Meikyuu No Ou (NL)

Volumen 2

Interludio 3: Había Una Hidra Dentro

Sosteniendo una amplia espada larga en su mano derecha, el minotauro salió de la sala del jefe del piso cien por primera vez en un tiempo.

Rápidamente fue atacado por un basilisco.

Los basiliscos eran serpientes gigantes que se deslizaban por los pasillos a gran velocidad. Tenían cabezas con forma de diamante, tan pesadas y resistentes que recordaban a los martillos de los gigantes. Algo que parecía la cresta de un gallo o la aleta dorsal de un pez se extendía desde sus cabezas hasta la mitad de sus cuerpos. Sus bocas eran cómicamente grandes y estaban repletas de dientes afilados como para romper la piedra.

La parte más temible del basilisco era su lengua. Podía extenderse y ramificarse tan rápido como un rayo. También podía alcanzar a los enemigos desde muy lejos. Un toque de la lengua convertía a la víctima en piedra. Ser convertido en piedra en un laberinto significaba que estabas muerto.

Los basiliscos también podían segregar un fluido corporal viscoso. Ese fluido era un veneno mortal que provocaba un rápido declive de todas las funciones corporales y minaba implacablemente la vida de su víctima.

El centésimo piso del Laberinto de Sazardón estaba formado por pasillos conectados en círculos concéntricos, con muchas habitaciones de piedra esparcidas.

La escalera que conectaba con los pisos superiores estaba en el centro, y la sala del jefe se encontraba en el pasillo más alejado de ese punto. Cuanto más avanzabas en la planta, más basiliscos encontrabas deslizándose.

Sin embargo, si se intentaba evitar a los basiliscos entrando en una sala de piedra, en la mayoría de los casos se encontraba un monstruo aún más peligroso. Por eso, hace mucho tiempo, cuando los humanos llegaron por primera vez a este piso, informaron de que era el mismísimo infierno.

El minotauro cortó la lengua del basilisco atacante y activó su habilidad de [Análisis], así como una habilidad que le daba resistencia a las afecciones de estado y pateó la cabeza del basilisco en el aire.

El basilisco se abalanzó sobre el costado del minotauro cuando éste se levantó del suelo. El minotauro encontró rápidamente el corazón del basilisco utilizando su habilidad de [Análisis]. Por alguna razón, el corazón del basilisco no estaba cerca de su cabeza, sino más cerca de la mitad de su cuerpo. El minotauro clavó su espada en el vientre de la serpiente y le abrió el corazón. La piel del monstruo era increíblemente dura, pero su vientre era blando.

Cuando aterrizó, ya estaba muerto. Su gigantesco cuerpo pronto desapareció, dejando atrás una coraza. Estaba hecha con escamas de basilisco, lo que le daba una alta defensa y también resistencia a las afecciones de estado.

Los basiliscos dejaban caer una excelente armadura. Llevar un conjunto completo aumentaba la defensa mágica y física del usuario y también reflejaba los ataques que infligían afecciones de estado con el doble de fuerza.

Era un objeto que ya no le interesaba al minotauro, así que dejó la coraza y siguió caminando. Después de encontrar un basilisco más y matarlo, el minotauro entró en una sala de piedra.

Había una hidra dentro.

Las hidras eran bestias mágicas que se designaban como amenazas de nivel catastrófico cuando aparecían en el mundo de los humanos. Tenían un cuerpo tan grande como el de un elefante y llevaban nueve cabezas y una sola cola. Estaban cubiertas de escamas extremadamente duras, y cada una de sus cabezas exhalaba un gas venenoso mortal mientras se retorcían y giraban unas con otras.

La mayor razón por la que las hidras eran un incordio a la hora de luchar era su capacidad de regeneración. Incluso si se lograba cortar una pierna, una cabeza o cualquier parte del cuerpo de una hidra, ésta volvía a crecer en un abrir y cerrar de ojos. Las heridas también se curaban al instante. Para matar a una hidra, primero había que detener su regeneración, y la única forma de hacerlo era cortando las cabezas responsables.

Dos de las nueve cabezas tenían la clave de la regeneración. Su ubicación era diferente cada vez. Al cortar ambas casi simultáneamente, la capacidad de regeneración de la hidra se vería dramáticamente disminuida.

En el mundo exterior, había una estrategia particular que se consideraba la forma más lógica de luchar contra una. En primer lugar, se utilizaba la magia para obstaculizar su movimiento y localizar las dos cabezas responsables de la regeneración y cortarlas juntas. A continuación, se cortaban las cabezas restantes y, utilizando algo como una balista o un ariete, se seguía atacando hasta que se agotara su fuerza vital.

Las hidras tenían la mayor resistencia a los ataques mágicos de todos los monstruos conocidos, y tenían un nivel de vitalidad asombrosamente alto. Por lo tanto, era difícil matarlas de otra manera.

En otras palabras, que un humano tuviera alguna posibilidad contra una hidra dependía de lo bien que pudiera restringir su movimiento. Era algo difícil de manejar con cualquier método que no fuera la magia.

Las cadenas y las cuerdas serían cortadas por las escamas dentadas, e incluso si cientos de personas intentaran mover a la hidra a la vez, no tendrían ninguna oportunidad contra su peso y su fuerza.

El método de atraparla haciéndola caer en un agujero ya se había probado antes, pero siempre acababa en fracaso. La razón era que las hidras tenían una capacidad de salto asombrosa. Nadie entendía cómo eran capaces de saltar tan alto con sus pesadas patas. Hubo quien sugirió que podía ser una especie de vuelo. Después de saltar, las hidras aterrizaban con fuerza suficiente para demoler una pequeña fortaleza.

Como si fuera capaz de percibir algo sobre el insignificante invasor que tenía delante, la hidra saltó. Aterrizó donde estaba el minotauro.

Si un humano que llegara a este piso por primera vez se hubiera encontrado con esta hidra, se habría puesto muy nervioso por la enorme dificultad de la lucha que le esperaba.

Sin embargo, lo único que pensaba el minotauro mientras se enfrentaba a este tenaz enemigo de varias cabezas por primera vez en mucho tiempo era en lo rápido que podría derrotarlo.

El minotauro se enfrentó entonces a la hidra utilizando un método en el que los humanos nunca habían pensado.