—que aborrecemos tanto los despertadores. La gente, por lo general, tiende a despertarse, y siento una antipatía ludita hacia la idea misma de depender de una máquina, pero todo esto plantea la cuestión fundamental de por qué siquiera tenemos que despertarnos.

No despertar significa soñar. Despertar significa abandonar nuestros sueños, apagarlos, lo que no deja una impresión especialmente buena. No es particularmente bueno, o para no andarse con rodeos, es malo. Sería apropiado llamarlo la encarnación de la atrocidad.

Recesiones, caídas económicas, un futuro incierto.

Precisamente porque vivimos en un mundo hostil a los sueños, ¿no debería al menos la noche ofrecer un espacio para ellos? El comportamiento de los despertadores, que tan maliciosamente ponen en entredicho esto (y sí, los antropomorfizaré con un “quién”) es imperdonable. Todos aprendemos la verdad de este mundo en algún momento. ¿Por qué despertar a los niños dormidos de sus sueños?

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Prefiero no despertarme, muchas gracias.

Ni despertar, ni ser despertado.

A la gente le gusta decir “temprano”, pero si es tan malditamente temprano, ¿qué tal si me dejas dormir un poco más? Olvídate de temprano, ¿qué tal si vamos por lo justo? Si fuiste lo suficientemente amable como para darme las buenas noches antes de irme a la cama,

¡deja que duerma bien! Para ser honesto, cuando alguien que me ha deseado buenas noches me obliga a despertarme temprano la mañana siguiente, me siento algo traicionado.

La traición es trágica.

Para empezar, está demostrado que la necesidad de despertarse sólo porque es de día está irremediablemente desfasada. La historia lo ha demostrado. La humanidad se ha vuelto nocturna, como se desprende de los horarios de emisión, mayoritariamente nocturnos, del anime, la exportación cultural internacional más orgullosa de Japón. Incluso los biólogos reconocerán este hecho irrefutable en un futuro no muy lejano; no es ninguna broma. Los trabajos de estudio y construcción también se realizan a altas horas de la noche. Al volverse nocturna, la humanidad está preparada para seguir evolucionando. Con el tiempo, los significados de la Luna y el Sol podrían invertirse. De hecho, la mañana es el momento en que la gente debería dormir, y los despertadores, que despiertan a la gente por la mañana, deben ser calificados como obras de diabolismo por obstruir nuestra evolución.

Lo entiendo.

Entiendo que la gente quiera depender de los despertadores, de su funcionalidad, pero ahora es cuando nos armamos de valor para desprendernos de esa función. Ha llegado el momento de hacer una pausa limpia.


¿No podemos dejar de preocuparnos por eso de “despertar”? Una vida de holgazanería sirve al menos para reírse. De hecho, ¿no es una vida que no es risible un poco lamentable?

¿Por qué no ir por la vida viendo caras sonrientes allá donde vayas? Así que esto es lo que deberíamos decir a los despertadores.

Con gratitud, no con animadversión. “Gracias. Y buenas noches.”

“¡¡No te duermas!!”

“¡¡No te duermas!!” Golpeado. Pateado.

Pinchado. Golpeado en la cabeza.

Y justo donde duele. Me llevaría demasiado tiempo enumerar las numerosas zonas vitales del cuerpo humano a las que se dirigen estos ataques, así que lo dejaré a su imaginación y me limitaré a afirmar que sólo fueron las más críticas. Si no aclarara esto, mi agonía cegadora y los acontecimientos posteriores tendrían menos sentido.

“Qué excusa tan larga para no querer levantarse, Nii-chan.”

“Y no somos un despertador, somos tus hermanas. Tus hermanas despertadoras.”

Eso decían Araragi Karen y Araragi Tsukihi, mis dos hermanas pequeñas, mientras se plantaban a ambos lados de mi cama como los reyes vajra. No lo digo metafóricamente, no es una analogía retórica para aderezar la narración, sino que realmente estaban expresando su humeante descontento adoptando las poses alfa y omega de las estatuas que flanquean la puerta de un templo.

Karen-chan, con la boca abierta.

Y Tsukihi-chan, con la boca cerrada. Que geniales.


Espero que hagan figuritas de ellas así.

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“¿Y qué? Según la Proposición del Matiz del Profesor Koyomi, las palabras similares pueden considerarse idénticas.”

“Chico, éjame deci’te que ‘hermana’ y ‘reloj’ no ‘e pa’ecen en na’.” Me dijo Karen en kansai-ben. No sólo su entonación era incorrecta, ya que no tiene ningún vínculo con la región, sino que lo de éjame deci’te sonó como examen feliz.

Parece algo que vale la pena.

Y Tsukihi-chan añadió: “He oído hablar de un reloj de pie, pero…”

Eso me pareció menos una réplica que una objeción, pero de ahí derivé al (salto de) lógica para mi siguiente idea.

“¡Ya lo tengo! Venderemos una mercancía llamada ‘Hermanas Despertadoras’. Karen-chan será la manecilla grande y Tsukihi-chan la pequeña. Te despierta por la mañana con las voces de Kitamura-san y Eguchi-san.”

“Hey, mantén sus nombres fuera de esto.”

“El anime ya ha terminado, Nii-chan. No hay más productos vinculados.”

“Oh…” Qué triste.

Un hecho tan triste.

Pero por muy triste que sea, era una realidad que tenía que aceptar.

Aunque a juzgar por cómo me despertaron en el estilo de la versión anime, Karen-chan y Tsukihi-chan se aferraron al pasado a su manera.

“Urrr~.”

No era yo quien se enfrentaba a esa impactante realidad; hablando con mis hermanas, me había despertado, me había despejado, me había animado un poco y me había estirado de esa bola acurrucada de agonía cegadora. A cuatro patas, con el aspecto de una gata sexy. La pose de puma de Araragi Koyomi no es algo que quiera que intentes imaginar.

“Muy bien, estoy despierto. He recuperado la conciencia.” Me enfrenté a mis Hermanas Despertadoras, perdón, hermanitas. “¿Qué siglo es?”

“No. Deja de fingir que acabas de despertar de un criosueño.” “No has dormido lo suficiente para que sea un nuevo siglo.”

Una réplica de dos niveles, pronunciadas con pasión—un trío de comedia con dos hombres personas que replican, o más bien mujeres, es bastante raro, creo…

Queriendo probar de nuevo la rara experiencia, seguí adelante. Les lancé una bola blanda.

“Si me han despertado, ¿significa que han encontrado la cura?”

“Como si fueras alguien a quien congelarían hasta encontrar una.” “Nunca desarrollarán una medicina que pueda ayudarte, Onii-

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chan.”

Muy bien.

Sin embargo, Karen-chan se encontraba en una posición desafortunada, deteniéndose en una burla inofensiva contra su hermano mayor mientras Tsukihi-chan se lanzaba contra mí sin ningún respeto.

“¿Ha terminado la guerra nuclear?” Pregunté a continuación. “¿Qué no está claro? No se ha acabado.”

“¡¿Eh?!”

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