Shokei Shoujo no Virgin Road (LN)
Volumen 3
Prologo: Sociedad Mecánica
Fundiéndose junto a los matices de la bóveda celeste, el sol blanco continuó su órbita ininterrumpida, perfilando los confines del mundo…
Con un brillo que rozaba lo antinatural, este astro nunca se levantaba ni se ponía, procurando vueltas de trescientos sesenta grados, trazando una trayectoria perfecta paralela a la línea del horizonte— lo había hecho sin un principio ni un final claros, sin cesar ni una sola vez desde su concepción.
Actuaba como el cerrojo de un mundo detenido en el tiempo.
Y como si el cielo ya de por si no fuera lo suficientemente extraño, a la propia tierra también la cubría un halo misterioso.
A simple vista, la escena parecía bastante ordinaria.
Parcelas repletas de ciudades y villas hasta donde alcanzaba la vista, conformadas por edificios con personas viviendo dentro. Muchas de estas residencias de aspecto cuasi-victoriano se hallaban bastante desgastadas, pero no eran lo suficientemente inusuales como para que uno pensara demasiado en ellas. También destacaba un bosque sombrío de donde salían monstruos que amenazaban la vida cotidiana de los residentes, además de aventureros que se ganaban la vida aniquilando bestias.
Sin embargo, en este mundo de aspecto natural, todo estaba hecho artificialmente.
Las personas que vivían en las ciudades y las villas eran marionetas conjuradas, cuidadosamente elaboradas para que se vieran como seres humanos. Lo mismo resultaba cierto para los monstruos, que en realidad eran soldados sin sangre ni carne; no criaturas vivas con su propio ecosistema. Y no sólo los organismos móviles eran ficciones concebidas mediante el arte de la conjuración. Absolutamente todo—desde la tierra hasta la vegetación—fue creado y coloreado por una entidad que se valió de su Pureza Conceptual y la esencia de los Colores Primarios.
Si a menudo se decía que eran capaces de crear un mundo—es porque existían precedentes para tremenda hazaña.
Dicha hazaña no era otra que la utopía tecnología sellada en lo profundo de la Frontera Salvaje del Este: la Sociedad Mecánica.
Creada por medio de los tres colores primarios, este diorama de dimensiones inquietantes gozaba con un nivel de precisión casi patológico, superpuesto al mundo prístino cual pintura sobre un lienzo blanquecino.
Uno incluso podía estremecerse ante la frivolidad del ambiente.
Las marionetas, faltas de sustancia, hacían sus vidas sin pronunciar una sola palabra. Familias viviendo juntas en casas, niños jugando en el parque— nada de eso significaba algo. Carecían de emociones, y tampoco escucharías de ellos otro sonido que no fuera el eco sordo de sus movimientos guiados por un programa preestablecido.
Se trataba de una caja robótica y hermética, creada en un espacio limitado por la interminable presencia del sol que jamás se ponía y que corría en paralelo con la línea del horizonte.
Dicho sea de paso, lo seres vivos tampoco tenían permitido existir aquí. Incluso si un ser vivo pusiera un pie en este mundo saturado de Colores Primarios, sería instantáneamente camuflado por los matices y convertido en uno de los muchos soldados sortílegos que poblaban el páramo.
Lo artificial era la norma.
Y en el corazón de este mundo—donde todas las cosas eran manipuladas por un maestro titiritero—una voz inocente y cantarina interrumpió el silencio.
— ♪ ♪ ¡Mm, mm, mmm, mm, mm, mmm! ♪ ♪
Cabello y ojos negros; la voz provino de una niña con un vestido blanco. Parecía tener menos de diez años. Aunque sus rasgos fueran bastante refinados, había algo inocente y angelical en su rostro.
Sin tener en cuenta la extraña naturaleza del mundo, tarareó alegremente una tonada.
— ♪ ♪ ¡Mm, mm-mm, mmm, mmm, mm! ♪ ♪
La niña iba montada en un monstruo gigante sin extremidades, muy similar a una lombriz sanguinolenta. Aunque no tenía brazos ni piernas, toscas bocas humanas recubrían la superficie de su cuerpo, y se arrastraba por el suelo afincando sus fauces; algo así como un ciempiés deforme con dientes amarillos en lugar de patas.
A todas luces, resultaba un querubín inocente—inofensiva, indefensa y adorable. Sin embargo, había algo visceralmente molesto en la alegría con la que tarareaba a pesar de encontrarse en un mundo mecánico desprovisto de cualquier ser vivo y de estar montada en una bestia de lo más desagradable.
A su vez, el vestido con tres agujeros en el pecho daba indicios de su oscura naturaleza.
Se trataba de la más infame de entre las múltiples existencias que tuvieron el infortunio de ejercer alguno de los poderes antinaturales otorgados por el mundo. La progenitora de todos los monstruos y demonios que asolan el planeta:
Pandæmonium.
Nombre de Personaje: Pandæmonium. Data registrada…
—¿Mm?
Pandæmonium de repente miró al cielo. Una voz pareció resonar dentro de su cabeza.
Bienvenido al Container World. Has adquirido una funcionalidad para subir de niv—
Mientras la voz seguía parloteando, pincho con un dedo al monstruo que montaba. Era una señal para que el monstruo consumiera su cuerpo, utilizando sus numerosas bocas para desgarrar su carne y aplastar sus huesos.
La devoró en un instante.
Y mientras algunas de sus bocas se relamían con deleite, un delgado brazo se abrió paso entre otro conjunto de dientes.
—…grosera. Me pusiste la piel de gallina.
Del interior de la boca surgió la misma niña que acababa de ser masticada y digerida. Cubierta de los fluidos del monstruo, se arrastró hacia fuera con la cabeza, luego con el torso y finalmente con el resto del cuerpo.
—Estoy atendiendo unos asuntos en la zona, así que pensé en saludarte después de tanto tiempo, pero supongo que seguimos sin llevarnos bien.
Había sacrificado su propio cuerpo para invocarse a sí misma. Pandæmonium—quien era inmortal y cuya muerte catalizó el renacimiento— realizó una voltereta invertida sobre el monstruo, volviendo al lugar donde había estado antes.
—Lamento informarte que no vine a formar parte en alguno de tus jueguitos. ¡Llegas mil años tarde para intentar meterte con mi cabeza! ¡En lo que a mí respecta, el cine es la mejor forma de entretenimiento que existe!
Con la niña ilesa montada encima suyo, la monstruosidad voracica siguió arrastrándose como si nada.
—Cualquiera que vea películas aprende que el mundo no debe carecer de emociones. Las tragedias y las comedias provocan una respuesta en nosotros porque tenemos corazones humanos. Luchar desesperadamente por la libertad o desafiar al destino da valor a nuestras vidas… pero el problema con ustedes, los jugadores, es que tienden a dejarse llevar por las cosas elaboradas. Especialmente cuando se les da el control.
Sacudiendo la cabeza en una muestra de absoluta exasperación, miró al sol lejano.
En este mundo absolutamente pintarrajeado con los Colores Primarios, el único objeto blanco puro presente era el sol en el cielo.
¿Quién podría sospechar que dicha estrella también fue creada por el hombre?
Era el único elemento que no formaba parte de la obra magna de Recipiente—un sol artificial, fabricado por el héroe de Marfil para sellar al mismísimo Recipiente, quién empezó a multiplicarse sin cesar hace mil años.
—…realmente es tan grandioso, maravilloso y blanco como lo imaginé.
La más poderosa, definitiva e inigualable de las Purezas Conceptuales: Marfil. Esta reliquia milenaria que dejó antes de partir seguía siendo un recordatorio de su asombrosa fuerza.
Si Marfil no hubiera estado allí cuando sucedió lo que sucedió, ¿qué habría sido del mundo?
Para bien o para mal, las cosas ciertamente serían muy diferentes.
Sólo existieron dos seres a los que ni siquiera El Blanco logró erradicar por completo: el más tenue y despreciable Mal, y el numeroso Recipiente—tan diminuto como vasto. El primero manifestó demonios difundiendo el Concepto del Pecado Original, pero el segundo utilizaba el Concepto de los Colores Primarios para distorsionar el mundo.
La Pureza Conceptual del Recipiente podía crear cualquier forma y ocultarse dentro de cualquier forma. Con la expansión ilimitada de los Colores Primarios, una vez intento hacerse con el dominio absoluto del mundo. Por eso Marfil había creado ese sol blanco para sellar la amenaza en un mundo ficticio; su propuesta para destruir la frontera entre el día y la noche, dividiendo todo sentido de la geografía, tiempo, espacio y cualquier otra conexión conceptual con el mundo exterior instaurando una medianoche eterna.
Al igual que el sello que mantenía a Pandæmonium en la neblina, este sello también se mantuvo durante mil años sin fallar—
Pero en algún punto…
El día blanco que se suponía interminable comenzó a ser visitado por el ocaso.
Durante una hora al día, el sol se hundía y caía una verdadera noche.
Aprovechando esto, Pandæmonium se abrió paso hasta el corazón de la sociedad.
Fue entonces cuando las marionetas conjuradas que imitaban a los humanos—la Sociedad Mecánica que tan desesperadamente intentaba simular la vida en otro mundo, se detuvo de repente.
Decenas de millones de miradas se posaron sobre Pandæmonium. Incluso la abominación monstruosa que cabalgata cual jinete pareció encogerse por la presión.
—Mm…
Sin embargo, la niña tan sólo hincho las mejillas en un puchero fastidiado.
—Así que después de todo sigues con vida. Me entristece que me hayas ignorado por tanto tiempo–
—“Malditos bugs”—, interrumpió una voz.
Una de las marionetas conjuradas había abierto la boca, provocando que las demás le siguieran en una cascada de voces.
—“Malditos bugs”. “Maldito gusano”. “Siempre regresas, aunque te aplaste”. “Intento arreglarte, pero nunca te vas”. “¿Que buscas aquí, en nuestro pacífico reino?” “¡Como te atreves a existir aquí!”. “¡¿Por qué intentas abrir nuestro mundo?!”.
—Veo que no has cambiado nadita. Eres la definición misma de una hikkikomori, ¿no es así? No puedo imaginar que alguien más se queje de que el sello comience a debilitarse.
Había pasado tanto tiempo en su respectiva prisión que Pandæmonium incluso olvido temporalmente como vocalizar palabras.
Y, aun así, esta persona se estaba quejando de que por fin el sello que lo restringió durante mil años empezaba a aflojarse.
—“Me importa una mierda”. “¿Qué ganamos nosotros con eso?”. “Los bugs todavía no han sido aplastados”. “No hay suficiente tiempo”. “La eternidad no me basta”. “Jamás habrá suficiente tiempo”. “Especialmente si es posible salir”. “Entonces necesito aún más tiempo”. “Para que el exterior también forme parte de mi”—, y así estuvieron las voces por un rato.
No obstante, Pandæmonium se encogió de hombros.
—Mm. ¿Entonces seguiremos sin llevarnos bien? De cualquier modo, tu Pureza Conceptual y la mía son como el agua y el aceite. Estamos destinadas a jamás juntarnos, pero… estar en conflicto es maravillosamente caótico también, supongo—, indago sus alrededores.
Todo este mundo había sido creado por una sola persona. Entre todos los edificios de extraño estilo victoriano, había una estructura que parecía fuera de lugar: un edificio cuadrado de tres plantas hecho de hormigón armado. El edificio contaba con un gimnasio adjunto y un terreno vallado. Su arquitectura era desconocida en este mundo, pero cualquier japonés lo reconocería enseguida.
Era un edificio escolar.
—¿Ahí es donde te escondes, verdad? Nunca cambias, aunque finjas que lo haces. Aunque pienso que eso es muy típico de ti.
Mirando el corazón de la Sociedad Mecánica, que ansiaba expandir su extraño mundo, Pandæmonium sacudió la cabeza.
—Pero si no vas a venir para recibirme, entonces no voy a entrar. Estoy segura de que me divertiré mucho más con Manon que en este mundo de porquería.
Y sólo hubo una razón por la que no entro para ver a su vieja conocida por primera vez luego de mil años de encierro:
—Siempre odié la escuela. Al menos, creo que lo
hice.
Dejando que los restos de sus recuerdos y de su personalidad se desvanecieran con el viento, Pandæmonium giró para alejarse—pero entonces, parpadeó sorprendida. De repente, alguien había aparecido delante suyo.
Un hombre sin rostro se hallaba frente a Pandæmonium.
Tenía agujeros en el cuerpo, especialmente en la cabeza, donde parecía que sus rasgos faciales habían sido ahuecados.
Y, sin embargo, estaba vivo. La Fuerza Guía que emanaba de sus heridas demostraba ese hecho.
—¡Mm!
Ni siquiera en sus muchos siglos de existencia
Pandæmonium había presenciado a un individuo así.
Exclamó sorprendida y extendió los brazos—
—¡Pero qué curioso! ¿A quién tengo el honor de conocer?
Fin del prólogo—
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