Re:Zero Ex (NL)

Volumen 3: La balada de amor del Demonio de la Espada

Capítulo 2: El día de la boda

Parte 7

 

 

Theresia frunció el ceño en todo esto, pero la mirada que dirigía a su padre estaba sin ira; de hecho, había una dulzura tremenda y medida en ella.

Como dejó claro la consternación de Veltol, el Escuadrón Zergev aún no había regresado de su patrulla. El hecho de que llegaran más de medio día tarde a su esperado regreso sugería que se habían metido en algún tipo de problema. Dado que Veltol, de hecho, había trazado varios obstáculos de este tipo para ellos, tal vez era menos lógico que estuviera tan alarmada, pero, aun así…

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—¿Ves? Si simplemente hubieras aceptado esto como un hombre, en lugar de buscar esquemas absurdos, esto nunca habría sucedido.

El llorón de Veltol fue seguido a la habitación por Tishua que lle- vaba un vestido para la ceremonia. Miró a su hija, a la propia novia. Por un instante, los ojos que siempre eran fríos en Tishua se arremo- linaron con una emoción intensa. Carol no podía decir que emoción era. Pero entonces Tishua dijo simplemente:

—Eres hermosa, Theresia. Estoy seguro de que tus hermanos ha- brían sido tan felices.

—Sí —dijo Theresia, una leve sonrisa en su rostro

—. Gracias, ma- dre… Y mis hermanos también. Y tú, Padre— Ella asintió con emo- ción.

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Veltol, a quien Theresia parecía haber mencionado casi como a al- guien posterior, sin embargo se apoderó de sus palabras y sopló su nariz con su pañuelo.

—Tiene razón —dijo Veltol—. Tus hermanos seguramente te ha- brían bendecido en este día, Theresia.

—Tratas de hacer que suene tan feliz, padre, pero aún no te he per- donado, ya sabes.

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—¡¡¿Quéé?!! ¡¿Incluso con la ceremonia tan cerca?! De todos mo- dos, seguramente tenemos un problema más apremiante en este mo- mento!

—¿Y quién es el responsable de ese problema, me pregunto…?

—Lady Theresia, si te enojas demasiado, arruinarás tu cabello y ma- quillaje. Y Lord Veltol, por favor deja de enfrentarla de nuevo. Con- sidere la hora y el lugar.

—¡Escucha cómo incluso Carol me habla así! —Veltol dijo brusca- mente (parecía que todavía no se arrepintiera), pero Carol ya estaba haciendo una predicción de Theresia.

Era innegable que Wilhelm y sus compañeros aún no habían vuelto. Si, hipotéticamente, el novio realmente no regresara, toda la ceremo- nia sería un desperdicio, y sería una gran bofetada en todos sus rostros.

—Está bien. Incluso si lo peor sucediera… No necesita el permiso de nadie ¿Verdad, Lady Theresia?

—No me importan los juegos de mi padre. Si Wilhelm no llega a tiempo para la ceremonia de boda, iremos a algún lugar lejos para ca- sarnos. Me convertí en su novia hace mucho tiempo, y él el mío. Nunca podremos ser destrozados. Es por eso que puedo mantener la cabeza alta.

En cuanto al reino, se trataba de un matrimonio entre el Santo de la Espada y un caballero. Pero para la propia Theresia, era simplemente la boda de un hombre y una mujer, y no exigía más que eso. Ella estaba agradecida a los asistentes y feliz por sus bendiciones. Pero, aun así…

—Nunca he sido más feliz que cuando Wilhelm vino por mí ese día.

Carol casi se olvidó de respirar al ver la sonrisa de Theresia. Lo mismo ocurre con Veltol e incluso Tishua. Todos ellos sabían que la novia no podía tener una sonrisa más verdadera, no más profunda. Ella y Wilhelm ya habían estado unidos. Hace algún tiempo, sin duda en ese campo de flores. Y entonces…

—Escucho algo de conmoción afuera— dijo Tishua con sorpresa. Miró hacia la puerta. En ese momento exacto, hubo un golpe, y entró un gigante con la cabeza inclinada.

El hombre educado pero bien musculoso era Burdeaux. Sonrió am- pliamente y dio un guiño contundente.

—Siento dejar que te preocupes por tanto tiempo —dijo—. Por fin han vuelto.

Y así fue: En casi el momento en que la ceremonia iba a comenzar, había llegado la noticia del regreso del novio a la capital.

***

 

 

Justo antes de que se abriera la puerta de la sala de ceremonias, The- resia podía sentir su corazón latiendo. Ella había estado tan tranquila esperando este momento crucial, sin embargo, ahora que había lle- gado, toda su compostura la abandonó. Le recordó que incluso ella era sólo una persona frágil.

Sin duda el hombre del otro lado de la puerta tuvo algo que ver con eso. Sólo él y él, su novio, podían transformar a Theresia en “justa” Theresia, no el Santo, no una luchadora, sino simplemente quien era ella.

—Aunque no creo que él lo sepa— murmuró con una sonrisa.

—Theresia, es hora— dijo Veltol desde su lado, sosteniendo su brazo.

Como la tradición dictaba, la novia y su padre se medían en el brazo del lugar. Theresia vinculó su brazo con el de Veltol, el dobladillo de su vestido largo. Ella sintió su calor corporal, la tensión en su brazo, y dejó salir un pequeño aliento.


—Padre, siento haberte causado tantos problemas. Voy a ser feliz.

—¡…! Si me haces llorar ahora, la Casa Astrea no será capaz de sostener la cabeza.

—Por eso lo dije.

—Siempre fuiste mi hija más problemática.

Las palabras fueron un poco de golpe hacia ella, pero Theresia em- pujó a un lado las emociones que provocaron y sonrió a su padre. Asintió, y luego abrió la puerta de la sala.

La luz se derramó sobre ellos, junto con una visión de la capilla real engalanada para la ceremonia. El pasillo que caminaron por la iglesia estaba cubierto de flores, pétalos amarillos de ese campo donde The- resia y Wilhelm se habían encontrado, innumerables decenas de ellos.

Probablemente lo estaba haciendo Carol. Pensando en lo traviesa que era, Theresia miró a los participantes en el otro extremo del pasi- llo. Pero lo que vio la dejó parpadeando.

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—…

Al lado de la fiesta elegante e impecablemente formal, se pusieron de pie con orgullo. Estaban cubiertos de polvo y sudor y mugre y to- davía llevaban armadura y capas. Además de su estado sombrío, estaba demasiado claro que se habían ido sin dormir, sin embargo, estaban los soldados reunidos del Escuadrón Zergev.

Ciertamente no era la forma en que uno debería vestirse para una boda única en la vida como esta. Hubiera sido un motivo perfectamente aceptable para echarlos del lugar con un severo regaño. Fuera de la esquina de su ojo, Theresia podía ver el choque en la cara de Veltol.

Pero en cuanto a ella, sólo cerró los ojos brevemente, profunda- mente agradecido de que estuvieran allí en absoluto.

—Gracias.

No podía hablar las palabras en voz alta, pero sin embargo expresó su gratitud a los soldados sucios y agotados. Si vestirse para celebrar esta ocasión se consideró una bondad, entonces también hay que decir lo mismo de aquellos que se habían apresurado a estar presentes, sin importar el costo.

Theresia, que había luchado junto a estos mismos guerreros muchas veces, sabía quiénes eran. Recibir su bendición fue un gran honor para ella tanto como el Santo de la Espada como mujer.

Mientras caminaba por el pasillo alfombrado de rojo, los asistentes le aplaudieron. Ella tiró del brazo de Veltol, sonriendo irónicamente a su padre. Estaba tan lleno de emoción, que era difícil decir cuál de ellos era la novia.

Cuando pasaba Theresia, el Escuadrón Zergev, se enderezaron y aplaudieron por ella, y ella los favoreció con una pequeña reverencia. Respondieron con un saludo perfecto colectivo, una imagen que se quemó en su memoria.

Grimm y Carol estaban alineados juntos a un lado del escuadrón, ambos observando a Theresia. Estaba segura de que pronto tendrían la oportunidad de estar al otro lado de una ocasión como esta. Pro- metió que cuando lo hicieran, los celebraría con más fervor que nadie.

Junto a ellos podía ver a Burdeaux, junto con varios otros VIP del reino. Había una figura encapuchada junto a Burdeaux, Su Majestad Jionis mismo y ella sonrió incluso cuando vio la sorpresa.

Ella saboreó su más sincero agradecimiento hacia todos los que ha- bían hecho todo lo posible para ser parte de esta ceremonia.

Y luego…

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—Wilhelm…

Al final del pasillo, un hombre se paró en una margarita, mirándola. Theresia habló su nombre, luego soltó el brazo de Veltol. El joven bajó de la plataforma y tomó su brazo recién libre, envolviéndola en el suyo.

Fue en ese momento cuando la novia dejó a su padre para unirse a su marido. Theresia cerró los ojos, pensando en ello, respirando pro- fundamente el olor del joven que la abrazaba.

—Apestas… otra vez.

Las palabras, y su sonrisa, encapsularon su aprecio por el hombre que había luchado tan duro para estar aquí con ella.

***

 

 

La batalla con la Serpiente de la Tierra había terminado justo al ama- necer del día de la boda.

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Conwood le estaba explicando la situación a Wilhelm después de rescatarlo de ser enterrado vivo.

—Fue gracias a la rápida idea del vicecapitán Grimm —dijo—. El espacio donde entraba el viento en la cueva era demasiado pequeño para que un adulto lo atravesara, pero lo suficientemente grande como para un niño. Así que hizo que el niño nos trajera un mensaje…

—Estábamos más frenéticos de lo que probablemente se da cuenta, capitán. El escuadrón estaba inspeccionando toda la montaña.

Y entonces, por supuesto, la pequeña sorpresa de Grimm y el ataque del Escuadrón Zergev habían destruido a la bestia. Cramlin estaba a salvo, los niños estaban a salvo, y en cuanto al orden público, la pa- trulla había sido un éxito rotundo.

—Ahora todo lo que tenemos que hacer es montar nuestros drago- nes de tierra para llevarlo de vuelta a la capital, señor… o al menos al salón de bodas. Vamos, no hay tiempo para descansar, ¡Vamos!

El feroz entusiasmo de Conwood obligó a Wilhelm a finalmente expresar sus dudas.

—Te lo agradezco, pero…, ¿por qué están tan empeñados en esto?

¿Es tan importante la boda de Theresia y yo?

Conwood, a mitad de camino a su dragón, resopló.

—Te lo dijimos. Difícilmente podemos dejar a Lady Theresia de pie en el altar sola. Ella…, ella es una chica que merece ser feliz.

—…

—Capitán… Quiero decir, Wilhelm. Tal vez no te des cuenta.

El tono jovial habitual había dejado la voz de Conwood, y parecía inusualmente serio. Habló de la manera en que había hablado cuando él y Wilhelm acababan de ser dos camaradas en armas.

—Luchamos con ella, con el Santo de la Espada, en muchas batallas en la guerra civil. Si seguimos vivos, es gracias a ella. Eso no es una exageración.

Conwood miró hacia adelante, las manos en las ingles de su dragón de tierra de carreras. Sólo por un segundo, Wilhelm vio sus ojos brillar con autorecriminación.

—Me abrumó su fuerza, del Santo de la Espada —dijo Conwood—. Así que cuando finalmente la golpeaste ese día en la ceremonia, ape- nas podía soportarlo.

—¿Difícilmente soportar qué?

—El hecho de que nunca nos hubiéramos dado cuenta de que el Santo de la Espada también era una chica normal.

Se apretó los dientes; Wilhelm podía ver la expresión en su rostro. Entonces la tensión en sus mejillas se ablandó, y dio una sonrisa débil.

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—Sé que es sólo una cuestión de hecho para ti, pero nunca lo había mostrado. El Santo de la Espada era el epítome de la fuerza, la persona en la que habíamos confiado durante años. Nunca pensamos que fuera una chica con sus propias debilidades.

—…

—La hicimos llevar una espada, la hicimos luchar, ¿y nos llamamos caballeros? ¿Nos llamamos el audaz y heroico Escuadrón Zergev? Por eso todos te estamos agradecidos por quitarle la espada. No éramos lo suficientemente buenos para llamarnos caballeros o hombres, y nos despertaste con lo que teníamos que hacer.

Entonces Conwood dejó de hablar y se golpeó fuerte mente en cada mejilla. En el espacio de un instante, una vez más había renunciado a la familiaridad de un viejo camarada.

—Es por eso que necesitamos que la haga feliz, capitán. ¡Así que vamos a movernos! Será mejor que nos demos prisa. Incluso si no tendremos tiempo de lavarnos o cambiarnos.

—Así que ella no tendrá que estar ahí sola, ¿eh?

—Exactamente.

Ahora Conwood dio una gran sonrisa amplia, provocando un reso- plido de Wilhelm, que puso las espuelas a su dragón de tierra.

Así, el Escuadrón Zergev regresó a la capital, pospuso su informe

después de la acción, y se apresuró a la ceremonia de la boda…

—Apestas… otra vez.

Wilhelm sonrió mientras la chica de sus brazos se le arrugaba la na- riz. Por una vez, no pudo negarlo. No había tenido tiempo para dormir ni tener higiene mientras estaba en la patrulla. Tenía la inten- ción de lavarse antes de aparecer en la iglesia, pero al final, no había tenido tiempo.

De hecho, no había un solo ausente entre los que habían sido invi- tados a la boda; todos estaban presentes. Wilhelm no había tenido tiempo de lavarse, pero al menos había sido capaz de cambiarse de su armadura. Esperaba que fuera suficiente. Aun así…

—Me siento mal por eso.

—No, no te deprimas. Este es tu olor, Wilhelm. Este eres tú.

—¿Mi olor es suciedad y sudor? No estoy seguro de cómo me siento al respecto.

—No quise decir eso. Tonto.

Mientras estaban allí, sosteniéndose el uno al otro, Wilhelm miró directamente a Veltol. El hombre que probablemente era responsable tanto de su asignación a la patrulla como de los diversos obstáculos que había encontrado en el camino. Teniendo en cuenta las tribulacio- nes físicas y emocionales que acababa de soportar, dudaba de que al- guien lo culparía por tener unas palabras para el hombre.

—Señor Veltol. Estoy aquí para recibir a su hija, Theresia.

Las palabras que finalmente habló, sin embargo, estaban despojadas de resentimiento. Dijo lo que tenía que decir a la persona a la que tenía que decirlo.

Y Veltol, su cara rígida, respondió—: …Quiero que la hagas feliz.

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—Lo juro. Tu no la quieres más que yo.

Ella era, después de todo, su novia, la amada mujer que estaba to- mando como su esposa.

Las mejillas de Theresia se tornaron rojas en esta declaración, y los ojos de Veltol se ensancharon. Pero poco después, se inclinó, como el padre de la novia, y regresó a su asiento junto a su propia esposa.

Wilhelm había logrado cambiarse a un traje apropiado, pero su ca- bello todavía era un desastre y su cara todavía estaba sucia; cuando los novios iban, él no era el más impresionante.

Theresia, por otro lado, con su vestido blanco, podría haber sido la novia más hermosa del mundo.

—Te preguntaré que piensas de mi vestido… después de la cere-monia, ¿de acuerdo? —dijo.

—Honestamente, no estoy seguro de poder decirlo en palabras.

—Entonces puedes mostrármelo con tus acciones.

—…Bueno, eso podría salirse de las manos rápido.

—Huh.

El novio dejó un suspiro familiar en su novia, sin saber exactamente lo atractiva que era. Finalmente, Wilhelm la dejó ir del abrazo, esta vez recogiéndola en su lugar. Theresia sorprendida al sentir sus brazos al- rededor de sus piernas y cintura mientras la llevaba hasta el altar. La Trató como si fuera la cosa más frágil y preciosa del mundo entero.

—Oh, ¡bájame, me estás avergonzando…!

—Tengo que presumir exactamente a quien perteneces.

—¡Creo que lo hiciste en otra ceremonia hace mucho tiempo, y todo el país lo sabe!

Wilhelm inclinó la cabeza a eso, como para decir—: Huh—, tal vez. Sus excusas a medias no significaban mucho de todos modos. La única razón era, lo había hecho porque quería.

Simplemente quería presumir de que esta mujer más dulce y her- mosa era su novia.

La ceremonia continuó.

La novia y el novio se encontraban en el altar, donde Miklotov, como oficiante, dio un largo discurso. Wilhelm y Theresia, que sólo realmente prestaron atención a aproximadamente la mitad de lo que dijo, intercambiaron votos de amor el uno por el otro…

—Ahora, y aunque por segunda vez, puedas compartir un beso, y un voto de amor antes que todos los presentes— Wilhelm dio un paso hacia Theresia.

—Wilhelm —dijo—, te amo.

—…

—¿Qué hay de ti?

A la pregunta de su novia, Wilhelm no respondió con palabras.

En lugar, como ella había pedido, él respondió con sus acciones, llevando sus labios a los suyos.

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Re Zero Ex Volumen 3 Capítulo 2 Parte 7 Novela Ligera

 

El día de esa boda fue la secuela de la canción de amor del demonio

de la espada, el romance que se cantaría en el futuro…

Fue un hermoso día, y un final apropiado para el tumultuoso y ma- ravilloso primer acto de la Balada de Amor del Demonio de la Espada.

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