Eris No Seihai (NL)

Volumen 2

Interludio 2: San Y Euralia

Dos mujeres caminaban juntas bajo el sol cegador.

Una de ellas era menuda y delgada, de piel blanca y translúcida y cabello plateado, una belleza de rostro sereno.

La otra era una mujer grande y bronceada con el cabello dorado y brillante atado hacia atrás de forma desordenada.

Llevaba ropa de hombre ligera y cómoda, con zapatos de cordones, y a la espalda llevaba un bulto en forma de palo, más o menos tan largo como ella, envuelto en una tela sucia.

De repente, la mujer rubia se detuvo y observó lentamente su entorno.

Se encontraban en la carretera principal de Alslain, la capital de Adelbide. A ambos lados, las elegantes joyerías y las dignas tiendas de vestidos antiguos se intercalaban con las casas de té de moda y los relucientes y limpios restaurantes.

Todos los que iban y venían por la calle pavimentada parecían felices, no se veía ni un mendigo ni un vagabundo.

La mujer más pequeña lanzó una mirada sospechosa hacia su compañera, que se detuvo de repente en medio de una calle muy transitada, y frunció el ceño.

“¿Pasa algo, San?”

El rostro afilado y voluntarioso de San formó una sonrisa irónica. “No, sólo estaba pensando en lo diferente que es este lugar de nuestro propio reino en decadencia. ¿Y todo esto en sólo unos cientos de años desde la independencia? Me quito el sombrero ante ellos. Puedo ver cómo sus vecinos tendrían envidia. ¿No es así, Eularia?”

La mujer de cabello plateado echó una mirada a la animada calle y asintió. “Sí. Imagino que también han sido bendecidos con tierras fértiles, gracias a la abundancia de agua y depósitos minerales de este reino.”

“¿Pasa algo, San?”

El rostro afilado y voluntarioso de San formó una sonrisa irónica. “No, sólo estaba pensando en lo diferente que es este lugar de nuestro propio reino en decadencia. ¿Y todo esto en sólo unos cientos de años desde la independencia? Me quito el sombrero ante ellos. Puedo ver cómo sus vecinos tendrían envidia. ¿No es así, Eularia?”

La mujer de cabello plateado echó una mirada a la animada calle y asintió. “Sí. Imagino que también han sido bendecidos con tierras fértiles, gracias a la abundancia de agua y depósitos minerales de este reino.”

“Viniendo de una tierra como la nuestra al borde de la muerte, no podríamos desear nada más. Nuestros brillantes antepasados la liaron de verdad.” Dijo San antes de bajar la voz, recelosa de ser escuchada. “¿Y qué tenía que decir la vieja cabra Kendall?”

También Eularia bajó la voz con conocimiento de causa.

“Dijo que la pequeña estrella que titila en el cielo fue robada por el pájaro migratorio que voló desde el oeste al amanecer. Desde Adelbide, Faris está en el oeste, y el pájaro del amanecer es Daeg Gallus. Obviamente, la pequeña estrella debe ser el Príncipe Ulysses.”

San chasqueó la lengua. Esperaba escuchar eso. “Esa maldita cabra sin pelo bajó la guardia.”

“Está envejeciendo, supongo. Creo que es hora de degradarlo de cabra ligeramente útil a completamente inútil.”

Ignorando este comentario de Eularia, cuya lengua afilada desmentía su apariencia amable, San suspiró suavemente y se rascó la cabeza.

“Ya tenemos las manos llenas con Allie… Probablemente esté llorando sola mientras hablamos.”

“Estoy segura de que está bien. Siempre ha sido fuerte. Estoy más preocupada por Uly. Puede actuar como un adulto, pero todavía es un niño.”

San bajó las cejas.

“Tienes razón.” Dijo, y luego continuó un poco burlándose de sí misma: “¿Quién iba a imaginar que acabaríamos con dos damiselas en apuros? Lo juro, no podemos tener un respiro.”

“No había nada que pudiéramos haber hecho con respecto a Allie.” Dijo Eularia para calmarla. “Hiciste lo mejor que pudiste en ese momento. No es tu culpa.”

San no contestó, salvo para murmurar: “Será mejor que nos demos prisa.” Mirando hacia el claro cielo azul. Luego dirigió su fuerte mirada en dirección a su tierra natal, Faris, muy lejos, al oeste.

“Si no lo hacemos, podríamos llegar demasiado tarde.”