Hazure Skill Kage Ga Usui (NL)

—Hrmmm…

Milia se quedó mirando la espalda de Roland, que estaba de guardia.

—¡Hay más de ellas…! Más aventureras…

Cuando pensó en ello, había habido al menos tres (todas en edad de casarse) que habían solicitado la asistencia de Roland ayer.

Esta mañana no fue diferente. Otra joven ya había llegado y le estaba esperando.

Milia había aguzado el oído para escuchar a estas mujeres hablar con Roland unas cuantas veces. Parecía que venían simplemente a conversar en lugar de conseguir una misión. Le hablaban de esto y de lo otro, luego, cuando la conversación se centraba en el trabajo en sí, se excusaban y se marchaban sin aceptarlo.

Cada vez que otro empleado intentaba ayudar a una de esas chicas mientras esperaban a Roland, siempre dejaban claro que les parecía bien esperar. Entonces se sentaban en un banco cercano hasta que él quedaba libre.

Milia incluso había observado cómo un a tímid a mag a le pasaba una carta a Roland en silencio.

—Esto es una crisis…

Algo muy reprimido se estaba acumulando en su interior.

Una vez terminado su trabajo, Milia invitó a Iris a una calle del mercado lúgubremente iluminada, donde cada una compró una botella de alcohol.

Luego se dirigieron a una casa en las afueras de la ciudad.

—¿Buenas noches?— Rila, con aspecto dudoso, se acercó a saludarles. —Oh, son sólo la niñ a y Iris. Pueden entrar.

—Perdone la intromisión— dijo Iris.

Rila llevó a l a s dos invitados a la sala de estar y colocaron la bebida sobre la mesa.

—Milia, ¿qué pasa hoy? ¿Por qué me has traído hasta aquí?— preguntó Iris, aún sin tener claro qué estaba pasando.

—¡¿Cómo puede no saberlo, Directora de Sucursal?! ¡Esto es una situación grave! Es una emergencia!

—Qué joven tan agitada— comentó Rila, aparentemente irritada, mientras se sentaba en el sofá frente a ell a s. Había preparado tazas, así que el trío empezó a beber.

—Quizá no lo sepas, pero el señor Roland ha empezado a hacerse popular últimamente— reveló Milia.

Los ojos de Iris y Rila se abrieron de par en par y luego estallaron en carcajadas, incapaces de contenerlas.

—¡Bwah-ha… pfft-ha-ha-ha-ha! De todas las cosas que podrías haber dicho!— dijo Rila entre carcajadas.

—Esto no es un asunto de risa. ¿No le preocupa, señorita Prima Donna? Toneladas de mujeres están visitando al Señor Roland.

Rila cruzó las piernas y se pasó los dedos por su largo y sedoso pelo rojo. La forma seductora en que lo hizo cautivó ligeramente a Milia.

—No en particular. No soy de l a s que se preocupan de esa manera. Y hay poc a s que puedan compararse con mi aspecto.

—¿Qué…? ¿Cómo puedes ser tan engreíd a …?— Milia se sintió frustrada, pero tuvo que reconocer que era cierto. Ahora que Rila lo había afirmado, realmente parecía impregnada de confianza desde la punta de los pies hasta la punta del pelo.

—La Directora de Sucursal, está tan segura de sí misma, que no está dispuesta a cooperar en absoluto

—Mira… no es que haya nada que hacer, ahora, ¿no?— Preguntó Iris.

—Supongo que no…— murmuró Milia.

Iris parecía exasperada mientras se llevaba el vaso a la boca.

—¿Se supone que esto es la madurez? Estoy sobre ti, ¿vale? Sé que le has cogido cariño al señor Roland, Directora de Sucursal— dijo Milia.

Iris tosió ligeramente antes de responder. —…No lo voy a negar en este momento. Pero piénsalo. Es increíblemente competente en su trabajo, simpático, guapo, y además tiene un lado misterioso…

Milia golpeó con entusiasmo su propia rodilla. —¡Si! ¡Así es! ¿Lo entiende entonces, Directora de Sucursal?

—No es de extrañar que haya toneladas de chicas como tú que se hayan dado cuenta de eso, ahora, ¿no?— planteó Iris.

—Uf… supongo que sí— Milia miró el vino en su vaso, refunfuñando.