Monogatari (NL)

Volumen 12

Capitulo Romance: Final Hitagi

Parte 18

No acabé subiendo a un tren en la estación donde me dejó el taxi, ni volví a mi hotel. Hice un giro inmediato y volví a la ciudad.

No estaba vigilando, había dejado completamente de preocuparme por eso. Mientras no me molestaran directamente, eran inofensivos, así que opté por olvidarme del tema. No hay daño, no hay falta, ese es el tipo de persona que soy.

Había otra cosa que me preocupaba más—el hecho de que Sengoku Nadeko estuviera tan rota.

En última instancia, estaba en su derecho, tanto si era una loca estúpida como una loca inteligente, pero había algo en ella que era incongruente y se sentía desequilibrada.

Tal vez el haberme quedado atrapado haciendo cuna de gato con una serpiente me había sacudido más de lo que esperaba, pero tendrías que haber visto la sonrisa en la cara de Sengoku Nadeko cuando manipuló inocentemente esa serpiente en forma de escoba, tal como le había enseñado; por suerte, no me había sacudido tanto como para olvidar cómo hacer las formas que había memorizado. En cualquier caso, si era mentalmente inestable, tenía que estabilizarla.

Para ello, he vuelto a visitar la residencia Sengoku.

Sin embargo, esta vez no tenía intención de llamar a sus padres por el intercomunicador y entrar por la puerta principal; no había nada más que necesitara oír de ellos, así que no tenía interés en volver a hablar con ellos.

Ciudadanos buenos y respetuosos con la ley.

Bueno, tal vez no iba a salirme con la mía sin hablarles literalmente ni una palabra más…

Llamé a los Sengoku con mi teléfono móvil desde la puerta de su casa, que no estaba tan lejos de la de Araragi, por cierto, así que estuve siempre alerta.

No podía dejar que mi vigilancia decayera por completo en lo que respecta a ser seguido, pero en ese barrio, un encuentro casual con Araragi o su hermanita Karen era mucho más preocupante.

Fue su padre quien contestó al teléfono: Habla Sengoku.

Desaté mi cacareado don de la palabra sobre él. Había encontrado una pista sobre su hija desaparecida. Algo nuevo había salido a la luz cuando lo comparé con el libro que me había llevado a casa del dormitorio que habían tenido la amabilidad de dejarme examinar. No era el tipo de cosas que podíamos discutir por teléfono, y quería escuchar sus opiniones sobre el asunto, así que podrían él y su esposa venir a reunirse conmigo. Así fue como jugué—de forma tortuosa, es decir, reservada, pero cuidadosamente calibrada para que fuera imposible de rechazar.

Siendo la hora que era… alrededor de las nueve de la noche… el padre de Sengoku Nadeko no estaba entusiasmado, pero finalmente accedió a mi petición. Después de todo, estaba honestamente preocupado por su hija desaparecida.

Después de colgar, miré y esperé, y por fin un vehículo con el Sr. y la Sra. Sengoku salió del garaje y se alejó en la noche.

Asegurándome de que se habían ido, entré en el recinto. Con precaución. Sí, estaba entrando a la fuerza, pero es un poco tarde para hablar de eso ahora.

Ignoré la puerta principal y di la vuelta a la parte trasera. Dudaba mucho de que la puerta principal estuviera abierta y, aunque lo estuviera, no iba a entrar por ahí.

Lo que me interesaba eran las ventanas del segundo piso.

Localicé la ventana de la habitación de Sengoku Nadeko, más o menos enseguida.

Retrocedí unos pasos, lo suficiente para darme un respiro, y luego me puse en marcha. El segundo piso de una casa normal no es tan alto como para necesitar una escalera o una cuerda.

Corrí por la pared vertical con mis zapatos de cuero y me agarré al marco, luego utilicé un poco de destreza en la escalada para hacer el resto del camino.

Abriendo la ventana, me metí dentro.

La había desbloqueado el día anterior con el pretexto de abrir y cerrar  las  cortinas,  y  afortunadamente  hizo  el  truco;  digo afortunadamente, pero no fue una cuestión de azar, sino un crimen premeditado.

Dicho esto, no había estado necesariamente seguro de tener que volver a su habitación; desbloquear la ventana era simplemente una medida de precaución que había tomado—naturalmente, había varias más, pero algo me había molestado lo suficiente como para pensar que merecía la pena volver a visitar la residencia.

El armario.

El armario que los padres de Sengoku no habían abierto en absoluto porque les habían dicho que no lo hicieran, yo había venido a abrirlo.

Por eso había fijado una cita con sus padres y los había sacado de la casa. Un truco que sólo podía utilizar una vez, pues dañaría irremediablemente la impresión que el Sr. y la Sra. Sengoku tenían de mí… pero que así fuera. Lo hecho, hecho está.

Si te preocupas por todo, nunca lograrás nada.

Ahora que tenía la oportunidad, dejé el armario para el final, y en la penumbra, o más bien en la oscuridad absoluta, hice la búsqueda exhaustiva que me habían impedido los ojos vigilantes de sus padres. Pero, desgraciadamente, este trabajo previo no aportó nada.

Ni siquiera rebuscando en su cajón de la ropa interior encontré nada interesante; esperaba un diario secreto.

Pensando que podrían ser prometedores, hojeé las páginas de los cuadernos que estaban encima de su escritorio. Los garabatos que hacía durante la clase podrían darme una idea de su personalidad. Al parecer, no le gustaba tomar notas durante la clase (¿cuándo iba a hacerlo?), y las páginas estaban casi totalmente en blanco.

No le gusta estudiar. Sengoku Nadeko.

Yo mismo no había sido un gran estudiante, pero esta chica era un poco extremista; supongo que eso era una muestra de su personalidad, revelada por esos cuadernos en blanco.

Ahora bien—es el momento del evento principal.

Había fijado la reunión un poco tarde, y además había dicho algo así como: “Debo disculparme por adelantado, puede que llegue un poco tarde”, así que probablemente tenía una hora más para continuar mi búsqueda, pero todavía estaba en casa de otra persona.

Un hábitat desconocido.

Definitivamente, no hay necesidad de abusar de mi bienvenida. Alcancé la puerta del armario—ofreció una ligera resistencia.

Parecía estar cerrada con llave. Ahora todo tenía sentido, sus padres no podían abrir el armario porque estaba cerrado… no, eso no explicaba nada.

Si bien había una cerradura, era simplemente del tipo en el que se puede insertar una moneda de diez yenes y girar la manilla. Una cerradura que no merece ese nombre. Sólo una modesta afirmación de que “éste es un espacio privado, así que nada de mirar”. Nada más que un recordatorio para los olvidadizos.

Dicen que las cerraduras sólo nos protegen de los justos, y ésta, de entre todas las cerraduras, apelaba sin duda a la mejor naturaleza de las personas. Naturalmente, rechacé la apelación, al no tener nada parecido a una mejor naturaleza. Caso desestimado, se levanta la sesión.

Busqué en mi bolsillo algunas monedas.

Tenía el cambio de cuando había comprado el bollo de chocolate de Ononoki, y sacando una moneda de diez yenes, abrí la cerradura de la puerta del armario.

Dentro estaba el cadáver en descomposición de un hombre de mediana edad que había sido cortado en pedazos con una motosierra. En realidad no—a primera vista un panorama de nada se abrió ante mí.

Tenía ropa, colgada en perchas. Pero eso no fue todo.

O más bien, la ropa era sólo un camuflaje, y detrás de ella. “Qué demonios…”