86 [Eighty Six]

Volumen 4: Bajo Presión

Capítulo 2: Identificación: ¿Amigo o Enemigo?

Parte 4

 

 

Si bien no usaban balas reales, las batallas simuladas en las que Juggernauts que pesaban más de diez toneladas participaban en maniobras de alta velocidad e intentaban dispararle en los lados y atrás a los demás eran difíciles para aquellos que no estaban acostumbrados. Dustin se arrastraba fatigosamente hasta la ducha después del combate, solo para ser pasado por Rito, quien gritó:

— ¡Las traes!


Al ver sus espaldas retroceder en la distancia, Shin frunció el ceño. Como él era el capitán, la decisión de qué tropas asignar a qué escuadrón estaba en sus manos, y en su mayoría los eligió en función de sus calificaciones en la academia de cadetes y su historial de batalla en la República. En última instancia, resultó en prácticamente los mismos escuadrones que tenían en la República, pero había un soldado problemático.

Anju estaba apoyado contra la pared, esperando que Shin saliera.

— No estás seguro de qué hacer con la asignación de Jaeger, ¿verdad? Preguntó al verlo.

—… Si.

A pesar de ser tres años más joven que Dustin, Rito era un Procesador que había servido en el escuadrón al que Shin pertenecía antes de unirse a Spearhead. Dos años de historia de combate eran bastante cortos para un Procesador sobreviviente, pero aún eran mucho más que lo aprendido por Dustin.

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Esa brecha de dos años de experiencia manejando un Juggernaut era demasiado evidente. Sus tasas de victorias y derrotas en los entrenamientos y la forma en que estaba exhausto después de un combate contaban la historia con demasiada claridad.

— Sin embargo, su espíritu es admirable y no parece que quiera morir. Simplemente carece de decisión y habilidad real.

— Estaba pensando en mandarlo a la banca como reserva… Pero no tendremos ese tipo de lujo con la próxima operación.

— ¿Y si dejas que mi pelotón lo tenga?

Volvió a mirar a Anju, quien respondió con una sonrisa débil y amarga.

— Quiero decir, estabas pensando en hacer que fuera de todos modos, ¿verdad? Está fuera de discusión ponerlo en tu pelotón o en el de Seo, ya que ustedes dos son de vanguardia. Raiden termina trabajando contigo a menudo, por lo que de todos modos estará en el frente. Y no puedes unir a un novato que es fácil de identificar con Crenna, que se concentra en el espionaje y los francotiradores… Ponerlo en mi pelotón, a cargo del fuego de supresión, sería más seguro para los dos.

Tenía sus aprensiones, pero Anju tenía razón… Tenerla dialogando con él era el mejor curso de acción.

— Gracias… Pero si sientes que se vuelve difícil para ti…

— Está bien. Pasa lo mismo con todos los demás. Así son los cerdos blancos… ¿verdad?

No había un 86 vivo que no supiera lo que era que la República los pisoteara.

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— Sí.

— Y también incluso la Coronel.

Shin parpadeó como si no hubiera esperado que se mencionara a Lena, y Anju simplemente sonrió y se encogió de hombros.

— Si la Coronel también piensa de esa manera… pronto terminará dándole la espalda a la República. Así que no tienes que sentirte ansioso por esto, ¿de acuerdo?

Miró los ojos azules de la chica que se preocupaba constantemente por él, hasta un punto casi irritante.

—… Está bien.

Todos los datos acumulados del Para-RAID durante las sesiones de entrenamiento y los resultados de las inspecciones periódicas de los Procesadores fueron recopilados por Anett, quien actualmente estaba mostrando la información en holopantallas y confirmándola. No hubo ningún comportamiento inusual por el momento, ni hubo irregularidades con sus fisiologías individuales. Eso era de esperar, ya que habían usado esta tecnología durante años en la República, pero era mejor pecar por exceso.

Se había ofrecido como voluntaria para hacer esto porque pensó que esto podría ser útil para él, una forma de expiar sus pecados. Mientras se desplazaba página tras página de documentos electrónicos, sus manos se detuvieron cuando apareció su nombre, acompañado de una foto policial.

—… Shin.

Su mano extendida inadvertidamente se congeló en el aire. Terminó mordiéndose el labio.

— Capitán Nouzen.

Respondiendo a su voz con un asentimiento formal, la persona que estaba cerca se giró para mirarla.

— ¿Qué pasa, Comandante Penrose?

Sus ojos rojo sangre. Su rostro pálido que casi nunca mostraba emoción. Se había vuelto mucho más alto en diez años, y su contextura era delgada pero tonificada por siete años de feroz combate. Era como una vieja espada afilada, clavada en el suelo de un antiguo campo de batalla, bañada por la luz de la luna.

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Era demasiado diferente a como era antes. Y miró a Anett como si fuera una desconocida.

— Shin. De verdad me recuerdas, ¿verdad?

Lena ya le había dicho a Anett que Shin nunca había hablado de ella, cuando partieron para la misión de reconocimiento especial. Ni siquiera había mencionado su nombre, y probablemente no la recordaba en absoluto.

Pero ella pensó que era mentira. ¿Cómo podía olvidar que ella lo había llamado “sucia mancha” cuando para él ese era un acto de traición tan terrible?

Que Anett, una de sus compañeras más cercanas, lo llamara así era probablemente lo peor del mundo. Y al final, ella lo había abandonado. Se había sentido estúpidamente indignada cuando tuvo la oportunidad de salvarlo, y envió a Shin y a su preciosa familia… cruelmente a los campos de concentración.

Shin había perdido a su familia y se vio obligado a pasar lo que probablemente fueron cinco años luchando en la zona 86. Un verdadero infierno en la tierra. Y Anett estaba en la raíz de todo. ¿Cómo no sentir resentimiento hacia ella por eso?

Tenía que estar resentido con ella. Y cuando fue a saludarla, debió haber tenido que controlar sus emociones ya que estaban en un escenario oficial. O tal vez la trataba como a una extraña porque no podía perdonarla. Pero ahora vivían en el mismo cuartel y tenían muchas oportunidades para hablar sin que otros se interpusieran en su camino. Ella pensó que él diría algo muy pronto… Pero los días iban y venían, y él nunca lo mencionó.

No puede ser… Realmente no puede ser verdad, ¿o si…?

— Soy yo, Henrietta… Rita. De la casa de al lado… ¿Te acuerdas de mí, verdad…?

No había forma de que lo olvidara…

Pero Shin simplemente la miró con una ligera confusión en sus ojos y negó con la cabeza suavemente.

Ahhh, realmente se hizo más alto. El pensamiento inapropiado cruzó por su mente mientras lo miraba. El niño en sus recuerdos siempre tenía la misma altura que ella, en ese entonces.

—… Mis disculpas.

Y él le respondió de ese modo, con una mirada que solo se le daría a un completo extraño.

Anett le había dicho a Lena de antemano que hoy hablaría con Shin. Ella había dicho que si algo pasaba, todo sería culpa de ella, y le había implorado a Lena que no castigara a Shin sin importar lo que sucediera, sus ojos brillaban con sombría decisión.

Lena pensó que no pasaría nada. La dignidad de Shin como 86 le prohibiría actuar como uno de los cerdos blancos de la República… Y probablemente ni siquiera la recordaba para empezar.

Ya había pasado el atardecer y, a pesar de que aún no se apagaban las luces, la habitación estaba oscura. La luz del pasillo se precipitó sobre la figura acuclillada en el suelo.

—… Anett.

—… Él… no se acuerda de mí.

—…

Lo sabía…

— Realmente no recuerda nada. Cómo jugamos todos los días. Nuestras casas en la Primera Zona, o cómo hacíamos expediciones en el patio… Realmente no recuerda nada antes de que lo enviaran al campo de concentración.

En los diez años desde que se habían visto por última vez, Shin, el chico que había luchado mucho con fervor hasta que se ganó el nombre del Dios de la Muerte de la Zona 86, se había despojado de muchas cosas por la intensidad de la batalla.

Para templar y afilar una hoja hay que cortarla. Y para convertirse en una hoja afilada que atravesase a la Legión, Shin había dejado atrás todo lo que no fuese beneficioso para el combate.

Probablemente, Anett se había dado cuenta por primera vez de lo que significaba sobrevivir a cinco años de guerra con la Legión en el campo de batalla de la Zona 86. No había forma de sobrevivir sin ser la misma persona que eras antes de entrar.

Era ese tipo de infierno.

Anett se cubrió la cara con ambas manos.

—… ¿Pero qué se supone que debo hacer ahora?

Sonaba como una niña perdida sin ningún lugar adonde ir y sin nadie a quien acudir.

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— Sabía que probablemente nunca me perdonaría. Pero estaba bien con eso; Aún quería disculparme. Pero no puedo hacer eso si ni siquiera lo recuerda. Entonces, ¿cómo se supone que voy a arreglar las cosas con Shin ahora…?

Lena miró al suelo mientras Anett hablaba, su voz era un grito apagado. Había pensado una vez antes que Shin olvidase todo probablemente sería una maldición para Anett. Los pecados requerían castigo.

Incluso si un pecador nunca fuera perdonado, podría expiar pidiendo disculpas. Pero si se olvidaba el pecado, incluso eso se volvería imposible. El pecado de Anett nunca sería borrado, incluso si solo fuera un acto unilateral y extremadamente egoísta por parte del perpetrador.

Puede que no lo recordara, pero Shin tenía sus propios pensamientos sobre la situación. A diferencia de la base de su cuartel general, que tenía habitaciones para todos los que tenían rango de oficial o superior, esta base en la que estaban estacionados tenía varias habitaciones compartidas para los procesadores.

Estar solo era difícil. Su búsqueda lo llevaba al hangar, donde se reclinó contra la armadura de su plataforma con un libro abierto. Sin embargo, no estaba leyendo, sino que parecía estar perdido en sus pensamientos.

Al notar el sonido de tacones, dirigió su mirada hacia Lena y negó con la cabeza un tanto impotente.

—… Espero que no estés demasiado molesto.

— No lo estoy.

No era culpa de Shin que no recordara a Anett… que no recordaba sus días en la Primera Zona.

— ¿Pero realmente no recuerdas nada? Er… Incluso si no lo haces, tal vez hablar de eso podría ayudar a que algunos de los recuerdos regresen…

— Escuchar que tenía un amigo de la infancia me hizo sentir que tal vez sí, pero eso es todo… no puedo recordar un nombre o una cara.
Especialmente cuando el último recuerdo que tenían el uno del otro fue el de una pelea…

—… Después de que nos apoderemos de la Primera Zona había oído que habían localizado la casa en la que solía vivir mi familia, así que fui a verla. Los archivos personales de los Procesadores deberían haberse eliminado, pero de alguna manera estaban intactos, y encontramos la casa gracias a eso.

Murmuró, su expresión abatida era similar a la de un niño huérfano.

—…

Lena lo sabía. Los registros de los perdidos en la batalla se conservaron en un almacén subterráneo debajo del cuartel general de las fuerzas terrestres. De hecho, fue Lena quien le había dicho a los militares de la Federación que revisaran allí, ya que debería haber algo en esa área, aunque no sabía qué había escondido en ese lugar hasta que lo abrieron.

Dos meses después de la ofensiva a gran escala, un soldado se lo contó por el comunicador inalámbrico en medio de la batalla. Un predecesor le había confiado la tarea, que él mismo apoyaba, de recuperar y ocultar los registros de los caídos. Él mismo era originalmente un Handler, que había perdido su trabajo debido a la guerra y se alistó en el ejército para ganarse la vida.

Finalmente, no pudo soportar ver morir a niños soldados como procesadores de “drones”. Después de que su escuadrón, dirigido por un capitán en su adolescencia, había sido diezmado hasta el punto de que ya no tenía sentido llevarlos a la batalla, pidió, y fue aprobado, ser transferido a la división del personal.

Pero sabe, teniente Milizé, al final, la gente no puede escapar de los pecados que ha cometido.

Cuando él lo dijo, Lena pensó que podía oírlo llorar al otro lado de la transmisión inalámbrica.

Volví a encontrarme con ese capitán. En el cuartel de ese mismo escuadrón Spearhead, teniente.

Yo fui quien le tomó la foto final.

Pensé que podría volverme loco en ese momento. El chico que abandoné en ese entonces todavía vivía solo para marchar hacia su muerte seis meses después. Y no había nada que pudiera hacer para ayudarlo.

No… ni siquiera traté de ayudarlo.

Ahora es mi momento de expiar. Y… La República morirá aquí. Morirá y será olvidada. Pero en cuanto a ellos, tal vez alguien, algún día…

Quizás alguien había escuchado su solemne oración. Las imágenes de los 86 a quienes se les debería haber borrado su propia existencia se habían conservado, y algunos de esos 86 seguían viviendo, como Shin. Se esculpió un camino por el que se podía trazar ese pasado olvidado.

Y ella lo recordaría. A ese tímido y bondadoso soldado de la división de personal, que entregó su vida a cambio de ese camino.

— ¿Y, cómo era… la casa?

— Nada familiar para mí.





Ni siquiera verla con sus propios ojos le había refrescado la memoria…

—… No estoy realmente…

Sonaba más como si estuviera hablando solo.

— No estoy realmente interesado en el hecho de que no pueda recordar el pasado. Puedo luchar incluso sin eso. Puedo derrotar a la Legión incluso si no puedo recordar a mi familia y mi ciudad natal. En todo caso, esforzarme demasiado en recordar podría terminar distrayéndome y siendo un estorbo.

Tener algo que perder sería solo una distracción. Tener algo que querer le haría dudar. Si no cortaba todas las cosas que eran innecesarias para la batalla… nunca sobreviviría.

— Cuando todo en lo que podía pensar era en matar a mi hermano, tenía una razón para vivir. Pero cuando miré hacia atrás y me di cuenta de que ni siquiera podía recordar cómo era él, me… me hacía sentir un poco solo.
Nunca pude recordarlo por mí mismo. Sí, lo había dicho en la Zona 86. Por eso se había sentido feliz cuando se enteró de que Lena recordaba a Ray.

—… He oído que tu abuelo todavía está vivo.

Era un noble de alto rango, una figura destacada en el antiguo senado imperial y un pilar de apoyo de una familia guerrera: el marqués Seiei Nouzen. Como Ray le dijo una vez a una joven Lena, el apellido Nouzen estaba reservado solo para su clan y era raro tanto en el Imperio como en la Federación, que le siguió. Más precisamente, nadie más que los miembros del clan podían usarlo.

Por supuesto, tan pronto como Shin recibió protección por parte de la Federación, el marqués solicitó una reunión con él a través de Ernst, ya que estaba convencido de que Shin era el hijo de su hijo mayor, que se había fugado. Desde entonces, el marqués había hecho repetidas solicitudes de reunión a Ernst, a los oficiales superiores de Shin, Richard y Grethe, y recientemente, incluso a la propia Lena.

Quiero conocerlo, había dicho. Déjame verlo.

Pero el propio Shin no lo consintió, por lo cual Lena no estaba en condiciones de decir nada.

— Tu abuelo podría recordar a tu hermano ya tu familia… Quizás tenga fotos de ellos. Quizás deberías conocerlo.
Shin esbozó una sonrisa débil, casi inerte.

— ¿Por qué querría eso? Nunca he conocido a este anciano que se hace llamar mi abuelo. No recuerdo ninguna historia de mi padre que pudiera haberle contado. ¿Qué diría yo…? ¿De qué me serviría conocerlo ahora? Sería una reunión vacía para ambos.

Sería solo un triste recordatorio de que lo que una vez se perdió nunca podría ser compensado.

Fue entonces cuando Lena se dio cuenta. Shin dijo que no recordaba, que no podía recordar. Pero tal vez no era que no pudiera recordar, sino más bien…

— En este punto, realmente no quiero recordar, así que tampoco quiero conocerlo… Lo mismo pasa con la Comandante Penrose.

La chica que decía ser la amiga de la infancia que no recordaba.

— Si ella quisiera disculparse… para que no hubiera pasado nada, habría sido mejor que se olvidara de sí misma y no acudiera nunca a mí.

Era mejor para él que no supiera lo que había olvidado, lo que había perdido.

Esa era la postura de Shin.

***

 

 

— Bueno, me gustaría pensar que esta vez me superé a mí mismo. Siéntete libre de elogiarme, Lena.

Al ser nombrada comandante táctica, a Lena se le otorgó un automóvil de mando personal. Su nombre distintivo era Vanadis. Era el carruaje real de la Reina Sangrienta, equipado con equipos de control y comando Para- RAID de última generación. Cuando Lena visitó el hangar para recibirlo, se quedó estupefacta al ver el nuevo vehículo blindado y la vista de Seo en a su flanco.

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Estampada al costado del vehículo estaba la silueta de una mujer vestida con un vestido carmesí.

Era la Marca personal de la maldita Reina… Lena.

Seo miró su trabajo con una sonrisa satisfecha.

— Quedó genial, ¿verdad? Es como un logo para algún perfume o cosmético. Pensé que de todos modos volveríamos a hacer las marcas personales de todos, y he estudiado dibujo desde que llegué a la Federación.

Como dijo, era una ilustración bastante elegante. Además, tenía una sensación similar no solo a la Marca Personal de Seo, sino también a la de Shin, Raiden, Crenna y Anju. Siempre había pensado que las cinco marcas las dibujaba la misma persona, pero no sabía que Seo era el responsable.

Lena sonrió, sintiendo una especie de cosquilleo que se hinchaba en su interior. El hecho de que la contaran entre sus filas hacía que su corazón se llenara de orgullo, y el hecho de que él le hubiera preparado una sorpresa como está la hizo muy feliz.

— Podrías haber dibujado un cerdo blanco con un vestido rojo, ¿sabes?

Una sonrisa apareció en los labios manchados de pintura de Seo ante su comentario bromista.

— ¿Qué? No, para nada. No sé por qué metes a los cerdos blancos en esto…¿Todavía te preocupas por esos amantes del cloro?

En algún momento, se decidió que el apodo de la tal orden de los caballeros sería los amantes del cloro. Probablemente por eso los cerdos de peluche que siempre colgaban hasta morir quedarían mejor en una botella de cloro.


— Hmm, sí… estaría mintiendo si dijera que no lo estoy.

— No tienes nada que ver con eso, así que no dejes que te afecte. Ya estamos acostumbrados a ellos.

— Pero… si alguna vez sientes que no puedes soportarlo más, por favor dímelo. Ahora tienes… No, siempre deberías haber tenido derecho a hacerlo.

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— ¿Qué? Sería una molestia. Olvídalo, está bien.

— Además, si llegase a pintar un cerdo blanco como tu Marca Personal, no quiero pensar lo que Shin me haría. No quiero morir todavía.
Dijo Seo mientras miraba hacia arriba

— ¿… Por qué mencionas a Shin?

La miró por el extremo del ojo.

— ¿Qué? ¿Lo dices en serio? No me digas que no lo has notado.

— ¿Notar qué?

Seo exhaló un profundo suspiro desde la boca del estómago.

— Mierda, sí que eres tonta… quiero decir, en este punto, todo lo que puedo decir es Pobre de Shin por lo que le espera. Es descaradamente obvio.

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— ¿…?

— Eh, no importa. Si no lo captas, ni modo. Explicarlo sería todo un problema… O más bien…

Dijo Seo, cruzando los brazos.

Había algo en su expresión que molestó un poco a Lena. Era justo como… Sí, justo como la expresión de Shin el día de ayer, cuando dijo que no le importaba el comportamiento de los amantes del cloro.

— ¿Shin no te dijo que dejaras de poner esa cara de agonía? Tiene razón, sabes. Nadie te está culpando de nada, lo que hace que tu espectáculo de mujer en lástima las 24 horas sea especialmente doloroso de ver… Puedes parar ahora, ¿bueno?

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