Monogatari (NL)

Volumen 13

Capitulo Cuerpo: Muñeca Yotsugi

Parte 1

Ononoki Yotsugi es una muñeca. Por decirlo de otro modo, no es humana. No es una persona, no es un ser vivo, no es una parte del mundo natural—es Ononoki Yotsugi, una posesión tsukumogami empleada como familiar shikigami.

Aunque a todas luces es una adolescente adorable.

Esta niña inexpresiva, que deleita a todo el mundo con sus particularidades, es en realidad una excentricidad, una aparición, un monstruo, una de las interminables variedades de fantasmas y goblins que abundan en la naturaleza.

Por lo cual.

Es irremediablemente incompatible con la sociedad humana.

“No, a decir verdad, mi amo, no es así… no es el caso de esa muchacha.” Fue la respuesta de Shinobu. Desde mi sombra. “Porque ella surge originalmente de un cadáver humano, y es una muñeca, una creación que sigue el modelo de la humanidad. Una imitación de una persona.”

Entonces.

Entonces, ¿significa eso que está intentando ser, o convertirse, en humana? Pero cuando expresé esta pregunta, Shinobu me informó de que seguía estando fuera de lugar.

Al ser un modelo.

Demuestra que no está tratando de serlo.

Es sólo un medio para mezclarse con la sociedad humana—para hacerla compatible—y no un medio de asimilación.

“Por más que os volváis hábil en una lengua extranjera, por más que estudiéis y la habléis como si fuera la vuestra, es sólo para comunicaros con la gente de una tierra extranjera, y puede que no deseéis convertiros en su compatriota; es lo mismo. Fue hecha a imagen y semejanza de la humanidad, pero no para ser humana o convertirse en humana. Fue para estar con los humanos.”

No ser, ni llegar a ser. Para estar con.

La analogía de las lenguas extranjeras ha servido de mucho. Bueno, el hecho de incluir a otros países en la mezcla hace que todo sea terriblemente global, pero enmarcarlo en términos de otras culturas nos devuelve al ámbito de la conversación cotidiana para mí, o para cualquiera, apuesto.

Para forjar una relación positiva con alguien de otra cultura, hay que ver a través de los ojos de esa cultura, cuando se está en Roma, como se dice, haz como los romanos.

“Vamos, mi amo. ¿Nunca habéis considerado por qué las excentricidades, por qué los seres monstruosos de la leyenda, llevan aspectos de seres humanos o de animales, es decir, por qué la forma de lo irreal se basa en la realidad?”

Nunca lo hice.

¿No podemos decir que nuestra imaginación tiene sus límites? No podemos imaginar, no podemos visualizar, cosas que no son, así que las modelamos aderezando cosas que sí son.

Por ejemplo, la forma básica de Oshino Shinobu, Kiss-Shot Acerola-Orion Heart-Under-Blade, aunque es una vampiresa, un bello demonio, en última instancia fue modelada en un ser humano.

Cuando le salieron las alas, eran las de un murciélago. Cuando mostró sus colmillos, eran los de un lobo.

Aunque encarnaba lo irreal y surrealista como vampiro, sustancialmente era un conjunto de elementos realistas, nada más que una idealización.

Una belleza que ninguna pintura puede capturar no va a ser capturada en una pintura.

Una belleza que nuestros ojos no pueden contemplar no va a ser contemplada por nuestros ojos.

Recurriendo a otra analogía lingüística, las personas sólo pueden relatar la realidad utilizando las palabras de que disponen; por inefable que sea la realidad, por inagotable que sea el sueño, al final tenemos que recurrir a nuestras voces y a nuestras plumas.

Expresándolo todo con palabras. Agotándolas.

Pero no podemos decir eso, supongo. Las excentricidades, cuya apariencia está modelada y dictada por los límites de nuestra imaginación, no se van a conformar. Claro que son inestables, cambian de aspecto según el observador y se transforman en función del entorno, pero seguro que desean una forma fija.

Así que no pude decir nada, y menos a la excentricidad que tenía delante, Shinobu, una antigua vampiresa que ahora parecía una niña rubia de ocho años.

Habiendo leído mis pensamientos, y por esa razón no tocando el asunto, ella dijo: “En definitiva, es porque la gente existe, porque son, que las excentricidades también son. Lo cual no significa que las segundas dependan de las primeras; es simplemente que si nadie observa, tampoco hay observación.”

Esa era una pregunta sobre la que valida la pena reflexionar.

Supuse que se refería al llamado Efecto Observador, pero esto sonaba diferente: era otra cosa, no una teoría, sino algo más emocional y sentimental, por así decirlo.

“Cada presencia, cada acto, requiere un testigo para que no carezca de significado. Si no se cuenta, cualquier historia de héroes o de excentricidades bien podría no haber existido.” Shinobu parecía reflexionar sobre sus propias experiencias. “Me han llamado vampiro legendario, pero si esas leyendas no existieran, sería como si no fuera un vampiro. Una excentricidad que pasa desapercibida no es digna de ese nombre.”

Los cuentos extraños… deben ser extraños al contarlos, comentó.

“Aunque es menos mi propio pensamiento o valores que los de ese execrable mocoso de camisa Hawaiana, al final una excentricidad es un profundo apego.”

Un sentimiento—de apego profundo.

¿Como empatizar con una muñeca? Se podría decir que así nace un tsukumogami, o más generalmente el espíritu de no ser derrochador, el mottainai obake.

Dicen que la creencia de que los dioses residen en todo, que hay ocho millones de ellos, es originaria de Japón, pero empatizar con algo que no es humano, sea vivo o inanimado, no es algo exclusivo de una cultura.

Por eso se cuentan historias de excentricidades en todo el mundo. Contadas por los humanos.

Era un argumento bastante convincente, o mejor dicho, un argumento que no tenía más remedio que convencerme, como alguien que ha hablado de tantas excentricidades.

Y contado sus historias. De un vampiro.

De un gato.

De un cangrejo.

De un caracol.

De un mono.

De una serpiente. De una abeja.

De un fénix.

Como alguien que lo ha hecho, no tuve más remedio que convencerme.

Y ahora estoy a punto de volver a hablar, esta vez de una muñeca, pero tengo la sensación de que he contado demasiadas historias.

La leyenda urbana, el rumor de la calle o los chismes de segunda mano, todo es pura cháchara si se habla demasiado de ello. Deja de ser espeluznante, o alarmante; cuando pienso en el comienzo del segundo trimestre y en la extraña “Oscuridad”, o en el asunto del dios-serpiente de Sengoku Nadeko de alrededor de Año Nuevo, tengo que preguntarme cuánto tiempo va a continuar esto, y me siento un poco agotado. Como mis trucos están empezando a no funcionar con estas excentricidades que siguen saliendo de la nada, me estoy hundiendo en la desesperación, aunque ese sentimiento es un lujo.

Pero como siempre, la cuestión importante es el tiempo.

Nuestro mundo no se permite el lujo de darnos más de eso, debería haberlo sabido ya, pero es un poco tarde para ello.

Todo cuento tiene un final.

Vaya, vaya, creo que los tiempos locos aún no han terminado— incluso ese estribillo tiene sus límites.

Porque la historia que voy a contarles sobre una muñeca es también la historia de cómo “aprendí eso”, lo aprendí, me gustase o no.

Así que este es el principio del fin.

La historia de cómo yo, el ser humano llamado Araragi Koyomi, empezó a terminar.