86 [Eighty Six]

Volumen 4: Bajo Presión

Capítulo 2: Identificación: ¿Amigo o Enemigo?

Parte 5

 

 

Cuando él disparó tres rondas en la cuarta mina autopropulsada, expulsó el cargador. Una pistola de doble cañón de 9 mm era capaz de transportar quince balas. Expulsó el cargador cuando había una bala en la recámara y dos en el cargador y cargó el siguiente mientras se paraba y disparaba.

Esa era una técnica llamada recarga táctica. Una pistola automática aprovechaba el retroceso del disparo para cargar la siguiente bala, por lo que si la recámara estuviera vacía al cambiar un cargador, la primera bala tendría que cargarse manualmente. El objetivo de esta técnica era evitar la pérdida de segundos cruciales en un tiroteo. Contra la Legión y su rapidez superior, el tiempo necesario para recargar podría marcar la diferencia entre la vida y la muerte.

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Después de que el tope de la corredera se elevara después de la última bala disparada, las minas autopropulsadas, o más bien, sus proyecciones holográficas, se apagaron. Shin retrajo la corredera de su pistola en su lugar mientras observaba que los objetivos se elevaban, presentando los resultados de su disparo.

Estaba en el campo de tiro de la base. Sin siquiera molestarse en verificar los resultados, Raiden, que estaba sentado cerca, miró las innumerables marcas de bala concentradas en los pechos de las unidades de control de las minas autopropulsadas holográficas.

— ¿Qué, estás enojado o algo así?

— Puede que…

Shin casi lo negó por reflejo, pero en cambio se quedó en silencio. Estaba bastante reacio a admitirlo, pero…

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—… A lo mejor si lo esté.

— No se tratará de esa mujer de un solo ojo, ¿o si…? Olvídate de eso… Raiden fingió meditarlo durante un rato.

— ¿Se trata de Lena?

—… Sí.

Lo había confirmado desde que Raiden se adelantó y lo dijo, pero aun así era… algo desagradable de admitir. No era nada de lo que dijo, sino más bien las cosas que unieron su corazón.

— Nunca quise culparla, pero… ese tema del acoso Alba la ha estado molestando.

El acoso de los amantes del cloro realmente no le molestaba a Shin. Eran tan desagradables como el zumbido de una mosca en el oído y nada más. No le molestaba… para nada.

Después de tratar con los soldados de la República, muy pocos de los cuales eran seres humanos decentes, durante años, los 86 se habían acostumbrado a esto. Todos entendieron eso. Los 86 eran iguales en ese sentido en diversos grados. Así que a ninguno de ellos le molestaba, mucho menos pensó que de alguna manera era culpa de Lena. Y a pesar de eso…
Raiden hizo una expresión bastante exasperada.

— Hmm.

— ¿…Qué?

— Nada… solo me preguntaba. Si todo lo que hiciste fue pensar en lo que más te enojó, ¿cuánto más te podrías enojar? Eso es todo.

Había un insulto entre el “te” y el “podrías” que no expresó con palabras. Shin lo miró con los ojos entrecerrados. Nunca lo admitiría en voz alta, pero odiaba la diferencia de altura entre ellos desde el día en que se conocieron. Raiden simplemente se burlaba.

— Ella dice ser una ciudadana de la República… ¿Realmente está tan apegada a eso solo porque nació en un lugar específico o es del mismo color que esas personas?

Los 86 solo recordaban vagamente sus lugares de origen y las familias que los criaron, y el concepto de una patria era uno que no les parecía real.

Los campos de concentración y el campo de batalla no eran entornos que generaran el sentimiento de parentesco, por lo que la idea de que alguien sea pariente solo porque son de la misma raza que uno no movía sus corazones.

Si tuvieran una patria, sería el campo de batalla en el que eligieron luchar hasta el final amargo de su propia voluntad. Si tuvieran hermanos, serían los otros 86 que eligieron la misma forma de vida y luchaban junto a ellos.

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Entonces, la noción de tener un sentido de pertenencia a una nación debido a una tierra o una raza en la que nunca eligieron nacer les era ajena.

La gente se formó a sí misma por su propia mano, a través de su propia carne y sangre y en los camaradas en quienes confiaban. Esa era la forma de vida que los 86 pensaban que era la correcta.

— Pasa igual con la Comandante Penrose y la Federación también. No entiendo por qué están tan obsesionados con nuestro pasado.

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— Sí, ese, uh, vieja amiga tuya… ¿Cuál es el problema con eso de todos modos? ¿Realmente no la recuerdas?

— Ni un poco.

Shin era el capitán del escuadrón y Anett era la asesora técnica del Para- RAID. Incluso sin ningún asunto privado, había hablado con ella varias veces en un entorno profesional y no había surgido ningún recuerdo. Aunque tal vez era simplemente porque no estaba tratando de recordar.

— Frederica dijo una vez: Tres cosas hacen a un hombre: La patria en la que nació, la sangre que corre por sus venas y los lazos que forma. Todavía no lo entiendo.

— ¿No recordarías ese tipo de cosas aún más…?

Siendo inusual para un 86, Raiden había sido protegido dentro de las 85 zonas hasta los 12 años, por lo cual pasó relativamente menos tiempo en los campos de concentración para que se le borrasen sus recuerdos.

— No era como si la escuela de la vieja directora quedara tan cerca de casa… Y después de convertirme en Procesador, eso honestamente dejó de importarme… Antes de darme cuenta, olvidé las caras de mis padres y no podía recordar dónde crecí. Creo que a lo mismo te pasa.

— ¿… Quieres volver alguna vez?

¿Seguiría queriendo volver a una patria que había olvidado? Los labios de Raiden se torcieron en algo parecido a una sonrisa, pero la sensación que emitió fue más disgusto y aversión.

Entonces es igual que yo, pensó Shin. Cuando se trataba de eso, los dos realmente ni siquiera querían pensar en eso.

—… Nah.

Tan pronto como terminó la reunión de estrategia, Shin se levantó y se fue. Cuando Anett una vez más lo vio alejarse sin una palabra, una voz joven habló.

— Dale cuantas miradas amorosas quieras, Weißhaare. Ese hombre no tiene la obligación de conocer tus sentimientos como está ahora.
La palabra que usó Frederica era un término despectivo en la jerga de Geade, que significaba cabello blanco. Se refería a los Albas y concretamente a los de la República.

—… Sí, supongo que tu poder tiene todo el monopolio en ese aspecto, ¿no es así, brujita que todo lo ve?

— Es fácil que lo sepa cuando eso es lo único que tienes en mente. Tus ojos arrepentidos siguen persiguiendo a Shinei con esa mirada anhelante… Me molestaría incluso si tratara de ignorarlo.

Frederica casi escupió su respuesta mientras miraba a Anett.

— Si él dice que no te conoce, entonces todo acabó allí. Todo lo que queda es que aceptes ese hecho.

— Pero… pero si no me disculpo, nunca podré seguir adelante. Frederica se burló con descarado desdén, incluso con enemistad.

— Lo que temes no es ser incapaz de seguir adelante sino de no poder retroceder. Todo lo que deseas es volver a la relación que tenías en tu juventud, cuando eras feliz. Deseas deshacer tu pecado… Incluso cuando dices que has lastimado a Shinei, todo lo que deseas es encontrar la paz sin ver una sola vez las cicatrices infligidas en él.

—…

Anett se congeló en su lugar y Frederica la miró con ardientes ojos. Los ojos carmesí de un Piropo, los mismos que los de Shin.

— Shinei… y todos aquellos quienes ustedes han reducido a casi nada tienen las manos ocupadas protegiéndose a sí mismos. Y si pretendes hacer su carga más pesada, me interpondré en tu camino como tu enemiga.

***

 

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Lena invitó a Shin a hacer un viaje a través de Liberté et Égalité durante su tiempo libre con la intención de ayudar a Anett de alguna manera. Quizás solo hablar de eso o ver la ciudad una vez no era suficiente para que la recordara, pero un detonante correcto podría refrescar sus recuerdos.

El trabajo de restauración de la calle principal de Liberté et Égalité había progresado muy bien en los seis meses desde que se retomó. Los edificios se habían quemado en los fuegos de la guerra y los árboles carbonizados junto a la carretera se habían dejado como estaban, pero se habían limpiado los escombros y las calles estaban bulliciosas, aquellos de cabello plateado se mezclaban con aquellos de uniformes azul acero. Ser testigo de esta vista bajo el inmutable cielo azul de la primavera hacía que el corazón de Lena se agitara.

—… Queda un poco lejos, pero ¿te gustaría ir al Palacio Lune? Hubo poca lucha allí, así que la estructura permaneció intacta.

— ¿El Palacio Lune?

— Ahí es donde se llevan a cabo los fuegos artificiales del festival de fundación de la República. Fuiste a verlos con tu hermano y tu familia… Prometimos que iríamos a verlos alguna vez, ¿recuerdas?

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— Cierto…

Apresurando su paso para igualar el de Lena, Shin hizo una pausa mientras buscaba en sus recuerdos, y luego sonrió amargamente.

— Los fuegos artificiales… Dijimos que veríamos los fuegos artificiales todos juntos.

— Ah… Sí, tienes razón. En ese caso, no podemos ir solo nosotros dos. Cuando llegue el momento de los fuegos artificiales, todos podremos ir a verlos juntos.

— Para cuando llegue el festival, probablemente estaremos de regreso en nuestra base de operaciones… Aunque por cómo están las cosas, ¿no sería demasiado encender fuegos artificiales, suponiendo que el festival se vaya a celebrar?

— Cierto. Pero algún día. Tendremos alguna otra oportunidad.

Dio un paso adelante y luego se detuvo y miró hacia arriba. Esta era una promesa real, una que podrían cumplir.

No era como la última promesa que Shin había hecho de ver los fuegos artificiales, sabiendo todo el tiempo que nunca sucedería. Sintiendo el significado implícito detrás de esas palabras, Shin asintió suavemente.

— Es seguro. Será algún día.

— ¿Hay algo que quieras ver ahora mismo, Shin? ¿A algún lugar al que le gustaría ir? ¿Algo que te gustaría hacer?

Estas eran las palabras que ella le había preguntado antes, sin saber que no había nada que él pudiera desear, ya que estaba programado para morir seis meses después. Pero ahora las cosas eran diferentes. Ahora podía permitirse desear cosas. Y podía hacer realidad esos deseos. Esta vez, cuando miró hacia el futuro, ¿qué veía…?

Shin lo pensó por un momento.

— ¿Y tú, Lena?

— Bueno, veamos… Por ahora, me gustaría ir a cazar y pescar en el pueblo detrás de la base Rüstkammer después de que termine esta misión. Y tal vez visite Sankt Jeder. Ah, y el océano también. Nunca lo he visto.

Dijo Lena, sonriendo sin darse cuenta.

La sonrisa de Shin se hizo más profunda de repente.

— Suena bien… Pasará algún día.

— Si, pasará sin duda.

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La verdad era que, incluso esto… simplemente caminar por la ciudad así con él era una de las cosas que ella siempre había querido. Pero lo mantenía en secreto. Al ver a Lena acelerar el paso por la vergüenza, Shin dijo de repente:

— ¿… Querías dar un paseo de repente por el asunto con la Comandante Penrose?

Había visto a través de ella. Lena se detuvo con torpeza.

— Sí… sé que esto no es algo de lo que tenga derecho a opinar, pero… Anett es amiga mía, y tú también lo eres… Eh, pero pensé que te ayudaría a recordar no solo a Anett sino también a tu familia…

Cerró los ojos con fuerza y bajó la cabeza.

— Lo siento. ¿Estoy siendo desagradable?

— No, pero…

Shin inclinó la cabeza suavemente. Después de una pausa vacilante, dijo con decisión:

— Creo que es extraño… ¿Por qué estás tan obsesionada con esto?

Lena pareció sorprendida por esta pregunta inesperada.

— ¿A qué te refieres con “por qué”…?

—Lena, si tanto tú como la Comandante Penrose están tan atormentadas por el pasado y los hechos de la República, ¿por qué no lo cortan por completo? Aferrarse a eso es… ¿Por qué me piden que recuerde cuando ni siquiera pueden soportar enfrentar el pasado por ustedes mismas?

Esa era una pregunta terriblemente extraña, del tipo que solo un monstruo haría. La patria y el pasado de uno eran parte de la identidad. Al menos, así era para Lena. Así que miró a Shin, quien tan fácilmente le dijo que lo cortara todo, con un escalofrío recorriendo por ella y que luego desapareció poco después.

Pero la duda permanecía.

¿Cómo podían estar tan despreocupados por eso?

¿Acaso los 86, que habían perdido no solo sus hogares y familias, sino incluso sus recuerdos, no pensaban que era triste? Seguramente alguna parte de ellos deseaba reclamar incluso un poco de eso.

— Es debido a que… Bueno, mi pasado y mi tierra natal son parte de lo que me hace quien soy. Y no puedo cortar una parte de mí. Creo que la razón por la cual no recordar es menos doloroso para ti se deba… a que ellos también son parte de ti.

— Puedo ser yo mismo incluso si no recuerdo mi casa o mi familia. Y creo que esos recuerdos son innecesarios para mí, por como soy ahora.

— ¿Pero el hecho de que no pudieras recordar a tu propio hermano no te hacía sentir solo?


— Eso…

Shin se quedó en silencio, como si estuviera perplejo o confundido. Por un momento, sus ojos carmesí vacilaron con inseguridad. Como si tuviera miedo… o estuviera asustado.

— Es cierto, no quería olvidarlo. Pero si lo recordara, yo…

En ese momento, la voz aguda de un niño sonó en sus oídos.

— Mami, ¿por qué esa cosa tiene esos colores raros?

El tranquilo aire de la tarde se congeló en un segundo. Quien hablaba era un niño Alba, que caminaba por la calle, de la mano de su madre. El dedo del niño apuntaba a Shin.

— Su cabello es todo negro y sucio, y sus ojos rojos son espeluznantes. ¿Cómo es que nadie se ha deshecho de un monstruo tan aterrador? ¡No te acerques, nos ensuciará a todos!

La madre trató de calmar al niño presa del pánico.

— ¡N-No digas eso! ¿¡Que estás-!?

— ¡Hay muchos! ¡Tengo asustado! Tenemos que deshacernos de esas cosas. ¡No deberían estar aquí!

— ¡Suficiente!

El hecho de que ella ni siquiera tratara de corregir al niño dejaba en claro cuán hipócrita era esta actuación. Era como si no estuviera regañando a su hijo, sino simplemente manteniendo las apariencias para poder afirmar que había tratado de detenerlo.
Shin miró a la madre y al niño con frialdad… No, el tipo de mirada que le daría a un transeúnte al borde de la carretera, y dijo, como para sí mismo:

— Ya veo. Esto definitivamente podría… causar problemas más adelante.

Lo dijo como si fuera asunto de otra persona. Eso sorprendió a Lena y contuvo la respiración. Puede que haya nacido allí, pero para Shin, un 86, la República ya no era su hogar. Eso era algo que ella creía entender.

La madre inclinó la cabeza una y otra vez a modo de disculpa, cubriendo a la fuerza la boca de su hijo mientras seguían diciendo lo asustado y disgustado que estaban.

— ¡Lo siento mucho! Los niños no saben nada mejor que decir, así que perdónenos…

—… Mm-hmm.

Shin hizo un gesto a la madre para que se fuera, como si dijera que no le importaba nada de una forma u otra. La madre continuó inclinando la cabeza y luego tomó al niño en brazos y se alejó como si huyera de la escena.

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Pero en el momento en que se dio la vuelta con el niño en brazos, las palabras que salieron de su boca y la mirada punzante de desprecio que les lanzó decían todo lo que había que contar.

— ¿Pero qué se cree esa inmundicia subhumana?

Lena sintió que la sangre se le subía instantáneamente a la cabeza.

— ¡D-Deténgase ahí mismo—!

Estaba a punto de irse tras la mujer, pero alguien la agarró del brazo. Miró hacia atrás solo para encontrar que era Shin.

— Ignórala, Lena. No pierdas el tiempo en eso.

— ¿Qué…?

Lena se sacudió y se volvió hacia él. Shin todavía tenía una ventaja de diez centímetros sobre ella, incluso cuando ella llevaba tacones. Sin inmutarse por la brecha en sus alturas, Lena lo miró.

— ¿¡Cómo esperas que la ignore!? ¡Ella simplemente te insultó abiertamente! Aun estando en esta situación, ¡Con todo lo que ha pasado!
¡Viniste a salvarlos! ¡Se podría decir que incluso luchaste por ellos!

— No estoy luchando por la República, y nunca lo hice.

Sonaba un poco disgustado. Quizás dándose cuenta de la seriedad en su tono, suspiró como si tratara de desahogar su estrés y continuó, todavía con un toque de irritación en su voz.

— Estoy acostumbrado a que los ciudadanos de la República digan lo que quieran. No lo veo particularmente como un insulto… Y no importa lo que les diga, nunca me escucharán. ¿Te tomarías en serio los chillidos de un cerdo, Lena? A mí me pasa igual. Para los ciudadanos de la República, los 86 son solo ganado.

Su tono era ahora tan tranquilo y sereno que casi rozaba la crueldad. Lena apretó los puños.

— Shin. Yo también soy ciudadana de la República.

Shin se quedó en silencio por un momento, luciendo disgustado.

— Bueno… lo siento.

— No te considero ganado… pero sigo siendo un ciudadano de la República.

— Eres diferente a ellos.

— Lo soy.

Finalmente se dio cuenta de lo que Shin quería decir. Lena era diferente a ellos.

— Los cerdos blancos de la República son simplemente basura con forma humana, a diferencia de mí… Eso es lo que estás tratando de decir.

Los 86 no se sintieron ofendidos por el comportamiento de los ciudadanos de la República, ni intentaron corregirlo. Después de todo, solo eran cerdos blancos. Podrían fingir hablar en lengua humana, pero siempre carecerían de comprensión. Simplemente no distinguían el bien del mal. Eso era todo lo que nadie podía esperar de los lamentables cerdos blancos.

No tenía sentido sentirse ofendido por los dichos cerdos. Incluso si les exigieran sentido común, no habría forma de que lo entendieran, y ni siquiera podría culparlos. Era natural que los oprimidos vieran a sus opresores como viles y detestables, pero esa división increíblemente cruel seguía siendo… triste.

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— Entonces, al llamarlos cerdos, al pensar en ellos como fundamentalmente seres diferentes a ustedes… todos sienten lo mismo que ellos, ¿no es así?

Probablemente era diferente a la discriminación Alba, pero eso solo demostraba que nunca habría un entendimiento mutuo entre ellos. Y era de esperar que nunca estuvieran de acuerdo.

Pero incluso si Lena ya no esperaba nada de su tierra natal o de sus ciudadanos, ver que nada había cambiado incluso ahora la entristecía. Finalmente había llegado a un acuerdo con el hecho de que la fría ira y la desesperación que habían albergado los 86 desde su tiempo en la zona 86 no se habían curado en lo más mínimo.

Durante un largo momento, Shin se quedó en silencio. Y luego asintió con calma y sencillez.

—… Sí.

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