Eris No Seihai (NL)

Volumen 3

Capitulo 4: Los Que Luchan Contra El Destino

Parte 2

 

 

Su inesperada declaración dejó a Connie parpadeando confundida.

“Cuando la Guerra de los Diez Años acababa de empezar, Percival Grail Primero se encontró con muchas crisis desesperadas. Pero nunca se rindió. ¿Por qué? Porque conocía el secreto para ganar.”

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El Undécimo Vizconde Grail miró a Connie a los ojos y sonrió con picardía.

“Serás sincero.”

¿Qué podría querer decir?

“Me alivia haberte encontrado de tan buen humor.” Dijo perplejo, antes de dirigirse a su casa.

Cuando Connie volvió a su celda, la sintió más grande que antes. Aunque era verano, había poca luz y estaba fresca. Apretó los dientes y se tumbó boca abajo en la cama. Los tablones del suelo crujieron con fuerza en respuesta.


“… Scarlett.” Gimió en voz baja, pero nadie respondió. El interior de la nariz le cosquilleó y se apresuró a apretar la cara contra la sábana rasposa. Si no lo hubiera hecho, un líquido muy embarazoso se habría derramado por todas sus mejillas.

¿A dónde diantres se ha ido Scarlett?

***

 

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Esa noche, Cecilia salió del castillo y se dirigió a la plaza de San Marcos. Había decidido echar un vistazo a los rehenes. La petición de Shoshanna la tenía preocupada por algo. No hace falta decir que no era el estado de los pobres cautivos.

Por lo que había oído, Lucía O’Brian había vivido hasta hacía pocos años en un mundo plagado de violencia y drogas. Apenas había tenido a nadie en quien confiar, así que debía ser muy inteligente a pesar de su juventud.

Una muchacha noble ordinaria se vería reducida a un lío tembloroso mientras esperaba que alguien la rescatara, pero sin duda Lucía era diferente. Si la corazonada de Cecilia era correcta, la chica probablemente estaba buscando una oportunidad para escapar en este mismo momento.

Avanzó por el frío pasillo subterráneo, utilizando la escasa iluminación para guiarse. En realidad, era bastante hábil para ver en la oscuridad.

Un nuevo guardia estaba de pie frente a la reja de hierro. El hombre era joven. Cecilia se echó lentamente la capucha hacia atrás para mostrar su rostro y dijo la contraseña.

“Aléjate un poco.” Le indicó ella.

El hombre asintió con la cabeza, claramente turbado por la inesperada aparición de la princesa heredera, y luego se alejó a toda prisa en la oscuridad.

Cecilia se asomó a la celda. Ulysses roncaba, envuelto en una manta. Su expresión era inocente y dulce. Una niña rubia estaba acurrucada junto a él como una gata madre que protege a su gatito.

“… ¿Tienes algún negocio con nosotros?” Preguntó la chica.

Así que había estado despierta. O tal vez el ruido la había despertado.

La caverna estaba en penumbra, iluminada sólo por la luz de las antorchas, y Cecilia se había vestido de forma desaliñada para escabullirse del castillo. La chica nunca adivinaría que era la princesa de la corona.

“He venido a darte un consejo.” “¿Consejo?”

“Sí. Un consejo para una chica noble y valiente. Si no quieres morir, quédate quieta.” Dijo en voz baja y amenazante. Los ojos de la chica se abrieron de par en par. Luego sonrió como si encontrara algo divertido.

“Creo que eres muy amable.”

“¿Amable?” Cecilia frunció el ceño ante la inesperada palabra.

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“Sí. Shoshanna y ustedes dos.”

Tuvo que estar de acuerdo en que la hermana de Salvador era una pusilánime. Pero ella era diferente. No dudaría en manchar sus manos de sangre al servicio de su objetivo.

“Si alguien me lo ordenara, te mataría.”

A diferencia del cobarde de Salvador, ella no tenía nada en contra de matar a un niño o a cualquier otra persona. La chica volvió a sonreír.

“Sí. Y por eso has venido, ¿no? Para no recibir una orden así.”

La cara de Cecilia se quedó en blanco. La voz de la chica resonó en la caverna como un disparo.

“Para que no me maten.”

Mylene y Kate estaban sentadas en la terraza de un café de la calle Anastasia mientras la luz del sol caía sobre ellas desde el cielo.

“¡Simplemente no puedo creerlo!” Gimió Mylene. Dejó su vaso de agua de frutas sobre la mesa con un thud. Lo que era un periódico estaba arrugado en su regazo.

El artículo era totalmente inverosímil. Afirmaba que precisamente Constance Grail estaba involucrada en el secuestro del príncipe de Faris.


¿Su amiga, Constance Grail? ¿La mismísima Srta. Bondad Desinteresa?

Para colmo, parecía que Constance ya había ingresado en prisión. Suponiendo que no hubiera algún error en el artículo, Mylene estaba segura de que le habían tendido una trampa. Después de todo, ella era uno de los sinceros Grail. Cualquier periodista de tercera categoría que lo hubiera escrito debería haberlo dicho. Y además…

“¡¿Qué quieren decir con ejecución…?!”

Inconscientemente se llevó la mano a la frente al oír la horrible palabra. Según el artículo, Constance moriría en diez días. Todo estaba sucediendo demasiado rápido. Parecía que estaban siguiendo un guion trillado de un autor anónimo.

La ira la invadió y chasqueó la lengua.

Kate permaneció en silencio, mirando con la cara blanca la taza de té humeante que tenía delante. Parecía estar rumiando algo, pero al cabo de unos instantes, levantó la vista de repente.

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“Después de la ejecución de Scarlett Castiel, las ejecuciones públicas fueron abolidas, ¿no? ¿Sabes por qué?”

“¿Por qué? Veamos, creo que un grupo de ciudadanos inició una campaña.”

“¿Un grupo de ciudadanos?” “La Asociación Violeta.”

Kate frunció las cejas, pensativa.

“Mylene, ¿sabes dónde está su sede?”

“No   sé   la   ubicación  exacta,   pero   normalmente  si   vas  al ayuntamiento…”

Antes de que pudiera terminar, Kate se levantó de un salto. En lugar de su habitual sonrisa cálida, parecía dispuesta a matar.

“Um, ¿Kate…?” “¡Gracias, Mylene!”

“D-De nada… creo… Pero, ¿a dónde vas…?” “¡A rescatar a Connie, por supuesto!”

“… ¿Eh?”

“Sentarse aquí quejándose no impedirá que la ejecuten. Tengo que hacer algo al respecto. Esto no es una broma. No servirá simplemente sentarse aquí y llorar por ello.”

Mientras Mylene la miraba fijamente, con los ojos muy abiertos, Kate anunció que tenía que irse y salió del café con decisión. Era como un soldado de camino a un duelo.

Mylene vio con asombro cómo su amiga salía del café. Al momento siguiente, volvió a la realidad.

Su duda duró sólo un segundo.

“… ¡Entonces, de acuerdo!” Dijo con un movimiento de cabeza, animándose a beber el resto de su agua de frutas. Kate debía de dirigirse a la Asociación Violeta para pedir que volvieran a solicitar el fin de las ejecuciones, tal y como habían hecho hace diez años. En cuanto a Mylene…

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“¡Voy a demostrar que la pluma es más poderosa que la espada!”

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***

 

 

Siempre le habían llamado espeluznante cuando era niño.

Tal vez la razón por la que su familia lo había entregado a la iglesia antes de su sexto cumpleaños no era sólo porque era el inútil quinto hijo de un noble inferior. Tal vez fue porque querían deshacerse del extraño niño poseído por los demonios tan pronto como pudieran.

“… ¿Demonios? ¿Has dicho demonios?”

Cuando se lo mencionó de pasada a una de las monjas mayores, ésta se mostró tan indignada como si fuera ella la menospreciada.

“¡Cómo se atreven a llamarte demonio! Tu poder es un regalo de las diosas. Tienes una luz que salvará a mucha gente.”

Era una mujer severa, pero amable. Le gustaba cuando le daba palmaditas en la cabeza con su palma seca y arrugada. Pero había muerto poco después, por complicaciones de una neumonía.

Cuando la mano que le había tendido para ayudarle se retiró tan bruscamente, el niño se dio cuenta de algo.

No había dioses en este mundo.

Apoyado en el altar, Hamsworth se sacó el cigarro de la boca y echó una bocanada de humo. Por supuesto, no estaba permitido fumar en la iglesia, pero eso no le preocupaba. Mientras nadie se diera cuenta, no sería un problema. Y este era un día de mala suerte, así que era poco probable que alguien viniera a rezar a la iglesia.

Cuando se dio cuenta de que no había dioses en este mundo, Hamsworth decidió vivir la vida a su antojo. Por mucho que su vida libre se alejara de la imagen de un sacerdote virtuoso, la iglesia nunca le expulsaría. En un giro irónico, parecía que las personas favorecidas por las diosas eran bastante valiosas para el establecimiento religioso.

Como norma, Dominic Hamsworth no creía en dioses. Pero sabía de algo muy cercano. Cercano, es decir, en la medida en que era el objeto de su propio culto privado.

Scarlett Castiel.

Hamsworth nunca había encontrado un alma tan feroz y hermosa como la suya, ni antes ni después.

Por eso, hace diez años, cuando se enteró de que la habían detenido, pidió verla como sacerdote, aunque ella no lo había llamado.

Para su sorpresa, a pesar de sus desesperadas circunstancias, la luz de los ojos de Scarlett ardía con más intensidad que nunca. Reprimiendo su excitación, le hizo una pregunta.

“Lo siento mucho, mi señora… ¿Hay alguna manera de que su humilde servidor pueda ayudar?”

Su respuesta fue frígida. “Sal de mi vista, monstruo.”

“Qué pena. Si cambias de opinión, no dudes en pedirme lo que necesites.”

“En efecto, lo haré, si cambio de opinión. Ahora, por favor, retírese de mi presencia.”

Y así fue, esas fueron las últimas palabras que Hamsworth intercambió con ella.

De repente, sopló una brisa. La cortina se alborotó. Hamsworth levantó la vista lentamente. Por supuesto, no había nadie.

“Puedes dejar el numerito.” Es decir, nadie vivo.

“Puedes verme, ¿verdad? Podías desde el principio; desde que nos conocimos en el Gran Merillian, has sido consciente de mi presencia. Si no lo fueras, nunca te habrías preocupado por disolver el compromiso de una chica insignificante que ni siquiera conocías.”

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Su voz, clara y dulce como una campana, afectó a su cuerpo como un veneno.

“¿Sabías que tengo una excelente memoria?” Preguntó.

Su piel era de porcelana, sus labios de fruta madura, su cuerpo la imagen misma del glamour y la seducción. Siempre había creído que si una diosa descendiera a la tierra, se parecería a Scarlett.

Eris No Seihai Volumen 3 Capitulo 4 Parte 2 Novela Ligera

 

 

“Me ha costado diez años, pero finalmente he cambiado de opinión.

Por favor, préstame tu fuerza.”

Sus ojos amatistas le atrajeron; su brillo no había disminuido lo más mínimo. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal y sonrió ante el éxtasis que le invadía.

***

 

 

Kendall Levine se puso en contacto con Theophilis en cuanto su delegación regresó a Faris desde Adelbide.

Hasta ahora, Kendall no se había involucrado en la lucha por la sucesión, manteniendo una postura neutral. Theophilis aceptó reunirse por curiosidad.

“Kendall, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te vi.

¿Cuál es el problema?”

Como líder de la delegación, Kendall había sido considerado responsable del secuestro de Ulysses y apartado de su puesto. Todavía debía estar en confinamiento disciplinario.

“Hay algo urgente que debo decirte.”

“¿Ahora te preocupas por mí? Sólo vas a perder más cabello.”

La tensión debía de estar afectando a Kendall, que ya era un hombre serio, porque parecía haber perdido bastante peso desde que Theophilis lo había visto por última vez. Trágicamente, su cabello también había retrocedido aún más.

“De todos modos, ¿qué es?”

“Antes de llegar a eso, ¿qué está haciendo el Príncipe Roderick en este momento?”

“Escondido en su cueva como siempre. Creo que esto es un récord para él.”

El cobarde segundo príncipe no se atrevía a renunciar a su derecho al trono, sino que prefería esperar a que pasara la tormenta. Theophilis se rió con desprecio, pero su visitante se limitó a entrecerrar los ojos y a mirar con recelo la habitación.

“Humildemente lamento informarle que el Príncipe Roderick está aliado con Daeg Gallus.”

“¿Daeg Gallus?”

Theophilis frunció el ceño. Si no recordaba mal, ése era el nombre de una enorme organización criminal con tentáculos que se extendían por todo el continente. Una teoría decía que ninguna guerra, conflicto o insurrección tenía lugar sin su participación secreta. Pero…

“No bromees conmigo. No puedo imaginar que un cobarde como él tenga las agallas para unirse a ese tipo de organización.”

“Su madre, la reina Anna, fue la que forjó la conexión original. Ella estaba muy preocupada por el futuro de Roderick. Lo más probable es que haya hecho algún tipo de acuerdo con ellos.”

Eso tenía sentido. Un plan así sonaba muy a esa mujer malvada.

Kendall continuó. “Los miembros de la organización tienen un tatuaje del sol en alguna parte de su cuerpo.”

“¿Un tatuaje?”

De repente, Roderick recordó a uno de sus ayudantes. El hombre que había liderado los esfuerzos para encarcelar a Alexandra y que había presionado para que fuera ejecutada en lugar de exiliada. ¿No tenía un tatuaje de un sol detrás de la oreja derecha?

“¿Te suena eso?” Kendall debió notar cómo su rostro palidecía. Lo miró fijamente, con ojos escrutadores.

Theophilis sacudió la cabeza, tratando de ocultar su agitación. “Es difícil creer lo que dices. Para empezar, si ocupara el trono, la resistencia de los conservadores sería inevitable.”

La madre de Roderick, Anna, era hija ilegítima de un conde. Su hermano recluso tenía sangre común en sus venas. Los rigoristas que aún insistían en la pureza de sangre nunca reconocerían a un rey con un linaje sospechoso.

Pero este argumento no sirvió para suavizar la expresión de Kendall.

“No fue Adelbide quien secuestró a Ulysses; fue Daeg Gallus. Puede que no sea un descendiente directo, pero tiene la sangre de Cornelia Faris. El Príncipe Ulysses serviría como un rey marioneta manipulado desde las sombras por el Príncipe Roderick. Creo que esa era la trama que imaginó Anna.”

“Ya veo. Ese parece ser su estilo.”

“Sí. Debes tener mucho cuidado. Con tus otros hermanos fuera del camino, he oído que está tramando ponerte en tu tumba.”

Theophilis resopló.

“Tendré todo el cuidado que pueda.” Dijo, mirando al hombre de cabello gris ralo y ojos marrones claros. “Por cierto, Kendall, ¿de dónde has sacado esa información?”

Kendall Levine mantuvo una posición neutral, sin alinearse con ninguna fuerza. Y había estado fuera del país hasta hace muy poco.

¿Cómo podría alguien en otro país poner sus manos en los secretos domésticos? Era una pregunta natural.

Theophilis era consciente de que Kendall estaba detrás de Ulysses. El hombre era un plebeyo que había ascendido en el escalafón, y carecía de partidarios al igual que el joven príncipe. ¿Y si Ulysses no había sido realmente secuestrado, sino que estaba refugiado en algún lugar? Si Kendall plantaba la semilla de la duda y ponía a Theophilis y a Roderick en contra del otro, el niño estaría seguro.

Los ojos de Kendall se abrieron de par en par por un momento ante el tono cortante de Theophilis. Luego sonrió con diversión.

“De Alexandra.” Dijo.

***

 

 

“¿Y?”

Hamsworth inclinó su carnoso cuello tan inquisitivamente como pudo.

“¿Qué quiere que haga su humilde servidor?”

La diosa de Hamsworth rompió en una impresionante sonrisa.

“Me gustaría que buscaras una rata.”

Y así, Dominic Hamsworth hizo una visita al palacio.

Cuando llegó con sus ropas ceremoniales y anunció que había venido a rezar al lecho de enfermo del Príncipe Heredero Enrique, la pesada puerta se abrió fácilmente. Pero en lugar de dirigirse al Palacio de Elbaite, donde el príncipe se recuperaba, se dirigió al Palacio de Moldavite, el corazón del reino.

“En realidad, se suponía que iba a recibir algo de caridad de Su Alteza el Príncipe Enrique muy pronto.”


“¿Caridad?”

Johan, el hermano menor de Enrique, no podía ocultar su sospecha. Johan no era el tipo de hombre con el que cualquiera podía reunirse, pero era el deber de un gobernante escuchar los sermones de un sacerdote.

“Sí. ¿No lo sabías? Para recibir la palabra de los dioses, necesitamos monedas de individuos devotos. No simplemente oraciones invisibles, ya ves.”

En otras palabras, Hamsworth afirmó haber venido a pedir una contribución. El joven príncipe, que gobernaba en lugar de su padre debido a la enfermedad de su hermano, frunció el ceño incómodo.

¿Qué es esto? Se preguntó Hamsworth en silencio. Había oído que Johan era el que había consentido la ejecución de Constance Grail, y Hamsworth había asumido por ello que debía ser un canalla intrigante.

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