Re:Zero Ex (NL)

Volumen 1: El Sueño que Vio el Rey León

Capítulo 4: La Maldición De Felix Argyle

Parte 4

 

 

Bean Argyle se mostró asombrosamente dispuesto a invitar a Crusch a su casa. Al principio, su buena disposición le hizo sospechar de una trampa, pero cuando ella llegó, él le mostró su interior, y su preocupación fue disminuyendo gradualmente.

La casa estaba en silencio; no tenía sentido que un grupo armado se escondiera en su interior. De hecho, no había casi ninguna señal de que hubiera alguien más alrededor.


—Oí rumores de que tuviste que liberar a tus sirvientes. –Dijo Crusch. —Parece que eran ciertos.

—Sí, lo eran. Simplemente ya no estoy en posición de permitirme ningún tipo de exceso. Las únicas personas aquí ahora somos yo, mi esposa, y una sirvienta que se quedó con nosotros por afecto personal.

Él la llevó por el pasillo. Bean Argyle era el padre de Ferris, y el hombre en el centro de las dudas sobre la Casa Argyle. El hecho de que el propio Bean, y no la sirvienta, hubiera recibido a Crusch en la puerta le dio credibilidad a sus afirmaciones de estar falto de personal.

—Lamento que mi esposa no pueda darle la bienvenida. Está enferma y en cama. Y mi sirvienta está atendiendo a otro visitante, así que me dejaron como para agravar mi descortesía el darle la bienvenida yo solo.

—No me molesta. Es mi culpa por aparecer tan de repente. Pero esta visita tenía que ser abrupta, y por eso, no tengo intención de disculparme.

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—Oh-ho…

Bean se detuvo y miró hacia atrás por ese comentario espontáneo. Crusch era alta para ser mujer, pero él era un cabeza más alto que ella. El rasgo más distintivo de su cara eran las líneas que la arrugaban, nada como la dulzura de Ferris. Quizás el hijo había heredado su encantador rostro de su madre. Crusch sólo recordaba vagamente cómo se veía la esposa de Bean, pero eso le pareció lógico.

—Bean Argyle… Has adelgazado. Te ves más pequeño que la última vez que te vi.

—Cuando un hombre tiene tantos problemas como yo…

Fue sólo cuando Crusch volvió a sus recuerdos, que se dio cuenta de lo mucho que había cambiado el hombre frente a ella. Bean había tenido una vez una elegante barba y parecía un buen hombre, pero ahora no había ni rastro de semejanza con su anterior porte. Su expresión era oscura, y mechones de pelo blanco sobresalían en su cabeza y barbilla. Los últimos nueve años no habían sido amables con él.

—¿Cómo está Felix? ¿Está bien?

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—…

Crusch se sorprendió al oírlo hablar de Ferris. Bean había considerado al niño como evidencia de la infidelidad de su esposa, y eso había llevado finalmente a la caída de la Casa Argyle. Bien podría esperarse que esté él resentido con el chico por eso incluso ahora.

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Bean sonrió burlonamente ante la estupefacto Crusch.

—Así que incluso usted puede ser sorprendida con la guardia baja, duquesa…

—Lo admito, no me lo esperaba. Estaba segura de que no pensarías mucho en Ferris… quiero decir, Felix.

—¿Qué padre no atesoraría a su hijo? O si no fuera un tesoro, ¿qué padre desea dejar morir a su hijo en cualquier lugar? Especialmente cuando sabe que el chico es de su propia sangre.

La voz de Bean era tenue, con débil entonación. Era difícil saber lo que realmente estaba pensando. Pero Crusch no estaba escuchando su voz. Estaba concentrada en el viento, y allí encontró inconfundible arrepentimiento y pena. Bean parecía al menos estar afectado por los actos inhumanos que había cometido contra Ferris, a quien ahora reconocía como su verdadero hijo. Si él hubiera tomado a Ferris como suyo desde el principio y lo hubiera amado como a cualquier otro padre, las cosas habrían sido muy diferentes. ¿Hubieran estado mejor? No era una pregunta que Crusch pudiera responder fácilmente.

—Lo siento, no quise parar. Como nuestra sala de recepción está ocupada, tal vez nuestro salón… Pero has venido por otra cosa hoy, supongo.

Bean volvió a caminar justo cuando Crusch comenzó a pensar que ya no podía más. Crusch parpadeó una vez, disipando su propia angustia, y respondió…

—Sí. Y tengo asuntos que tratar con tu otro visitante. Sé que me estoy imponiendo, pero las cosas irán más rápido para los dos si me llevas a tu sala de recepciones.

—Ya veo. Por aquí, entonces, por favor.

Bean no hizo ningún esfuerzo por resistirse, sino que la llevó a la sala de recepción como si hubiera estado esperando eso. Caminaron a través de un oscuro pasillo, parecía que la luz se mantenía deliberadamente baja, y subieron por una estrecha escalera hasta la sala de recepción en el segundo piso.

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Bean tocó la puerta. La voz de una mujer respondió, y la puerta se abrió. Apareció una mujer de mediana edad. A juzgar por su ropa, esta era la última sirvienta de la familia.

El rostro de la mujer se tensó cuando vio a Crusch. La duquesa sólo le asintió silenciosamente.

—¿Amo? ¿Por qué está la honorable duquesa…?

—¿No te acuerdas? Te dije que iba a hacer que se uniera a nosotros aquí. Hazle té. Siguiendo las instrucciones de Bean, la sirvienta se inclinó ante Crusch y se escabulló por la puerta. Crusch, a su vez, entró en la habitación. Una voz la saludó al entrar.

—Vaya, vaya, qué jovencita tan encantadora tenemos aquí.

El dueño de la voz era un hombre de aspecto desagradable. Todo su cuerpo estaba envuelto en una túnica blanca; tenía el pelo corto y gris, y un rostro parecido a la de una rata. Crusch no era lo suficientemente superficial como para juzgar a la gente por su apariencia, pero una afinidad por la violencia parecía estar muy presente en él.

—Debo pedirte tu indulgencia; su visita fue bastante repentina. Permíteme presentarte a la duquesa Crusch de Karsten, la gobernante de esta zona. Milady, si me permite…

De pie junto a Crusch, Bean la anunció, y luego intentó pasar al otro visitante. Crusch asintió levemente, y Bean hizo un gesto al hombre parecido a una rata.

—Este es Miles. Vende las antigüedades que tanto me gustan. Va de país en país, comerciando con las cosas más inusuales… Tal vez nada tan extraño como una metia, pero tiene muchos objetos interesantes de todos modos.

—Miles, milady. Y debo decir que es la duquesa más hermosa que he conocido en todos mis viajes. Ciertamente no esperaba encontrarla aquí. Qué gran placer. –Dijo el hombre con cara de rata suavemente a continuación de Bean. Sus palabras eran perfectamente educadas, pero había una pizca de adulación en ellas.

Crusch ignoró la mayor parte de lo que dijo. Sólo murmuró…

—¿Un vendedor de antigüedades…?

—¿Tiene milady un gusto por lo antiguo e intrigante? Tendré que visitar su honorable residencia en otro momento.

—Te lo agradezco, pero no será necesario. Todavía soy demasiado joven para sentir el peso de la historia muy profundamente. Hay algo de lo que quiero hablarle.


Ella agitó su cabeza ante la invitación de Miles e intentó atraer a Bean a la conversación. Sus sospechas sobre él habían disminuido un poco durante su charla en el pasillo, pero desde que conoció a Miles, había empezado a dudar de nuevo. Desafortunadamente, era muy difícil creer que el hombre afirmaba ser un anticuario. Había ocho o nueve de cada diez posibilidades de que él fuera el traficante de esclavos que ella estaba buscando.


Bean le hizo un gesto para que ella se sentara en el sofá. Él y Miles se sentaron frente a ella. Crusch descansó sus manos sobre sus rodillas, sin bajar nunca la guardia. Como sólo había venido a hablar, Crusch no llevaba una espada. Sin embargo, era muy capaz de lidiar con un enemigo en un combate cuerpo a cuerpo si llegaba el momento. Pero ella no haría nada imprudente.

—Ahora bien, Lady Crusch, ¿de qué desea hablar?

—Ahem. A decir verdad, mi visita de hoy fue motivada por un informe recibido por uno de mis subordinados. Se dice que un personaje indeseable ha estado visitando la Casa Argyle recientemente.

—¿Podrías estar hablando de mí? –Dijo Miles, interrumpiendo. —Si es así, debo disculparme sinceramente por haber hecho que la duquesa viniera hasta aquí. Él tenía el mismo tono servil que antes, pero sus ojos miraban a Crusch abiertamente. Su mirada era francamente inquietante. Nadie quiere que se le mire como a un objeto que se está valorando.

—Dejando a un lado la cuestión de quién es exactamente, se le dijo a mi subordinado que esta persona es un traficante de esclavos. He venido a escuchar el lado de la historia de Bean Argyle.

Miles frunció el ceño ante esta declaración abierta de las sospechas de Crusch, pero no hubo ningún cambio en la actitud de Bean. Tamborileó contra la mesa con los dedos, tan adusto como siempre.

—Entiendo que tiene sus preocupaciones. –Dijo Bean. —Pero tenemos muy pocos visitantes en esta casa. La única persona que va y viene con frecuencia sería Miles.

—¿Dices que los rumores sobre la trata de esclavos son sólo eso(rumores)?


Bean asintió con firmeza. No sintió que el viento indicando que él estaba intentando engañarla. De hecho, los remolinos de sus emociones eran excepcionalmente débiles, como si estuviera desconectado. Lejos de tranquilizar a Crusch, esto la dejó con una desconfianza indistinta hacia Bean.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por la sirvienta, que regresó a la habitación.

—…El té está listo. –Dijo ella, y puso un juego de té de plata sobre la mesa y en silencio sirvió la bebida. Un dulce aroma surgió del cálido líquido. Crusch captó una pizca de ansiedad e incertidumbre en la sirvienta.

—Por favor, Lady Crusch. –Dijo Miles. —Será más fácil hablar si moja los labios…

—Está bien…

La sirvienta se había retirado, pero Crusch recordaba su nerviosismo. Combinado con los ojos inquisitivos de Miles, Crusch dudó en tomar la taza. Bean y Miles no le hicieron caso, bebiendo de sus propias tazas.

Las percepciones de Crusch tocaban una ruidosa campana de alarma. Incluso el té que le habían ofrecido la puso nerviosa.

Re Zero Ex Volumen 1 Capítulo 4 Parte 4 Novela Ligera

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—Si deseas disipar cualquier sospecha, el primer paso será mostrarme la mercancía que Miles supuestamente ha traído con él. A continuación, permitirá que personas inspeccionen esta casa. Si encuentran que los rumores son infundados, entonces me disculparé por dudar de ti y ofreceré alguna forma de compensación. Pero…

—… ¿Compensación, dices?

Era difícil de creer que la voz susurrada perteneciera al mismo hombre que había parecido tan distante unos segundos antes. Estas pocas palabras estaban llenas de un tumulto de emociones. Seco, pero saturado, un torrente emocional desenfocado. Lo único que ella podía entender, si es que entendía algo, era que él estaba obsesionado con algo…

—Compensación. –Dijo en voz baja Bean. —Sí, muy bien. Si estás preparada para hacer eso, las cosas irán rápido entre nosotros. Ahora ella sintió algo temible saliendo de él, pero era demasiado tarde.

—…Ngh. ¿Dhe quhé esthás hablahn…?

Crusch se dio cuenta de que sus labios no podían formar las palabras de su respuesta, y entonces una ola de mareos la golpeó. Su mano se resbaló del apoyabrazos del sofá y se cayó al suelo. Sus ojos daban vueltas; su conciencia vaciló.

Cuando se dio cuenta de que había sido drogada, ya era demasiado tarde. Pero no se había metido nada en la boca…

—¡Ha-ha! –Rio Miles. —¡Cuanto más importantes creen que son, mejor caerán en este truco! ¿Ni siquiera quieres un trago? Debería aceptar la hospitalidad de su anfitrión, milady. Ayuda a limpiar el aire malo que entra.

Aplaudió burlonamente, y todo el decoro había desaparecido de su tono. Su cara se retorció en una vil expresión, y pasó una mano por la mejilla de Crusch.

—Ahh, me encanta ver a una mujer fuerte arrastrarse. ¡Ha-ha! Serás un buen regalo para llevármelo a casa.

Las palabras ciertamente sonaban como las de un esclavista, pero lo que estaba diciendo era una locura. Crusch era una duquesa del Reino de Lugunica. Cualquiera en su sano juicio sabría que tomarla como esclava era un suicidio. Lo que sólo podía significar que tenía algo más que la esclavización en mente.

Bean se arrodilló y miró los ojos de Crusch.…

—Le agradezco su cooperación, duquesa. Sin usted, nunca podría haber logrado mi objetivo.

—…

Su cara era inexpresiva, como una máscara, pero sus ojos eran apasionados. La ira se apoderó de ellos, y una terrible pena.


—¿Qu…é… ob…je…tivo…?

—¿Todavía puedes hablar? Estoy sorprendido. Se suponía que te dormiría inmediatamente.

Bean sonaba impresionado. Crusch estaba mordiéndose la lengua, aferrándose desesperadamente a su conciencia.

Bean la agarró por el pelo, le levantó la cabeza y le dijo…

—¿No es obvio? … Quiero de vuelta al niño que me robaste. Yo necesito a ese chico.

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