Goblin Slayer – Side Story: Year One

Volumen 1

Capítulo 8: Fase Final – La Batalla Termina

Parte 2

“Lo siento, sólo un segundo, traeré algunas hierbas antipiréticas”.

“¡Claro, claro que sí!”

La acólita era una niña pequeña, de apenas diez años. Por supuesto, ella no tenía el estatus de clérigo; sería una exageración incluso llamarla aprendiz.

Ella llevaba un hábito de tela lisa, bien remendada y mal ajustada (quizás todavía era demasiado pequeña). Había sido dado como pago en especies, y ahora ella se arremangaba el dobladillo y las mangas mientras corría alrededor de la capilla.

Cultivaban hierbas medicinales en el jardín del templo, uno de sus actos de servicio más importantes. Ella tomó algunas de las plantas que habían secado recientemente del estante donde estaban guardadas y regresó corriendo. Tuvo que subirse a un banquillo y luego ponerse de puntillas para alcanzarlos, pero no se quejó.

“¡Aquí están!”

“Gracias. No necesito más ayuda aquí, así que ve a algún lugar donde puedas ser útil”.

“¡Bien!”

Ella le dio las hierbas a otro clérigo, uno de sus mayores, y luego trazó una sonrisa en su cansada cara mientras se iba haciendo pequeños golpecitos.

El clérigo mayor la vio irse con una sonrisa. La muchacha que corría, como tantos otros sacerdotes y sacerdotisas, era huérfana. Había sido abandonada en el templo cinco años antes, justo cuando terminaba la guerra. Este año, ella tendría diez años. Difícilmente una mujer adulta pero con la edad suficiente para ayudar con el trabajo de sanación.

Esa no era exactamente la razón por la que ella estaba aquí, pero…

“¡Heeey! ¡Tengo otro para ti!”

Ella se detuvo sorprendida ante la inesperada llamada, con el sudor en su frente.

Ella levantó la vista para ver a un apuesto aventurero con una lanza apoyando a otro aventurero con armadura de cuero en su hombro.

“Er, uh, ¿se refiere a mí, señor?”

“Sí. Siento molestarte cuando estás ocupada. Sólo dime dónde puede dormir este tipo”.

Ni siquiera el Lancero tenía intención de presionar a una niña tan joven. La acólita asintió con la cabeza y dijo: “Por aquí”, conduciéndolos a la capilla.

El lugar estaba lleno de aventureros heridos, pero todavía había lugares para descansar, en bancos y en el suelo. En el peor de los casos, incluso se podrían poner a disposición las habitaciones de los clérigos. No habría ningún problema particular con eso.

“¿Esta persona, uh, también estuvo en la pelea con el insecto…?”

“No. Estaba matando goblins, estoy seguro.”

“¿Qué…?”

“Lo encontré colapsado en las afueras de la ciudad y lo traje aquí. Maldita sea…. No es más que un problema”.

Con evidente molestia, el lancero ayudó al aventurero a caer sobre una manta que había sido colocada en el suelo, como le indicó la acólita. Mirando más de cerca, el aventurero que estaba vestido con una sucia armadura estaba cubierto de sangre oscura y barro.

Ella tendría que lavarlo y limpiarlo y atender cualquier herida. Aunque ella no era capaz de hacer esas cosas todavía.

“¡Muy bien, vigílalo por mí!”

“¡S-sí, señor!”

Ya que él le había sido confiado a ella, no había nada que hacer.

La acólita asintió vigorosamente al lancero varias veces, y luego lo vio partir.

Hey… ¿No dijeron que fue un aventurero con una lanza quien acabó con el monstruo…?

¿Podría ser él?

Mientras sus ojos lo seguían con una mirada interrogativa, la niña ya estaba saliendo de la capilla, yendo a su superior para pedirle instrucciones.

“¡No tenemos suficientes manos!”, dijo la vieja sacerdotisa. “Si sus heridas no son graves, entonces déjalo por ahora.”

“Ey, ¿dónde están las vendas limpias?”

“Si cambias los vendajes con demasiada frecuencia, los pondrás en peligro…”

“Sólo no las reutilices. Mientras estén limpias, es suficiente”.

Nos ocuparemos de él más tarde. La acólita se quedó allí desanimada ante el veredicto de sus superiores que trabajaban excesivamente.

Pero ni siquiera había tiempo para quedarse de pie.

“¡Toma, vendas! Lávalas”, dijo alguien, arrojándole una pila de vendas sucias. Estaban cubiertas de manchas carmesí.

“¡Oh, c-claro!”

La acólita salió corriendo con las manos llenas de trapos sucios, pero logró mirar hacia la pared.

Ahí estaba el aventurero que había sido dejado antes, mirando exhausto hacia el suelo.

¿No hay nada que pueda hacer por él?

¿Pero, qué? La acólita no lo sabía. Tal vez ella lo sabría algún día en el futuro, cuando tuviera mucha más experiencia.

Era una pregunta muy difícil para una niña de diez años.

Ella frotó los vendajes en agua fría hasta que sus manos empezaron a doler, pero aún así nada se le ocurrió.

El agua se tornó rápidamente oscura y roja por el lavado, pero no importaba cuántas veces había conseguido agua nueva, nunca parecía mantenerse clara.

Obtener agua fresca, fregar, obtener agua fresca, fregar, obtener agua fresca, fregar, obtener agua fresca, fregar….

Mientras ella trabajaba en silencio, la acólita descubrió de repente que había un espacio vacío dentro de ella. Sus manos seguían moviéndose, e incluso sus pensamientos seguían concentrados. Pero había una abertura, un vacío, ahí en su conciencia, y ella parecía estar flotando en el.

¿Qué está pasando?, se preguntó vacilante, pero su corazón estaba extrañamente sereno.

El sonido del agua mientras se lavaba parecía terriblemente lejano. Al igual que el escalofrío en su piel y la conmoción en la capilla. Ella percibía todas esas cosas, pero de alguna manera estaba aislada de ellas.

Vacía.

Aunque sus ojos permanecieron abiertos, en su corazón los cerró. Y aunque sus manos trabajaban, en su corazón, juntó sus manos.

Ella hizo todo esto espontáneamente, como si fuera la cosa más natural posible.

Proteger, curar, salvar.

Los preceptos fundamentales de la Madre Tierra. Las cosas más importantes.

De repente, ella los conectó con la imagen del aventurero que languidecía contra la pared.

Oh, Madre Tierra, llena de misericordia, pon tu venerada mano sobre las heridas de este niño.

En ese momento, la acólita sentió como si ella misma estuviera envuelta por algo, como si estuviera siendo empujada hacia arriba corporalmente.

Una gentil luz brillaba en su mano, y ella no sabía si era sólo en su mente o en la realidad.

Un resplandor emergió, y ella pensó que lo había visto volando hacia él.

“¡¿Qu-qué…?!”

Casi instantáneamente, una tremenda fatiga la golpeó, y la acólita emitió un jadeo involuntario. Sus oídos estaban llenos de algo parecido a un pitido mientras los sonidos a su alrededor regresaban repentinamente.

La acólita sintió como si el techo y el suelo estuvieran tratando de cambiar posiciones; se aferró al lavabo para evitar el vértigo.

Los olores del agua y el jabón, y la sangre también, sellaron su nariz.

“Haah-ah-haa-haa-¿qu…? ¿Qu-qué… qué fue… eso…?”

Ella descubrió que había empezado a sudar profusamente; gotas caían de su cara en el agua del lavadero, ploop, ploop, ploop.

Acababa de ocurrir un milagro, pero por el momento, nadie se había dado cuenta.