Tearmoon Teikoku Monogatari (NL)

A lo largo de la calle principal de Sol Saliente se encontraba una posada bien amueblada. Su primera planta había sido acondicionada como restaurante, lo que le permitía atender incluso a quienes no tenían intención de pasar la noche.

“Este lugar es uno de mis favoritos”, dijo una radiante Rafina. “La comida aquí es sencillamente magnífica. Un viaje a Sol Saliente no estaría completo sin disfrutar de una comida aquí.”

Cuando el hombre de mediana edad que los atendía igualó su sonrisa, Mia supo que este lugar iba en serio.

“Realmente ahora… Eso suena ciertamente prometedor”, murmuró mientras examinaba el menú. “Por cierto, ¿tendrían algún plato con hongos?”

Un brillo agudo apareció en los ojos del hombre. “Pues sí. De hecho, sabíamos que Lady Rafina estaría aquí hoy, así que hemos preparado unos Hongos de Belluga salteadas.”

“¿Oh? Qué suerte la mía. No pensé que podría disfrutar de unos Hongos de Belluga aquí en Sunkland.”

“También tenemos algunos hongos matsutake al vapor. Se trata de una especialidad oriental en la que el caldo extrae a fondo la esencia del matsuktake, consiguiendo un sabor más rico y concentrado.”

“¡Cielos! ¿Me estás diciendo que has concentrado el sabor de los hongos en una sopa? Nunca había oído hablar de algo así.”

“Y eso no es todo…”

Después de hablar extensamente de las maravillas de la cocina de hongod, una satisfecha Mia dejó marchar al hombre.

“Ahora bien…”, dijo, volviéndose hacia Rafina y Abel. “Qué extraordinaria coincidencia encontraros aquí. Espero que hayan estado bien.”

“Desde luego que sí, y me alegra ver que usted también estás de buen humor”, dijo Rafina con una risita. “¿También fueron invitados al baile real?”

Mia negó con la cabeza. “No, estoy aquí con Esmeralda para hablar de su posible matrimonio. Ella recibió una propuesta de Sunkland…” Se interrumpió al tener la sensación de que algo no cuadraba. Este baile real al que fue invitada la señorita Rafina, debe ser el mismo al que asiste Esmeralda, ¿no? En ese caso…

Mezcló las distintas informaciones en su cabeza, tratando de hacerlas coincidir. “¿También estás aquí por eso, Abel?”

Abel se encogió de hombros. “Aparentemente sí, aunque en realidad sólo estoy sustituyendo a mi hermano. Casualmente me encontré con el grupo de la señorita Rafina de camino a la capital, así que hicimos juntos el último tramo del viaje hasta aquí.”

“Ah, así que eso explica por qué estabas disfrutando de un agradable paseo con la señorita Rafina por las calles de Sol Saliente. Ya veo.”

Ella le lanzó una mirada mordaz.

“¿Qué? E-Espera, espera un minuto. Creo que te estás haciendo una idea equivocada. No es así.”

Sacudió apresuradamente la cabeza. Y sus manos. El movimiento de pánico la hizo estallar de risa. “Oh, relájate, Abel. Sólo era una broma. No podría estar más contenta de verte aquí.”

Mia, técnicamente una mujer adulta, acababa de burlarse de un chico para divertirse.

A Abel no le hizo ninguna gracia. Rápidamente giró la cara. Mientras lo hacía, Mia captó el más mínimo atisbo de un puchero. “Entiendo”, dijo con hosquedad. “Era una broma. Es bastante decepcionante.”

“¿Hm? ¿Por qué es decepcionante?”

“Bueno, me sentía muy bien por dentro pensando que estabas celosa. Pensé que te importaba. Y luego me dicen que todo es una broma. Lo cual, para que lo sepas, realmente duele. Así que ¿podrías dejarme en paz un rato, gracias?” Dejó escapar un suspiro tan abatido que heló el aire de la habitación. Esta vez le tocó a Mia perder la calma.

“Eh, ¿Abel? Vamos. No quise decir eso. Era una broma, pero no como un chiste, ¿sabes? ¿Y qué quieres decir con que pensabas que me importaba? Claro que me importa. Qué tiene que ver eso con los celos—”

Se detuvo cuando Abel se volvió hacia ella, con la sonrisa más amplia que jamás había visto. “Y ahora estamos en paz. Una broma por una broma. No podría estar más feliz de verte a ti también.”

“…¡¿Eh?!”

Mia dejó escapar ese característico grito ahogado que tan a menudo pronuncian los profundamente indignados u ofendidos.

“Ya me conoces”, bromeó. “Siempre he creído firmemente en igualar el marcador.”

Mia, técnicamente una mujer adulta, acababa de ser burlada por un niño para su diversión.

“¡E-Eres… Eres… tan malo! ¡Ugh, no puedo creerte, Abel!”

Agitó los puños de arriba abajo en señal de protesta. Para un niño, el gesto habría sido entrañable. Para alguien de la edad de Mia, se encontraba en la línea entre lo molesto y lo lindo — era irritantemente lindo. Afortunadamente, las opiniones de quienes la rodeaban parecían inclinarse considerablemente hacia lo segundo, y la observaban con expresiones tiernas. Rafina y Anne le sonreían como si fuera una hermana menor en medio de un pequeño y adorable arrebato. Abel casi la adoraba. Incluso Tiona y Liora se sintieron desarmadas por esta rara muestra de infantilismo de Mia. Soltaron un suspiro colectivo tan cariñoso que calentó el aire de la habitación.

Para que no se olvide, Mia tenía veintitantos años a sus espaldas. Nadie en la sala lo sabía, pero no por ello hay que dejar de mencionarlo.

Después de recuperarse de su sesión de coqueteo en público, la mente de Mia — quizás por pura casualidad — finalmente encajó las piezas en su sitio y descubrió la identidad de ese persistente sentimiento que había estado teniendo.

Así que la señorita Rafina y Abel van a ir al baile… Espera. ¿Hm? Entonces, ¿cómo es que no me invitaron?

Esa era la pregunta del millón. ¿Por qué demonios habían sido invitados todos menos ella?

Qué raro… Me pregunto por qué… Hm, no tengo ni idea.

Una escena de la línea de tiempo anterior que implicaba una fiesta de baile y su persona sin invitación y sin pareja pasó por su mente. Rápidamente la apartó de su mente. Era un trauma que no necesitaba revivir.