Eris No Seihai (NL)

Volumen 1

Interludio 3: Shoshanna

Shoshanna estaba harta.

Ya llevaba seis meses escondida en esta casa junto al mar, y el aire salado le estaba dañando el cabello. Además, le hacía sentir la piel pegajosa.

Como siempre, su trabajo principal era moler las raíces de la planta tagi hasta convertirlas en una pasta en un mortero de farmacia. Una vez que había acumulado una cantidad decente de la pegajosa sustancia marrón, la transfería a un mortero más fino donde la amasaba con polvo facial. A continuación, la emulsionó con un aceite extraído de las aceitunas, un proceso bastante delicado. Si había demasiado aceite, se escurría sin impregnar la piel, pero si había demasiado poco, se agrietaba.

Shoshanna se remangó y observó su propio brazo moreno. Al tocarlo, la piel parecía normal y sana. Humedeció un paño y se frotó la piel, pero la pasta de color no se desprendió.

“Perfecto.”

Satisfecha con su trabajo, sujetó el cuchillo con la punta redondeada y empaquetó hábilmente la base en un frasco de pomada. Aunque todavía era joven, trabajar con cuchillos era su fuerte. Después de todo, su otra tarea era cocinar para su perezoso hermano mayor.

Se había ido a trabajar unos diez días antes. Aunque no había tenido noticias de él, no estaba preocupada. Era un trabajador excepcional, incluso entre sus compatriotas. Como su cuidadora, se esforzaba al menos por no estorbarle y por salir de casa lo menos posible. Cuando tenía que ir al mercado, se tapaba los ojos con la capucha y nunca olvidaba llevar un cuchillo para protegerse.

Suspiró. Se había decidido a decirse a sí misma que estaba harta de la situación actual. No tenía miedo de quedarse sola en una tierra desconocida, ni se sentía sola. Simplemente estaba aburrida y frustrada. Eso es lo que se dijo a sí misma.

Justo entonces, alguien llamó a la puerta principal. Un ligero golpe que se repitió tres veces. Una pausa, luego un cuarto golpe. Luego un golpe fuerte y otro suave. Hoy era la novena división de formest Diana, así que la contraseña era correcta. Shoshanna sonrió. Su hermano había vuelto.

“¡Salvador!”

Deslizó el pesado cerrojo hacia atrás. Como se esperaba, un joven larguirucho estaba de pie en la puerta. Tenía el cabello rubio sucio y la piel morena. Llevaba un paño blanco alrededor de la cabeza y en la cesta que llevaba a la espalda había varias alfombras enrolladas. Tenía el mismo aspecto que un caracol.

“¿Qué es ese gran bulto que llevas a la espalda?” Preguntó, quedándose con la boca abierta.

No tenía el fajo cuando se fue. Entrecerró sus ojos de gato y se rió con ganas.

“Hubo una especie de confusión. ¡Oh, casi lo olvido! Tengo un regalo para ti por ser tan buena chica y cuidar de la casa.”

Sacó la alfombra más grande de la cesta y la tiró al suelo. Cayó con un ruido sordo. La abrió de una patada con un pie. Del centro de la alfombra apareció un niño.

“Dijiste que querías una mascota, ¿no?”

El niño tenía unos ojos enormes con largas pestañas. Los rasgos eran femeninos, pero el cabello corto le hizo pensar que era un niño. Tenía un bozal sobre la boca y la miraba con terror. Parecía unos años más joven que Shoshanna, que cumpliría once este año, y estaba vestido de forma exquisita.

Shoshanna le miró fijamente, con los ojos muy abiertos. “Sí lo dije, pero…”

Sus ojos se encontraron con los ojos púrpura-azulados del chico.

En ellos vio miedo y súplica.

Suspiró. “Pero yo quería un pájaro.” “¿No es esto como un pájaro?”

“En absoluto.”

Para empezar, esto era mucho más grande. La mascota que Shoshanna le había rogado a su hermano en el mercado era un dulce periquito que podía posarse en su dedo. Pero cuando se lo había pedido, él sólo se había encogido de hombros con indiferencia.

“Oh, no importa. Sólo aliméntalo y cuídalo por ahora.”

“¿Por qué yo?” Se enfadó. No quería otro trabajo molesto. Salvador se encogió de hombros y la miró inocentemente.

“Mejor que dejarlo con Krishna, ¿no?”

Al recordar al hombre sádico con los dos puntos negros en la pupila, Shoshanna asintió apresuradamente.

“Oh, sí.”

“Entonces te lo dejo a ti.”

Al parecer, la conversación había terminado. Ya estaba tarareando mientras examinaba el tarro de ungüento que ella acababa de preparar. Abriendo la tapa, echó un poco de la espesa crema en su dedo índice y la frotó en su piel.

“Esto salió bien. Me llevaré dos o tres. Mi stock se está agotando.” Con eso, volvió a empaquetar su cesta y se dirigió a la puerta. “¡¿A dónde vas?!” Shoshanna no pudo evitar preguntar.

Salvador la miró como si hubiera tropezado con algo inesperado. Debió de parecerle muy lamentable, porque sus ojos se abrieron de par en par durante un segundo, y se aclaró la garganta. Pero luego puso la mano en la puerta y Shoshanna se hundió en el suelo, decepcionada.

Salvador no tenía remedio.

La puerta se abrió con un crujido despiadado. El sol que se hundía proyectaba una sombra en la habitación.

Antes de desaparecer, su hermano se volvió hacia ella.

“¿Preguntas a dónde voy?” Sonrió felizmente. “A trabajar, por supuesto.”

Iluminado de espaldas por el sol poniente, su rostro era rojo como la sangre.