Re:Zero Ex (NL)

Volumen 3: La balada de amor del Demonio de la Espada

Capítulo 3: La Danza de la Flor de Plata de Pie/al

Parte 1

 

 

El Demonio de la Espada oyó el silencio de una hoja mientras saltaba del suelo, escapando de la muerte por pulgadas.

En la esquina de su visión, el demonio de la Espada vio el polvo que había pateado; se torció y golpeó. Un destello de plata alcanzó el cuello ancho de su oponente, buscando el golpe fatal, pero fue des- viado por un golpe desde abajo.

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—…

Ni siquiera había tiempo para chasquear la lengua.

El Demonio de la Espada usó la fuerza del bloque para lanzarse hacia atrás. Puede parecer una tontería saltar al aire, donde no había escapatoria, pero en este momento, no tenía adónde ir…

—¡Shrrrr!

Instantáneamente, las cuchillas arremetieron desde tres direcciones, rozando su piel y liberando una niebla de sangre. Aun así, evitó cual- quier herida fatal. Su conciencia acelerada dejó a un lado el dolor mien- tras el ensangrentado Demonio de la Espada giró en el aire para lanzar un ataque inverso contra el gigante justo delante de él.

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La punta de su espada cortó el hombro azul-negro aunque poco profunda. No fue suficiente para cortar el brazo, y tan pronto como él le había afilado los dientes un golpe llegó en respuesta.

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—¡Hrrgh!

Su costado se derrumbó bajo un puño al menos del tamaño de la cabeza de un niño. Sus costillas gritaron bajo el impacto, y fue arrojado a un lado. Se estrelló contra el borde de piedra, aterrizando en el suelo sin tiempo para corregir su caída. Su frente se chocó con las piedras de la bandera, y cuando miró hacia arriba, podía probar la sangre en su lengua. No hubo ataque de seguimiento. Su enemigo apenas estaba ileso.

—…

El Demonio de la Espada se levantó de rodillas, mirando hacia arriba a un gigante de pie con los brazos cruzados delante de él. El gigante miraba con perplejidad a su propio brazo, la extremidad que había utilizado para lanzar al Demonio de la Espada, y que ahora había sido cortada la muñeca. La herida estaba derramando sangre, y el pro- pio puño estaba rodando por sus pies.

Las heridas parecían bastante graves a primera vista. El Demonio de la Espada se lesionó mucho, pero estaba claro que estaba mejor que un oponente que acababa de perder su mano izquierda.

Si sólo ese oponente no hubiera tenido tres manos más de sobra.

—Hace mucho que ha pasado desde que fui bendecido por un enemigo… Una rara felicidad de hecho— Retumbaba la gran criatura azul desnuda, que su brazo comenzaba a hincharse. En ese momento, la sangre dejó de brotar del brazo de las manijas. Había apretado sus músculos restantes en esa extremidad para detener por la fuerza el flujo. No se trataba de si tal cosa debiera ser posible. Ver era creer.

—… ¿Qué eres, una especie de monstruo?


—Una cosa tan solitaria dices, buen enemigo mío. Tú y yo somos seres igualmente asombrosos.

—Pff… ¿Así es como un hombre justifica tratar de robarle a la mu-

jer de alguien? Buen intento.

—Cuando cae un enemigo tan poderoso como tú, se reclama como es apropiado. Nada es difícil de entender al respecto.

—Hablas como un verdadero bárbaro.

—Es el camino de las bestias que vivimos por la espada.

El dios de la batalla de ocho brazos adornó al Demonio de la Es- pada, que estaba cortando sangre y flema, con la sonrisa de un gue- rrero. La expresión reflejaba su abrumadora habilidad de combate, pero el Demonio de la Espada lo enfrentó sin dejarse intimidar.

Por supuesto. Retirarse no era una opción. Después de todo…

—…

Desde un lado del puente de piedra, podía sentir un par de ojos en su espalda.

Esta batalla sobrehumana estaba siendo observada por muchos ojos. Innumerables miradas estaban sobre él, innumerables emociones rugiendo; los sintió en su piel.

Pero para el Demonio de la Espada, sólo uno de ellos importaba.

Simplemente tenía que sentir eso, y era poderoso.

—…

Ojos claros como un cielo azul, hermoso cabello tan rojo como una llama en el viento, corazón sin nubes por ninguna duda en cuanto a la victoria del Demonio de la Espada.

Mientras esos ojos estaban puestos sobre él, no podía perder ante nadie. Y así…

—Sigue hablando. Te voy a ganar… Ocho brazos Kurgan.

—Entonces daré tu nombre al niño que llevo por tu princesa, De- monio de la Espada Wilhelm.

Los siete grandes brazos sostenían las enormes cuchillas, “Devil Cleavers” Kurgan, cuya técnica había repelido incluso al Santo de la Espada, preparado para la batalla, todo su cuerpo desbordaba el aura de un guerrero.

El combate frenético sin fin, la lucha de vida o muerte, el duelo entre el Demonio de la Espada y ocho brazos Kurgan…

La Danza de la flor de plata de Pictat: el duelo mortal que se cono- cería en toda la tierra.

Su comienzo y su conclusión formarían otro capítulo en la Balada de Amor del Demonio de la Espada, la historia de ese joven y aquella mujer.

***

 

 

—¡Estúpido, estúpido Padre! ¡Me rindo!

Una hermosa voz sonó a través de la mansión temprano una ma- ñana, asustando a los pájaros en el jardín en pleno vuelo. A medida que el sonido de las alas se esfumaba, el mundo se estableció en un momento de silencio. Pero el momento congelado se derritió rápida- mente, y un hombre alto, delgado y barbudo se lanzó a la acción.

Su exterior compuesto fue completamente desmentido por el fre- nético saludo de sus manos.

—Espera, Theresia. ¿No crees que es un poco pronto para enojarte tanto? ¿No puedes escuchar con calma la idea de tu padre ante ti?

—¡Tus  ideas,  Padre,  son  lo  que  me  enoja  demasiado  pronto!

¡¿Cómo pudiste decidir algo tan importante sin siquiera mencionár- melo?! ¡¿Es lo que estoy diciendo tan extraño?!

—Por supuesto, es porque quería sorprenderte, mi querida hija.

—Oh, estoy sorprendida. Absolutamente conmocionada. ¡De la peor manera posible! ¡Suficiente para hacerme querer dejar esta fami- lia!

—¡¿Qué?! ¡¿Pero por qué?! ¡La familia es todo en lo que estoy pen- sando!

La chica dio un suspiro dramático, agotado por el hombre tarta- mudo.

Era una chica encantadora con hermoso pelo rojo y ojos del color del cielo. Llevaba un sencillo atuendo blanco que, aunque sencillo, sin embargo sacó a relucir su belleza femenina. Sus brazos fueron cruza- dos de una manera que enfatizaba su sorprendentemente generoso busto.

Se llamaba Theresia van Astrea, y era la dueña de esta casa. Era la hija de Veltol Astrea, que se encontraba frente a ella. En otras pala- bras, esta fue una discusión entre padre e hija.

Lo que es más, tales argumentos entre ellos no eran inusuales. De hecho, ocurrieron con bastante frecuencia. Casi cada vez que Veltol venía a visitar a Theresia. Y de hecho…

—¿Cuántas veces planeas venir a esta casa en un mes de todos mo- dos, Padre?! ¡Has estado aquí prácticamente la mitad del tiempo! ¡¿En- tiendes lo que estos días significan para mí?! ¡¿Qué soy una recién ca- sada?!

—¡Por supuesto que lo entiendo! Por eso necesito vigilarte para que ustedes dos jóvenes no hagan nada precipitado. Si eso no es preocu- pación para mi hija, entonces ¿qué es?

—¡Espero que un dragón de tierra te pateé en la cabeza, Padre!

—¡¿Quué?! Reconozco ese dicho: ¡de Kararagi!

El padre de la joven novia estaba tratando de mantener la cabeza alta en la casa de los recién casados sólo para recibir un regaño sincero de su hija.

Wilhelm, viendo la discusión desde el sofá, suspiró. De repente, una taza de té apareció delante de él. Cuando vio a la persona ofreciéndola, una mujer elegante con pelo de lino, se enderezó.

—Lo siento, Wilhelm. Mi marido y mi hija siempre son así.

—Sí, bueno, las estúpidas travesuras no…, quiero decir, supongo que se podría decir que ya estoy acostumbrado a ello. Y no es que no entienda como se siente el honorable padre. Sólo se asusta un poco, hee, simplemente está preocupado por su hija.

La mujer sonrió mientras Wilhelm luchaba con las bellezas del len- guaje aristocrático.

—Oh, no hay necesidad de corregir tu lenguaje delante de mí. Ahora somos familia. Sólo desearía que el hombre tuviera las agallas para reconocerlo ya.

Wilhelm vio en la sonrisa de la mujer una sombra de esa sonrisa que más amaba. Por supuesto que lo hizo. Esta mujer era Tishua Astrea, la madre de Theresia.

Esa mañana, Veltol y Tishua se habían presentado en el anexo de Astrea, la casa en la que Wilhelm y Theresia estaban haciendo su nueva vida juntos. Y así como Theresia se lamentaba, sus visitas parecían ser una ocurrencia muy frecuente.

—Buenos días… ¿Y cuál parece ser la crisis de hoy?

Un nuevo visitante apareció en la puerta, comentando el sonido fa- miliar de la discusión. Era una mujer con el pelo dorado brillante que bajó sus hombros, junto con un rostro serio y un aspecto refinado. Ella era Carol Remendes, asistente de Theresia; ella tenía una historia con Wilhelm también. Su familia había servido durante mucho tiempo a los Astreas, y estos argumentos entre padre e hija eran terribles a su vez, claramente, ella ignoró a la pareja discutiendo para hacerle una pregunta a Tishua.

—Buenos días, Carol. Sí, es una pregunta excelente. Si no te importa que pregunte, ¿qué crees que es?

—Podría sospechar que Lady Theresia finalmente rompió la fre- cuencia de sus visitas honorables.

—Tu sospecha es correcta. Por supuesto, dada su mentalidad única, no es tan difícil de entender— Tishua sonrió.

—Humm… ¿Es así? —Carol suspiró.

Este era el padre de su amiga. Parecía estar decepcionada porque deseó encontrar algo que le gustara sobre Veltol, pero estaba hasta ahora insatisfecha. Wilhelm se abstuvo de señalar que su decepción era en sí bastante grosera.

Entonces, al darse cuenta de que los tres habían reservado formali- dades matutinas para quejarse de Veltol, Theresia exclamó:

—¡Carol! ¡Escucha, Carol! Mi padre ha ido y ha hecho lo más egoísta y grosero, ¡otra vez! Pero ni siquiera se siente culpable por ello… Oh, y buenos días.

—Buenos días, Lady Theresia. Me compadezco profundamente de tus frustraciones, de verdad, pero no debes ser muy crítico con tu pa- dre. Piensa en lo triste que va a estar.

—Escúchala, Theresia. Podrías aprender una o dos cosas de esa ac- titud respetuosa.

—¡Heh-heh! Está triste, está bien, y ni siquiera lo sabe… Es franca- mente adorable”.

Veltol había perdido por completo el significado de lo que Theresia y Carol estaban diciendo. Su esposa sola parecía estar sorprendida por él de la misma manera, y Wilhelm se puso una mano en la frente cuando se dio cuenta.

La dinámica de esta familia era inusual por decir menos. Y ahora era parte de ello. Pensó en su propia familia, en sus padres y en sus dos hermanos mayores, ¿había sido tan agotador lidiar con ellos?

Si lo hubiera sido, de repente estaba menos perplejo en cuanto al porqué se había ido de casa.

—Recuerdo que me enfadé por las excusas de mis hermanos, pero…

Como Wilhelm se sentó a reflexionar, Theresia le pidió refuerzos.

—¡Oye, Wilhelm! ¡Díselo a mi padre! Esto no es normal, ¿verdad? Tienes que decírselo… ¡No entiende nada, incluso cuando la gente se lo escribe!

—Bueno, entonces, mi opinión no va a hacer nada útil, ¿verdad?

—¡Pero me hará feliz saber que estás de mi lado! ¿No es eso sufi- ciente útil?

Ella apenas parecía entender todo el poder de ese último argumento. Deja que el Santo de la Espada agarre intuitivamente el punto más vulnerable de su oponente.

—¿Por qué sonríes? Ven aquí. Necesito un aliado— Ella le hizo gestos para unirse a ella.

—Sí, lo sé —dijo Wilhelm, aún sonriendo


—. Entonces, ¿qué estás discutiendo sobre esta mañana?

Todavía no lo sabía. El número de visitas a las que habían sido so- metidos durante su primera media luna como marido y mujer no podía ser la explicación completa.

Ahora lo entiendo.

Wilhelm miró al techo. Esto fue peor de lo que pensaba.

***

 

 

—Bueno, padre. Explica tu opinión al respecto. Entonces decidiré como me siento.

—Ha-ha-ha… Decidir cómo te sientes suena tan intimidante, The- resia. Que niña pone a prueba a su padre. Cada vez que pienso en eso siento que puedo quitarme los ojos de…

—Esto no ayuda en nada, Padre.

—¿Qué? ¡¿Pero por qué?! ¡Aún no hemos hablado de nada!

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Veltol estaba abrumado por la charla y mirada penetrante de The- resia. Wilhelm frunció el ceño, curioso porque el hombre estaba sor- prendido, pero las tres mujeres permanecieron inexpresivas, tal vez ya acostumbradas a esto. Aun así, estaban obligadas a repetir el argu- mento anterior a este ritmo. Aunque no quería mucho, Wilhelm des- cubrió que no tenía más remedio que intervenir.

—Cálmate, Theresia —dijo—. Vamos a escucharlo primero. Y tú, padre, por favor no sorprendas a Theresia así. Sus emociones estalla- ron en un momento de aviso.

—Hrm… Sí, muy bien. Si tú lo dices, Wilhelm, te escucharé





—. The- resia hinchó sus mejillas malhumorada, pero sin embargo accedió a lo que dijo Wilhelm.

Veltol, aliviado, acarició su barba, una sonrisa en su rostro.

—Casi actúas como si entendieras a Theresia mejor que yo, joven

Wilhelm. Voy a tener que…, tú sabes, yo me he bañado con Theresia.

—¡¡Padre!! ¿Cuánto tiempo atrás pretendes ir para cuidar tu hostili- dad?

—Odio decírtelo, pero yo también.

—¡Hagghh!

—¡¿W-Wilhelm?!

Veltol se ahogó, y Theresia, su rostro se tornó rojo como podría ser, agarró a Wilhelm por las solapas y lo empujó a una esquina de la ha- bitación. Allí, clavó a su marido contra la pared, con la cara corriendo con lágrimas de vergüenza, pánico y amor.

—¡¿Qué crees que estás diciendo?! ¡No hemos estado juntos en el baño!

—Lo siento. La rivalidad se adelantó a lo mejor de mí.

—¡No trates de competir con mi padre! Yo no, en ninguna circuns- tancia, quiero ver esa misma mirada de mi padre en tus sus ojos por!

Parecía una forma implícitamente terrible de hablar de su padre, pero Wilhelm no podía evitar estar de acuerdo con ella. El vínculo entre marido y mujer se fortaleció por la presencia de un enemigo co- mún, y Wilhelm abrazó a Theresia suavemente antes de regresar al sofá. Luego se sentaron de nuevo cortésmente, pero…

—…Carol, ¿qué estás haciendo allí?

Preguntó Theresia. Por alguna razón, Carol estaba sentada frente a Theresia y Wilhelm, es decir, junto a Veltol y Tishua. Ella había estado de guardia justo detrás de Theresia hasta un momento antes. Parecía indicar literalmente donde estaba en este argumento.

Carol, luciendo muy seria de hecho, negó con la cabeza y dijo:

—Ese hombre horrible ha abusado de su relación como marido y mujer para avergonzarse de ti, Lady Theresia…

—¡Espera! P-pero Wilhelm y yo estamos casados, ¿recuerdas?

—Sí. Pero no puedo soportar el abuso de la autoridad de un marido para entrar en el baño con contigo.

—¿Aunque estemos casados?

Carol estaba mirando a Wilhelm con toda la malicia de una mujer que se vengaba de sus padres muertos. Veltol se apresuró a añadir:

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—Ella tiene razón, ya sabes— consolidando aún más su alianza. Aparentemente, el otro lado también había descubierto un enemigo común, y había reforzado su propia conexión. Bueno, esto fue pro- blemático.

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—Lo siento mucho, Lady Theresia. Pero hay cosas en las que sim- plemente no puedo permitir. Incluso si me obliga a aliarme con Lord Veltol.

—Sí, ella… ¡¿Qué?! ¡¿Te obliga?!

—P-pero si incluso tú lo dices, Carol, entonces ¿qué voy a hacer…?

—No me importa lo que piensen. Voy a bañarme con Theresia.

—¡Maldito seas! —Carol miró a Wilhelm con una rabia genuina, pero él fácilmente desvió su ataque. Ignorando el derribo debido al ataque, la lucha a pesar de la diferencia en las habilidades de los com- batientes, Theresia volvió con una mirada preocupada a Tishua en busca de ayuda.

—Madre…

—Cielos, ahora eres una novia; no se ven tan patéticos. Aunque lo admito, me siento un poco mal por ti. ¿Querido…?

—¡Hrk! Lo juro, ¡esto no es mi culpa!

Cabeza en mano, Veltol dijo exactamente lo que la persona culpable siempre dice. La vista de su madre entrecerrando los ojos en silencio contra su padre tembloroso era familiar para Theresia. Y siguió un curso familiar también, a una conclusión familiar.

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—Tengo que admitir que intentar seguirte en tu luna de miel iba un poco lejos incluso para mí… Incluso si no estuvieras tan enojada, The- resia, ciertamente no lo haría…

—Ya lo oyó. Puede que sea de mente pequeña y tenga malas habi- lidades sociales, pero no es una mala persona, sólo hace una pequeña travesura. No hay nada de lo que preocuparse.

—Madre, podrías practicar un poco más de moderación cuando ha-bles de mi Padre…

—Si usara moderación, no sería una disculpa apropiada para ti y tu querido Wilhelm. Por eso tengo que ser completamente cruel. Oh, como duele…

Tishua ofreció una sonrisa horriblemente seductora mientras conti- nuaba burlándose de Veltol, quien parecía encogerse bajo el ataque. Theresia simpatizaba con su padre, pero, aun así, soltó un soplo de alivio. No conseguimos encontrar tu ubicación exacta.

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