Kajiya De Hajimeru (NL)

Volumen 4

Capítulo 7: Misión De Rescate

Parte 1

 

 

Había una fila de carruajes esperando, y nuestro cochero se detuvo y ocupó su lugar al final. A medida que avanzábamos lentamente en la cola, nuevos carruajes aparecían constantemente detrás de nosotros, por lo que la fila nunca se acortaba, ni siquiera un poco. Muchachas y muchachos zigzagueaban entre los carruajes, vendiendo comida y flores.

Llamé a un chico con gorra.

—¡Llevaré algunas de ésas, muchacho! —le di cinco monedas de plata a cambio de tres frutas parecidas al mikan.

Según Camilo, el precio de mercado de los mikans era de una moneda de plata cada uno. En otras palabras, tres de ellos deberían haber costado tres monedas de plata—había pagado dos extras.

—Gracias por su atención, sir —dijo el muchacho, inclinando la cabeza.

Le devolví el saludo.

Luego continuó:

—Pero…soy una chica.

Aquella declaración me desconcertó, y miré más de cerca.

La niña se quitó la gorra, dejando ver su cabello corto, pero también un par de ojos grandes y brillantes. No cabía duda de que la niña que tenía delante era una preciosidad.

—Culpa mía —dije con una sonrisa torpe. Saqué otra pieza de plata del bolsillo y se la lancé.

Ella la atrapó con el sombrero.

—Gracias, sir —ella se volvió a poner el sombrero y se fue a vender sus mercancías a otros viajeros.

Les di un mikan a Camilo y al cochero. La fruta sabía parecida a las naranjas, pero un poco más ácida. De todos modos, los cítricos tienen a ser ácidos, así que el mikan me pareció delicioso.

Miré de reojo a Camilo, y me devolvió la mirada con expresión exasperada. Sin embargo, no tardó en asentir y llegamos a un acuerdo tácito—si encontraba un proveedor de mikans, me conseguiría algunos.

Por fin, pasamos al frente de la fila, donde había un puesto de control justo delante de la puerta del pueblo. Se nos acercó un guardia con armadura que llevaba una lanza corta. Camilo sacó la placa de madera—la que nos concedía el derecho a viajar por el Imperio—y la mostró.

El guardia la miró y luego se dirigió a mí.

—¿Y qué hay de ti? —preguntó.

—Soy herrero y trabajo con este caballero —respondí—. Vende los objetos que forjo.

El guardia me miró de arriba abajo. Fuera como fuese, mi aspecto era el del típico hombre de unos treinta años (aunque por dentro tenía más de cuarenta).

Finalmente, con un gesto de la mano, el guardia dijo:

—Adelante.

Los tres le dimos las gracias y pasamos.

—Ya hemos superado el primer obstáculo —le susurré a Camilo.

—Una vez dentro, todo dependerá de nosotros —respondió.

Miré la muralla y la puerta que se alzaban ante nosotros. Seguro que había guardias patrullando las calles, pero en un pueblo de este tamaño, una o dos personas podían salirse con la suya a hurtadillas…por no hablar de un comerciante “normal” y sus acompañantes.

El guardia de la puerta sólo nos había inspeccionado superficialmente, a pesar de que éramos del mismo Reino que Helen (un hecho deducible). Esto me llevó a concluir que las noticias sobre Helen no se habían hecho públicas, lo cual era lo que esperábamos.

Por supuesto, no podíamos descartar la posibilidad de que el guardia sólo hubiera fingido negligencia. De ser así, sólo podíamos decir que habíamos tenido mala suerte.

 

—Quiero comenzar nuestra investigación lo antes posible —le dije a Camilo. Era hora de empezar a cimentar nuestro plan para localizar y rescatar a Helen.

—De acuerdo. Hoy sería ideal —respondió Camilo—. Podemos preguntar por ahí mientras vendemos mercancía. Será una buena fachada.

—¿Y pasado mañana?

—Una vez que tengamos pruebas, actuamos. Quiero fijar nuestros objetivos al menos hoy. La oposición debe estar muy ocupada ahora, así que dudo que hayan ocultado bien sus huellas —explicó—. De todos modos, por el momento, vayamos a la posada a recuperar fuerzas.

Contemplé las vistas del pueblo mientras cabalgábamos por sus calles. Miembros de todas las razas se mezclaban en las animadas calles. Como centro de comercio, este pueblo atraía a gente de todas partes, y la diversidad alimentaba su energía.

Me pregunté cómo sería una ciudad o un pueblo normal en el Imperio. ¿Sería tranquila y pacifica?

Rescatar a Helen era nuestra máxima prioridad. Mi papel no llegaría hasta más adelante en la misión, pero no podía tomármelo con calma—tenía que concentrarme.

Fortalecí mi determinación mientras nos dirigíamos al centro del pueblo.

 

Cabalgamos lentamente a través del bullicio, y en poco tiempo, llegamos a nuestra posada. Era un gran establecimiento con una gran fachada.

Camilo informó a los dependientes de que nos quedaríamos una semana, y nos consiguió tres habitaciones—esta vez, el cochero se alojaría con nosotros. Camilo pagó un extra para que los trabajadores de la posada se ocuparan de nuestro carruaje y equipaje.

Aparentemente, el cochero no era sólo un cochero. Parecía que también tenía experiencia en reconocimiento.

Llevamos las pertenencias que necesitaríamos para nuestra estadía a nuestras habitaciones separadas y luego nos reunimos en la habitación de Camilo.

—Es un lugar muy lujoso el que nos has reservado —comenté.

—Si no nos hospedamos en un lugar respetable, seremos mal vistos, lo que dificultará la obtención de información importante —explicó Camilo.

—Ya veo.

—Mi elección también está relacionada con nuestra misión de investigación.

—¿Cómo exactamente?

—Estamos aquí para buscar información sobre almacenes, por lo que necesitamos demostrar un cierto nivel de riqueza —dijo—. Eizo, tú y yo nos acomodaremos en el Mercado Abierto. Sabes sin que yo lo diga cuál es nuestra verdadera misión, pero también conoces nuestra coartada, ¿correcto?

Asentí.

—Esperamos abrir una sucursal en el pueblo. ¿Conoces algún almacén que podamos utilizar? —dije—. Algo por el estilo, ¿verdad?

—Perfecto.

Cada vez que pensaba en el hecho de que Helen estaba cautiva en algún lugar de esta ciudad, quería salir corriendo y rescatarla de inmediato. Pero por muy impaciente que me sintiera, la parte investigadora de la misión se prolongaría el tiempo necesario.

El cochero—me enteré de que se llamaba Franz—le preguntó a Camilo.

—¿Qué debo hacer?

—Reunirás información mientras Eizo y yo estamos en el Mercado Abierto —ordenó Camilo—. Busca grandes almacenes con un tráfico inusualmente bajo para su tamaño.

—Comprendido —dijo Franz.

—Comprobaremos el terreno mañana —dijo Camilo.

Franz y yo asentimos, y nuestro día llegó a su fin.

 

◇ ◇ ◇

 

A la mañana siguiente, viajamos en carruaje al Mercado Abierto. Franz dirigía como de costumbre.

Al ser un centro de comercio, el pueblo tenía un amplio distrito para el Mercado Abierto. La mayoría de los comerciantes que vendían en el mercado también tenían tiendas establecidas aquí, así que no era de extrañar que el mercado fuera tan grande. Las normas eran similares a la Ciudad Natal: el precio de entrada dependía del tamaño del espacio alquilado, y quien no tuviera puesto podía pedir uno prestado e instalarse en un lugar libre de su elección.

Pagamos por un espacio de tamaño decente, pero como nuestro objetivo principal no era hacer negocio, elegimos un lugar apartado del mercado. También iba a utilizar sólo un horno básico. Camilo alineó los cuchillos en la parte delantera del puesto y luego abrió el negocio. De vez en cuando, hacía demostraciones a los transeúntes de lo afilados que estaban los cuchillos.

Detrás del puesto, encendí el horno y lo preparé para su uso.

Cuando lo tuve listo, un hombre se acercó, se quitó una espada que llevaba atada a la cintura y se la presentó a Camilo.

—¿Puede reparar esto?

Camilo se dio la vuelta y me miró. Me levanté, agarré la espada y la desenvainé.

Era una espada preciosa, pero apenas conseguía entrar en su vaina. Tenía abolladuras en el cuerpo y astillas en la hoja. Estaba hecha de…acero, según me informó mis trampas de evaluación.

Qué alegría.

—No hay problema. Puedo arreglarla —le dije al hombre.

—¿Cuánto tardarás? —preguntó.

—Aproximadamente una hora. Tendré que afilar la cuchilla. ¿Le parece bien?

—Por supuesto.

—De momento, me la llevo.

—Por favor —dijo el hombre antes de darse la vuelta para marcharse.

—No pensé que en verdad estaría haciendo trabajos de herrería —le dije a Camilo.

Bromeando Camilo respondió.

—Si te haces una reputación aquí, ¿te cambiarás de tienda?

—Deja de decir tonterías.

Ambos nos reímos y transferí la espada al yunque.

Era hora de ponerse a trabajar.

Me dispuse a arreglar la espada que me había dado el cliente. La hoja no estaba tan golpeada ni astillada como para que tuviera que calentar el metal para repararla—si estuviera abollada hasta el punto de que ya no se deslizara dentro de la vaina, primero habría calentado el acero y después habría templado la hoja. Sin embargo, los problemas no eran tan graves.

No me sorprendió. No hace falta decirlo, pero a menos que una espada sea extremadamente valiosa o querida, generalmente la gente compra una de repuesto antes de que su espada esté tan dañada como para necesitar una reparación importante.

Me puse manos a la obra y martillé las abolladuras de la hoja. El ruido de mi martillo contra el metal hacía ruido, pero no me contuve. A lo lejos, oía ruidos de algo que se estaba haciendo, así que no era el único artesano aquí.

Cuando me concentré en lo que me rodeaba, me di cuenta de que los niveles de magia aquí eran bajos, al igual que en la Ciudad y la Capital del Reino. Podría arreglar las abolladuras de la espada, pero no podría imbuirla de magia.

Pero tampoco era necesario—no pretendía mejorar mucho la espada. Mientras la reparaba, intenté que tuviera la calidad de uno de mis modelos de élite. Así obtendría un resultado lo bastante parecido a la calidad original de la espada.

Seguí martilleando hasta que conseguí alisar la hoja. Después, sólo me quedaba afilarla.

Me concentré mientras afilaba el filo de la espada, trabajándola hasta que no quedaran astillas. Aunque nadie confundiría la espada con una nueva, ahora parecía bien cuidada en lugar de maltrecha.

—Con esto debería bastar —anuncié cuando estuve satisfecho con el trabajo.

—¿Terminaste? —preguntó Camilo.

—Así es.

Le di a la espada una última limpieza a fondo y luego se la mostré a Camilo.

—Eres muy hábil con las reparaciones —comentó—. ¿Qué estoy diciendo? Claro que lo eres.

—Sería un herrero de pésima calidad si no lo fuera, ¿no te parece? —bromeé.

—Me parece justo.

De repente, recordé algo.

—Ahora que lo recuerdo, no discutimos el precio de la reparación con el cliente.

Había aceptado el trabajo de inmediato, pero no había decidido el precio, y el hombre no había preguntado.

—Este tipo de trabajo se suele tasar según el precio del mercado —explicó Camilo.

—Oh, ¿en serio?

—Sí. Teniendo en cuenta el tamaño de este pueblo, supongo que entre cinco piezas de cobre y una de plata.

El precio máximo de una moneda de plata ponía el trabajo al mismo coste que uno de los modelos básicos de nuestra forja. Bueno, ése era el precio que Camilo nos pagaba…pero seguramente se lo subía a sus clientes para justificar sus gastos y asegurarse un beneficio. Por lo tanto, la reparación le había salido más barata que comprar una espada nueva, por lo cual tenía sentido que el cliente hubiera venido a que le arreglaran la espada.

—¿Y esta espada en concreto? —pregunté.

—Probablemente una de plata —respondió Camilo con indiferencia.

—Ya veo.

—No está totalmente como nueva, pero la has dejado muy cerca. Si se queja, le daré una de las espadas nuevas y me quedaré con ésta —el tono de Camilo era de absoluta certeza.

Asentí y lo dejé así.

 

Poco después, el hombre que había encargado la reparación regresó a nuestro puesto.

—¿Cómo quedó? —me preguntó.

—Está listo —le dije, devolviéndole la espada reparada en su funda.

El hombre sacó la hoja y la inspeccionó.

—¿Cómo luce? —le pregunté.

La había arreglado hasta un punto en el que pensé que no tendría ninguna queja, pero si era el tipo de cliente insoportable, podría encontrar algo de lo que quejarse.

Me preparé, pero resultó innecesario.

—Se ve bastante bien —dijo el hombre con satisfacción—. ¿Servirá una plateada?

—Sí, me parece perfecto —respondí, manteniendo un tono uniforme y reprimiendo mi sorpresa—no quería que se me notara en la cara.

El hombre sacó una moneda de plata del bolsillo, me la dio y se marchó con paso ligero.

No sabía qué hacer después. Como no podía aprovechar la energía mágica, no tenía motivación para forjar nada nuevo. Había traído una buena cantidad de planchas de metal que ya estaban imbuidas de magia. Esto me daba cierto grado de flexibilidad, pero si las utilizaba sin cuidado acabaría atascado en un momento crítico.

Las mercancías que habíamos traído para la venta también eran productos de Forja Eizo. En teoría, podía desguazarlos por su metal, pero eso era algo que también quería evitar. Dicho esto, la idea de fabricar un montón de productos de calidad limitada no me atraía.

Así que, al final, sólo podía hacer trabajos de reparación.

Camilo era otra historia. Las espadas y los cuchillos se vendían como pan caliente, y al mismo tiempo hacía malabares investigando.

Pronto un hombre se detuvo en el puesto para comprar nuestra mercancía al por mayor. Probablemente era un comerciante, igual que nosotros.

Camilo aprovechó para sonsacarle información.

—Estamos pensando en abrir una tienda aquí —dijo—. ¿Sabrías de alguna buena propiedad? Idealmente, algún lugar espacioso con poco tráfico de mercancías.

Desgraciadamente, el cliente realizaba la mayor parte de sus negocios de viaje y no tenía establecimientos en el pueblo. No sabía mucho, pero sí compartió alguna información sobre almacenes vacíos aquí y en otros lugares, cualquiera de los cuales podría haber sido el lugar donde Helen estaba prisionera.

Así fue como pasamos el día en el mercado. Era hora de reunir más pruebas concretas.

 

Cenamos en una taberna en lugar de la posada para continuar la cacería de información y pruebas—era una buena oportunidad para reducir nuestros posibles sospechosos. Reunir información era un equilibrio entre la asunción de riesgos, que daba mejores resultados, y la moderación, para evitar que se expusieran nuestros verdaderos motivos.

Nuestra coartada era que estábamos pensando en abrir una tienda en el pueblo. Por supuesto, en realidad no íbamos a hacerlo, así que nuestra historia no era sólida. Ojalá pudiéramos terminar la misión y despedirnos de este pueblo antes de que se descubriera nuestra identidad. Y lo ideal sería aprovechar un momento de confusión para huir, pero era poco probable que pudiéramos permitirnos el lujo de sincronizar nuestra huida a la perfección.

Mantuvimos un perfil bajo mientras preguntábamos a los otros clientes de la taberna por información, limitándonos a frases como: “Este pueblo parece un buen lugar para hacer negocios” y “Necesitaremos un almacén, pero no podemos construir uno nuevo. Tendremos que alquilarlo”.

No hicimos ningún descubrimiento, pero sí recogimos información útil. Si seguíamos las pistas, podríamos averiguar lo que realmente necesitábamos saber.

Mantuvimos la farsa durante la cena (y bebimos poco). Después de comer, regresamos a la posada.

 

—Hoy he ido a buscar información —dijo Franz. Los tres nos habíamos reunido de nuevo en la habitación de Camilo.

—¿Cómo te fue? —pregunté.

La recopilación de información no era mi fuerte, por lo que la investigación estaba siendo manejada principalmente por ellos dos.

—Revisé seis lugares diferentes. Tres están limpios. Uno parece ser un candidato probable, pero aún no tengo pruebas firmes. Los dos restantes son sospechosos, pero menos.

Después de escuchar el informe de Franz, intervine.

—¿Asaltamos a tu principal candidato?

—Eso podría ser apresurado —respondió Camilo—. Si nos colamos sin pruebas sólidas, podríamos acabar siendo unos ladrones normales.

—Ya veo…

Tenía razón. Irrumpir en un almacén en el que ni siquiera estaba Helen nos convertiría en lo mismo que un ladrón común y corriente. Eso no era un gran problema en sí mismo, pero no podíamos predecir cómo reaccionarían los captores de Helen ante la noticia de que alguien había irrumpido deliberadamente en un almacén vacío.

Camilo tenía toda la razón—debíamos proceder con suma cautela.

—Comprendo —dije—. En ese caso, seguiré fingiendo ser herrero mientras tanto.

—Por favor —dijo Camilo—. Dicho esto, dependiendo de cómo se desarrolle la rebelión, podríamos no darnos ese lujo.

—¿Lo crees?

—Si los rebeldes hacen su movimiento, tendremos que arriesgarnos en el lugar que resulte más sospechoso. El caos de una revuelta debería ocultar el allanamiento, aunque nos equivoquemos. Y lo que es más importante, una vez que la revolución esté en marcha, podría pasar cualquier cosa.

—Ya veo.

—Mañana reduciré la lista y elaboraré un plan de ataque para el principal candidato —concluyó Franz.

Con eso, terminamos nuestra discusión y dimos por terminada la noche.

 

◇ ◇ ◇

 

Pasamos nuestro segundo día en el pueblo prácticamente igual que el primero—recibimos un buen número de solicitudes de reparación.

¿Podría el cliente de ayer haber ayudado a publicitar nuestros servicios?

Al precio de una moneda de plata por reparación, estábamos obteniendo bastantes beneficios. Estaba agradecido por la acogida, por supuesto, pero como la herrería no era nuestro objetivo para hoy, tenía sentimientos encontrados sobre nuestro éxito.

Cenamos de nuevo en la taberna antes de retirarnos a la posada.

—Ese almacén es sin duda el más sospechoso —informó Franz cuando nos reunimos—. Casi nadie entra o sale de él. En los otros dos lugares no hay mucho tráfico de mercancías, pero la circulación de peatones es otra historia.

Camilo ladeó la cabeza.

—Bien…

No había forma de esconder a una persona en un lugar donde alguien (es decir, la gente que alquilaba el almacén) podía entrar en cualquier momento.

Camilo pensó un rato y luego añadió.

—Comprobemos la situación de ese almacén mañana. Una vez que estemos seguros de que tenemos el objetivo correcto, podemos proceder con la operación de extracción.

Era casi la hora de partir, y juré entregar todo lo que tenía a la misión de rescate. Mientras tanto, sólo podía rezar para que Helen siguiera a salvo.

 

◇ ◇ ◇

 

Al día siguiente, fuimos al centro del pueblo en lugar de montar un puesto en el Mercado Abierto.

Camilo me aseguró.

—A nadie le va a parecer sospechoso que estemos haciendo otra cosa después de trabajar dos días en el puesto —así que parecía que estábamos a salvo en ese aspecto.

El plan era comprobar por fin el almacén más sospechoso. Nos pusimos en camino a media mañana.

Tras confiar el carruaje a los trabajadores de la posada, nos pusimos en camino como un grupo de tres. Volví a recordar la diversidad de la ciudad, que ya había notado el día de nuestra llegada. Al igual que en el Reino, aquí se mezclaban gentes de todas las razas.

Vi tanto Bestiales como Malitos y Enanos. Aunque, como no había suficiente magia en la ciudad para mantener el estilo de vida de los elfos, no había ninguno por aquí.

Había una diferencia flagrante entre este pueblo y la ciudad del Reino: los Gigantes.

Decidí preguntarle a Camilo.

—A diferencia de en casa, aquí he visto muchos Gigantes.

—Sí, los Gigantes son una raza que originalmente vivía en el Imperio. A menudo es difícil para ellos viajar lejos de su tierra natal, por lo que la mayoría de ellos todavía viven aquí.

—Ya veo.

¿Los humanos emigraron al territorio de los gigantes…o había sido al revés? En cualquier caso, habían formado una alianza durante la famosa guerra contra el Reino de los Demonios, hace seiscientos años, y han convivido en armonía(?) desde entonces.

Observé detenidamente los puestos callejeros a nuestro paso y vi que ciertos artículos tenían un precio diferente para los Humanos (y razas de similar tamaño) y los Gigantes; debido al físico más corpulento de los Gigantes, necesitaban más sustento. Sabiendo eso, tenía cierto sentido que no fueran adecuados para largos viajes y expediciones militares.

—¿Van a unirse al “ya sabes qué”? —pregunté.

—Sí —respondió Camilo—. Su número es grande, y además son ciudadanos del Imperio. Reciben el mismo trato que los Humanos.

—Va a ser un gran caos con ellos en medio —dije.

—Son un recurso vital en términos de poder…

La visión de un arma de tamaño gigante siendo simplemente balanceada era suficiente para infundir miedo en los corazones de cualquiera que lo viera. Si los gigantes se unían a la rebelión, serían una amenaza tan grande como las máquinas de asedio. Podía imaginar fácilmente el terror de las tropas que tuvieran que defenderse contra esa clase de potencia de fuego.

Por otro lado, el caos podría ser una bendición para nosotros. Si los combates estallaban durante el rescate, podríamos utilizarlo como pantalla para emprender nuestro escape.

—Nuestro destino está justo delante —dijo Franz, deteniéndose sobre sus pasos.

Estábamos un poco lejos del centro, pero aún en las afueras de la ciudad.

—Estamos más cerca del centro del pueblo de lo que esperaba —comenté.

—Trasladarla más lejos habría sido más difícil. Habría destacado demasiado —razonó Camilo—. Es mucho más conveniente elegir un lugar apartado, pero donde uno pueda mezclarse con la multitud cuando sea necesario.

—Y también es conveniente para nosotros.

—Sip.

Debido a que la entrada estaba situada más atrás, era difícil echar un vistazo al interior. No podíamos asomarnos sin parecer sospechosos, y no podíamos correr el riesgo de que alguien recordara nuestras caras.

Así que rodeamos la parte trasera del edificio.

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