Tearmoon Teikoku Monogatari (NL)

Tras reunirse con Rania, Mia se dirigió a la capital de Perujin. Por el camino, se detuvo en varios pueblos. En cada uno de ellos, se aseguró de ayudar a los lugareños con su cosecha (léase: ir a recolección de fruta). Envalentonada por su experiencia con la fruta de rubí, probó uno o veinte bocados de todos los productos que ayudó a recolector, asegurándose de que su paladar estuviera bien mimado todo el tiempo. Ni que decir tiene que Anne y Ludwig también se esmeraron en cada parada para evitar que comiera demasiado.

Siguieron así hasta que la capital estuvo a poca distancia, cuando Mia se asomó al exterior del carruaje y comprobó que el paisaje había cambiado. Los profundos tonos de verde habían dado paso a un suave oro lunar. El cambio de tonalidad del paisaje era tan radical que era como si alguien hubiera colocado un cristal ámbar ante sus propios ojos.

“¿Supongo que no han terminado de cosechar el trigo aquí?”, preguntó una curiosa Mia.

Rania sonrió. “Así es. Es costumbre que el trigo que crece cerca del castillo se coseche durante seis días. El hijo mayor de cada familia, si tiene más de diez años, se reúne aquí y participa en la cosecha. Una vez que terminan, comienza el Festival de la Cosecha de Gracias.”

La Fiesta de la Cosecha de Gracias de Perujin tenía por objeto dar gracias al Señor, pero también funcionaba como un censo. Cada año, el hijo mayor de cada familia se reunía en la capital e informaba de cualquier cambio en la situación de su familia, como los nuevos nacimientos. A continuación, se seleccionaban algunos miembros de los reunidos para que actuaran como guardias reales del rey durante dos años. Después, volverían a sus respectivas aldeas, donde empezarían a cultivar de nuevo mientras ayudaban a vigilar su ciudad natal.

“Ah, entonces es un festival en todo el país.”

“¡Wow! ¡Señorita Mia, mire! ¡Ahora puedo verlo!”

Atraída por la voz emocionada de Bel, Mia miró hacia adelante.

“Así que esa es la capital de Perujin, Auro Ardea…” Volvió a echar un vistazo a los alrededores. “Auro Ardea, la ‘aldea de oro del cielo’. Entiendo de dónde viene su nombre.”

Se decía que una vez, un noble de Tearmoon había llegado a Perujin y había criticado la vista de la capital, calificándola de “un abyecto fracaso a la altura de su nombre” y “poco más que una insignificante ciudad en un pobre estado vasallo”. ¿Dónde, habían escupido los nobles al marcharse, estaba el oro?

Mia era de la opinión de que si el noble hubiera venido durante la época de la cosecha, la historia seguramente habría cambiado, ya que el objeto de su queja habría estado a la vista… igual que ahora. La aldea estaba sin duda adornada de oro. El trigo finamente madurado crecía en ordenados campos en terrazas. Desde lejos, parecía un vasto tramo de escaleras doradas, en cuya cima se encontraba una estructura rectangular.

Es una forma bastante inusual. ¿Dónde he visto algo así antes…?

“Es el castillo, ¿no?”, preguntó Rania, que se percató de la mirada de Mia.

“Sí. Tiene una forma muy extraña. Francamente, no parece un castillo.”

“Seguro que no lo parece”, dijo Rania con una carcajada. “Es porque los castillos aquí en Perujin no se construyen para la guerra. No hay murallas ni torres de vigilancia. Los muros son delgados y de madera. Quizá por eso a la gente le gusta tanto. Incluso tenemos un pastel tradicional con la forma del castillo.”

¡Ah, pasteles! ¡Eso es! ¡Eso es lo que me recuerda el castillo! Sobre todo el color. Parece exactamente como un pastel recién horneado. No me extraña que a la gente le guste tanto. ¿Y aparentemente hay pasteles reales con esa forma? Me pregunto cómo serán. ¿Podrían los pasteles… tener el mismo tamaño que los de verdad?

“¿Te interesa?”, preguntó Rania.

“¡Claro que sí!” Mia asintió con entusiasmo.

Como esperaba, Su Alteza está interesada en el castillo y en lo que piensa la realeza de Perujin que vive allí…

Ludwig esperaba que Mia mostrara cierto grado de curiosidad por el asunto. La singular arquitectura de los castillos de Perujin no le sorprendía. Sabía que se construían sin tener en cuenta su utilidad en la guerra, lo que era un enfoque extremadamente raro.

El orgullo de Lunatear, el Palacio de la Luna Blanca, se construyó con una filosofía de diseño que priorizaba la belleza por encima de todo, pero incluso así, no estaba desprovisto de las facultades de una fortaleza militar. Los castillos eran, en última instancia, estructuras defensivas, y algunos elementos de su naturaleza fundamental siempre permanecían en su arquitectura.

Sin embargo, no en Perujin. Sus castillos tiraban todas esas consideraciones por la ventana. El edificio en la cima de los campos aterrazados era tan vulnerable que se sentía desnudo. No había nada de la crudeza que suelen tener las estructuras destinadas a proyectar un aura de poder e intimidación. En cambio, parecía… sencillo. Inocente. Casi alegre. En cuanto al origen de esta impresión…

“Es un castillo extraño, ¿no crees?”, dijo Rania de forma despreocupada. “Si alguna vez estallara la guerra, probablemente lo quemarían en un abrir y cerrar de ojos. Pero la guerra también quemaría todos los campos, así que al final no importa. ¿De qué sirve tener un castillo grande y bonito si no queda nada más?”

Lo que expresaba era esencialmente la estrategia nacional de Perujin, con sus vastas extensiones de tierra de cultivo y poco más. En el juego de la guerra, su condición de ganadores era fundamentalmente diferente a la de los demás participantes. No podían permitirse que su propio territorio se convirtiera en un campo de batalla. A diferencia de la mayoría de las naciones pequeñas, ni siquiera podían ganar tiempo y esperar a que llegaran refuerzos de las potencias que los respaldaban. En el momento en que la guerra tocara sus tierras, estarían perdidos.

De hecho, no tenían ninguna intención de librar guerras en primer lugar. El objetivo general de su estrategia con respecto a la guerra era “permanecer fuera y mantenerse alejado”. El corolario tácito de este enfoque era que si la guerra estallaba a pesar de sus esfuerzos, simplemente aceptarían su propia impotencia.

Prepararse para la guerra era inútil; cuanto más hacían, más desperdiciaban. En ese caso, era mejor no prepararse en absoluto.

Por supuesto, el factor de intimidación de tener al ejército de Tearmoon a sus espaldas y la dificultad de iniciar una guerra debido al sistema de moralidad establecido por el Santo Principado de Belluga actuaban en beneficio de Perujin. Estos dos elementos eran los pilares de su seguridad nacional. Por lo tanto, gran parte de las maniobras diplomáticas de Perujin se centraban en maximizar su efecto.

A pesar de ello, Ludwig no se atrevía a creer que Perujin tuviera una confianza absoluta en esta estrategia defensiva. No confiaba en que los humanos fueran lo suficientemente racionales como para hacerlo. Abandonar si la guerra estallaba era, para él, lo mismo que decir “no tiene sentido almacenar comida porque ninguna cantidad de alimentos sería suficiente durante una gran hambruna.”

Por tanto, compartía la supuesta curiosidad de Mia. ¿Qué pensaba la princesa Rania de todo esto?

“¿Es realmente posible que… se abandone de esa manera? Si la guerra estalla, todo estará perdido. Reconocer eso, aceptar simplemente que no se puede hacer nada y que, por tanto, no se debe hacer nada… ¿Puede alguien realmente hacer eso?”

Le resultaba incómodo inmiscuirse en la conversación de las princesas, pero su curiosidad le pudo. Ante su pregunta, Rania se quedó pensativa antes de responder.

“Creo que, como has dicho, hay un elemento de ‘renuncia’ en ello, pero en mi opinión, la razón por la que mis antepasados construyeron el castillo así fue porque ese era su ideal…”

“¿Su… ideal?”

“Sí. Que un día llegaría una época en la que los castillos destinados a la guerra ya no serían necesarios… Que una vez que los alimentos suficientes llegaran a todas las bocas hambrientas, la paz llegaría, y las monstruosidades amenazantes destinadas a infundir miedo en la gente se convertirían en una cosa del pasado. Creo que… imaginaron un futuro en el que todos los castillos del mundo parecerían estructuras pacíficas.” Rania dejó escapar una risita avergonzada. “Pero es sólo una teoría mía. Siento haberme salido por la tangente. Debe haber sonado muy tonto.”

Una tontería, en efecto. A los ojos de Ludwig, no era más que una fantasía infantil. Sin embargo, sabía que el maestro al que servía no era alguien que se burlara de las palabras de los soñadores ingenuos. Volviéndose hacia ella, descubrió que, como había esperado…

“No es una tontería en absoluto. Creo que es maravilloso.”

…Mia lucía una sonrisa de lo más amable.

Creía que ella diría eso.

Por muy fantasioso que fuera el sueño, por muy alejado de la realidad que estuviera el ideal, Mia nunca menospreciaría el esfuerzo realizado. Al mismo tiempo, Ludwig tampoco podía dejar de pensar que, con Mia de por medio, tal vez la realidad se convencería de aceptar esos sueños e ideales.

Mientras miraba con reverencia a Mia, ella soltó una risita y dijo: “Un castillo en forma de pastel. Qué idea tan maravillosa.”

Seguro que se refiere a un pastel con forma de castillo, pensó Ludwig. Pero se limitó a sonreír. Puede que se metiera en su conversación, pero no era tan burdo como para llamar la atención sobre un desliz de lengua.

…¿Pero, fue un lapsus linguae?