Jimi na Kensei (NL)

Volumen 4

Interludio: Pilar De Llamas

El asiento de Dios era un lugar que parecía que debería haber estado ubicado en lo alto de los cielos, por encima de las nubes. Era un mundo para Dios y solo para Dios, visitado únicamente por sus creaciones directas, los Ocho Tesoros Sagrados, y para aquellos a quienes Dios había matado “accidentalmente” antes de tiempo.

Dios se sentó en su trono y estaba haciendo su trabajo habitual. Ese trabajo consistió simplemente en administrar este mundo. Eso era todo lo que estaba destinado a hacer. No importaba cuántas vidas nacieran dónde, o cuántas vidas se perdieran dónde, y no importaba cuánto sufrimiento o tragedia existiera.

Todo lo que estaba allí para hacer era administrar el mundo. No le importaba en lo más mínimo si sucedía algo maravilloso en el mundo que supervisaba. Simplemente lo logró desde su punto de vista literalmente divino. Fue, literalmente, lo que hizo como trabajo. No hubo alegría, no hubo tristeza; fue solo trabajo.

Pero sucedió algo que amenazó con cambiar esa simplicidad. “… ¡Whoa!”

La mano de Dios se detuvo a mitad de la frase, dejando su letra inmaculada sin terminar. En estado de shock, Dios apartó los ojos de su escritorio y sus ojos vieron una columna de fuego gigante.

“… I-Imposible…”

Una columna de fuego resplandeció sobre el mundo por encima de las nubes, elevándose más allá de los cielos literales. Normalmente, esto no debería haber sido posible. Pero Dios ya sabía de dónde venía ese incendio.

“Entonces, ese monstruo está en movimiento de nuevo…”

Comenzando hace dos mil quinientos años y terminando hace mil quinientos años… Durante ese largo milenio, había visto ese pilar de llamas encenderse con frecuencia en un resplandor incomparable.

“¿Qué idiota ha despertado a ese monstruo…?”

Dios no tuvo necesidad de confirmar de dónde vino el fuego. Las únicas cosas que ardían en este mundo eran las velas que representaban vidas humanas. La llama de la vela que representaba la vida de una persona no siempre era coherente; en cambio, estaba cambiando constantemente, a menudo encendiéndose o desvaneciéndose. Además, había una enorme brecha en el brillo de la llama entre los individuos.

Para aquellos con mucha autoridad, las llamas eran naturalmente más grandes, y eran aún más grandes cuando estaban en su mejor momento. Para aquellos que morirían sin lograr nada, la llama era débil y no cambiaría durante su vida.

Era una llama que mostraba cuán brillante e intensamente vivía esa persona. Sin embargo, era imposible que la llama de una vela se convirtiera en un pilar de este tamaño. Seguía siendo la llama de una vela, después de todo, y no había forma de diferenciar la intensidad a menos que hubiera varias velas alrededor para comparar.

La columna de llamas era tan grande que su tamaño era mayor que las llamas combinadas de todas las personas que vivían en el planeta.

“Maldita sea… ¿Tiene la intención de destruir este mundo?”

Era una vida que ardía intensamente, pero también era una vida cuya llama consumía a otros. La vela de la que surgió la columna de fuego pertenecía al único hombre que había llegado al reino de Dios por su cuenta.

“Suiboku”.

El hombre más poderoso del mundo, un hombre que podía sacudir los cielos y la tierra, e incluso destruir las estrellas. Un hombre al que incluso Dios temía. Hasta hace poco, su vida, su llama, se había calmado, ardiendo como si el hombre mismo estuviera dormido. Pero ahora, brillaba una vez más, con una fuerza que Dios mismo nunca había visto antes.

“Es más grande de lo que alguna vez fue… Tal vez todo haya terminado”.

Dios también era solo un barco flotando en el río del destino. Al ver la columna de fuego arder con más intensidad que nunca, Dios encontró consuelo en su impotencia ante lo inevitable.