Dungeon ni Deai wo Motomeru no wa Machigatteiru Darou ka (NL)

Volumen 8

Capítulo 1: Canción de Amor para un Dios de las Artes Marciales

Parte 1

 

 

Danmachi Volumen 8 Capítulo 1 Parte 1 Novela Ligera

 


 

–Entonces, aquí está donde estabas, Mikoto.

Lo vio en un sueño.

El aire frio golpeaba su piel mientras estaba sentaba en las raíces del árbol marchito.

Su yo más joven abrazaba sus rodillas contra su pecho bajo su sombra. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no era un sueño, sino un recuerdo.





–¿Qué pasa? ¿Tienes hambre?

La joven Mikoto enterró su rostro en sus rodillas. Ella no levantó la vista a pesar de que Takemikazuchi—con exactamente el mismo aspecto actual, con su peinado que parecían cuernos que colgaban a cada lado de su rostro como colas de caballo—le hablaba.

Estaban en su ciudad natal en el Lejano Oriente, detrás del santuario en el que solían vivir. Sus voces flotaban en el aire.

–… Takemikazuchi-sama.

La voz de la niña salió de entre sus rodillas; negándose a mirar hacia arriba.

Takemikazuchi se inclinó delante de ella, esperando pacientemente hasta que abrió la boca una vez más.

–¿Por qué no tengo una mamá o papá…?

Porque soy huérfana.

La actual Mikoto podía responder a esa pregunta de inmediato.

Desastres, plagas y monstruos.

No era raro que los niños del Lejano Oriente perdieran a sus padres y quedaran solos.

En realidad, Mikoto era una de las afortunadas, ya que había sido tomada por un santuario donde vivían Dioses como Takemikazuchi.

—La habían llevado a ver un animado festival de la ciudad.

—O tal vez había sido un puerto con naves en un muelle seco; tal vez la gran ciudad.

Ella había estado entre amigos como Ouka y Chigusa junto con los Dioses y Diosas, pero todo lo que Mikoto vio en ese momento eran padres que jugaban con niños felices. La dejó con un sentimiento de desolación, y no pudo soportarlo más.

–… La madre y el padre que te dieron a luz, Mikoto, te dejaron bajo nuestro cuidado y emprendieron un viaje al más allá.

–¿Los… volveré a ver…?

–Bueno… Puede que no regresen a este mundo mientras todavía sigas viva.

Podrían pasar decenas, cientos de años antes de que las almas de sus padres renacieran.

Mikoto había sido demasiado joven para comprender el significado completo de las palabras de Takemikazuchi en ese momento.

Lo único que entendía claramente era que nunca volvería a verlos. Ella apretó sus piernas aún más cerca de su cuerpo.


–¿Te sientes sola?

La joven Mikoto no podía mover la cabeza hacia arriba y hacia abajo o hacia la izquierda y hacia la derecha.

Ella sólo apretó sus brazos, con sus dedos hundiéndose profundamente en su piel como si desesperadamente tratara de mantener algo contenido dentro que amenazaba con desbordarse.

Takemikazuchi se arrodilló junto a la chica mientras su cuerpo comenzaba a temblar.

De repente, la levantó alto en el aire como si fuera ligera como una pluma.

Mikoto levantó el rostro, sorprendida por la repentina explosión de luz que venía de debajo de sus brazos. Miró al Dios debajo de ella.

–Mikoto, conviértete en mi hija.

El sonriente rostro de Takemikazuchi se reflejaba en los amplios y llorosos ojos de la chica.

–¿Huh…?

–Algún día te daré mi <Falna>. Una vez hecho esto, compartiremos un lazo de sangre como una verdadera familia—una <Familia>.

–Familia… <Familia>.

Sus palabras no sólo sonaban dulces, sino que le proporcionaban calidez a una chica cuya alma estaba llena de nada más que dolor.

Era porque en los ojos de Takemikazuchi podía ver una ternura que estaba reservada para un padre que contemplaba a su hijo. Siguió sosteniéndola por encima de su cabeza como un padre orgulloso haría con su hija.

–El dolor habita en el espíritu, y el espíritu habita en el cuerpo—esa es mi teoría. Así que te enseñaré tantas artes marciales que tu cuerpo y espíritu no tendrán tiempo para sentir soledad. Esta tranquila, Mikoto, y prepárate.

Takemikazuchi le dijo a la atónita joven Mikoto. Entonces, le sonrió con una inocencia infantil.

–Mikoto, ¿Qué querías hacer con tu madre y tu padre?

Luego le dijo que hablara desde su corazón con la misma ternura en sus ojos.

–Yo… quería pasear a caballito en papá.

–Lo haré ahora mismo. ¿Algo más?

–D-Dormir juntos uno al lado del otro en el futón de noche para que no nos sintamos solos.

–Está bien, esta noche lo haremos. ¿Hay algo más?

–¡Quería comer konpeitou, ese dulce que vimos en la ciudad el otro día! (NT: Konpeitou, es un dulce de azúcar japonés . A menudo son de color, pero sin sabor.)

–E-Esta bien. Déjamelo a mí.

Un pedido sincero de coloridos dulces de alta calidad trajo una sonrisa al rostro de Takemikazuchi.

A pesar de que su santuario era increíblemente pobre, Takemikazuchi la llevaría a ella, a Ouka, a Chigusa y a los otros niños a la ciudad y cumpliría su promesa solo unos días después.

Una niña y un Dios, vestidos con poco más que trapos, intercambiaban miradas de afecto y cariño.

–Pero está bien si prefieres estar en la <Familia> de Tsukuyomi si no quieres estar en la mía—

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–¡¡Quiero ser tuya, Takemikazuchi-sama!!

La fuerte voz de la joven Mikoto interrumpió al Dios.

Con sus pequeñas mejillas sonrojadas, mantuvo su mirada violeta fija directamente en él.

–… Está bien entonces.

Takemikazuchi parpadeó unas cuantas veces antes de finalmente sonreírle.

Volvió a colocar a la joven en el suelo y revolvió su cabello.

Mikoto apretó los ojos con fuerza mientras sus dedos le hacían cosquillas. Una última lágrima corrió por su mejilla.

Luego subió a su espalda y ambos fueron a reunirse con Ouka, Chigusa y los otros que la habían estado buscando. Tanto el Dios como la chica sonrieron mientras sus amigos venían a su encuentro.

A partir de ese día, Takemikazuchi se convirtió en su padre, y Mikoto fue rodeada de amor.

Y en algún momento, su amor por él se convirtió en algo un poco más especial.

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***

 

 

–…

Mikoto abrió lentamente los ojos.

Loa suaves rayos de luz que entraban por la ventana y el canto de los pájaros afuera le hicieron saber que la noche había llegado a su fin.

Se quedó mirando el techo por encima, sintiéndose ligeramente nostálgica por el sueño. No tardó mucho en darse cuenta de que tambien estaba sonriendo.

Mientras aún más recuerdos fluían para llenar su mente, comenzó a salir de su futón.

*Zzz. Zzz. Zzz.*

El sonido de otra persona aún dormida llegó a sus oídos.

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Mirando a un lado, vio a una chica Renart—Haruhime—durmiendo sobre su espalda en un futón junto al suyo.

Los labios de Mikoto una vez más se curvaron suavemente en una sonrisa. Los acontecimientos que rodeaban a la <Familia Ishtar> habían causado muchas pruebas y tribulaciones, pero fue gracias a ellos que se había reunido con su amiga de la infancia del Lejano Oriente. Teniendo cuidado de no despertarla, Mikoto sacó unos cuantos cabellos dorados de los ojos de la chica dormida y acarició suavemente sus orejas de zorro.

Estaban en una habitación de la sede de la <Familia Hestia>, la <Mansión de la Chimenea>.

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Mikoto y Haruhime, ambas habiendo entrado en la <Familia> por <Conversión>, habían recibido una habitación doble para sí mismas en el tercer piso.

No había cama en esta habitación, y la abundancia de objetos del Lejano Oriente se enfrentaba con el estilo del continente y el diseño de la arquitectura. Un armario de marco abierto estaba en la esquina con muchos kimonos coloridos y ropas de batalla al estilo del Lejano Oriente envuelto en ellos.

Dejando atrás su sueño, la atención de Mikoto pasó del conocido santuario que una vez llamó hogar al lugar donde vivía ahora.

Le echo otro vistazo al rostro dormido de la chica con la que había tenido la suerte de reunirse después de todos estos años, antes de regresar su mirada a la ventana que se hacía más brillante a cada momento.

–… ¡Comencemos el día!

Se estiró bajo la luz de la madrugada.

***

 

 

–Haruhime-sama, ¿Puedo pedirte que pongas la mesa?

–¡S-Sí, por supuesto!

Deliciosos olores flotaban atraves del comedor de la mansión.

Mikoto, con su largo cabello negro atado atrás y un delantal apretado alrededor de su cintura, estaba trabajando duro en la cocina justo al lado. Varios peces se cocinaban sobre una llama abierta mientras agitaba una olla con una cuchara de madera.

Los sonidos metálicos y crujidos de su preparación para el desayuno se mezclaban con el sonido de los pasos de Haruhime mientras caminaba de un lado a otro entre la cocina y el comedor con comida y utensilios en sus brazos.

–Haruhime-sama, no tienes que esforzarte tanto…

–Oh no, no. He sido aceptada como miembro de esta <Familia>. Por favor, permíteme hacer esto, Mikoto- sama.

Haruhime estaba usando un traje de sirvienta en lugar de su kimono habitual.

Lili había estado deseando un ama de llaves de algún tipo, y Haruhime se apresuró a ofrecerse voluntariamente—“¡Por favor, denme un trabajo que hacer!”—en el momento en que llegó.

Nacida en la nobleza y habiendo pasado cinco años viviendo en un burdel, tenía muy poca experiencia con la limpieza o sirviendo a los demás. Sin embargo, estaba muy ansiosa por aprender, y ahora llevaba una blusa negra con un delantal blanco, con su esponjosa cola dorada sacudiendo su falda de un lado a otro. Mikoto estaba feliz de tener su ayuda.

La Alianza de Orario y las fuerzas del Reino de Rakia se enfrentaban en este mismo momento.

La <Familia Hestia> no había sido convocada al frente porque no tenían suficientes miembros para calificar. Por lo tanto, hoy era un día de paz como cualquier otro.

–Whoa, eso huele bien…

–¿Así que hoy es tu turno, Mikoto-kun? Es por eso que es bueno.

–Ah, Bell-dono, Hestia-sama. Buenos días.

Mikoto probó su sopa mientras saludaba al chico humano y a la Diosa asomando la cabeza en la puerta.

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Todos los miembros de la <Familia Hestia> se turnaban para preparar la comida cada día. Mientras nada drástico sucediera, típicamente dos o tres personas, incluyendo a su Diosa, prepararían el comedor para una comida.

Un tipo de carne a la parrilla u otra “comida varonil” asada a la llama típicamente estaba en el menú en los días en que Welf estaba a cargo. Lili, sin embargo, encontraría maneras de poner comida en la mesa mientras ahorraba tanto dinero como fuera posible. Las especialidades y personalidades de todos llegaron a través de su cocina, pero sólo en los días en que Mikoto preparaba la comida toda la <Familia> acordaba unánimemente que era delicioso.

Ella había desarrollado sus habilidades desde una edad temprana junto a Chigusa y las otras chicas en el santuario, convirtiendo cualquier ingrediente que pudiera encontrar en algo delicioso. Su combinación de seriedad y habilidad se unieron para crear platos que incluso Hestia, obsesionada como estaba con las croquetas de patatas fritas, no pudiera evitar disfrutar.

–Um, Mikoto-san, la sopa marrón en esta olla… ¿Qué es?

–Se llama sopa de miso.

Bell se asomó por encima de la olla mientras Mikoto respondía felizmente.

Era una sopa tradicional de su tierra natal que combinaba el caldo de pescado con una especia llamada miso.

Normalmente, Mikoto preparaba comidas usando pan e ingredientes fáciles de encontrar en Orario para que coincidiera con los gustos de sus aliados. Sin embargo, pensó que podría ser divertido hacer sopa de miso por primera vez en mucho tiempo después de encontrar la especia en un mercado unos días antes.

Ella explicó que era una especialidad de su patria, un sabor con el que creció. Luego les dio a ambos una cucharada de la misteriosa “sopa color marrón”. Bell y Hestia volvieron a mirarla, pareciendo agradablemente sorprendidos.

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–El sabor es… no lo sé, relajante.

–Sí, esto no es malo. Entonces, ¿Esto es lo que los niños de tu ciudad natal llaman comida del alma?

Mikoto no podía estar más feliz de que sus amigos pudieran disfrutar de los sabores de su tierra natal.

Bell y Hestia sonrieron, sin dejar de ducharla con elogios.

–Mikoto-san, eres muy buena cocinera.

–Sí, algún tipo va a ser muy afortunado de tenerte como su esposa.

Entonces, todo el color desapareció del rostro de Mikoto en el momento en que Hestia pronunció esas palabras.

–¿¡E-Esposa!?

El blanco fantasmal fue rápidamente reemplazado por el rojo ardiente mientras la chica sacudía sus manos y ferozmente negaba todo.

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–¿¡Q-Qué quieres decir, Hestia-sama!? Todavía soy demasiado inmadura para ser considerada digna de ser una esposa—¡Ahahahahahaha!

–¡Mikoto-san, el cuchillo! ¡El cuchillo!

–¡Eso es peligroso!

Roja como remolacha y riéndose, Mikoto se olvidó por completo del afilado utensilio todavía en sus manos mientras rechazaba enérgicamente las palabras de Hestia.

Hestia y Bell entraron en pánico y desesperadamente trataron de evitar su inadvertido ataque.

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