Bluesteel Blasphemer (NL)

Volumen 1

Capitulo 3: Una Bestia Curiosa

Parte 4

Fiona sintió que todos los pelos de su cuerpo se le erizaban.

Sabía de xenobestias y demigods, pero era la primera vez que se encontraba cara a cara con uno de ellos. Estos monstruos rara vez se habían atrevido a acercarse antes, porque la ciudad había sido protegida por el erdgod, era el territorio del erdgod. Incluso aquellos monstruos que habían venido aquí con la esperanza de que pudieran usurpar el Erdgod eran normalmente asesinados por él mucho antes de que cualquier humano pusiera sus ojos en ellos. Pero esto…

“No… No, es demasiado…”

Esto era completamente diferente a mirar una foto o escuchar una descripción. Sólo por estar ahí, este monstruo llenaba todo a su alrededor con desesperación. Podía decir de un vistazo: no había forma de que una persona pudiera luchar contra esta cosa y ganar. Estaba cubierto de gruesas fibras, cada una de sus cuatro extremidades era más grande alrededor que el torso de un humano, y un gran número de cuernos – o tal vez aletas – crecían a lo largo de su espalda hasta su cabeza. Un ser humano ni siquiera sobreviviría a una colisión con él. Todo su cuerpo sería inmediatamente aplastado y desgarrado, su último aliento expulsado por la fuerza.

Los dedos de sus dos antebrazos eran largos como los de un humano, y parecían capaces de realizar movimientos complejos. De hecho, incluso ahora el monstruo tenía esas “manos” en un apretado agarre alrededor del sacerdote que había atrapado recientemente.

“…¡Xenobestia…!”

Fiona no pudo decir quién había dicho esa palabra, pero no se equivocaron. Este no era un demigod. Era un monstruo que no se había convertido en demigod y que se desviaba violentamente de lo que una vez lo había convertido en un animal.

Una de las cosas que hacen de los demigods demigods fue su inteligencia claramente superior en comparación con los animales, más obviamente su capacidad para hablar el lenguaje humano (aunque pobremente). Sin embargo, este monstruo carecía de eso.

Todavía no había pronunciado ni una sola palabra humana, y, lo que es más revelador, su rostro era el de una bestia o animal, sin mostrar nunca ninguna expresión humana.

“Corre…” dijo uno de los sacerdotes desde el suelo. Sus piernas debían estar demasiado débiles por el miedo para seguir su propio consejo. “Se comerán tu… tu…”

La xenobestia se estaba comiendo el cerebro de su víctima. Su larga lengua lamía insistentemente el contenido de la cabeza del sacerdote, se abría como una nuez, mientras chupaba y se atiborraba de todo lo que había dentro. Si simplemente hubiera tenido hambre, habría habido muchas otras partes del hombre que podría haber comido, pero este monstruo estaba ante todo pegado al cerebro, la fuente de la inteligencia.

Estaba… tratando de ascender. De una bestia… a un dios.

Algunos animales adquirieron la inteligencia de forma natural al vivir durante mucho tiempo. Algunos entre los xenobestias, sin embargo, estaban más ansiosos. Buscaban los lugares donde residía la inteligencia -cerebros humanos o de otros demigods- y se alimentaban de ellos en un intento de empujar su inteligencia por encima del umbral. Esta cosa debe haber sido una de esas criaturas de “voluntad fuerte”.

Fiona se quedó horrorizada, incapaz de apartar sus ojos de ella.

El sacerdote ya ni siquiera se movía. La xenobestia debe haber terminado de consumir su cerebro. Arrojó el cuerpo, y luego echó sus ojos de animal sin sentido a su alrededor. Fiona no podía decir cuál era su criterio, pero cuando se dio cuenta de que el foco de su mirada se había encontrado con el suyo, inhaló bruscamente.

Sus ojos decían claramente que la iba a comer a continuación.

Y apenas un momento después, su ya enorme cuerpo se agrandó rápidamente en su visión. Sabía que se precipitaba directamente hacia ella, pero no podía moverse desde donde estaba parada. Le había infundido terror, y estaba completamente atrapada.

Tenía que correr.

Lo sabía, pero su cuerpo no se movía.

Iba a ser asesinada. No, devorada. Fiona se imaginó su propio final espeluznante y gruñó con repugnancia.

La xenobestia se acercó a ella, cada vez más cerca, y entonces… Un corto grito y una hoja negra penetraron juntos en esa pesadilla.

Reinaba la confusión. La xenobestia se tambaleó. Y con un impulso imparable hacia adelante, se tambaleó salvajemente hacia un lado, la pasó y se estrelló contra uno de los pilares de piedra que quedaban en el santuario.

Se agachó allí durante un rato mientras el pilar se desmoronaba.

“Despierta”, dijo alguien mientras la agarraba del brazo y jalaba.

Ella recuperó el sentido y miró hacia arriba para ver que Yukinari estaba de repente de pie justo a su lado, sosteniendo su arma – “Durandall”, creia que asi se llamaba- en su mano derecha.

Notó algo extraño en el suelo. Un trozo de carne con forma de palma humana, pero obviamente varias veces más grande. Era el extremo de uno de los antebrazos del xenobio.

“¿Él… cortó…?”, dijo ella distraídamente.

Se decía que el cuerpo erizado de una xenobestia era difícil incluso de cortar. Una hoja normal se deslizaría por la superficie o chocaría inútilmente contra ella. Pero este hombre le había cortado una de sus piernas.

Concedido, probablemente había usado el impulso de su propia carga contra ella. Pero hacer eso significaría que sus manos soportarían todo el peso y el impacto de ese ataque. Sería como balancear una barra de hierro en una enorme roca rodando hacia ti. Normalmente, el arma sería aplastada fuera de su agarre.

“Hey”. Yukinari la llamaba. “¿Es eso lo que has estado llamando una bestia Xenobestia?”

Ella miró su perfil, medio aturdida. “Ah… Sí.” Ella asintió con la cabeza.

“Déjame asegurarme de que lo tengo. No es lo mismo que un demigod. ¿’Bestia’? ¿No es un dios en absoluto, entonces?”

“Ah…” Todavía agitada y luchando por mantenerse al día, se esforzó al máximo por responder a su pregunta. “Los demigods tienen poderes como los erdgods excepto que… no tienen un territorio… Tienen el mismo tipo de inteligencia, también, la inteligencia humana… Pero las xenobestias…”

Yukinari frunció el ceño mientras escuchaba. “Así que no vamos a poder hablar las cosas con él.”

“¡Correcto…!”

Era posible que si le permitían comer unos cuantos cerebros humanos más o esperaban unas cuantas décadas, esta xenobestia podría tener éxito en convertirse en un demigod. Sin embargo, ni ella ni los sacerdotes podían permitirse el lujo de esperar por él.

“Retrocede”. Yukinari dio un paso adelante, poniéndose entre ella y la bestia.Luego, sostuvo esa espada de la que tanto había oído hablar en una postura peculiar, apoyándola en la muñeca de su brazo izquierdo levantado, y dijo: “La voy a matar. ¿Está bien?”

Ella notó que él había pensado en consultarle. Debió aprender de lo que pasó la última vez que mató a una criatura sin pensar demasiado en ello.

Mientras ella miraba su cara de lado, no pudo ver ningún rastro de miedo o vacilación, incluso con este monstruo delante de él. Realmente pensó que podía derrotarlo. Que podía matarlo. En cuanto a ella…

“¡S-Sí…!”

No podía hacer nada más que asentir con la cabeza.