Kajiya De Hajimeru (NL)

Volumen 3

Prologo: Nilda

 


 

Kajiya De Hajimeru Volumen 3 Prologo Novela Ligera

 


 

En lo más profundo del reino de los demonios, se encontraba un castillo. Aquí vivía la Reina Demonio y gobernaba sus tierras.

Una mujer demonio caminaba por los venerables pasillos de este palacio, con pasos ligeros como la nieve. Aunque ésta demonio era atractiva tanto por su rostro como por su figura, lo que realmente llamaba la atención era su espada—que descansaba en su vaina, atada a su cintura. Por alguna razón, era una espada de estilo japonés. Estaba exquisitamente hecha y había atraído muchas miradas de admiración desde que la recibió.

Y ahora, uno de esos admiradores se acercaba.

—Nilda.

Al oír su nombre y registrar la voz que había detrás, la mujer demonio se detuvo en su sitio y se arrodilló.

—Mi Reina —respondió.

Como ya debería ser obvio, la voz que había pronunciado el nombre de ésta demonio no era otra más que la propia gobernante del castillo—La Reina Demonio.

Ella también era seductora… Su rostro era hermoso como un retrato pintado, casi como si hubiera salido de un marco dorado apenas un segundo antes. La reina le indicó a Nilda que se pusiera de pie con un gesto de la mano y luego señaló la espada en la cintura de Nilda.

—Estás de un humor bastante agradable —comentó la reina—, es gracias a tu espada, ¿Verdad?

—Sí, mi Reina —respondió Nilda—. La vaina es obra de uno de nuestros artesanos—la encargué a mi regreso al reino. Sin embargo, la espada fue forjada por un herrero de sangre humana. Es robusta, hermosa y corta como en sueño. Pienso atesorarla.

—Aaah, un humano respondió simplemente la Reina Demonio.

Nilda frunció las cejas.

—¿Eso le disgusta?

La Reina Demonio sonrió y agitó la mano para calmar las preocupaciones de Nilda.

—No, en absoluto. No sé cómo piensa la oposición, pero por mi parte no tengo motivos para buscar más enemistad entre nuestros reinos.

La reina no mencionó las grandes oleadas de historia hostil entre humanos y demonios que habían precedido a su época. Lo cierto es que la compra de Nilda no habría sido vista con tan buenos ojos durante las grandes guerras de hace unos siglos. Pero esas batallas se habían librado bajo el estandarte del reinado anterior, durante una época con la que la actual reina tenía poca relación.

Nilda suspiró aliviada—la habían dejado en paz sin reprenderla. No podía esperar un resultado mejor.

—¿Puedo verla? —preguntó la Reina Demonio.

—Por supuesto —Nilda desenfundó la espada y se la entregó a la reina, que la sacó de su funda.

La hoja era larga y delgada. Brillaba con la luz de los candelabros del pasillo.

—¿Dices que corta bien? Entonces, ¿la has ensangrentado?

—Sí. Ha abatido a una gran cantidad de enemigos —respondió Nilda—. Tenía la necesidad de probar su rendimiento en batalla.

—Ya veo —murmuró la Reina Demonio antes de volver a mirar la hoja.

Una espada acumulaba marcas y abolladuras en proporción a su número de muertes, y cada reparación dejaba sus propias marcas. Sin embargo, esta hoja estaba impecable.

—Parece que esta espada no ha necesitado ser reparada.

—Tiene razón, mi reina. Me ocupo del mantenimiento rutinario, como limpiar la superficie para evitar el óxido, pero la hoja aún no se ha astillado ni doblado —respondió Nilda.

Los ojos de la Reina Demonio se entrecerraron en consideración.

—¿Es así…?

Una espada con poca necesidad de mantenimiento… Eso era perfecto para el estilo de vida de la reina, tan ajetreado como era. Consideró la posibilidad de adquirir una espada—un estoque, tal vez—para sí misma.

—¿Y tú herrero humano también sirve a los demonios?

—Sí —dijo Nilda—. Según el herrero, no discrimina. Sin embargo, hay una única condición que impone.

—Dilo.

—El solicitante debe ir solo a su forja del bosque para alegar su petición.

—¿Eso es todo? —la Reina Demonio se sintió desconcertada por el simple requerimiento. Había imaginado que el herrero querría oro y joyas, o tal vez la pertenencia más preciada del cliente, tal y como hacía la gente en los cuentos.

La reina se sorprendió doblemente con las siguientes palabras de Nilda.

—Debo admitir que el viaje fue escalofriante.

—¿Escalofriante? —repitió incrédula la Reina Demonio—. ¿Para ti?

Y no era de extrañar que la reina se mostrara escéptica, pues el deber de Nilda era patrullar la frontera entre el Reino Demoníaco y el mundo exterior. El gran bosque adyacente a la frontera era el hogar de feroces bestias que suponían una amenaza para los demonios, incluso para aquellos que eran veteranos en la batalla. Con las habilidades y la experiencia de Nilda, debería estar más que acostumbrada al terreno del bosque. Sin embargo, ¿el viaje hasta esta herrería había sido duro? Inimaginable.

Pero entonces, un pensamiento golpeó a la Reina Demonio.

—Quizás… ¿es ese el bosque al que te refieres…?

—Exactamente —dijo Nilda, confirmando la corazonada de la reina—. La forja está en el Bosque Oscuro.

Ante eso, la Reina Demonio suspiró profundamente.

El Bosque Oscuro era el más grande del mundo y era un lugar que era mejor evitar para los viajeros desprevenidos. Los hombres bestias reclamaban sus alrededores como su territorio, y en sus profundidades merodeaban peligrosas criaturas.

Según Nilda, ese era el lugar que su herrero había elegido para vivir. Era difícil de creer, pero Nilda había visitado la herrería en persona. Si ella lo decía, debía ser cierto.

—Por supuesto, hay un beneficio para nosotros—la magia es espesa dentro de los límites del bosque. Pero, los lobos representan una gran amenaza. Tienen narices poderosas e ingenio agudo —explicó Nilda—. Por si los peligros del bosque no fueran suficientes, el propio taller está blindado con magia para repeler a los visitantes.

Los ojos de la reina se abrieron de par en par.

—Seguimos hablando de la forja del herrero, ¿no?

¿Cuándo había empezado la reina a mostrar sus emociones tan abiertamente? Nilda se detuvo a reflexionar. Después de un suspiro, respondió:

—Sí, de eso mismo.

¿Qué clase de herrero utilizaría la magia a propósito para ahuyentar a los visitantes? Los clientes equivalían a dinero, así que el sentido común dictaba que cuantos más clientes tuviera uno, mejor.

—Y otra cosa añadió Nilda.

—¿Hay más?

—El pago lo determina el solicitante.

La Reina Demonio se quedó sin palabras. Este herrero operaba fuera de los límites de su comprensión, y simplemente no tenía sentido tratar de entenderlo más.

—Qué tipo tan excéntrico —comentó la reina, riéndose.

Con unos ojos que reflexionaban sobre un pasado desconocido, Nilda se hizo eco:

—Sí, realmente lo era.

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