Tearmoon Teikoku Monogatari (NL)

La lámpara parpadeaba, y su débil luz sólo ofrecía una mísera resistencia contra la oscuridad que se cernía sobre ella. A pesar de su debilidad, a Bel le encantaba contemplar el baile de la pequeña llama mientras estaba tumbada en la cama, con las sábanas presionando sobre ella tan pesadas y suaves como el sueño sobre sus párpados. Estos momentos de ocio eran algunos de sus favoritos, porque anunciaban la llegada de la hora del cuento.

“…Madre Elise, ¿podría contarme un cuento?”, preguntó Bel, mirando expectante el perfil de un rostro que brillaba de bondad incluso en la penumbra.

Sabía que Elise tenía un trabajo más que terminar — su registro escrito de los logros de la Gran Sabia del Imperio, Mia Luna Tearmoon, para que las generaciones futuras pudieran conocer sus grandes hazañas. Era un trabajo muy importante, que Elise, y también Anne, valoraban más que cualquier otra cosa. Bel lo sabía. Sabía que no podía molestar a Elise mientras trabajaba. Pero este período, justo antes de acostarse, era diferente. Era especial. Era su momento, su momento favorito, cuando se le permitía ser un poco egoísta.

“Hmm, déjame pensar… ¿Qué tipo de historia debería contar esta noche…?”

Como prueba, ni una pizca de disgusto nubló las facciones de Elise. Sonrió ante los ojos caídos y el tono somnoliento de Bel, y luego se levantó con elegancia de su escritorio y se acercó a acostarse junto a ella. Bel se acurrucó inmediatamente y se rodeó del brazo de Elise.

“¿No habíamos hablado hoy de Mia? Ah, sí, te hablé de las cosas que se le daban bien. Que era una gran nadadora, que montaba bien a caballo… Lo que significa que ciertamente tengo que contarte esta historia también”. Sonrió a Bel como una niña a punto de divulgar un secreto. “¿Sabías que también era una maestra del baile?”

La pequeña cabeza de Bel se movió de un lado a otro.

“…¿Bailar? ¿De verdad?”

“Mmhm, bailar”, dijo Elise con un firme asentimiento. “Esto es algo que debes recordar, así que escucha con atención. Su sangre corre en ti, lo que te convierte en una princesa. Para las princesas, el baile de salón no es sólo un pasatiempo, sino una herramienta y un arma. Mia utilizó su habilidad en el baile para encantar a muchos lores y líderes para que le cedieran la ventaja en las negociaciones.”

Luego, cerró los ojos durante un momento de tranquilidad y miró al pasado.

“La danza de Mia era algo hermoso de presenciar. La forma en que se deslizaba y giraba era hipnotizante. Mucha gente decía que era como ver a la diosa de la luna bajar de los cielos. Una vez me invitaron a un baile imperial y la vi bailar allí. Era una figura tan radiante en la pista de baile. Literalmente, brillaba.”

Como todavía no es capaz de distinguir la verdad de la exageración, Bel jadeó con auténtico asombro.

“Wow… A mí también me gustaría haberla visto.”

Su emocionada sonrisa contrastaba con el melancólico surco que cruzaba la frente de Elise.

“Si aún estuviera viva, estoy segura de que también te enseñaría a bailar. Si Anne o yo supiéramos cómo…”.

Para desgracia de Elise, ni ella ni su hermana sabían lo suficiente de baile como para dar instrucciones sobre cómo actuar en una reunión señorial.

“Ah, pero ¿y Ludwig? Quizá podamos preguntarle a él. Dios, eres una princesa imperial y ni siquiera te han enseñado a bailar. ¿Qué estoy haciendo…?”

“No digas eso, madre Elise.”

Levantó la vista, sorprendida al principio por la fuerza de la voz de Bel, y luego por la seriedad de su expresión.

“Soy muy feliz aquí”. La joven lucía una sonrisa radiante. “Mi vida está llena de felicidad cada día. Mi madre, Anne, viene a despertarme, puedo comer cosas ricas, el señor Ludwig me da clases, el señor Eugen me lleva a casa…”

Contó sus alegrías con los dedos, enumerando sus pequeñas bendiciones una tras otra.

“Me encanta escuchar tus historias, madre Elise”, continuó. “Las de la abuela Mia, las que tú misma escribiste… Me encantan todas. Estoy un poco decepcionada por no haber podido aprender a bailar de la abuela Mia, y no poder ver más a mamá me hace sentir sola… pero sigo siendo muy feliz, así que, por favor, no estés triste.”

Sus palabras hicieron que a Elise se le apretara el pecho, el pesar unido a la lástima.

Todavía es tan joven… A su edad, debería pedir amor y atención, pero en lugar de eso, está velando por nuestros sentimientos mientras soporta todas estas dificultades…

Elise cerró los ojos. Unos segundos después, su sonrisa volvió a aparecer.

“Volvamos a la historia entonces. Dónde estaba yo… Claro, Mia y su baile.”

Contó la historia con una voz brillante. Lo suficientemente brillante como para que Bel no se preocupara. Pronto oyó la suave y rítmica respiración del sueño. Se quedó mirando la plácida expresión de la niña dormida en silencio durante un rato. Luego, colocando una suave palma en la mejilla de Bel, susurró: “Buenas noches, Bel. Dulces sueños.”

Era una rutina suya, tranquila y sencilla, pero también era una oración sincera y ferviente que salía del fondo de su corazón.

“Que en tus sueños, al menos, tengas verdadera felicidad…”

Aquella noche Bel sí soñó y en ellos su abuela le enseñaba a bailar. Paso a paso, movimiento a movimiento, instruía suavemente a Bel mientras giraban y daban vueltas juntas. Fue un sueño maravilloso.

Elise nunca lo sabría, pero Bel había dicho la verdad. Los sueños de la niña eran felices, pero también lo era la propia niña. Acurrucada cómodamente en el apacible abrazo de los brazos de Elise, Bel estaba disfrutando de un pequeño pero innegable trozo de felicidad.