Wortenia Senki (NL)

Volumen 14

Capítulo 02: Traición Y Amistad

Parte 2

Innumerables antorchas surcaban la oscuridad, su luz era como un río que conducía al corazón de Epirus. Gritos de rabia, abucheos y una ira febril envolvieron la ciudad.

“Así comienza… Tal y como dijo”, murmuró Signus Galveria, cerrando las cortinas de su ventana. Luego sacó una carta del cajón de su escritorio y se hundió en su sofá, mirando al techo.

Todo empezó hace una semana, cuando los refugiados apuñalaron en el estómago a un joven de los barrios bajos de Epirus, matándolo. En condiciones normales, la muerte del joven no habría sido tan significativa -la gente fallece todos los días-, pero en esta situación, la forma y la razón por la que murió fueron importantes. Los monstruos infestaban las zonas fuera de las ciudades y la medicina era muy primitiva, por lo que la muerte era algo muy común. La gente se enfadaba y se entristecía igualmente, pero, por desgracia, este mundo les entrenaba para aceptar sus emociones.

En este mundo había muchas cosas absurdas, más de las que normalmente experimenta una persona que vive en la sociedad moderna, como monstruos aterradores, nobles prepotentes y la clase dirigente de corazón frío. Los terremotos eran raros, quizá porque la corteza terrestre era firme, pero los tifones y los tornados eran frecuentes. Por no hablar de la posibilidad de perder la fortuna o incluso la vida en una guerra. Todas esas cosas eran terribles y exasperantes, pero si uno se enfadaba por cada cosa, no sobreviviría mucho tiempo. Incluso las clases más débiles de la sociedad lo entendían a su manera.

Sin embargo, esta vez era diferente. La animosidad y el antagonismo ya se estaban gestando entre los residentes y los refugiados, y el descontento y la ira en los corazones de los residentes habían alcanzado finalmente una masa crítica. Tomaron palos y los cuchillos que tenían en casa y atacaron a los refugiados, exigiéndoles que les devolvieran su vida normal. Esto, por supuesto, había incitado a los refugiados a tomar represalias para defenderse, lo que llevó a un enfrentamiento a gran escala en el que cada bando infligió bajas al otro.

Signus comprendía cómo se sentían los refugiados. Hacía un mes que Ryoma Mikoshiba había asaltado los territorios de las diez casas y había dejado a muchos de ellos sin hogar, obligándoles a acudir a Epirus en busca de ayuda. Y durante ese mes, los mismos gobernantes que les habían extorsionado con impuestos no parecían haber hecho nada para ayudarles en su difícil situación.

Pero eso no quiere decir que los refugiados no recibieran ninguna ayuda. Habían recibido raciones de comida destinadas a las catástrofes, y los caballeros habían empezado a patrullar las calles para mantener la paz. Pero aunque Epirus era una ciudadela importante y un lugar clave en el norte de Rhoadseria, todavía había un límite en el número de personas que podía albergar dentro de sus muros.

Con los refugiados de todo el norte inundando la ciudad, la Casa Salzberg podía hacer muy poco para ayudar. Esta era la cruda realidad, a pesar de la riqueza del conde Salzberg, sobre todo si se tiene en cuenta que sus gastos casi coincidían con sus ingresos. Aunque las cosas no estaban tan mal como para provocar un colapso económico total, era dudoso que tuvieran suficientes suministros en stock para soportar una catástrofe de esta magnitud.

El deber de un noble…

La ira, la pena, la culpa y el conflicto ardían en el corazón de Signus. A decir verdad, no podía expresar sus emociones con palabras, pero eso no disminuía su peso.

Sabía todo esto de antemano. La discordia entre la gente de Epirus y los refugiados estaba llegando a su punto de ruptura, por lo que solo habría que esperar el momento adecuado para inclinar la balanza. Y él podía manejar eso con facilidad.

Todo el mundo estaba desesperado por proteger a sus familias, sus vidas y su sustento, y bastaría el más mínimo pinchazo para que la situación reventara como una ampolla supurante. De hecho, lo único que quedaría sería una terrible y antiestética cicatriz.

Este mundo es el opuesto directo de la utopía que el clero de la Iglesia de Meneos

predica sobre él.

Aquí, los fuertes se daban un festín con los débiles, los débiles devoraban a los más débiles y los poderosos se canibalizaban entre sí. Todos tenían que luchar por su propia supervivencia. Eso era cierto incluso para Signus Galveria, uno de los hombres más fuertes del norte de Rhoadseria. Este era un lugar donde los tontos y los débiles eran pisoteados y aprovechados.

Al final, todo salió como lo había preparado. La única pregunta es qué hago ahora.

Las emociones en conflicto se precipitaron a través del corazón de Signus como un río fangoso.

Signus había entrado en contacto por primera vez con un hombre que trabajaba para Ryoma Mikoshiba al principio de la guerra, poco después de que se enfrentara por primera vez a las fuerzas de Ryoma en las afueras de Epirus. Vestido completamente de negro, el hombre parecía un asesino, y se movía como una sombra, ocultando su presencia mientras se dirigía a la habitación de Signus en el castillo.

Hacer algo así era difícil incluso en tiempos de paz, y el enmascarado habría tenido que pasar entre innumerables guardias para llegar a su habitación. Además, estaban en plena guerra, por

lo que la seguridad era el doble de estricta que en tiempos de paz. En esas condiciones, y sin que nadie se diera cuenta, el hombre había conseguido colarse en la habitación de Signus. Había sido una muestra de habilidad aterradora.

Cuando Signus tomó su espada, sorprendido por el repentino huésped no invitado, el enmascarado había susurrado: “¿Estarían usted y Robert Bertrand interesados en servir a la baronía de Mikoshiba?”

En ese momento, Signus se había reído de la idea. Los soldados de Ryoma Mikoshiba eran sorprendentemente hábiles, pero eso no era suficiente para decidir una batalla. Ryoma podría haber sido un oponente difícil, pero Signus no tenía motivos para admitir la derrota en ese momento. Más importante aún, tenía razones que le impedían traicionar a la Casa Galveria, y mientras esas circunstancias se mantuvieran, no podía permitirse traicionar al Conde Salzberg, el líder de la alianza al que su familia servía.

O mejor dicho, no pude en ese momento.

Cuando se conocieron, el hombre había aceptado en silencio el rechazo de Signus y había desaparecido. Pero la noche en que los refugiados empezaron a llegar a Epirus, apareció de nuevo para entregar una carta.

El contenido de la carta había sorprendido a Signus de forma indescriptible. Al principio había sospechado que se trataba de algún tipo de plan, pero lo cierto es que estaba escrita con la letra de Elmada. Elmada era la nodriza que conocía desde la infancia, y aunque Signus podía confundir la letra de sus padres separados, nunca confundiría la de ella.

La desesperación había invadido a Signus; su amada nodriza estaba en las garras del enemigo. Sin embargo, finalmente comenzó a ver las cosas de otra manera. Tal vez esta situación era una oportunidad para dar un giro a su vida.

La carta decía que estaba bien, pero el hecho de que la gente de Ryoma Mikoshiba me la trajera solo puede significar una cosa.

Elmada era el único pariente verdadero de Signus. No sentía nada por ninguno de sus padres biológicos, pero la veía como una madre. Y si fuera por ella, Signus daría su vida.

No, eso es solo una excusa cobarde.

Signus ya había decidido su nuevo rumbo el día en que le envió a Ryoma su respuesta, y ninguna cantidad de endulzamiento cambiaría eso. Había tomado la decisión de cambiar su destino con sus propias manos.

Justo cuando ese pensamiento cruzó su mente, Signus escuchó un fuerte golpe en su puerta.

“¡Signus! Soy yo, Robert. ¡Las cosas se han torcido! Tenemos que irnos, ahora”.

La voz había venido de un hombre que Signus sabía que era un cínico contrariado. Como noble, Robert era el que menos se entusiasmaba con esta guerra, pero también era uno de los únicos amigos de Signus, y éste sabía que, al contrario de lo que los demás pensaban de Robert, era un hombre orgulloso y comprometido con su deber.

Probablemente Robert se había apresurado a venir cuando se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo afuera. Signus podía oírlo a través de la puerta, respirando con dificultad.

“Voy a abrir la puerta. Dame un minuto”, respondió Signus.

Signus ya había oído a Robert quejarse de esta guerra en innumerables ocasiones, pero a pesar de ello, Robert había

acudido presa del pánico en cuanto se enteró de la crisis del conde Salzberg. Eso no podía ser sólo su sentido del deber como general. Era la prueba de que, aunque Robert criticaba a menudo al conde Salzberg como un viejo de mierda, Robert realmente respetaba al conde.

Por eso Signus no podía mencionar la idea de traicionar al Conde Salzberg a Robert. Hacerlo seguramente fracturaría su larga amistad. Sin embargo, al mismo tiempo, Signus tenía claro que

Robert no tendría futuro si se pegaba al conde.

Supongo que tengo que ir a por ello.

Ryoma Mikoshiba había ordenado a Signus que realizara una determinada tarea para él. Signus se levantó del sofá, abrió el cajón de su escritorio y sacó un papel con polvo. Signus se disculpó en silencio con Robert mientras lo miraba.

Robert, ese día me dijiste que pensara en mí. Lo siento, pero esta vez te tomaré la palabra. Y cuando todo termine, dejaré que me juzgues… incluso si decides que quieres mi cabeza por esto.

Esa era la mayor penitencia que Signus podía ofrecer, pero nadie podía entender cómo se sentía. A fin de cuentas, esa disculpa no era más que su forma de aliviar su culpa y su vergüenza, y él lo sabía.

Signus cogió dos vasos de una estantería cercana y los colocó sobre la mesa. Luego sacó una botella de alcohol de un armario, la abrió y vertió el polvo en ella.

“Gracias por esperar. Adelante”, le llamó Signus.

En cuanto dijo eso, Robert irrumpió bulliciosamente en la habitación. “¡¿Qué estabas haciendo, Signus?!”, preguntó enfadado.

“¿Qué te pasa? Estás de muy mal humor”, respondió Signus, sentándose en el sofá y fingiendo ignorancia.

“¿Qué estás diciendo?” Robert le gritó. “¡¿Has mirado fuera de tu maldita ventana?!”

Robert cogió la botella que tenía delante y bebió un trago. Su excitación le había dado sed, al parecer. Luego se limpió la boca con el dorso de la mano y se sentó enérgicamente en el sofá.

“Vamos, Robert, hice todo lo posible para poner un vaso para ti”, dijo Signus exasperado.

Robert resopló, disgustado por su actitud, y dio un segundo trago a la botella. Luego miró a Signus con desconfianza. Tal vez su intuición de guerrero había hecho acto de presencia.

“Estás muy tranquilo”, murmuró Robert, clavando sus ojos en los de Signus.

Signus no dijo nada y cogió la botella de las manos de Robert y dio un trago. El alcohol se desbordó de sus labios, goteando hasta su pecho.

Tal vez sintiendo algo extraño en el comportamiento de Signus,

Robert se apresuró a ponerse en pie… pero entonces toda la fuerza se agotó de repente en su cuerpo.

“Signus… Tú no…”

El cuerpo de Robert se entumeció y su lengua se volvió tan pesada que arrastró las palabras. Antes de darse cuenta, se desplomó en el sofá.

Signus miró en silencio la forma inerte de Robert mientras sentía que la droga empezaba a correr por sus propias venas.