Wortenia Senki (NL)

Volumen 18

Capítulo 3: Lazos De Sangre

Parte 2

Pero eso podría crear una oportunidad para una rebelión.

Eso no ocurriría si la casa real tuviera poder para mantener a raya a esos gobernadores, pero a lo largo de los quinientos años de historia de Rhoadseria, la autoridad de la casa real había ido menguando gradualmente.

En ese sentido, la reina Lupis hizo bien en ordenar a Helena que organizara rápidamente las nuevas unidades. El problema era la intención detrás de su orden.

La Reina Lupis está probando la lealtad de Lady Helena. Lady Helena era cercana al Barón Mikoshiba, así que puedo entender los recelos de Su Majestad, pero aún así. Está maltratando a Lady Helena.

Chris sólo pudo negar con la cabeza ante esta absurda prueba, pero eso no significaba que él o Lady Helena pudieran ignorar sin más las instrucciones de la reina. Formar nuevas órdenes de caballeros era una tarea importante, que determinaría el futuro de Rhoadseria; de eso no cabía duda.

Sin embargo, la casa real es débil. Ningún gobernador va a obedecer a una reina que perdió toda su autoridad.

Los débiles tenían la culpa de sus debilidades, por muy fuertes que hubieran sido alguna vez. Los nobles gobernantes sólo servían a Rhoadseria y obedecían a su gobernante porque podían beneficiarse de ello. ¿Pero qué clase de beneficio buscaban?

Seguridad y estabilidad. Ningún noble serviría a un rey que no pueda garantizar eso.

Había excepciones a toda regla, por supuesto. Algunos nobles habían renunciado a sus vidas y a las de sus plebeyos por el reino en pos de la gloria y el honor familiar, pero eran pocos y distantes entre sí. Como caballero, Chris respetaba a aquellos capaces de tal lealtad.

Pero siendo realistas…

Chris pensó en su propio abuelo, que yacía en cama y esperaba que la muerte le reclamara. Ver morir a un hombre tan leal, abandonado por su país, le hacía difícil hablar de lealtad.

El general Albrecht fue quien nos impidió conseguir medicinas para su enfermedad de Carrión. Por su culpa, el abuelo agoniza, cuando todo esto podría haberse evitado.

Su condición no había necesitado progresar al nivel que lo había hecho. Aunque letal, la enfermedad de Carrion era tratable. No obstante, cada vez que la familia de Chris había intentado comprar los nostrums para tratar la enfermedad de su abuelo, el antiguo general Albrecht había interferido en sus esfuerzos, impidiéndoles adquirirlos. Como consecuencia, la enfermedad de Frank Morgan había avanzado hasta su estado terminal y había quedado postrado en cama. El diagnóstico del médico era que le quedaban uno o dos meses de vida.

Probablemente no vivirá para ver el fin de la subyugación del norte.

Aunque Chris estaba tan unido a su abuelo como a sus propios padres, probablemente no estaría allí para ver su fallecimiento. Esto lo llenaba de pesar, culpa y vergüenza, pero como mano derecha de Helena, tenía el deber de apoyarla mientras comandaba el ejército de Rhoadseria. Por muy unido que estuviera a su abuelo, no podría asistir a sus últimos momentos, dada la situación.

Su abuelo estaba tomando analgésicos intensos a base de narcóticos que le permitían mantener la cordura, pero cuando se le pasara el efecto, la carne putrefacta que le corroía el cuerpo le causaría un dolor agonizante. Ver a su abuelo convulsionando y echando espuma por la boca por culpa de aquello destrozaría el corazón de Chris.

Sin embargo, Chris no podía echarle toda la culpa al general Albrecht.

El abuelo era leal a Lady Helena, como debía ser.

Chris no lo negaría, pero al fin y al cabo, esto era lo que había llevado a Frank Morgan a su destino actual. Las muchas desgracias por las que Chris había pasado también podían atribuirse a la terquedad de Frank.

Quizá el hecho de que piense que debería haber sido más inteligente en su forma de actuar es una prueba de que no soy lo suficientemente leal.

El corazón de Chris temblaba de irritación. ¿Se debía esto a la diferencia de edad entre él y su abuelo, o eran sus personalidades tan diferentes? En cualquier caso, Chris se debatía entre su propio interés y su lealtad a Helena, pero sólo porque Helena también vacilaba.

Tras regresar a su despacho, Chris se hundió en su silla y miró al techo, preguntándose qué camino debía tomar en la guerra que se avecinaba.

Al noreste de la capital de Rhoadseria, en una bahía a medio camino de la península de Wortenia, había una ciudad enclavada en lo más profundo de la tierra de nadie sin desarrollar. El hombre que la construyó la llamó Sirius. El nombre procedía del griego y significaba “la más brillante” o “la que arde con más fuerza”, y era el nombre que se daba a la estrella que más brillaba en el cielo invernal. Ryoma Mikoshiba había bautizado su ciudad con este nombre, llenándola de toda su determinación.

La misma noche en que Chris empezó a darse cuenta de sus dudas, dos hombres estaban sentados juntos, disfrutando de una copa en la finca del barón Mikoshiba, construida en el corazón de Sirius. Uno de ellos era el barón Mikoshiba, que había regresado justo el día anterior de su encuentro con el Reino de Myest. El otro era un anciano con el pelo blanco recogido en una coleta: Koichiro.

Ambos estaban sentados junto a la ventana. La luz de la luna las iluminaba mientras vertían licor en las tazas de la mesa que había entre ellas. Junto a la pared estaban las gemelas, Sara y Laura Malfist, vestidas con uniformes de criadas. Probablemente estaban allí como asistentes y guardaespaldas.

Ryoma confiaba plenamente en Koichiro, pero, dada su posición, aún debía tener cierto cuidado, incluso en presencia de un pariente. En cierto sentido, el hecho de que estuviera hablando con alguien que ni siquiera debería estar aquí era una razón más para ser precavido.

Sus vasos contenían hielo, producido por taumaturgia verbal, y un líquido de color ámbar. De vez en cuando, el hielo derretido se rompía, produciendo un chasquido satisfactorio.

El anciano miró su vaso y se lo acercó lentamente a la nariz. “Esto está bueno”. Palabras de sincero elogio se filtraron de sus labios. “Incluso cuando está frío, puedo oler lo refinado que es. Es licor fino, hecho por las manos de un maestro”.

“Gracias. Me alegro de que te guste”, respondió Ryoma. “Valió la pena pedirle a Simone que lo encargara al continente central”.

Por lo que Ryoma sabía, el método de producción de vino en este mundo no difería del de su mundo natal. Después de destilar el vino elaborado con uvas, se almacenaba en barriles de madera para que madurara. Sin embargo, quizás debido al clima en el que se destilaba el vino blanco, la base de este licor, el aroma de la bebida era excepcional y distintivamente fuerte.

Esto cuesta tres veces el salario anual de un plebeyo. Si no le gustara, sería como si me hubieran estafado, pensó Ryoma, dirigiendo una mirada de reproche a la botella que reposaba sobre la mesa.

La gente tenía sus preferencias en cuanto al alcohol, pero Ryoma dudaba que alguien dijera que este licor sabía mal. También se lo había servido a los nobles durante su cena en Pireas. Para presumir del poderío financiero de la baronía Mikoshiba, había comprado todo tipo de licores, desde vino tinto hasta vino blanco, y todos ellos eran de lo mejor que el dinero podía comprar. La comida, el alcohol, la orquesta… Todos esos gastos costaban más de lo que cualquier barón o vizconde de Rhoadseria podía permitirse razonablemente. Ni siquiera un conde poderoso podía gastar tanto frívolamente. Ryoma no había reparado en gastos para reunir todo tipo de manjares.

No es que pudiera disfrutar de nada de eso entonces.

El objetivo de la velada era estrictamente presumir de las bondades financieras de la baronía Mikoshiba y presionar a cualquier noble que considerase oponerse a él. No había tenido tiempo ni ocio para saborear la buena cocina y beber vino. Bebió algunos sorbos durante la fiesta, pero eso fue todo lo que disfrutó.

Es la primera vez que pruebo este brandy, pero no está mal. Aunque no estoy seguro de que merezca la pena su precio. En todo caso, no me desviaría de mi camino para comprarlo, pensó Ryoma mientras volvía a dar un sorbo a su bebida.

El rico aroma le hizo cosquillas en las fosas nasales mientras el intenso sabor del alcohol le quemaba la garganta. El hielo debería haber atenuado algo el calor, pero era una bebida fuerte. No estaba mal ni mucho menos, y si a Ryoma le preguntaran por el sabor, respondería que estaba bueno. Pero, ¿era tan bueno para valer tres veces el salario anual de un plebeyo? Ryoma se inclinaba por decir que no. Como los precios de mercado eran distintos en este mundo, resultaba difícil convertir el valor de los productos a la moneda de su mundo natal, pero según sus cálculos, el precio de este brandy equivalía a diez millones de yenes.

Es excesivo para una botella de brandy, pero supongo que este tipo de productos premium en las subastas pueden superar los cien millones de yenes. En esos casos, el precio se infla no por el alcohol, sino porque las botellas están decoradas con diamantes. Si considero que el coste del transporte de esta botella desde el continente central es más o menos el mismo que el de una botella premium, supongo que se equilibra.

El viaje del continente central al occidental era largo. El tiempo y el viento influían en el número de días, pero un viaje de ida solía durar varios meses. Un viaje de ida y vuelta podía durar años, dependiendo de diferentes factores.

Además, las aguas estaban llenas de monstruos marinos en busca de presas, lo que hacía el viaje aún más peligroso que por tierra.

No había ningún lugar al que huir en el vasto mar. Por ello, navegar entre continentes era tanto una oportunidad de enriquecerse rápidamente como un viaje peligroso que se balanceaba en el filo de la navaja entre la vida y la muerte.

Supongo que si tengo en cuenta las muchas penurias que ha tenido que pasar para que esta botella llegue hasta mí, no debería quejarme, pensó Ryoma mientras giraba el vaso entre sus manos y observaba cómo el líquido se arremolinaba en su interior. Los cubitos de hielo que aún conservaban su forma emitieron un chasquido satisfactorio.

Y se supone que debo beber esto sin hielo, supongo.

El hielo derretido le bajó un poco el ánimo, pero suavizó un poco el sabor y el aroma.

No es que sea un entendido o una especie de juez catador de licores. Simplemente lo bebo como me parece.

Poner hielo en un licor de esta calidad era un insulto al cervecero. Además, añadir líquidos innecesarios a la bebida dificulta su justa valoración. Pero a la hora de disfrutar de la bebida, ¿existe una forma objetivamente correcta de hacerlo? Por ejemplo, si alguien escribiera una guía sobre cómo beber licor, Ryoma creía que sugeriría distintas formas de consumirlo, como diluirlo en agua fría, agua caliente o agua carbonatada. Los cócteles y los “highballs” de coca-cola también eran otras formas de disfrutar de una bebida.

Todo era cuestión de gustos, y a Ryoma y Koichiro les gustaba su bebida servida en agua con hielo.

Diablos, puedes poner hielo en tu cerveza si eso es lo que te gusta.

En general, los japoneses no lo respetaban, y el propio Ryoma no era partidario de enfriar su cerveza con hielo, pero algunos países del mundo sí lo hacían. En el sudeste asiático, en Tailandia y Vietnam, era costumbre poner hielo en la cerveza. Ryoma lo había leído por casualidad en Internet cuando aún estaba en Japón, pero incluso años después recordaba el choque cultural que le había producido.

Las diferentes formas de disfrutar de una bebida sólo se convirtieron en un problema cuando se impusieron estas cuestiones de gusto a otras personas.

Y equivocarse en esa distinción puede provocar un derramamiento de sangre.

No era más que una cuestión trivial, pero para lo insignificante que era, a veces podía acabar costando vidas, sobre todo con gente como Koichiro Mikoshiba.

Ponerse en su contra puede ser más problemático de lo que vale.

Al haber vivido con Koichiro durante más de una década y media, Ryoma lo sabía muy bien. Koichiro era su pariente más cercano, y Ryoma había vivido con él más tiempo, así que Ryoma estaba seguro de que entendía a su abuelo. Era de su misma sangre.

Pero supongo que había cosas sobre él que ni siquiera yo sabía.

Ryoma miró a Koichiro, que se llevaba el vaso a los labios. Normalmente, Ryoma ya le habría interrogado. Después de todo, no debería estar en este mundo. Koichiro le había contado bastante la noche anterior a la Batalla de las Llanuras de Cannat, y había dejado escapar algunos detalles más en conversaciones posteriores, pero aún no había dejado de fingir y le había contado a Ryoma toda la historia. Esta noche era una de las pocas oportunidades que tenía Ryoma de hacerle preguntas personales antes de que la guerra con la reina Lupis empezara en serio.

Quizá sintiendo la curiosidad de Ryoma, Koichiro levantó la mirada de su vaso y susurró: “¿Y bien? ¿Qué quieres preguntar?”.

“De acuerdo, entonces…” Ryoma ladeó la cabeza pensativo durante un momento, y luego suspiró profundamente. Había demasiadas preguntas que quería responder. ¿Por qué Koichiro, un residente de Rearth, había venido a este lado? Es más, parecía como si Koichiro hubiera pasado años en este mundo desde que fue invocado.

Lo entendería si no supiera que estoy aquí…

Sin embargo, ese no era el caso. Cuando Koichiro se presentó ante Ryoma tras la huida de éste de Pireas, le había dicho que había sido informado de su situación con mucha antelación.